La hematidrosis
Es el sudor de sangre que padeció Jesús en el huerto de los Olivos, no es algo frecuente. El estado de ánimo es agónico «Mi espíritu está triste, hasta el punto de morir». Se sentía morir, de puro sufrimiento moral. ¿Por qué semejante abatimiento? Nunca se sabrá, pero sería espantoso conocer las causas que llevaron a Jesús a ese extremo. En el caso de Jesús, tuvo más que un mero conocimiento humano, ya preanunció: la traición de Judas, la negación de Pedro, la huida de todos y la incomprensión de su pueblo, a quien él quería entrañablemente; también conocía en presente todo lo que su naturaleza humana iba a sufrir en su físico, su voluntad lo acepta pero su naturaleza humana se revela. Esa noche, en Getsemaní, Jesús padeció soledad humana y soledad divina, porque Él solo es quien debía sufrirlo. Para eso se hizo hombre. El fenómeno, nos lo dice San Lucas: Y su sudor era como coágulos de sangre que caían hasta la tierra. El sudor fue por todo el cuerpo, durando bastante tiempo, produciéndole una sed ardorosa, acompañada por un estado febril, dejándole la piel totalmente dolorida- como en carne viva- por tanto más sensible al dolor.
La flagelación
No fue castigo exclusivo de Jesús, venía ordenada por ley, era un preámbulo a la ejecución. El instrumento utilizado fue el más humillante y traumatizante de todos, un mango corto de madera con tres tira de cuero de 50 cm y en las puntas bolas de plomo con picos. El número de latigazos fue indeterminado —no se ajustó a la ley judía que ordenaba cuarenta—, sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida. Recibió latigazos en todo el cuerpo excepto en la cabeza y la parte alrededor del corazón, laceraron de acuerdo a la fuerza de los flageladores, su número habitual era de seis, turnándose de dos en dos; machacaron el cuerpo produciendo toda clase de mutilaciones, siendo las lesiones nerviosas productoras de dolores atroces en el cerebro «Jesús era solo dolor». Externamente Jesús quedó irreconocible, internamente las lesiones de los órganos vitales –pleura, pericardio, riñón e hígado, fueron gravísimas. Aumentó su estado febril, la sed, la dificultad respiratoria con asfixia. La hipotensión arterial provocada por la pérdida de líquidos y la desnutrición, le dejaron materialmente sin fuerzas. Después de la flagelación al ser desatado caería al suelo, en su propio charco de sangre, exhausto y sin conocimiento.
Recopilado del libro «Así murió Jesús» del Dr. C. Cabezón Martín