La cuaresma de una monja II

«La oración sea breve y pura»
(Regla de San Benito)

¿Se puede vivir siempre como si fuera Cuaresma?

Capilla clausuraMi Cuaresma de monja consiste en volver a recibir como un regalo, pero con toda conformidad y verdad, la herencia de Jesús.

Dos cosas, ante todo, me propone san Benito en su Regla respecto a la Cuaresma: que toda mi vida debe ser una Cuaresma, y que en este tiempo litúrgico debo tratar de enmendar las negligencias del resto del año.

La experiencia de la propia nada y de la misericordia divina, a Quien no le basta perdonar las faltas de su criatura, sino que se abaja a tener trato de amistad con ella, hacen que uno desee la Cuaresma.

No es mérito nuestro

Porque reparar las faltas pasadas no es otra cosa que acoger la misericordia de Dios, que sale a mi encuentro. Cuando me sorprendo pensando que esta humilde y generosa iniciativa parte de mi yo, serenamente la rechazo, considerando la total incapacidad de reparar nada por mí misma. Y si se trata de enderezar la conducta errónea de algunas de mis actuaciones, procuro desautorizar la insaciable sed de atribuirme el mérito de tales arrestos de conversión.

La gente pensará que las monjas vivimos perennemente en una paz beatífica. Si se supiera a lo que estamos obligadas…; pero el conocimiento sobrenatural de la Sagrada Escritura me ayuda: «Sin mí, no podéis hacer nada» y el compendio de La Regla «Y no desesperar jamás de la misericordia de Dios», me estimula.

Retablo altar mayorSi Cuaresma, en nuestra mente, concuerda con la imagen popular desenfocada de lo que significa este tiempo, y en el corazón no se tiene la ilusión de reparar las faltad de amor que continuamente hacemos al dulce Huésped del alma, entonces la Cuaresma es desagradable. Pero si una desea dejarse llevar por lo que el Espíritu está siempre alentando al alma, y se apresta a poner atención a ese clamor del Espíritu, que hace salir a la luz su condición de hija de Dios, entonces el silencio interior y exterior, el tener sujetos los sentidos, para que sea el Espíritu quien guíe nuestra vida, se siente como una necesidad, y una fatiga salir de ese estado. Y si todavía me parece que Dios no oye mis oraciones, he de purificar mi visión hasta percibir la obra silenciosa de Quien se ha complacido en darme constancia y paciencia, a pesar de ser tan desagradecida e indiferente a su amor.

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La cuaresma de una monja I

Si usted es de esos a los que les da una insufrible pereza vivir el tiempo de Cuaresma, porque sólo tiene disposición para la vigilia de los viernes, o le suena mal la palabra penitencia, es que no conoce realmente, lo que significa este tiempo litúrgico.Capilla peregrinos

Una monja de nuestra comunidad benedictina explica, desde su experiencia espiritual, qué es y en qué consiste, verdaderamente, tener espíritu cuaresmal.

Una monja es una cristiana llamada por Dios a ser testigo de su amor en el mundo. Testigo del amor desbordante de un Padre que quiere tener relaciones de tan estrecha amistad con los hombres, que busca desposarse espiritualmente con cada uno, en particular.

Santa EscolásticaJesús eligió a sus apóstoles y discípulos para que estuvieran con Él. Y esto no ha dejado de hacerlo con sacerdotes y religiosos, sin excluir llamadas a consagrarse a personas de toda condición y estado. Pero el objetivo último de esta elección es que todos los seres humanos se sepan llamados a establecer esas relaciones esponsales con Dios en la vida terrena. En el momento presente, soy una de esas elegidas afortunadas. Afortunada, sí, pero quizás muchos confundan la fortuna de estar con Él aquí, en este mundo, con el bienestar terreno que proporcionan la buena fama, los bienes materiales y los placeres. Estar con Jesús, significa que tengo que estar donde Él estuvo, en su misión de siervo sufriente desde que nació. Perseguido, pobre, calumniado, y condenado en la Cruz también por los que se habían beneficiado de sus milagros y le habían aclamado unos días antes.

