La hora de la verdad: Jesús vino a sufrir (IV)

Cristo crucificado

La crucifixión

Los soldados encargados de la crucifixión eran gente experta, en todo el proceso no rompieron ni un solo hueso, ni perforaron arterias importantes. De los tres ajusticiados, Jesús sería el primero por las malas condiciones físicas que presentaba. Le clavaron sobre el patibulum las manos sobre el pliegue del carpo o muñeca espacio de Destot con un clavo llamado herrero; la hemorragia es moderada pero el dolor de rozar y herir el nervio mediano es el más intenso y atroz que un hombre puede experimentar, y seguiría sufriendo al menor movimiento. Los pies fueron clavados juntos —el izquierdo sobre el derecho—, el dolor aunque intenso fue menor que el de las manos (una gota de dolor en el océano de dolor del cuerpo de Jesús); después de ser izado sobre el stipes, doblándole y juntándole las rodillas, —pues de no hacerlo así hubiera muerto rápidamente asfixiado— de esta forma el peso sobre los pies era mínimo y servía para facilitar elevar el cuerpo, haciendo fuerza de apoyo de los pies en el clavo que los atravesaba, y poder respirar algo.

La sed

La sed y sus consecuencias fue otro tormento más de Jesús en la cruz. La falta de beber agua durante sus días de arresto; la sudoración excesiva y la pérdida de sangre. Fue lo que llevó a lo más profundo de su naturaleza humana a exclamar «Tengo sed».

Recopilado del libro «Así murió Jesús» del Dr. C. Cabezón Martín

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La hora de la verdad: Jesús vino a sufrir (III)

La cruz

El caso de Jesús fue, pues, una ejecución corriente de un personaje desconocido por las autoridades romanas que lo condenaron por presiones de las autoridades judías.

Los evangelios no dicen nada sobre la forma que tenía la cruz. Los judíos pidieron insistentemente su crucifixión, el castigo peor para Jesús, el más doloroso, mediante el cual se degradaba al máximo al condenado, pero la razón principal y la peor de todas era que recaían sobre él las palabras del Deuteronomio: «Maldito el que es colgado de un madero».

La cruz de Jesús fue de las que tienen forma de letra griega tau (T) la pequeña o humilis, sin sedile, sin supedaneum y sujetado con clavos. Jesús llevó solo el palo horizontal o patibulum con un peso aproximado de 40 kg y dos metros de longitud; el stipes o palo vertical pesaría unos 60 kg y mediría algo más de dos metros, estaba ya anclado en el suelo. El su parte superior se le coloco el título: INRI.

Desenclavo (Semana Santa León)

La vía dolorosa

Para ir al suplicio al reo se le ataba con una gruesa cuerda, por el cuello o la cintura, y se tiraba de la cuerda; al caminar Jesús lentamente por su extrema debilidad, incitaría a tirar de él, lo que provocaría sus caídas. Al ver que Jesús no podía más y la ley obligaba al centurión de llevarlo vivo so pena de recibir duras sanciones, es por lo que se decide prestarle ayuda.

El lugar de la ejecución de la sentencia era fuera de la ciudad pero no muy alejado, para que el reo, ya suspendido y elevado en lo alto, pudiera ser visto y servir de escarmiento. El tiempo del trayecto, desde la Torre Antonia hasta el lugar de la ejecución (vía dolorosa) duraría aproximadamente dos horas y media.
Durante el trayecto Jesús recibió toda clase de improperios, era una costumbre inhumana hacia los condenados infligida por las masas enardecidas, aunque hubo quienes se compadecieron de él.

