III Domingo del tiempo ordinario

Jesús elige a sus apóstoles

En este Domingo Tercero del Tiempo Ordinario, San Marcos nos narra el encuentro y elección, por parte de Jesús de Nazaret, de sus primeros apóstoles. Se inicia la andadura del Reino de Dios y comienza, asimismo, la prodigiosa aventura de la Iglesia, allí, junto a la orilla del lago de Galilea. Y hemos de tener siempre en cuenta que es Jesús quien nos elije a nosotros —a todos— y no nosotros a Él. Por eso hemos de desplegar una gran gratitud y una confianza plena a lo que Jesús inspira en nuestros corazones. Hoy y siempre.

Jornada de la Infancia Misionera

Siempre, el cuarto domingo de enero la Iglesia celebra la Jornada de la Infancia Misionera.

La Jornada de la Infancia Misionera, que tiene como lema “Los niños ayudan a los niños”. No es un “invento” reciente, tiene muchos años, eso poca gente lo sabe. La Obra de la Infancia Misionera nació en Francia el año 1834, por iniciativa del obispo francés Forbín-Janson, que invitó a los niños de su diócesis a colaborar con otros niños de China. En España, con ayuda de la Reina Isabel II, se comenzó a celebrar poco después, a partir del 1 de enero de 1853. Fue el Papa Pio XII en 1950 quien estableció que se celebrara en todo el mundo esta jornada una vez al año. A fecha actual son miles de niños de los cinco continentes quienes participan en esta Obra . Es, sin duda, una forma de iniciar a los pequeños en la solidaridad y el fraternidad activa que todos los cristianos debemos de tener, tal como nos enseña Jesús de Nazaret. Hay en las parroquias y, también, en muchos colegios, grupos de niños que trabajan y colaboran en proyectos asistenciales, educativos y pastorales para otros niños que están necesitados de tales apoyos. Por ello pedimos a nuestros lectores apoyos y oraciones para una obra que nosotros consideramos como una de las más notables que tiene la Iglesia.

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Bodas de oro

A sus bodas de oro
Sor Lourdes llegó
diecisiete de enero
fiesta de san Antón.

La fiel esposa
de segoviano pueblo
el enamorado esposo
Cristo nuestro Señor.

Esponsal perpetuo
desinteresado amor
en la entrega mutua
el tiempo raudo voló.

Trabajo, rezo
servicio, tesón
entre los fogones
se canta a Dios.

Perfumes de incienso
cirios y flor
Abad san Benito
capilla mayor

acordes del órgano
cantos de adoración
allí en la custodia
su esposo, su amor.

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«El mundo, con todos sus recursos, no está en disposición de dar a la Humanidad la luz para orientar su camino. Lo descubrimos también en nuestros días: la civilización occidental parece haber perdido la orientación, navega sin brújula. […] Pero la Iglesia, gracias a la palabra de Dios, ve a través de estas nieblas. No posee las soluciones técnicas, pero tiene la mirada puesta en la meta, y ofrece la luz del Evangelio a todos los hombres de buena voluntad.»

Benedicto XVI
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II Domingo del tiempo ordinario

«Salgamos al encuentro… abramos las puertas»

Con este lema la Iglesia Universal celebra este domingo, 15 de enero, la Jornada Mundial de las Migraciones o Jornada del Emigrante y el Refugiado. No puede obviarse que es una celebración muy importante y de enorme actualidad. Entre la crisis económica globalizada y las guerras y conflictos que no cesan, el número de migrantes y refugiados ha crecido en los últimos años. España, tras ser un país típico de inmigrantes, le ha tocado recibir a millones de personas que venidas de fuera intentaban encontrar una mejor situación aquí. Mas su situación se complica para tener una posición jurídicamente aceptable y encontrar un puesto de trabajo estable. España con 5,3 millones de parados es un destino poco atrayente, más africanos, hispanos, rumanos… nos ven como un paraíso y siguen viniendo. 2012 es un año que se presenta lleno de dificultades para todos, pero no por eso hemos de levantar la intensidad de nuestro apoyo moral, religioso y económico a quienes más lo necesitan que, en estos momentos, son los inmigrantes y refugiados.