Estar con Jesús significa hacerle presente como alma misericordiosa, sufriente y orante.
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Lourdes 2009

«Un paso adelante»

Aquella, podría decirse que se trataba de una peregrinación más, pero no fue así, aunque las motivaciones y la ilusión fueran similares a las de la primera vez. Pienso que la finalidad de esta peregrinación era la disponibilidad hacia los enfermos, entregarse a la misión de servicio encomendada. Al final, el sostén es mutuo. El encuentro con personas conocidas años anteriores, hace que sea también un viaje para compartir deseos, esperanzas, proyectos. No es lo mismo acompañar a un enfermo que ofrecerles manos y oídos atentos a sus preocupaciones y necesidades. Este viaje, me transformó: no sólo hay enfermos físicos de cuerpo . Yo, estaba enferma de orgullo, de autosuficiencia, y me dejé tocar y me tocó su serenicdad ante el dolor. El hecho de verlos aceptando su enfermedad y fueran capaces de vivir ese instante con alegría, hizo que mi interior clamara. La luz, es más clara hoy que ayer, porque hoy me han ayudado a comprender que el camino se hace paso a paso, que hay que poner esperanza al avanzar, que la fe no es conquista de un día, sino que es un proceso en contínuo crecimiento, que el amor es el lema para caminar juntos, que hay que abandonarse más en Dios y en María, para llegar al FIAT que Ella dio. La experiencia de esta 36º peregrinación a Lourdes me transformo, me olvidé de mi misma. Pude orar y hallar silencio en momentos de recogimiento interior para madurar mi  fe, débil, aún. Ahora, María, sé Tú mi guía y condúceme  por el camino que lleva a Jesús por esa ladera ascendente hacia la Cruz. Que sea capaz de aceptarla sin reserva y sin miedo, que sea capaz de morir y dar mucho fruto.

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Figura de San Benito presentada por Benedicto XVI

Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 9 de abril de 2008, dedicada a presentar la figura de San Bentio de Nursia)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy voy a hablar de san Benito, fundador del monacato occidental y también patrono de mi pontificado. Comienzo citando una frase de san Gregorio Magno que, refiriéndose a san Benito, dice: «Este hombre de Dios, que brilló sobre esta tierra con tantos milagros, no resplandeció menos por la elocuencia con la que supo exponer su doctrina» (Dial. II, 36). El gran Papa escribió estas palabras en el año 592; el santo monje había muerto cincuenta años antes y todavía seguía vivo en la memoria de la gente y sobre todo en la floreciente Orden religiosa que fundó. San Benito de Nursia, con su vida y su obra, ejerció una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización y de la cultura europea.

La fuente más importante sobre su vida es el segundo libro de los Diálogos de San Gregorio Magno. No es una biografía en el sentido clásico. Según las ideas de su época, san Gregorio quiso ilustrar mediante el ejemplo de un hombre concreto —precisamente San Benito— la ascensión a las cumbres de la contemplación, que puede realizar quien se abandona en manos de Dios. Por tanto, nos presenta un modelo de vida humana como ascensión hacia la cumbre de la perfección.

En el libro de los Diálogos, San Gregorio Magno narra también muchos milagros realizados por el santo. También en este caso no quiere simplemente contar algo extraño, sino demostrar cómo Dios, advirtiendo, ayudando e incluso castigando, interviene en las situaciones concretas de la vida del hombre. Quiere mostrar que Dios no es una hipótesis lejana, situada en el origen del mundo, sino que está presente en la vida del hombre, de cada hombre.

Esta perspectiva del «biógrafo» se explica también a la luz del contexto general de su tiempo: entre los siglos V y VI, el mundo sufría una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres. Al presentar a san Benito como «astro luminoso», san Gregorio quería indicar en esta tremenda situación, precisamente aquí, en esta ciudad de Roma, el camino de salida de la «noche oscura de la historia» (cf. Juan Pablo II, Discurso en la abadía de Montecassino , 18 de mayo de 1979, n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de mayo de 1979, p. 11).

