Llegada de una nueva postulante

El pasado día 31 supuso una gran alegría para nuestro monasterio. Recibimos a una postulante que llega a compartir su vida con nosotras.

Os pedimos que la tengáis presente en vuestras oraciones para que arranque con alegría esta nueva etapa de su vida.

Esperamos que la fortaleza de su fe sea semilla para más vocaciones.

 

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Los novísimos

¿Qué son los novísimos?

Los novísimos son la rama de la teología que trata de lo que sucede tras la muerte. ¿Qué dice el Magisterio de la Iglesia sobre el juicio, el cielo, el purgatorio y el infierno? Se habla poco de estos temas, pero son asuntos que nos incumben a todos y que conviene tener presentes. Benedicto XVI ha hablado de la necesidad de evangelizar sobre la vida eterna.

En 2006, el Papa animaba a meditar sobre la muerte, «aunque la así llamada civilización del bienestar trata a menudo de borrar la conciencia de la gente, totalmente inmersa en las preocupaciones de la vida diaria».

En 2008 dijo: «También hoy es necesario evangelizar sobre la muerte y la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de diferentes tipos».

El juicio particular

El Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» (n. 1021). «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de la purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre».

San Juan de la Cruz escribió que, «a la tarde, te examinarán en el amor». Y Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, afirma que «el Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia; una pregunta decisiva para nosotros ante la Historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros».

El cielo: una relación viva y personal con la Santísima Trinidad

La Iglesia nos enseña que, después del juicio particular, las almas van al cielo, al purgatorio o al infierno. «Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1023). «Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama el cielo», que es «el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024). San Pablo escribe: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman» (1Cor 2, 9).

Benedicto XVI, en una homilía pronunciada el 15 de agosto de 2010, afirmó:

«Hoy, todos somos bien conscientes de que, con el término cielo, no nos referimos a un lugar cualquiera del universo, a una estrella, o a algo parecido. No. Nos referimos a algo mucho mayor y difícil de definir con nuestros limitados conceptos humanos. Con este término cielo, queremos afirmar que Dios, el Dios que se ha hecho cercano a nosotros, no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para nosotros. […] Nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios».

El purgatorio: purificación necesaria antes del encuentro con Dios

El purgatorio ha sido calificado por algunos santos como laantesala del cielo. El Catecismo afirma: «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados» (nn. 1030-1031).

En Spe salvi, Benedicto XVI deja entender que la mayoría de las almas pasan por el purgatorio: «Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. […] Puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo. […] No obstante, según nuestra experiencia, ni lo uno ni lo otro son el caso normal de la existencia humana. En gran parte de los hombres -eso podemos suponer-, queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal. Hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma» (nn. 45-46).

El infierno: rechazo definitivo de Dios

La tercera opción que uno puede fraguarse en esta vida es el infierno. «Morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033 del Catecismo).
«Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde

se puede perder a la vez el alma y el cuerpo» (n. 1034). La pena principal del infierno es «la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (n. 1035). «¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!», leían los condenados al llegar al infierno, según narra Dante Alighieri en la Divina Comedia, un clásico de la literatura que hace un recorrido alegórico por el infierno, el purgatorio y el cielo.

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Juan Pablo II «El grande»

«Cuando  murió el Papa Pablo VI, el 6 de agosto de 1978, la Iglesia Católica estaba en un estado de confusión y desmoralización», escribe el historiador Paul Johnson en su «Historia del Cristianismo».

Dos meses después moría su sucesor, Juan Pablo I. «Los cardenales interpretaron el hecho como una señal de que debían elegir una personalidad más joven y vigorosa», afirma Johnson. Después de siete votaciones, el Espíritu Santo designó al arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, el Papa más joven desde 1846.