La unidad de los cristianos, «victoria de Cristo»

«Todos seremos transformados por la victoria de Nuestro Señor Jesucristo» es el lema del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, durante el año 2011 finalizado, distintos hechos han subrayado la actualidad del ecumenismo. Especialmente la entrada de anglicanos en la Iglesia Católica a través de Ordinariatos personales. El impulso dado a las relaciones con los protestantes ante el V Centenario de la Reforma luterana. La trascendencia que ha tenido la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid. La Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo que se celebró el 27 de octubre en Asís. Y la llamada a la nueva evangelización. Para el Octavario cada diócesis elabora su propio programa de celebraciones.

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¿Una ruta monástica?

Monasterio de Santa CruzSí como lo lee, Diez comunidades religiosas, de siete carismas diferentes —agustinas recoletas, benedictinas, cistercienses, carmelitas, clarisas, concepcionistas y jerónimas— se han unido para relanzar la ruta monástica, alentadas por el obispo de León, monseñor Julián López. Cinco comunidades están en la capital leonesa; y cinco, en la provincia de León.

La ruta, que supone una novedosa iniciativa en la historia de la Iglesia, ofrece la posibilidad de conocer de primera mano las diez comunidades y experimentar sus carismas. Las participantes pueden convivir durante unos días con las religiosas, rezar con ellas, hacer las preguntas que quieran… Participan en la Liturgia de las Horas, en la Eucaristía y en una hora de Lectio divina compartida, en la que reflexionan juntas sobre relatos vocacionales que presenta la Sagrada Escritura.

Todas las mujeres que han vivido la ruta monástica valoran muy positivamente la experiencia, pues les ha permitido conocer de cerca la riqueza de la vida contemplativa, convivir y compartir sus inquietudes. Recogemos a continuación algunos testimonios, entre los que están los de dos jóvenes que han descubierto y seguido su vocación religiosa.

Dios llena plenamente mi vida

Una de las jóvenes que hicieron la ruta monástica cuenta: «todavía no tenía definida mi vocación a la vida contemplativa, ni siquiera a la vida religiosa. Pero estaba viviendo un momento de interrogante en mi vida. En ese tiempo de discernimiento, providencialmente, una amiga me invitó a hacer esta ruta monástica y, animada por mi director espiritual, realicé esta experiencia. Nada tenía que perder: conocer las cosas ayuda a resolver». «En la visita a cada monasterio, tuve la oportunidad de preguntar y aclarar todas las dudas que tenía sobre esta vida; ver y conocer a las Hermanas de cada comunidad con su experiencia de vida; hablar con ellas… Con las chicas que hicieron la ruta, pude compartir muchas cosas: un mismo sentir, buscar y… ¡hasta un mismo dudar!».

Descubrió su llamada a la vida religiosa. Después, hizo una experiencia vocacional en un monasterio de León, y se sintió atraída por su carisma. Inició el postulantado y, «si Dios quiere, en febrero hará la profesión de votos temporales. Da gracias a Dios por el don de la vocación que le ha regalado. Está feliz en ese camino de seguimiento de Cristo. Él llena plenamente su vida, y está segura de que, en comunión de vida con Él, su vida desde el silencio y la soledad es fecunda para la Iglesia y para todos los hombres. Anima a todas las jóvenes que se sienten atraídas por la vida consagrada a que, como María, pronuncien su Hágase: no se arrepentirán de haberse entregado al Amor».

Les estoy eternamente agradecida

Capilla del Convento de Santa Cruz (MM. Clarisas)Otra de las jóvenes recuerda que fue «una de las mejores experiencias de mi vida. Descubrí el verdadero cristianismo que no encontraba a mí alrededor, en el entorno donde vivo. Conocimos a unas mujeres maravillosas, que nos cuidaron mucho y nos enseñaron a querer a los demás, a hacer oración con la Lectio divina, y a conocer el valor de la liturgia y del modo de vida que siguen. Nos formaron, pero antes, nos amaron y nos acogieron con un calor especial. Les estoy eternamente agradecida». Allí conoció a otras chicas que estaban en una situación muy parecida a la suya: «Aunque éramos muy diferentes entre nosotras, todas nos queríamos mucho, porque teníamos lo más importante en común, que es esa inquietud por buscar la verdad y encontrar a Cristo. Algunas de ellas se comprometieron libremente a vivir una vida consagrada. Pero mi consagración fue a través del matrimonio con un hombre creyente como yo, con el que vivo diariamente nuestra vocación cristiana». María José considera la ruta «un regalo de Dios para enseñarme a ser mejor cristiana y mejor docente».