Recopilado del libro «Así murió Jesús» del Dr. C. Cabezón Martín

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La hora de la verdad: Jesús vino a sufrir (II)

Coronación de espinas

Coronación de espinas (Semana Santa de León)

La coronación de espinas de Jesús fue un hecho excepcional y ocasional no previsto por ley, no era costumbre romana. Una vez que el reo era condenado a muerte perdía todos sus derechos humanos y sociales, quedando a merced de la soldadesca —entre 400 a 500 soldados, toda una cohorte—, conocedores de la causa de su sentencia «querer hacerse rey» concibieron la idea de rendirle pleitesía como tal; lo que ejecutaron con el mayor sadismo y sarcasmo posibles; además se vengarían con este judío de la aversión que le producía este pueblo que era su mayor enemigo. Le sentaron en cualquier sitio a modo de trono, le quitaron sus vestiduras de calle ensangrentadas y pegadas al cuerpo para ponerle las de rey, una capa corta de color rojo, de las que ellos llevaban, a modo de manto real, por cetro le pusieron un palo o caña y con unas ramas espinosas de azufaifo o espino albar, tejieron un burdo casquete que a bastonazos ajustaron al cráneo de Jesús. Una vez coronado el rey leemos en el evangelio «Y arrodillándose delante de él, le pegaban con la caña en la cabeza, le escupían y le decían: Salve rey de los judíos».

Al entrar las ramas de la corona en forma de casquete en la cabeza de Jesús, las espinas rasgaron el cuero cabelludo, haciéndole sangrar abundantemente, desgarrándole seriamente la cabeza, la nuca y la parte alta del cuello. Su rostro quedó totalmente irreconocible, los bastonazos retumbaron en la masa cerebral haciéndola vibrar, produciéndole aturdimiento hasta llegar a la insensibilidad del puro dolor, fue la última barbaridad que le infligieron antes de llevarle a crucificar.

Antes de llevarlo a crucificar le volvieron a quitar la capa bruscamente que pegada al cuerpo volvió a reavivar las heridas de la flagelación «Y le quitaron la clámide, le pusieron sus vestidos y lo llevaron a crucificar».

Recopilado del libro «Así murió Jesús» del Dr. C. Cabezón Martín

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La hora de la verdad: Jesús vino a sufrir (I)

La hematidrosis

Es el sudor de sangre que padeció Jesús en el huerto de los Olivos, no es algo frecuente. El estado de ánimo es agónico «Mi espíritu está triste, hasta el punto de morir». Se sentía morir, de puro sufrimiento moral. ¿Por qué semejante abatimiento? Nunca se sabrá, pero sería espantoso conocer las causas que llevaron a Jesús a ese extremo. En el caso de Jesús, tuvo más que un mero conocimiento humano, ya preanunció: la traición de Judas, la negación de Pedro, la huida de todos y la incomprensión de su pueblo, a quien él quería entrañablemente; también conocía en presente todo lo que su naturaleza humana iba a sufrir en su físico, su voluntad lo acepta pero su naturaleza humana se revela. Esa noche, en Getsemaní, Jesús padeció soledad humana y soledad divina, porque Él solo es quien debía sufrirlo. Para eso se hizo hombre. El fenómeno, nos lo dice San Lucas: Y su sudor era como coágulos de sangre que caían hasta la tierra. El sudor fue por todo el cuerpo, durando bastante tiempo, produciéndole una sed ardorosa, acompañada por un estado febril, dejándole la piel totalmente dolorida- como en carne viva- por tanto más sensible al dolor.

La flagelación de Cristo

La flagelación

No fue castigo exclusivo de Jesús, venía ordenada por ley, era un preámbulo a la ejecución. El instrumento utilizado fue el más humillante y traumatizante de todos, un mango corto de madera con tres tira de cuero de 50 cm y en las puntas bolas de plomo con picos. El número de latigazos fue indeterminado —no se ajustó a la ley judía que ordenaba cuarenta—, sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida. Recibió latigazos en todo el cuerpo excepto en la cabeza y la parte alrededor del corazón, laceraron de acuerdo a la fuerza de los flageladores, su número habitual era de seis, turnándose de dos en dos; machacaron el cuerpo produciendo toda clase de mutilaciones, siendo las lesiones nerviosas productoras de dolores atroces en el cerebro «Jesús era solo dolor». Externamente Jesús quedó irreconocible, internamente las lesiones de los órganos vitales –pleura, pericardio, riñón e hígado, fueron gravísimas. Aumentó su estado febril, la sed, la dificultad respiratoria con asfixia. La hipotensión arterial provocada por la pérdida de líquidos y la desnutrición, le dejaron materialmente sin fuerzas. Después de la flagelación al ser desatado caería al suelo, en su propio charco de sangre, exhausto y sin conocimiento.