De hecho, la obra del santo, y en especial su Regla, fueron una auténtica levadura espiritual, que cambió, con el paso de los siglos, mucho más allá de los confines de su patria y de su época, el rostro de Europa, suscitando tras la caída de la unidad política creada por el Imperio Romano una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe cristiana compartida por los pueblos del continente. De este modo nació la realidad que llamamos «Europa».

La fecha del nacimiento de san Benito se sitúa alrededor del año 480. Procedía, según dice san Gregorio de la región de Nursia, ex provincia Nursiae. Sus padres, de clase acomodada, lo enviaron a estudiar a Roma. Él, sin embargo, no se quedó mucho tiempo en la ciudad eterna. Como explicación totalmente creíble, san Gregorio alude al hecho de que al joven Benito le disgustaba el estilo de vida de muchos de sus compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta, y no quería caer en los mismos errores. Sólo quería agradar a Dios: «soli Deo placere desiderans» (Dial . II, Prol. 1).

Así, antes de concluir sus estudios, san Benito dejó Roma y se retiró a la soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad eterna. Después de una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy Affile), donde se unió durante algún tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo eremita en la cercana Subiaco. Allí vivió durante tres años, completamente solo, en una gruta que, desde la alta Edad Media, constituye el «corazón» de un monasterio benedictino llamado «Sacro Speco» (Gruta sagrada).

El período que pasó en Subiaco, un tiempo de soledad con Dios, fue para san Benito un momento de maduración. Allí tuvo que soportar y superar las tres tentaciones fundamentales de todo ser humano: la tentación de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza.

San Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido estas tentaciones podía dirigir a los demás palabras útiles para sus situaciones de necesidad. De este modo, tras pacificar su alma, podía controlar plenamente los impulsos de su yo, para ser artífice de paz a su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios en el valle del Anio, cerca de Subiaco.

En el año 529, san Benito dejó Subiaco para asentarse en Montecassino. Algunos han explicado que este cambio fue una manera de huir de las intrigas de un eclesiástico local envidioso. Pero esta explicación resulta poco convincente, pues su muerte repentina no impulsó a san Benito a regresar (Dial. II, 8). En realidad, tomó esta decisión porque había entrado en una nueva fase de su maduración interior y de su experiencia monástica.

Según san Gregorio Magno, su salida del remoto valle del Anio hacia el monte Cassio —una altura que, dominando la llanura circunstante, es visible desde lejos—, tiene un carácter simbólico: la vida monástica en el ocultamiento tiene una razón de ser, pero un monasterio también tiene una finalidad pública en la vida de la Iglesia y de la sociedad: debe dar visibilidad a la fe como fuerza de vida. De hecho, cuando el 21 de marzo del año 547 san Benito concluyó su vida terrena, dejó con su Regla y con la familia benedictina que fundó, un patrimonio que ha dado frutos a través de los siglos y que los sigue dando en el mundo entero.

En todo el segundo libro de los Diálogos, san Gregorio nos muestra cómo la vida de san Benito estaba inmersa en un clima de oración, fundamento de su existencia. Sin oración no hay experiencia de Dios. Pero la espiritualidad de san Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y precisamente así nunca perdió de vista los deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus necesidades concretas.

Al contemplar a Dios comprendió la realidad del hombre y su misión. En su Regla se refiere a la vida monástica como «escuela del servicio del Señor» (Prol. 45) y pide a sus monjes que «nada se anteponga a la Obra de Dios» (43, 3), es decir, al Oficio divino o Liturgia de las Horas. Sin embargo, subraya que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha ( Prol. 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos», afirma (Prol. 35).