Otra también relata que conoció la ruta a través de Internet: «Me lancé. Era el primer viaje que hacía sola, pero no tenía miedo. Enseguida, conocí a las chicas y a las Hermanas, y estaba como en familia. Todas las excursiones a los distintos monasterios fueron muy enriquecedoras; y todas las Hermanas, muy amables y cariñosas». Para ella, lo más importante de la ruta fue «compartir la oración, las miradas y saludos de las Hermanas, tan llenos de significado y tan transformadoras; y estar más atenta y cerquita del Señor. Muy enriquecedor también fue conocer a mis compañeras de ruta. Hemos compartido inquietudes, experiencias que no olvidaremos nunca. Todas hemos descubierto en esta ruta lo que el Señor quiere para nosotras; y es que le digamos: Hágase tu voluntad».

Modos de realizar la ruta

En el blog contemplativasenruta.blogspot.com pueden verse las opciones de cómo realizar la ruta: en grupo —hay fechas ya fijadas—; visitando una comunidad cada fin de semana; y de forma personalizada —a convenir en función de las necesidades y tiempo de cada persona.

También puede ponerse en contacto con nuestro “Monasterio de Santa Cruz” de las RV. MM BENEDICTINAS en Sahagún (León).

Artículo de E. García Romero  publicado en Alfa y Omega nº 768
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San Antonio Abad, fundador de la vida monástica.

El 17 de enero es la fiesta de San Antón Abad fundador de la vida monástica que tanto atrajo a los jóvenes de la época.

Nació el año 251, en una aldea del sur de Menfis, del Alto Egipto, de familia cristiana, pero iletrada, como lo fue él. A los veinte años heredó una gran fortuna a la muerte de sus padres y tuvo que cui­dar a su hermana menor. Un día, en la iglesia, oyó leer al diácono, las palabras del evangelio: «Ve, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y ten­drás un tesoro en los cielos» (Mt. 19,21) y, lo que no aceptó aquel joven a quien Jesús las dirigió, las puso en práctica Antonio, reservándose lo necesario para vivir.

Poco después volvió a oír: «No os preocupéis por el mañana» (Mt 6,34), y terminó de vender lo que aún poseía. Colocó a su hermana en una especie de monasterio femenino, y se retiró a vivir en un paraje, cercano a su pueblo, para vivir al estilo de otro anciano eremita; siguió a Cristo buscándole en la soledad escondido en un sepulcro, luego en la inmensa soledad de los desiertos.  Allí se puso a hablar con Dios. Y surgió la fecundidad, porque aquel hombre diminuto, como semilla sobre la tierra, llevaba la vida y la verdad.  A él acudían de todos lados los buscadores de Dios.

San Antón, como se le llama en España, ha sido y es santo de devoción extendida, que hoy perdura en muchos pueblos.

Durante la Edad Media su culto se difundió por Oriente y Occidente. San Atanasio, escribió su vida de autenticidad indudable, con la que hoy contamos para nuestra información. San Atanasio describe sus tentaciones famosas. El demonio le atacó primero con imaginaciones obscenas, y se le apareció él mismo en forma de mujer seductora y de negro amenazador. La oración, la mortificación y la vigilancia exquisita de los sentidos dieron al Santo la victoria. Conseguida ésta, se retiró todavía más al interior del desierto, donde un amigo le llevaba pan de vez en cuando. El demonio tornó de nuevo al ataque, ahora con gran aparato de ruidos, recurriendo también a su presencia visible y una vez le dio una paliza tan enorme, que su amigo lo encontró sin sentido. Al recobrarse, clamó al Señor: «¡Dios mío!, ¿dónde has estado este tiempo?» El Señor le contestó: «Siempre junto a ti».

Antonio era iletrado, pero sapientísimo. Ya lo había dicho Jesús: «Te alabo. Padre, porque ocultas­te estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños». Antonio  estaba tan lleno de sabiduría divina,  que su palabra todavía late en los escritos de los autores sobre la santidad.