Recopilado del libro «Así murió Jesús» del Dr. C. Cabezón Martín

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Humilde violeta


San Benito se prendó
de una humilde violeta
de la tierra de León.

Imploró a nuestro Dios
que su Espíritu enviara
para darle vocación.

El Espíritu sopló
inundándola de gracia
y la joven aceptó.

Dejó padres, hermanos,
su casa, su vida, su…;
en las benedictinas profesó.

Como el temple del acero
como la plata pulida
como el oro en el crisol.

Fue su alma domeñando
alentada por la Eucaristía
a los designios de Dios.

Humildad y servicio
observancia de la Regla
sacrificio y oración.

Obediencia, tesón
atenta a la escucha
a la voz de su Señor.

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La devoción a San José

San José con Jesús niño en sus brazos

San José no es un santo más del calendario de la Iglesia. Es un santo que está en el corazón de la Iglesia como «Patrono de la Iglesia Universal».

José es el hombre más Santo de todos, pues nadie puede rivalizar con el honor y la gracia que Dios le concedió, ser  el primer ser humano que ve a Dios, cuando en el portal de Belén es alumbrado por María.

La devoción a San José, está arraigada desde los primeros albores del cristianismo, pues su puesto en la historia de la salvación es el más alto, al lado de su esposa (cuando la Virgen María recibe el mensaje del ángel sobre su elección y predestinación para Madre del Hijo de Dios —relato de San Lucas—, estaba desposada ya con José) y «había sucedido así por voluntad de Dios» (Juan Pablo II).

José es el hombre que ayudó al Hijo de Dios, Jesús, a nacer; que veló su sueño en el pesebre; que le salvó la vida, llevándole a Egipto. El evangelista, Lucas, dedica sólo media docena de palabras: «El niño crecía y se robustecía». Seis palabras para describir doce años de la existencia del personaje más importante de la Historia);  cuidó de él y de su madre, y  fue quién dió sentido y dimensión humana, a la obra de Dios en la tierra «La Sagrada Familia». La Nncarnación del Hijo de Dios y su Nacimiento, debía realizarse en una familia. San José no es una figura externa, remota o accidental en la Encarnación, está vinculado a ella por disposición de Dios. El  predestino de José es equiparable en muchos aspectos al de María, pero sobre todo, en lo que suponía la exigencia plena y absoluta de la virginidad; José porta la vara de nardo desde el portal de Belén hasta el día de su subida al cielo.
San José es patrono de la buena muerte y de los moribundos; en el rosario le rezamos un Padrenuestro para que nos de una larga vida y una santa muerte. El motivo radica en la gracia y el alto honor de morir en los brazos del Hijo de Dios y de la Madre de Dios. Jesús pudo resucitar a José como a Lázaro, pero posiblemente la muerte de José fue un tránsito, un premio , es lo más próximo a la Asunción que había reservado para su Madre, ¿qué no va a hacer con su padre adoptivo?, al que ama infinitamente. El carácter de Jesús debió tener la forja de José; el carácter se adquiere y puede modificar el propio temperamento, la peculiaridad del carácter de Jesús lo entrevemos en los textos evangélicos, por ejemplo, cuando aprecia en sus interlocutores indecisión o tibieza; sus finas contestaciones a preguntas perversas; tampoco transige a ciertos planteamientos.

¡Qué pena no disponer de más datos sobre José!.

Sobre la edad de San José ha habido muchas discrepancias, desde una gran vejez, hasta el hombre maduro —la iconografía da testimonio—. Parece ser que los últimos cálculos lo sitúan con treinta y dos años, el doble de María, en el momento del nacimiento de Jesús;   José podría tener cincuenta y dos años, al morir. El Concilio Vaticano II, nos orienta en la devoción a San José, complemento de la devoción a la Virgen María.

  • Conocimiento-fe ilustrada del santo Patriarca.
  • Amor hacia él, como padre virginal de nuestro Redentor, esposo virginal de María, padre espiritual de las familias y Patrono de la Iglesia universal.
  • Imitación de sus virtudes domésticas y de su santidad.