Así, la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda entre acción y contemplación «para que en todo sea glorificado Dios» (57, 9). En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, que hoy con frecuencia se exalta, el compromiso primero e irrenunciable del discípulo de san Benito es la sincera búsqueda de Dios (58, 7) en el camino trazado por Cristo, humilde y obediente (5, 13), a cuyo amor no debe anteponer nada (4, 21; 72, 11), y precisamente así, sirviendo a los demás, se convierte en hombre de servicio y de paz. En el ejercicio de la obediencia vivida con una fe animada por el amor (5, 2), el monje conquista la humildad (5, 1), a la que dedica todo un capítulo de su Regla (7). De este modo, el hombre se configura cada vez más con Cristo y alcanza la auténtica autorrealización como criatura a imagen y semejanza de Dios.

A la obediencia del discípulo debe corresponder la sabiduría del abad, que en el monasterio «hace las veces de Cristo» (2, 2; 63, 13). Su figura, descrita sobre todo en el segundo capítulo de la Regla, con un perfil de belleza espiritual y de compromiso exigente, puede considerarse un autorretrato de san Benito, pues —como escribe san Gregorio Magno— «el santo de ninguna manera podía enseñar algo diferente de lo que vivía» (Dial. II, 36). El abad debe ser un padre tierno y al mismo tiempo un maestro severo (2, 24), un verdadero educador. Aun siendo inflexible contra los vicios, sobre todo está llamado a imitar la ternura del buen Pastor (27, 8), a «servir más que a mandar» (64, 8), y a «enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras» (2, 12). Para poder decidir con responsabilidad, el abad también debe escuchar «el consejo de los hermanos» (3, 2), porque «muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor» (3, 3). Esta disposición hace sorprendentemente moderna una Regla escrita hace casi quince siglos. Un hombre de responsabilidad pública, incluso en ámbitos privados, siempre debe saber escuchar y aprender de lo que escucha.

San Benito califica la Regla como «mínima, escrita sólo para el inicio» (73, 8); pero, en realidad, ofrece indicaciones útiles no sólo para los monjes, sino también para todos los que buscan orientación en su camino hacia Dios. Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha mantenido su fuerza iluminadora hasta hoy.

Pablo VI, al proclamar el 24 de octubre de 1964 a san Benito patrono de Europa, pretendía reconocer la admirable obra llevada a cabo por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de la cultura europea. Hoy Europa, recién salida de un siglo herido profundamente por dos guerras mundiales y después del derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de su propia identidad.

Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente. De lo contrario no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, como puso de relieve el Papa Juan Pablo II, provocó «una regresión sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad» (Discurso a la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la cultura, 12 de enero de 1990, n. 1: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de enero de 1990, p. 6). Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino. El gran monje sigue siendo un verdadero maestro que enseña el arte de vivir el verdadero humanismo.

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San Benito declarado Patrono de Europa


El Papa Pablo VI proclamó a San Benito patrón de Europa en 1964 con la carta apostólica «Pacis nuntius». En ella manifiesta que la escribe a la luz del impulso que San Benito dio al consorcio de los pueblos europeos, a la ordenación de la Europa cristiana y a su unidad espiritual.   Reafirmará Juan Pablo II en su Carta Apostólica «Egregiae virtutis», la misma declaración diciendo que «la Iglesia al recordar solemnemente el 1500 aniversario del nacimiento de San Benito, proclamado Patrón de Europa en 1964 por mi venerado predecesor Pablo VI, ha parecido oportuno considerar que esta protección sobre toda Europa destacará más si, a la gran obra del Santo Patriarca de Occidente, añadimos los méritos particulares de los Santos hermanos Cirilo y Metodio». En efecto, el año 480 nace Benito de Nursia, el fundador del monacato en Occidente. Los monasterios benedictinos configuraron la unidad de Europa, desde las costas mediterráneas a la península escandinava, desde Irlanda hasta Polonia.