Según el norteamericano George Weigel, uno de sus biógrafos más relevantes, «Juan Pablo II demostró la capacidad dramática del cristianismo de crear una revolución de la conciencia que, a su vez, creó una nueva forma de política, que eventualmente llevaría a la Revolución de 1989 y a la liberación de Europa central y oriental». Más aún, Juan Pablo II no fue sólo un líder para la Iglesia ni para Europa, sino un auténtico líder global, mientras que incluso los presidentes de China o de Estados Unido no pasan, tampoco hoy, de ser líderes regionales.

A Juan Pablo II le marcó venir de Polonia y haber tenido experiencia de primera mano del nazismo (que mató a una tercera parte del clero polaco, recuerda Johnson) y del comunismo, que pretendía destruir el catolicismo del país en una generación. En su primer viaje a Polonia, en 1979, proclamó su famoso mensaje: «no tengáis miedo». En ocho días, acudieron a verle 13 millones de polacos, uno de cada tres habitantes del país.

«El catolicismo polaco se convirtió en la fuerza impulsora del nuevo sindicato independiente, bautizado Solidaridad, que comenzó a funcionar en los astilleros de Gdansk en junio de 1980», explica Johnson. Las imágenes de Lech Walesa y los obreros en los astilleros confesándose el 23 de agosto darían la vuelta al mundo. En diciembre, los soviéticos, disgustados, se prepararon para invadir Polonia con 24 divisiones, como recordó Joseph Bottum en 2005 en el «Weekly Standard».

Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad de EE UU, telefoneó al Papa desde la Casa Blanca para explicar lo que sucedía en las fronteras. El 16 de diciembre el Papa escribió al líder soviético, Leonid Brezhnev… y le convenció. Brezhnev hizo retirar las tropas.

El 24 de agosto de 1989 Polonia se convirtió en el primer país del bloque soviético con gobierno no comunista. Veinte años después, en noviembre de 2009, Lech Walesa, molesto de que se homenajeara a Mijail Gorbachov como artífice de la caída del Muro de Berlín, declaró: «lo cierto es que el 50% de la caída del muro pertenece a Juan Pablo II; un 30% a Solidaridad y Lech Walesa y solo un 20% al resto del mundo. Ésta era la verdad entonces y lo sigue siendo ahora».

Durante el Pontificado de Juan Pablo II, la democracia y las libertades fueron volviendo a muchos países de tradición cristiana y sin derramamiento de sangre: cayeron los coroneles de Brasil, la familia Marcos en Filipinas, los regímenes de Nicaragua, Chile, México, Paraguay… 

A menudo las visitas papales ponían en marcha cambios. Por ejemplo, en mayo de 1988, la Iglesia en Paraguay formaba parte de la oposición al régimen del general Stroessner, quien buscaba desacreditar al clero. Juan Pablo II llegó al país a dar un espaldarazo a sus obispos: «No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos, como no se puede arrinconar a Dios en la conciencia». A los jóvenes paraguayos  les predicó contra el escapismo y la indiferencia: «no tengáis miedo, no os acobardéis ante los problemas, no queráis huir del compromiso. Es hora de asumir responsabilidades». Así transformaba sociedades.

La noruega Janne Haaland Matlary, que fue secretaria de Estado de Asuntos Exteriores en su país y también legada en algunas misiones de la Santa Sede, explicó en una entrevista cómo Juan Pablo II usaba la diplomacia vaticana al servicio de su liderazgo moral. «La Santa Sede tiene influencia en muchos países porque no se deja presionar por los americanos. En cambio, el Papa sí puede criticar y avergonzar a países poderosos. Un ejemplo es la pena de muerte en Estados Unidos.

Cuando él quería visitar San Luis en 1997 dijo que no viajaría si no detenían la ejecución de cierto condenado. Iban a ejecutarlo esa semana. El gobernador de San Luis dijo: “Bueno, la pospondremos hasta la semana que viene, cuando se vaya el Papa’’. Pero eso no fue suficiente para Juan Pablo II, y no fue. Hace unos años, nadie en Europa se atrevía a criticar a Estados Unidos por mantener la pena de muerte. Podías criticar a Ucrania y China, pero no a los Estados Unidos.