Vida Penitente

Desde el año 272 hasta el 285, observó una vida penitente y retirada, aun­que no del todo solitaria, en las proximidades de la ciudad y aun dentro de ella. Sin embargo, en ese año San Antonio inaugura la vida completa de soledad, cruzando el Nilo y refugiándose, no en las cercanías de Koman, sino en lo alto de un monte, en el que pasó cerca de treinta años, sin ver más que a un hombre que le llevaba pan una vez cada seis meses. Comía seis onzas de pan mojadas en agua y algunos dátiles, una vez al día, al ponerse el sol. y fueron frecuentes las veces en que pasó tres y cuatro días sin probar bocado y a pesar de su austeridad, se mantenía tan fuerte y saludable que más de un extranjero le reconoció entre sus discípulos por la alegría del rostro.

Discípulos y monasterios

En efecto, le llovían muchas solicitudes, que le obligaron el año 305 a fundar varios monasterios, casi todos constituidos por celdas independientes, que visitaba de vez en cuando, lo que le ocasionó escrúpulos de conciencia por romper la soledad. Para visitarlos tenía que atravesar, y lo hacía tranquilamente, un río, infestado de cocodrilos: Podemos imaginarnos cuál sería la formación ascética y mortificada que daría a sus monjes. Sin embargo, insistía en que la perfección no consiste en la penitencia, sino en el amor. Les recalcaba el pensamiento de la muerte, haciéndoles imaginar que no terminarían el día o la noche. Hoy se puede decir que la gente cree que no hay más vida que ésta, en consecuencia hay que disfrutarla y procurar no morirse nunca, tal es la valoración que hacen de sus propios cuerpos. En el año 311 Antonio se presentó en la ciudad de Alejandría. Maximiano había recrudecido su persecución, y el Santo, con su túnica de pieles blancas, bajó a consolar a los posibles mártires. En cuanto renació la paz, volvió él a su monasterio, de donde salió para fundar otro monasterio, cerca del Nilo, aunque él siguió viviendo en su montaña. Allí continuó alternando el trabajo manual con la oración, hasta que el arrianismo le sacó otra vez de su Tebaida y le llevó a Alejandría, donde sus sermones y milagros convirtieron a muchos.

El fundador de la vida monástica

Antonio bajaba al desierto. Las ciudades se despoblaban y rebosaban las grutas y las ermitas. Surgió una nueva sociedad de hombres que seguían una forma de vida, aparentemente vie­ja, pero auténticamente original, la comunidad cristiana depurada, el programa del evangelio hecho carne. Aquellos primeros monjes vivían cantando al Señor y meditando, trabajando con sencillez y mortificando la carne, peleando con demonios y elevando a profesión la más bella caridad.  En aquellos desiertos se empezó a sistematizar el canto de los salmos según las horas del día y a leer la escritura distribuida en leccio­nes. Se estrenaba el oficio divino, y la meditación del evangelio a determinadas horas. La vida era durísima. Pan, agua y sal constituían la comida diaria; algunas verduras cocidas en agua la comida de invitados. Al ponerse el sol era la hora del refrigerio único, el pan se guardaba en agua más de seis meses, ¿aquello era comer? Se inventó la interrupción del sueño levantándose a cantar, se instituyó el cilicio perpetuo sobre la carne, se hizo de las pieles de animales el primer hábito y se descubrió que había un modo de trabajar elemental y sencillo, que consistía no en producir, como hoy decimos, sino en alabar al Señor tejiendo mimbres para esteras y cestas que se daban a los pobres. Y todo en fraternidad en que aprendieron por fin los hombres el arte de ser humildes y de ser sinceros, en fraternidad y sumisión al superior que era abad, es decir padre. Y todo batallando perpetua­mente con demonios de toda especie, que convertían el desierto y después los monasterios y los conventos en auténticas palestras. Había nacido la vida religiosa. Sólo faltaba su proyección social. Antonio se la dio y acudía a Alejandría cuando el obispo le llamaba. Unas veces para exhortar al marti­rio -eran los tiempos de Maximiano-, otras para discutir con los filósofos paganos, o para increpar a los primeros arrianos y otros herejes, también para escribir a Constantino, el primer emperador cristiano, y siempre para volverse a su “palacio” con aquellos príncipes del amor que con el tiempo iban a extender su invento por Oriente y Occidente. Heráclides, Isidro, Pablo, Basilio, Gregorio, Casiano.