EVANGELIZACION DE PUEBLOS

Benito, el padre del monacato occidental, marcará el camino para la evangelización de la multitud de pueblos que se extienden por Europa. Los monasterios benedictinos configuraron la unidad del continente, desde las costas mediterráneas a la península escandinava, desde Irlanda hasta Polonia. Pablo VI dice que los hijos de San Benito «llevaron con la cruz, el libro y el arado, la civilización cristiana».  En la Edad Media la fe y la razón no se separaron, la oración y el trabajo encontraron su perfecta armonía. Recordaba Juan Pablo II en 1980, con motivo del XV centenario del nacimiento de San Benito: «no es lícito al hombre fiel a Dios olvidarse de lo que es humano: debe ser fiel también al hombre». Es un resume del lema ora et labora; la oración y la acción deben ir juntas. El amor a Dios no puede separarse del amor a los hombres. Una fe que se encerrara en sí misma no sería comprensible desde el punto de vista cristiano; una acción, por muy bienintencionada que fuera, que no tuviera como referencia la fe, terminaría por volverse estéril. Europa es la tierra de la fe y de la razón, no sólo de ésta última, como nos han asegurado algunos filósofos europeos de los últimos siglos. Si fuera sólo tierra de fe, a semejanza de algunas espiritualidades orientales, sus hombres no habrían conocido el afán de superarse en lo material, en definitiva, eso que se llama progreso. Miremos a la India con la revolución de la rueca de Gandhi. Los benedictinos eran hombres de oración, pero también de libro y arado. Progreso intelectual y progreso técnico en tiempos de los bárbaros. San Benito de Nursia enseñó a los monjes a construir relojes para contar las horas. La regla de San Benito concretaba una serie de horas con las obligaciones, comidas, oraciones y ceremonias a efectuar en cada una de ellas. Los relojes de sol, de agua conseguía el cumplimiento unánime. Tercia mañana, sexta mediodía y nona tarde, eran las horas que se anunciaban en los monasterios y maitines amanecer, prima salida del sol, vísperas ocaso y completas oscuridad, no se anunciaban La hora sexta, dedicada en la regla benedictina al descanso, ha inmortalizado la siesta, trascendiendo al mundo asceta y monacal.

PADRE Y PATRONO DE EUROPA

Con razón podemos considerar a Benito como el Patrón de Europa. Él y sus monjes configurarán los rasgos más determinantes del hombre europeo. Algo que no se debía de haber olvidado ahora en la elaboración de la Constitución Europea. Murió Benito a mediados del siglo VI. Su fiesta se celebra el 11 de julio. Antes que Patrono, san Benito había sido declarado por Pío XII Padre de Europa, en reconocimiento de que su institución monástica había contribuido decisivamente a la creación del espacio espiritual y cultural europeo. En realidad, los monjes benedictinos fueron los primeros que tuvieron conciencia de la nueva realidad postromana, los que sirvieron de puente entre el mundo antiguo y el medioevo, cuando rescataron, cultivaron y transmitieron casi todo el patrimonio grecorromano, sobre todo el pensamiento y el Derecho, dándole además su última y más completa dimensión al injertarlo, como ya habían hecho Pablo y los Padres de la Iglesia, en la matriz evangélica, teológica y espiritual del cristianismo.Ellos también fueron los que orientaron a la nueva sociedad en su configuración social, política, económica, cultural y religiosa; los que hicieron de la diversidad de esos pueblos una comunidad cohesionada en torno a los mismos valores espirituales, morales y humanistas. Los instrumentos de esa obra fueron la cruz y el arado, la oración y el trabajo, la Biblia y el Derecho romano, el libro y la estética litúrgica, la disciplina y la pax monástica. Por eso los monasterios guardan la memoria y el secreto de Europa. Su recinto es el símbolo de ese espacio occidental: en él se condensa el espíritu, la fuerza, la tensión que engendraron al hombre y al alma europeos. La construcción de Europa debiera hacerse con los criterios que forjaron las abadías y las catedrales: ellas fueron la obra común del espíritu, de la sabiduría, de la técnica y del trabajo, armonizados en torno a una visión global centrada en Dios y en el hombre.