Fue Juan Pablo II quien empezó, y ahora ya los países europeos se atreven a comentarle este tema a los americanos. Cuando el Papa va a un sitio hay una gran negociación previa, y siempre salen los derechos humanos». Juan Pablo II dirigió durante 26 años a una Iglesia que en ese periodo pasó de 757 a 1.115 millones de fieles.

Los gobernantes y presidentes se fueron sucediendo mientras él permanecía: se entrevistó con 737 jefes de Estado. El mundo político tuvo que reconocer su liderazgo moral e incluso su carisma personal. «Me horrorizaría tener que presentarme a unas elecciones contra él», escribió Bill Clinton en sus memorias.

«El apoyo del Papa al sindicato Solidaridad, en diciembre de 1981; y después, sus otras dos visitas pastorales en 1983 y en 1987, pero también la esperanza que suscitó en todas las poblaciones cercanas de Europa oriental, hicieron del Papa eslavo un actor importante en el proceso que llevó a la caída del bloque comunista».

Pablo J. Ginés 

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Los santuarios son un atrio de los gentiles donde los hombres pueden entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de haber encontrado el acceso a su misterio.

Benedicto XVI


 

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Transmisores del legado cristiano y cultural

Has visitado alguna abadía o monasterio, si te adentras en nuestra web puedes visitarnos virtualmente y te harás una idea de cómo son en general. Sus vetustas paredes guardan el silencioso y encantador claustro, su capilla que invitan a dialogo personal  con el Señor, su Santa Madre y los Santos de nuestra devoción, el recato del refectorio, la austeridad de las celdas, el encuentro con la naturaleza en la huerta o patio y sobretodo la biblioteca dónde el saber cultural  se guarda celosamente como nadie ha sabido guardar.

Allí encontramos la “fuente” transmisora a la Civilización Occidental de todo el inmenso legado cultural y filosófico de las civilizaciones griegas y romanas, obras literarias y manuscritos de un mundo que había dejado de existir, demolido por las invasiones bárbaras del final de la Edad Antigua. ¿Cómo consiguieron esa proeza?, sin el auxilio de las técnicas de impresión inventadas y desarrolladas más tarde; no había ordenadores, ni fotocopiadoras, ni siquiera la antigua máquina de escribir, tampoco Gutenberg había inventado la imprenta.

En las abadías y monasterios de la Iglesia Católica (única institución que resistió a los ataques de las hordas bárbaras), los cuales —además de ejercer un enorme papel en la formación cultural, moral y religiosa de la sociedad— recogieron, entre otros, los escritos de autores griegos y latinos, como Aristóteles,  Heródoto, Cicerón, Virgilio, San Agustín, Boecio, sin contar los manuscritos del Nuevo Testamento. Una lista interminable de monjes copistas o amanuenses, cuyos nombres no han pasado a la Historia, nos lo han legado. Ellos consiguieron  multiplicarlos mediante un trabajo paciente, cuidadoso y organizado.

¿Más como surgieron?. Con la caída del Imperio Romano de Occidente (416 d. C.) comenzó la transición del mundo clásico a la Edad Media. Europa se vio inmersa en el caos y la destrucción, las invasiones  bárbaras arrasaban todo lo que quedaba de la civilización anterior.

El año 496 con la conversión de Clodoveo, rey de los francos, marcó el inicio del proceso de cristianización, que tardaría cuatrocientos años en completarse en el Occidente europeo. El cristianismo era el vínculo en las diversas poblaciones consiguiéndose paulatinamente un progreso social, no solo en el ámbito espiritual, sino en todos los campos de la acción humana, dando origen al florecimiento de la civilización cristiana. Más la paz estaba lejos de instaurarse en Europa, los bárbaros destruyeron vidas humanas, monumentos, equipamientos económicos  dando como resultado: regresión demográfica, pérdidas irrecuperables de obras de arte,  inutilización de redes viarias, sistemas de regadío, cultivos, almacenes, talleres. No se libraron textos y bibliotecas.