Maestro de santidad

Fue San Atanasio, su más glorioso biógrafo, quien nos dejó ordenada la límpida corriente de su doctrina de abad, aquel pan de cielo que él partía con cientos de hijos, allá cuando el sol se ponía en lontananza y aullaban los chacales del desierto. Los temas elemen­tales de aquella soberana pedagogía se reducían a tres; modo fuerte de luchar contra los demonios, un modo sencillísimo de hacer el servicio de Dios y una sólida interpretación de esta vida como espera y palenque. Su arte de pelear, su estrategia divina es extensa y escasa en normas, reglas y consejos. Afirma que los demonios combaten a los monjes, cosa que no hacen con los mundanos. La oración y el ayuno de que habló el Señor son las armas invencibles, pero él añade por su cuenta otras dos ingenuas, encantadoras, infantiles, Antonio escupe al demonio cuando éste se le presenta, Le ahuyenta con la señal de la cruz. Podemos creer que a él se debe desde entonces la costumbre de hacer la señal de la cruz y creer en su eficacia. Buen invento que sólo pudo hacer un niño o un ángel. Antonio inculca sin cesar a los monjes que ellos son los siervos del Señor. Su vida monacal es su servicio, servicio pues el canto de los salmos a hora prima y a hora tercia, servicio, la penitencia y la abstinencia, servicio la lección y el trabajo humilde de los cestos. Servicio y es­pera de la vida eterna. Aquí es donde Antonio trasciende y explica lo que a nosotros se nos hace tan inexplicable: aquella manera de vivir. Antonio no cesa de inculcar que la vida es breve y la eternidad es sin fin, que las cosas de abajo son pequeñas si se las compara con las de arriba y que la hora del paso, de la cita con Dios, de la hermosa muerte, es incierta, lo que obliga a estar siempre en espera, en tensión siempre.

La alegría del espíritu

Su austeridad extrema puede inducirnos a creer en la doctrina y ejemplo de un hombre pesimista que nos vino a amargar la existencia. Sin embargo no es así. Una mina deliciosa de optimismo encontramos en la doctrina de Antonio. El gran penitente habla poco de pecados y mucho de la bondad de nuestra alma. “Su integridad principal, nos dice, no ha sido manchada nunca por nada.” Dios no hace nada mal hecho, somos buenos y nuestro deber está en guardar el alma buena que el Creador nos dio. Es tal el optimismo de este santo tan duro, que al llegar a mencionar a sus enemigos más terribles, los demonios, contra los que nunca cesó de luchar, insiste en que ellos no son malos por naturaleza sino por su voluntad. ¿Habría leído Juan Jacobo Rouseau estas animosas palabras del santo que no se fue a la Arcadia sino al desierto a hacer penitencia? Antonio pide y enseña sin cesar, que es menester conservar la santa “laetitia”, esa divina alegría sin la cual la virtud y dureza de sus hombres no será ni buen servicio al Dios que nos hizo buenos, ni buena espera de un cielo, que por ser también bueno, hay que saber esperarlo alegre­mente. Frente a la angustia de los tiempos modernos, que son los tiempos blandos, ¡cómo conforta encontrar en Antonio la armonía y alianza de las dos posiciones contrarias a lo nuestro, la dureza y la alegría!.

Su muerte

A los ciento cinco años, conociendo su fin próximo, repartió su herencia, enviando una túnica de piel de cordero a San Atanasio, como símbolo de la unidad de su fe con el campeón de la Santísima Trinidad, y otra al obispo Serapión. La historia de los símbolos con que es representado San Antón es muy variada.