SANTIDAD ANTES QUE EVANGELIZACION

Benito no fundó una institución monástica orientada a la evangelización de los pueblos bárbaros, como los demás grandes monjes misioneros de la época, sino que indicó a sus seguidores como objetivo fundamental de la existencia, es más, el único, la búsqueda de Dios: «Quaerere Deum». Sin embargo, sabía que cuando el creyente entra en relación profunda con Dios no puede contentarse con vivir de manera mediocre, con una ética minimalista y una religión superficial. Desde esta perspectiva, se entiende mejor la expresión que Benito tomó de san Cipriano y que, en su «Regla» (IV, 21), sintetiza el programa de vida de los monjes: «Nihil amori Christi praeponere», «No anteponer nada al amor de Cristo». En esto consiste la santidad, propuesta válida para cada cristiano, que se ha convertido en una auténtica urgencia pastoral en nuestra época, en la que se experimenta la necesidad de anclar la vida y la historia en sólidas referencias espirituales. María es modelo sublime y perfecto de santidad, que vivió en constante y profunda comunión con Cristo. Invoquemos su intercesión, junto a la de san Benito, para que el Señor multiplique también en nuestra época hombres y mujeres que, a través de una fe iluminada, testimoniada en la vida, sean en este nuevo milenio sal de la tierra y luz del mundo.

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MM. Benedictinas de Santa Cruz. Celebración de Miércoles de Ceniza

Mañana miércoles 17, celebramos en nuestra iglesia monacal,  la Santa Misa y el rito de la imposición de la Ceniza. Comenzaremos esta Cuaresma 2010, con una celebración penitencial y los correspondientes actos litúrgicos apropiados a cada día cuaresmal. Los invitamos a unirnos todos a la oración de la Iglesia, y a participar en dichas celebraciones,  para pedir frutos abandantes de conversión y las gracias necesarias para seguir siendo «Luz del mundo y sal de la tierra».

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Miércoles de Ceniza

El miércoles de Ceniza: es el primer día de la Cuaresma en los calendarios litúrgicos católico, protestante, y anglicano. Se celebra cuarenta días antes del inicio de la Semana Santa, es decir, del Domingo de Ramos. Este día cae en diferentes fechas año a año, de acuerdo a la fecha móvil de Pascua. Puede acontecer entre el 4 de febrero y el 10 de marzo

Misa del miércoles de Ceniza

Este día, que es para los católicos día de ayuno y abstinencia, igual que el Viernes Santo, se realiza la imposicion de la ceniza a los fieles que asisten a misa. Estas cenizas se elaboran a partir de la quema de los ramos del Domingo de Ramos del año anterior, y son bendecidas y colocadas sobre la cabeza o la frente de los fieles como signo de la caducidad de la condición humana; como signo penitencial, ya usado desde el Antiguo Testamento; y como signo de conversión, que debe ser la nota dominante durante toda la Cuaresma.

¿Por qué miercoles?

Cuando en el siglo IV, se fijó la duración de la Cuaresma en 40 días, ésta comenzaba seis semanas antes de la Pascua (para calcular la fecha de la Pascua se usaba el Computus). Por tanto, un domingo llamado, precisamente, domingo de «cuadragésima». Pero en los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal. Y aquí surgió un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en día domingo por ser «día de fiesta», la celebración del Día del Señor. Entonces, corrieron el comienzo de la Cuaresma al miércoles previo al primer domingo.

Imposición de la ceniza

En el rito católico la imposición de la ceniza es realizada por el sacerdote sobre los fieles. El sacerdote puede hacer una cruz con la ceniza en la frente de los fieles o dejar caer un poco de ceniza en la cabeza de ellos. Mientras lo hace repite las palabras: «conviértete y cree en el Evangelio». También se utilizan las palabras: «recuerda que polvo eres y en polvo te has de convertir», para significar que la vida es efímera.

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Características de la Regla de San Benito

La regla es el fruto maduro de su conocimiento de la Biblia y de la tradición monástica. Es profundamente humana y cristiana. Benito logra ensamblar magistral mente los aspectos: legislativo, doctrinal y espiritual. Se caracteriza por su:

  • Discreción.
  • Claridad de lenguaje.
  • Gusto por el orden.
  • Carácter realista y humano.
  • Importancia dada a la persona.
  • Las Sagradas Escrituras como fuente constante de inspiración.
  • Puesto central que ocupa Cristo.