Dios no deja de suscitar hombres providenciales para cada periodo de la Historia y San Benito de Nursia fue de vital importancia para todo el Occidente cristiano, la fundación de la abadía de Montecassino, referente para la vida monástica y cultural europea, su precepto «ora et labora» y su famosa Regla. Esta servía de modelo para la vida monástica  y cultural en toda Europa. En ella no había un mandato específico de copiar manuscritos, según el capítulo 48 de la Regla, los monjes debían de dedicar un tiempo a la lectura: «La ociosidad es enemiga del alma. Por eso los hermanos deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual, y en ciertas horas en la lectura espiritual». De esta forma implícita se favorece la tradición manuscrita.

Copiar una obra era un trabajo minucioso, siendo necesario dos o tres meses para copiar un manuscrito de tamaño mediano, los amanuenses en el colofón de la obra dejaban constancia de sus penurias pasadas: mala iluminación, frio, escribir sobre las rodillas…, o manifestaban su petición de oraciones para el copista; otros dedicaban poesías o acrósticos en honor de Jesús y de la Virgen María; también quien lanzaba un anatema contra aquel que osase robar aquel costoso códice.

A estas dificultades se sumaba el alto costo de los pergaminos. Por esa razón, en los siglos VII y VIII, ciertos textos de menor interés fueron borrados o raspados para escribir encima otros más solicitados. Este tipo de manuscritos se denominan palimpsesto. En la actualidad    las nuevas técnicas de recuperación de datos descubren los textos borrados, pudiendo encontrar algunos inéditos.

Movido por una inspiración divina y sin duda por el ejemplo de San Benito de Nursia, que poco antes había fundado la Abadía de Montecassino, Casiodoro  a sus 65 años se retira de su cargo de primer ministro de Teodorico “El Grande”, decidido a fundar un monasterio en un terreno familiar al sur de Italia “Vivarium” , allí escribió diversos textos, entre ellos un libro en el que exponía las reglas para la transcripción de manuscritos. Formó una escuela teológica, organizó una biblioteca e instaló un scriptoriumel primero de la historia. Vivarium duró tan solo unos veinte años después de la muerte de su fundador, sus manuscritos en general fueron conservados.

En el S. XI se produjo un importante avance en el arte de copiar. El Abad benedictino Desiderio —accedió al pontificado con el nombre de Víctor III en 1086— con su obra revitalizó Monteccasino,  se llevó a cabo la transcripción de textos de: Horacio, Séneca, Cicerón, Ovidio. Otro monje del mismo monasterio y amigo de Víctor III, el arzobispo Alfano, citaba a Apuleyo, Aristóteles, Cicerón, Platón, Varrón y Virgilio, e imitaba a Ovidio y Horacio en sus versos. Con estas copias las primeras imprentas de Alemania e Italia produjeron las primeras ediciones.

En la misma época en que San Benito retornaba a la casa del Padre, nacía en Irlanda San Columbano (543), tras 25 años de monje en su país con 12 compañeros marcha a predicar el evangelio a la Galia (Francia)  fundando importantes monasterios: Annegray, Fontaines y Luxeuil, con el impulso de este monasterio se originaron cerca de otros 200. Por reprobar el concubinato del rey Teodorico, es condenado a exiliarse a Irlanda, más el barco que lo llevaba encalló a poca distancia del punto de partida. En vez de volver a Luxeuil se dirigió a Alemania, pasando por Suiza, dejando allí a su discípulo Gallus —que fundó la importante abadía de San Galo. Llegado a Lombardía (Italia) fundó el célebre monasterio de Bobbio, apodado el Monteccasino de la Italia septentrional. San Columbano y sus monjes copistas irlandeses fueron considerados uno de los grandes instrumentos para la salvación de la civilización de las ruinas resultantes de la barbarie, al comienzo de la Alta Edad Media. Al monasterio de Bobbio se le debe las copias de los más antiguos manuscritos latinos hoy conservados. La tradición musical también fue objeto de sus actividades. Salterios, antifonarios, secuenciales, graduales y todo tipo de códices litúrgicos —breviarios, leccionarios, martirologios, misales…— dan testimonio de la gran formación cultural de los monjes, que también realzaban el valor literario del texto con bellas caligrafías  y ornamentación artística.