Suele representársele con un báculo en forma de cruz, por su dignidad abacial, o como recuerdo del signo que tanto usó para rechazar al demonio, o con la campanilla, un cerdito o un libro, y alguna vez con unas llamas. El simbolismo del libro se refiere al de la naturaleza que decía leer, o a las reglas de los monjes, aunque no escribió ninguna. El cerdito ha dado lugar a una evolución curiosa. Al principio, representaba al demonio y las tentaciones impuras con las que le acometió, pero en el siglo XII se consideró al cerdo animal relacionado con el Santo, por los cerdos que se vendían para dar limosnas a los pobres. Se les ponía un cascabel en la nariz y se los alimentaba gratuitamente por las casas donde se metían, y así se llegó a la protección sobre los animales. A San Antonio Abad se le cita en el canón de las liturgias bizantina, copta y armenia. Antonio tenía noventa años, ya era hora para esperar al Señor. Huyendo de la fama se había retirado con los dos discípulos predilectos, Amato y Macario, a lo más profundo del desierto. Allí va a morir a los ciento cinco años y despidiéndose de ellos expiró dulcemente, el 17 de enero del año 356, dejando en testamento que le entierren donde nadie pueda saberlo, «ya me verán, dijo sonriendo, el día en que mi cuerpo resucite para siempre».

Démosle las gracias por su vida y por su obra tan fructífera en el tiempo.

 

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Fallecimiento Sor María Jesús

Os comunicamos que Nuestra querida hermana María Jesús Casas de Poza ha pasado a la Casa del Padre en la Aurora del dia 5 de enero de 2012 en su Casa, el Monasterio de Santa Cruz de Sahagún.

Nuestra Hermana, María Jesús Casas de Poza, nace en 1920, en un pueblecito de León, Villazanzo de Valderaduey, en el seno de una familia profundamente cristiana, es la cuarta de siete hermanos.

Ingresó en el Monasterio de Santa Cruz de Sahagún en 1933, durante dos años y siete meses estuvo como niña educanda, aprendió música y tomó el hábito con el cargo de organista, cargo que ha desempeñado hasta pocos días antes de su fallecimiento.

Profesó los votos solemnes en 1941. Fue priora y maestra de novicias, pero su gran pasión ha sido el Oficio Divino, era la primera que acudía al oratorio siempre con gran fervor y entusiasmo. Otra de sus grandes virtudes, fue el profundo amor por su Comunidad, atenta y diligente a las necesidades de cada una de sus Hermanas, laboriosa y tenaz en el trabajo.

Su enfermedad la acogió con elegancia y calladamente sin queja alguna. Damos gracias a Dios por el regalo que es nuestra hermana, por su vida y por su muerte.

La encomendamos a su oración.

La Abadesa y Comunidad de Santa Cruz de Sahagún.

Agradecemos la reseña en el blog Cristo te llama.

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Voto de silencio

El voto de silencio es uno de los mitos dentro de la Iglesia Católica.

En ninguna orden religiosa de la Iglesia Apostólica Romana se profesa el voto de silencio, ni siquiera en las que tienen fama de más penitencia, como los cartujos o los trapenses. Existe un voto, entendido como obligación, entre los seglares durante las procesiones de Semana Santa, en el que prometen guardar silencio hasta el final de la procesión.

Puede que durante la historia hubiese religiosos que voluntaria e individualmente decidiesen hacer este tipo de voto, pero en lo que se refiere a las constituciones y reglas de las órdenes contemplativas no aparece en ninguna de ellas. San Benito (480-547 d.C.) habla en su «Regula Monachorum», de evitar la conversación innecesaria, pero nunca prohíbe hablar, sería absurdo entre personas que viven en una comunidad porque deben entenderse de alguna manera. Es cierto que entre los cistercienses de estricta observancia desde el s. XVII hasta los años 1960, después del Concilio Vaticano II, se practicaba un código de signos gestuales, pero esto únicamente se usaba en zonas donde no se debía hablar como es el claustro o el oratorio.

Los tres votos comunes a todas las órdenes y congregaciones religiosas católicas son: castidad, pobreza y obediencia. Estos votos imitan a Cristo, que fue casto, nació y vivió pobremente, y fue obediente al Padre hasta su muerte en la cruz, de aquí que también se conozcan como consejos evangélicos. Algunas congregaciones de vida activa, como las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta, añaden un cuarto voto prometiendo servir a los pobres.