San Benito se siente deudor de una larga y rica tradición. Bebe e invita a beber de las fuentes que representan los monjes y autores que lo precedieron y, sobre todo, cita abundantemente y recomienda encarecidamente la lectura de la Sagrada Escritura, que él considera la Regla por excelencia. Dice que es la rectísima norma para la vida del hombre. La santa Regla hizo del buen Benito el Patriarca y Legislador de los monjes de occidente.

Consta de un prólogo y setenta y tres capítulos, el último de los cuales es un epílogo. Articulándolos temáticamente se logra la siguiente estructura:

  • Prólogo: la vocación monástica y presentación de la Regla.
  • Las clases de monjes, el abad y el consejo de los hermanos (capítulos 1-3)
  • Catálogo de las buenas obras y tratados sobre la obediencia, la taciturnidad (silencio) y la humildad (4-7)
  • Sección litúrgica: la obra de Dios u oficio divino (8-20)
  • Primera parte del código penitencial introducida por un directorio sobre los decanos (21-30)
  • La administración de los bienes y la comunidad de bienes (31-34)
  • La alimentación y el descanso nocturno (35-42)
  • Segunda parte del código penitencial: satisfacción por las faltas (43-46)
  • Distribución del tiempo entre oración, lectura, sobre todo de la Biblia (lectio divina), y trabajo, comprendidas en este último las salidas (47-52)
  • Acogida de los huéspedes y de los dones y desprendimiento (53-57)
  • Orden de la comunidad y renovación de la misma mediante la incorporación de nuevos miembros o la designación de un nuevo abad y del prior (58-65)
  • La puerta, la clausura y las salidas (66-67)
  • Sección complementaria: las relaciones fraternas (68-72)
  • Epílogo: una mínima Regla de iniciación que remite a los autores de la tradición monástica y a la Biblia para alcanzar la perfección.

¿Qué define la vida del monje?… Simplemente tres palabras:

ORA ET LABORA

ORA Y TRABAJA

Lleva una vida simple, trabajando para ganarse con el sudor de su frente el pan cotidiano, escondido en Dios. Sus días transcurren dirigiendo siempre su mirada a Dios y convirtiendo en oración cada palabra, cada silencio, cada acción, cada gesto. Un hilo recorre toda su jornada: la Liturgia de las horas , dando vida y corazón a la Iglesia.

1ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. 2Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia. 3Mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey. 4Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra buena que comiences, 5para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones.

6En todo tiempo, pues, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos, 7ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria.

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Prácticas de Cuaresma según la Regla de San Benito

Prácticas Cuaresmales (RB 49,4):

He aquí una primera lista indicativa de cosas que podrían y deberían hacerse para alcanzar el objetivo de la cuaresma. Ante todo, reprimir los vicios, luchar contra ellos denodadamente, y, de ser posible, extirparlos de raiz. Este es uno de los fines del ascetismo cristiano. El otro consiste en plantar y cultivar las virtudes.

En realidad, ambos fines se alcanzan al conmbatir los vicios, pues vencer a cada uno de ellos equivale a adquirir la virtud contraria. Pero además hay que dedicarse con especial ahinco a ciertas practicas. En esta primera lista, San Benito señala cuatro.

Tres de ellas constituyen otros tantos elementos positivos y espirituales:

  • Oracion con lagrimas
  • Lectio divina
  • Compunción de corazón
  • Abstinencia, es decir privación del alimento

Aumentar la intensidad y la frecuencia con las que éstas practicas se realizan durante el resto del año.