La figura de la «Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José» deben tenerla grabada en sus ojos y en sus corazones, los miembros de las familias cristianas, por ser modelo a seguir.

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Cuaresma; momento de conversión

La cuaresma es el gran tiempo de preparación para la Pascua y todos los cristianos debemos hacer un esfuerzo personal para que esta preparación nos permita vivir el memorial de la muerte y Resurrección de Cristo, con toda fuerza y plenitud.

Uno de los principales elementos de este tiempo litúrgico es la conversión. Para poder tener una verdadera conversión, es necesario: reconocer nuestros pecados, darnos cuenta de que nuestra verdad es lo que somos delante de Dios, y hacer un firme propósito de cambiar de vida.

Para reconocerse pecadores, debemos saber lo que significa la palabra pecado. Lo más inmediato, es buscar su definición en el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual, nos la da, en su número 1849: «El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna»

Acto seguido, se observa que la variedad de pecados, es grande. Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión.

Por razones de efectividad, es conveniente que nos centremos en las distintas clases de pecado, en función de su gravedad. Son, el pecado mortal y venial. Para dar un poco de luz a la diferencia entre ellos, acudamos de nuevo al Catecismo, que en su punto 1857 dice así: «Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: que tenga como objeto una materia grave y que, sea cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento» y el número 1862 encontramos: «Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento».

La materia grave, viene indicada en los diez mandamientos, por la naturaleza de la mala acción y a quien se dirija el pecado. Como presupone pleno conocimiento de la materia grave y que quien la realiza lo hace con pleno consentimiento, nos aleja automáticamente de la voluntad de Dios y de su amistad. En cambio, el pecado venial, que no nos aleja de la amistad con Dios, sí, nos debilita en la caridad, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y predispone, en algunos casos, al pecado mortal.
El pecado mortal, nos impide alcanzar la felicidad eterna que supone la amistad con Dios, y el pecado venial repetido, nos incita a cometer pecado mortal. Como podemos ver, sin la gracia de Dios, no somos capaces de mantenernos en su amistad. Pero la buena noticia, es que Cristo murió para cumplir el plan salvífico de Dios y cargando con todos los pecados de la humanidad, abrió las puertas del cielo, cerradas como consecuencia del pecado original de la humanidad.

Para terminar, me gustaría que reflexionáramos sobre la importancia que tiene en este tiempo de conversión, el sacramento de la penitencia. Es necesaria para una buena conversión, haber pedido perdón por nuestros pecados y arrepentidos, poder preparar bien. «El Misterio Pascual» mediante el cual, la humanidad es salvada por obra y gracia, del Amor de Dios: Jesucristo.

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El sacramento de la reconciliación II

EXAMEN DE CONCIENCIA

Consiste en preguntarnos sobre el mal hecho y el bien omitido: hacia Dios, el prójimo y hacia sí mismo.

En relación con Dios

  • ¿Acudo a Dios solo  cuando lo necesito?
  • ¿Participo en la misa, como debo, el domingo y fiestas de precepto?
  • ¿Comienzo y acabo la jornada con la oración?
  • ¿He nombrado en vano a Dios, la Virgen, los Santos?
  • ¿Me he avergonzado de mostrarme cristiano?
  • ¿Qué hago para crecer espiritualmente? ¿Cuándo?
  • ¿Me rebelo antes los planes de Dios?
  • ¿Pretendo que sea Él quien cumpla mi voluntad?

En relación con el prójimo

  • ¿Sé perdonar, tolerar, ayudar al prójimo?
  • ¿Juzgo temerariamente y hablo mal de los demás?
  • ¿Soy envidioso, colérico, vengativo?
  • ¿Trato de ser imparcial con todos?
  • ¿Me preocupo de los pobres y de los enfermos?
  • ¿Soy honesto y justo con los demás?
  • ¿He incitado y dado mal ejemplo a los otros?
  • En familia: ¿observo la moral conyugal, soy responsable con respecto a los hijos; los educo en el respeto hacia los mayores?
  • ¿He rechazado la vida apenas concebida? ¿He ayudado a hacerlo?
  • ¿Respeto el medio ambiente?