La práctica del silencio estaría enmarcada dentro de lo que san Benito llamaba «conversio morum suorum», esto es comportarse propiamente como un monje o «conversión de costumbres», pero sin hacer voto de ningún tipo, simplemente asumiendo el silencio por respeto hacia un lugar y una comunidad de oración.

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Prioratos

Aunque su significado religioso ha ido cambiando a lo largo de su historia, en la Edad Media se refería a un establecimiento monástico, generalmente poco importante, que estaba bajo la dependencia de una abadía. Los monjes estaban destinados allí provisionalmente por la casa madre y se encargaban de gestionar y enviar las rentas a su abadía. A su vez, los prioratos disponían de iglesias que eran construidas y mantenidas por la Abadía Madre.

No obstante, cuando un priorato alcanzaba una cierta autonomía, tanto de personal (por el número de monjes y novicios), como económico, el priorato podía ser elevado a abadía. La iglesia se hacía entonces iglesia abacial y en lugar de un prior, la comunidad de monjes nombraba un abad.

En la Edad Media, los habitantes de la comarca, de un priorato, debían pagar impuestos a éstos, por instalar un hogar para la familia, los tenderos en los días de feria también debían pagar un arancel y los habitantes tenían prohibido tener un molino propio por lo que debían usar el molino del priorato y también pagar impuestos. La ley les obligaba a esto y podían ser penados desde una multa económica hasta la horca.

El número de monjes de un priorato era muy variable según la época y los lugares donde se establecieron, desde un único monje que desempeñaba las funciones de vicario o representante del prior, hasta una verdadera comunidad monástica importante que, con rango de abadía, podía a su vez disponer de otros prioratos dependientes.

De esta manera, un priorato es una casa de hombres o mujeres que han hecho votos religiosos, liderados por un prior o priora.

Los prioratos pueden ser casas de frailes mendicantes o hermanas religiosas (como los dominicos, agustinos y carmelitas, por ejemplo), o monasterios de monjes o monjas (como los cartujos o los jerónimos).

Los benedictinos y las órdenes y congregaciones que siguen su regla (cistercienses y trapenses entre ellos), los premonstratenses y las órdenes militares hacen la distinción entre prioratos de convento y simples o de obediencia.

Los Prioratos de convento son aquellas casas autónomas donde no existen abades, tanto porque el número de 12 monjes canónicamente requerido no ha sido alcanzado como por alguna otra razón. En el presente, las órdenes benedictinas tienen 27 prioratos de convento. Los Prioratos Simples o De Obediencia están bajo la dependencia de abades. Su superior que depende en todo del abad, se llama simplemente prior de obediencia.

Algunos prioratos en España

Durante el siglo XI, los principales prioratos cluniacenses eran los de San Zoilo en Carrión de los Condes y Santa María en Nájera.

Otros significados religiosos de Priorato

Durante la Edad Media, en Inglaterra, todos los monasterios anexados a las catedrales eran conocidos como prioratos de catedral.

Un priorato es también una circunscripción administrativa, particularmente en la organización de las órdenes hospitalarias.

Originalmente, los prioratos eran instituciones católicas. Pero existe un caso especial de priorato ecuménico de la Comunidad de Taizé.

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La Orden Cisterciense de la estricta observancia

La OCSO (Ordo Cisterciensis Strictioris Observantiae), conocida como Orden de la Trapa cuyos miembros son popularmente conocidos como trapenses se fundó en el Monasterio de la Trapa, ubicado en Orne, Baja Normandía (Francia), donde su abad, Armand Jean le Bouthillier de Rancé, lideró en 1664 una reforma de la Orden del Císter a la que pertenecía el monasterio, renunciando a todas las dispensas autorizadas por la Santa Sede y retornando a la primitiva observancia y regla del patriarca San Benito, evitando la relajación que consideraba se estaba produciendo en algunos monasterios cistercienses.

Observan la regla austera de esta venerable orden, la  cual aspiran seguir sin lenitivos.

El hábito lo forman una túnica blanca, escapulario negro (blanco los novicios) y correa marrón clara, colocada a modo de cíngulo, por encima del escapulario.

La Orden en España

Esta reforma hecha por Armando perseveró hasta 1791 en Francia. Pero a los monjes de la Trapa se les impuso abandonar su vida monástica debido a los acontecimientos revolucionarios franceses.