Programa de Cuaresma (RB 49,5-7):

Hasta aqui nos hemos mantenido, más o menos, en el ámbito de la teoria. Es preciso descender a la practica. Durante la cuaresma añadamos algo a la tarea ordinaria: «oraciones privadas», abstinencia en la comida y en la bebida (v.5); es decir, un elemento espiritual  y otro corporal , más especificado que en la lista anterior: privarse de comida y bebida. Más adelante, en la tercera lista solo se tratará de la abstinencia; ante todo, cercenar algo en el comer y en el beber, pero también privarse de sueño, de conversaciones y de chocarrerias o chanzas (v.7). Esto ultimo puede sorprender a los muy lógicos: ¿no había desterrado la Regla para siempre y absolutamente las scurrilitates al tratar del silencio? ¿Cómo reaparecen ahora, no para reprobarlas de nuevo, sino para sugerir tan sólo que se repriman un poco durante la cuaresma? Una cosa es la teoría y otra la practica. En la vida existen personas naturalmente graciosas, a las que privarles absolutamente de hacer chistes, casi equivale a privarles de respirar. Basta que se moderen un poco, por lo menos en cuaresma.

Entre las dos ultimas listas inserta la Regla una observación de gran interes: las prácticas cuaresmales que se mencionan no son impuestas obligatoriamente a todos los monjes por la autoridad de la Regla o del Abad, sino simples sugerencias que se dejan a la elección de cada cual. La Regla ignora totalmente un programa preciso y obligatorio para la comunidad entera. Se trata de obras que cada cual ofrecerá a Dios voluntariamente y con «gozo del Espíritu Santo» (v.6); lo que es decir que las prácticas cuaresmales no revisten, según la Regla un caracter tenso, penoso y triste, sino ágil y gozoso; no son un peso suplementario sino muestras de generosidad que, cada uno expontanea y libremente, quiere dar a su Señor en compensación de sus negligencias y deficiencias, que lamenta profundamente. De este modo la cuaresma se llena de luz y alegría y todas sus penitencias se convierten en una preparación para el gran día: «que espere (el monje) la Santa Pascua con el gozo de un anhelo Espiritual»(v.7).

 

Apéndice (RB 49,8-10):

Sanctum Pascha expectet. Con estas palabras se cerraba el capítulo en su primera redacción. Luego, San Benito, añadió un apéndice. Acaso algunos monjes se aprovechasen de la libertad de elección que se les daba para llevar a cabo ascéticas proezas. Lo cierto es que la Regla, sin menoscabo de esa libertad, vuelve por los derechos de la obediencia. Los planes cuaresmales de los monjes deben ser sometidos a la aprobación del Abad y realizados con su beneplácito y su oración. Es esta una idea muy propia del monacato primitivo: el discípulo atribuía a la oración de su «padre espiritual», requerida antes de emprender cualquier buena obra, el éxito de la misma. San Benito se mantiene, pues, en la línea de la tradición auténtica. Y termina con un principio de alcance general: «Todo debe hacerse con el consentimiento del Abad»; frase que nos acerca a RB 67,7 que nos recuerda que nada debe hacerse en el monasterio, nada absolutamente, sin la autorización del Abad.

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La Cuaresma según la Regla de San Benito

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Capítulo 49

Ofrezca a Dios algo extraordinario.

Aunque la vida del monje debería seguir en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, como son pocos los que tienen semejante virtud, recomendamos que durante la cuaresma todos guarden la mayor pureza de vida, 3 y eviten en estos santos días las flaquezas de otros tiempos. 4 Esto se logra dignamente si nos abstenemos de todo vicio y nos dedicamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por tanto, en estos días debemos añadir algo a la tarea habitual de nuestra servidumbre, oraciones especiales, abstinencia en la comida y bebida, 6 para que, cada uno por propia voluntad, ofrezca a Dios algo extraordinario en la alegría del Espíritu Santo. 7 Es decir, prive a su cuerpo de algo de comida, bebida, sueño, conversación y bromas y espere la santa Pascua con la alegría de un deseo espiritual. 8 Pero lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y aprobación, 9 porque lo que se hace sin el permiso del padre espiritual se tendrá por presunción, vanagloria, no digno de recompensa. 10 Por tanto háganse todas las cosas con autorización del abad.

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