En el monasterio de San Galo surgió un sistema de notación de neumas para el canto gregoriano que permitía conservar de forma escrita la tradición melódica. Este sistema conservado en el Codex Sangallensis 359, escrito entre 922-925, aún es referencia para la interpretación de la semiología del canto gregoriano.

Si no hubiera sido por el esfuerzo incansable de los monjes copistas, la literatura griega y latina hubiera desaparecido tan completamente como la literatura de Babilonia y Fenicia. Ellos nos dieron ejemplo de sabiduría, perseverancia y ascesis, al legar a los siglos siguientes la tradición cultural cristiana y clásica. Lo cierto es que el destino de la Civilización Occidental pasó por sus manos.

Sirva este texto  de homenaje a los transmisores del legado cristiano y cultural.

Recopilado de Diác. F. Azevedo Ramos
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Yo no conocí ni vi a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas ahora que vive en el cielo, la conozco y la veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros.

Fray Luis de León


 

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DOMUND 2011

Queridos diocesanos:

El día 23 de octubre, domingo XXX del Tiempo durante el año, volverá la Jornada Mundial de las Misiones, el popular DOMUND, para recordarnos la vocación evangelizadora universal de la Iglesia. En esa jornada todas las comunidades eclesiales son invitadas a tomar conciencia del imperativo misionero del Señor antes de subir a los cielos. El lema elegido este año: “Así os envío yo” (Jn 20, 21) forma parte del acontecimiento de la Pascua, cuando el Señor se manifiesta resucitado a sus discípulos y les hace donación del Espíritu Santo confiándoles también el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20, 22-23). La glorificación de Jesús es la cumbre de su revelación como Hijo de Dios, Verbo eterno del Padre que se hizo hombre para salvarnos, y al mismo tiempo la señal del comienzo de la misión de los discípulos a los que fue preparando para este momento.

Al término de cada celebración eucarística el sacerdote o el diácono no despide simplemente a los fieles sino que hace un verdadero envío. Como señala el Papa Benedicto XVI en su mensaje para esta Jornada: “La liturgia es siempre una llamada «desde el mundo» y un nuevo envío «al mundo» para dar testimonio de lo que se ha experimentado: el poder salvífico de la Palabra de Dios, el poder salvífico del Misterio pascual de Cristo. Todos aquellos que se han encontrado con el Señor resucitado han sentido la necesidad de anunciarlo a otros”. Y no se trata de un envío misionero tan sólo a la sociedad, familia, barrio o ambiente en el que nos movemos sino al“mundo entero” (cf. Mc 16, 15).

Nuestra Iglesia diocesana se ha distinguido por una fuerte conciencia misionera universal. Prueba de ello son los numerosísimos hombres y mujeres que salieron de aquí para evangelizar otros pueblos y cooperar con sus Iglesias locales. Por este motivo quise que la nueva sede de los servicios sociales y apostólicos de la diócesis, inaugurada el 23 de junio pasado, llevara el nombre de un gran misionero leonés, el P. Segundo Llorente SJ, conocido universalmente.Por el mismo motivo, en los DED de la última JMJ-2011, de tan grata vivencia, tratamos de que varios actos y exposiciones recordaran, ante los cientos de jóvenes venidos de 29 países, la vocación cooperadora universal de la Iglesia.