El padre don Agustín tranquilizó a los monjes y se ofreció para practicar todas las diligencias necesarias para conseguir un nuevo monasterio. Pasó al cantón de Friburgo en Suiza para solicitar del senado el permiso de un establecimiento religioso en su territorio. Obtuvo un destino a la nueva colonia cisterciense para que la disfrutasen con todos los privilegios que gozaron en Trapa, siéndole concedida una pequeña cartuja abandonada trece años antes situada en montes casi inaccesibles y nieves perpetuas. Salieron algunos monjes para Suiza en mayo de 1791 y llegaron a Friburgo donde fueron recibidos por el obispo después de penoso viaje y se dirigieron al Valle Santa.

Los sesenta y cuatro que se quedaron en el monasterio de La Trapa, Francia,  pensando que las cosas iban a calmarse vieron cómo su monasterio era vendido a unos mercaderes de hierro y convertido en un fragua para el hierro y otros menesteres industriales. Los monjes fueron echados de malas maneras del lugar y se dirigieron a Friburgo confiados en que sus hermanos les dieran asilo. Y así ocurrió, aunque pobres y con falta de sitio para acogerlos y sustentarlos, el rector del monasterio les abrió las puertas. Pero viendo imposible de acogerlos por mucho tiempo a estos sesenta y cuatro monjes, determinó enviar dos monjes comisionados a España para suplicar al rey Carlos IV de España la gracia especial de un trozo de tierra en algún yermo de su dilatado imperio donde fijar su morada y procurarse la subsistencia.

El padre Gerásimo y el padre Juan fueron los dos monjes comisionados que partieron de Valle Santa para España en el mes de marzo de 1793 en su ruta hacia Madrid, pasando por Lucerna, al pasar por el monte San Gotardo  casi pierden la vida por el frío,  fueron socorridos por unos capuchinos que tenían un hospicio en la cumbre de la montaña. De allí fueron a Génova donde embarcaron, llegados a Barcelona se hospedaron en el convento de Santes Creus. Después se dirigieron a un monasterio de Zaragoza llamado el de Santa Fe para llegar definitivamente a Madrid e instalarse en el monasterio de Santa Ana. En Madrid se colocaron bajo la protección del duque de Híjar por el cual presentaron al rey un memorial solicitando un terreno para vivir en él. El rey accedió a sus ruegos y acordó darles la granja llamada de Santa Inés en Murcia. El abad de Valle Santa enterado de las buenas gestiones envió para España desde Suiza diez religiosos para la Fundación Española el 2 de febrero de 1794.

Pero como la granja había pertenecido a los jesuitas y era de gran valor, los monjes negociadores dejaron en suspenso la concesión y los monjes llegados de Suiza que se habían instalado en Reus con los padres franciscanos fijaron su residencia en una ermita llamada “La Misericordia” a poca distancia de Reus al enterarse del suspenso de la concesión.

Posteriormente se trasladaron al Monasterio de Poblet donde fueron acogidos por el vicario general del monasterio, a quien entregaron las reliquias que habían traído de Suiza.

Las negociaciones para que estos sesenta y cuatro monjes trapenses tuvieran tierras propias para instalarse prosiguieron y el vicario general de Aragón propuso el monasterio de Escarpe la cesión de un priorato que tenía en las inmediaciones de las villas de Maella y Fabara y el monasterio convino desde luego a la cesión y aunque el edificio estaba en malas condiciones se mandó a gente para arreglarlo y su puesta en funcionamiento el día 4 de enero de 1796 donde llegaron finalmente los diez monjes trapenses.

A causa de la expulsión de los trapenses del territorio francés, además de las fundaciones anteriores  se establecieron uno en Westfalia, otro cerca de Turín, dos en Valais y otro en el ducado de Norfolk en Inglaterra.

La Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia comprende hoy en día cerca de 2.000 monjes y 1.700 monjas, repartidos en 106 monasterios masculinos y 76 monasterios femeninos.

A los trapenses pertenecen, entre otros: San Rafael Arnáiz Barón, llamado el Hermano Rafael; los siete monjes asesinados en el Monasterio de Tibhirine, en el Atlas de Argel; entre ellos se debe mencionar su prior, Christian de Chergé.

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