En relación conmigo mismo

  • ¿Me excedo en comer, beber, fumar?
  • ¿Me preocupo demasiado de la salud física, de mis bienes?
  • ¿Cómo empleo mi tiempo? ¿Soy perezoso?
  • ¿Quiero que me sirva, en lugar de servir yo?
  • ¿Amo y cultivo la pureza de corazón en mis pensamientos y acciones?
  • ¿Alimento el rencor en mi corazón?
  • ¿Soy afable, humilde, constructor de paz?

ACTO DE CONTRICCIÓN

Dios mío me arrepiento de mis pecados con todo el corazón, porque te he ofendido, siendo como eres infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas.

Propongo con tu santa ayuda no ofenderte nunca más y evitar las ocasiones próximas de pecado.

Señor Jesús, Hijo de Dios, perdóname; ten piedad y misericordia de mí, que soy pecador.

Señor Jesús, por el misterio de tu muerte y resurrección, perdona todos mis pecados y lléname de tu paz, para que dé frutos de caridad, de justicia y de verdad.

Amén

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El sacramento de la reconciliación I

«Ordinariamente Dios Padre concede su perdón mediante el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación. En efecto, al caer de manera consciente y libre en pecado grave, éste separa al creyente de la vida de la gracia con Dios y, por ello mismo, lo excluye de la santidad a la que está llamado. La Iglesia, habiendo recibido de Cristo el poder de perdonar en su nombre (cf. Mt 16, 19; Jn 20, 23), es en el mundo la presencia viva del amor de Dios que se inclina sobre toda debilidad humana para acogerla en el abrazo de su misericordia» (IM, 9).

Cirio Pascual¿POR QUÉ CONFESARSE?

¡Porque somos pecadores!. Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio. Quien dice estar sin pecado es un mentiroso o un ciego.

En el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo negado su condición de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia de Dios. Puesto que el pecado de uno solo daña al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el sacramento tiene también como efecto la reconciliación con los hermanos.

¿CÓMO CONFESARSE?

No es siempre fácil confesarse: no se sabe que decir, se cree que no es necesario dirigirse al sacerdote…

Tampoco es fácil confesarse bien: hoy como ayer, la dificultad más grande es la exigencia de orientar de nuevo nuestros pensamientos, palabras y acciones que, por nuestra culpa, nos distancian del evangelio.

Es necesario «un camino de auténtica  conversión, que lleva consigo un aspecto «negativo» de liberación del pecado, y otro aspecto «positivo» de elección del bien que se expresa en los valores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y profundizada en el evangelio. Éste es el contexto adecuado para redescubrir y hacer viva la celebración del sacramento de Penitencia en su significado más profundo».

El camino a recorrer, comienza por la escucha de la voz de Dios y prosigue con el exámen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda, la invocación de la misericordia divina que se nos concede gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los pecados al sacerdote, la satisfacción o cumplimiento de la penitencia impuesta, y finalmente, con la alabanza a Dios por medio de una vida renovada.

¿QUÉ HAY QUE CONFESAR?

«El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerde, tras examinar cuidadosamente su conciencia. La confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia.» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1493)

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Ruta Jacobea

Un peregrino en el Camino

«Caminante, se hace camino al andar»

Con motivo de este Año Jubilar, deseamos que tu experiencia de peregrino, tenga un mensaje cristiano para tu vida. En la Ruta del Camino de Santiago, en nuestro albergue u hospedería, puedes descansar y tener un encuentro contigo mismo, o compartir con alguna de las hermanas, tus viviencias del camino. La comunidad de las monjas benedictinas de Santa Cruz, te ofrecemos nuestro albergue de peregrinos, nuestra hospedería, poder participar en nuestras celebraciones, uniéndote a la oración de la Iglesia: Eucaristía, Laudes y Vísperas, acogida y fraternidad.

Al final de la jornada, al finalizar la oración de Vísperas, después de cantar y orar ante el altar del Señor, se imparte la bendición, a todos los peregrinos. Deseamos que esta experiencia de oración, quede grabada en tu corazón, y puedas transmitirla a todos, llevando a tu hogar: amor, paz, reconciliación y vida de fe.

«Aúnque camine por cañadas oscuras, nada temo
Tú, vas conmigo»

(Salmo 26)

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