Ahora mismo, de cara al DOMUND de 2011, además de invitaros a leer el mensaje de Benedicto XVI para la Jornada, os invito a tener presentes algunas sugerencias. La primera, relativa a la educación cristiana de nuestros jóvenes y adolescentes dentro del objetivo diocesano relativo a la Iniciación cristiana y a la formación integral en la fe: Es fundamental el aspecto evangelizador y misionero porque “la fe se fortalece dándola” (Beato Juan Pablo II,Redemp. Missio 2).

La segunda se refiere a la cooperación económica con las Obras Misionales Pontificias. Como hemos recordado los obispos españoles en una Instrucción pastoral de 3-III-2011, esta cooperación ha de tener prioridad sobre cualquier otra iniciativa en beneficio de proyectos u obras sociales, aunque sean de alcance misionero, de parroquias, asociaciones de fieles o institutos religiosos. Os ruego que lo tengáis en cuenta. Deseándoos una fructífera Jornada misionera en todos los aspectos, con mi cordial saludo y bendición:

+ Julián, Obispo de León
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¡Era su día!

Añoranza y resignación allí en el balcón
los geranios y el jazmín eran su jardín.
La vida pueblerina tan amada tan querida
quedó atrás, ahora vive en la ciudad.
Agotadas las fuerzas de tanto trabajar
los ayees del asma nacen del alma
más de sus labios afloran la oración
de amor y avemarías a la Virgen María
desgrana el rosario esperando a su amado
ha salido a caminar, ¡casi no puede andar!
Para el cielo ¿quién marchará primero?
¡misericordia Madre mía!, Dios te salve María…
En silencio, sin avisar, la abuela se va
el enfermo abuelo llora sin consuelo.
Pasan tres meses y tres días, octubre corría
llegado su séptimo día el abuelo partía
Luisa y Manuel, ¡por fin!, juntos otra vez.
Nuestra Señora del Rosario sonreía, ¡era su día!

Ejemplo y testimonio da, esta historia real a los que suelen dudar del poder de la oración.
Recemos el rosario a María, nuestra Madre y guía.

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Un nuevo libro relata la historia del monasterio

El libro cuenta de manera detallada la historia del monasterio desde su fundación. La autora, Enriqueta López Morán, ha recorrido los archivos y memorias del monasterio y relata los diferentes acontecimientos históricos que han ido dando forma a esta comunidad.

«Hemos tratado de recoger la vida de esta comunidad femenina a través de los 460 años de su existencia, intentando recrear, en la medida de lo posible y a la luz de los escritos que perduraron, cómo vivieron y viven las monjas en su monasterio, su economía, sus actividades, sus problemas, en fin todo aquello que nos pueda acercar un poco, si cabe, a la vida de las religiosas que se establecieron en Sahagún desde el siglo XVI hasta nuestros días».

El libro tiene también con una breve reseña biográfica de todas las abadesas que ha tenido el monasterio así como un breve mención a las monjas que por él han vivido.

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La Virgen, la primera misionera

Y fue la Virgen la primera misionera que nos dejó en su Pilar el dedo certero que nos señala de nuevo: «Haced lo que Él os diga». Al celebrar la fiesta de la Virgen del Pilar, proclamamos que María ha escogido el Pilar para derramar sobre España sus bendiciones. Son abundantes y muy variados los favores que los devotos de la Virgen del Pilar han pedido y piden a la Madre de Dios. ¿Pero no nos urgirá hoy, tanto o más, pedir por la fe cristiana de las familias y de los jóvenes de España?… Rogarle, desde esta ciudad de Zaragoza, por la conservación y el crecimiento de la fe de los españoles en el Evangelio equivale a pedir el bien de los bienes para la familia y la juventud de España. Podemos estar seguros: ¡no nos equivocaremos con esta plegaria! No hay otro modo —¡ni lo ha habido ni lo habrá nunca!— de esperar con fruto una renovación de la fe en España, si no es por la oración de la Iglesia o, lo que es lo mismo, a través de la súplica de todos sus hijos unidos a María, la Madre».

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