Transmisores del legado cristiano y cultural

Has visitado alguna abadía o monasterio, si te adentras en nuestra web puedes visitarnos virtualmente y te harás una idea de cómo son en general. Sus vetustas paredes guardan el silencioso y encantador claustro, su capilla que invitan a dialogo personal  con el Señor, su Santa Madre y los Santos de nuestra devoción, el recato del refectorio, la austeridad de las celdas, el encuentro con la naturaleza en la huerta o patio y sobretodo la biblioteca dónde el saber cultural  se guarda celosamente como nadie ha sabido guardar.

Allí encontramos la “fuente” transmisora a la Civilización Occidental de todo el inmenso legado cultural y filosófico de las civilizaciones griegas y romanas, obras literarias y manuscritos de un mundo que había dejado de existir, demolido por las invasiones bárbaras del final de la Edad Antigua. ¿Cómo consiguieron esa proeza?, sin el auxilio de las técnicas de impresión inventadas y desarrolladas más tarde; no había ordenadores, ni fotocopiadoras, ni siquiera la antigua máquina de escribir, tampoco Gutenberg había inventado la imprenta.

En las abadías y monasterios de la Iglesia Católica (única institución que resistió a los ataques de las hordas bárbaras), los cuales —además de ejercer un enorme papel en la formación cultural, moral y religiosa de la sociedad— recogieron, entre otros, los escritos de autores griegos y latinos, como Aristóteles,  Heródoto, Cicerón, Virgilio, San Agustín, Boecio, sin contar los manuscritos del Nuevo Testamento. Una lista interminable de monjes copistas o amanuenses, cuyos nombres no han pasado a la Historia, nos lo han legado. Ellos consiguieron  multiplicarlos mediante un trabajo paciente, cuidadoso y organizado.

¿Más como surgieron?. Con la caída del Imperio Romano de Occidente (416 d. C.) comenzó la transición del mundo clásico a la Edad Media. Europa se vio inmersa en el caos y la destrucción, las invasiones  bárbaras arrasaban todo lo que quedaba de la civilización anterior.

El año 496 con la conversión de Clodoveo, rey de los francos, marcó el inicio del proceso de cristianización, que tardaría cuatrocientos años en completarse en el Occidente europeo. El cristianismo era el vínculo en las diversas poblaciones consiguiéndose paulatinamente un progreso social, no solo en el ámbito espiritual, sino en todos los campos de la acción humana, dando origen al florecimiento de la civilización cristiana. Más la paz estaba lejos de instaurarse en Europa, los bárbaros destruyeron vidas humanas, monumentos, equipamientos económicos  dando como resultado: regresión demográfica, pérdidas irrecuperables de obras de arte,  inutilización de redes viarias, sistemas de regadío, cultivos, almacenes, talleres. No se libraron textos y bibliotecas.

Dios no deja de suscitar hombres providenciales para cada periodo de la Historia y San Benito de Nursia fue de vital importancia para todo el Occidente cristiano, la fundación de la abadía de Montecassino, referente para la vida monástica y cultural europea, su precepto «ora et labora» y su famosa Regla. Esta servía de modelo para la vida monástica  y cultural en toda Europa. En ella no había un mandato específico de copiar manuscritos, según el capítulo 48 de la Regla, los monjes debían de dedicar un tiempo a la lectura: «La ociosidad es enemiga del alma. Por eso los hermanos deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual, y en ciertas horas en la lectura espiritual». De esta forma implícita se favorece la tradición manuscrita.

Copiar una obra era un trabajo minucioso, siendo necesario dos o tres meses para copiar un manuscrito de tamaño mediano, los amanuenses en el colofón de la obra dejaban constancia de sus penurias pasadas: mala iluminación, frio, escribir sobre las rodillas…, o manifestaban su petición de oraciones para el copista; otros dedicaban poesías o acrósticos en honor de Jesús y de la Virgen María; también quien lanzaba un anatema contra aquel que osase robar aquel costoso códice.

A estas dificultades se sumaba el alto costo de los pergaminos. Por esa razón, en los siglos VII y VIII, ciertos textos de menor interés fueron borrados o raspados para escribir encima otros más solicitados. Este tipo de manuscritos se denominan palimpsesto. En la actualidad    las nuevas técnicas de recuperación de datos descubren los textos borrados, pudiendo encontrar algunos inéditos.

Movido por una inspiración divina y sin duda por el ejemplo de San Benito de Nursia, que poco antes había fundado la Abadía de Montecassino, Casiodoro  a sus 65 años se retira de su cargo de primer ministro de Teodorico “El Grande”, decidido a fundar un monasterio en un terreno familiar al sur de Italia “Vivarium” , allí escribió diversos textos, entre ellos un libro en el que exponía las reglas para la transcripción de manuscritos. Formó una escuela teológica, organizó una biblioteca e instaló un scriptoriumel primero de la historia. Vivarium duró tan solo unos veinte años después de la muerte de su fundador, sus manuscritos en general fueron conservados.

En el S. XI se produjo un importante avance en el arte de copiar. El Abad benedictino Desiderio —accedió al pontificado con el nombre de Víctor III en 1086— con su obra revitalizó Monteccasino,  se llevó a cabo la transcripción de textos de: Horacio, Séneca, Cicerón, Ovidio. Otro monje del mismo monasterio y amigo de Víctor III, el arzobispo Alfano, citaba a Apuleyo, Aristóteles, Cicerón, Platón, Varrón y Virgilio, e imitaba a Ovidio y Horacio en sus versos. Con estas copias las primeras imprentas de Alemania e Italia produjeron las primeras ediciones.

En la misma época en que San Benito retornaba a la casa del Padre, nacía en Irlanda San Columbano (543), tras 25 años de monje en su país con 12 compañeros marcha a predicar el evangelio a la Galia (Francia)  fundando importantes monasterios: Annegray, Fontaines y Luxeuil, con el impulso de este monasterio se originaron cerca de otros 200. Por reprobar el concubinato del rey Teodorico, es condenado a exiliarse a Irlanda, más el barco que lo llevaba encalló a poca distancia del punto de partida. En vez de volver a Luxeuil se dirigió a Alemania, pasando por Suiza, dejando allí a su discípulo Gallus —que fundó la importante abadía de San Galo. Llegado a Lombardía (Italia) fundó el célebre monasterio de Bobbio, apodado el Monteccasino de la Italia septentrional. San Columbano y sus monjes copistas irlandeses fueron considerados uno de los grandes instrumentos para la salvación de la civilización de las ruinas resultantes de la barbarie, al comienzo de la Alta Edad Media. Al monasterio de Bobbio se le debe las copias de los más antiguos manuscritos latinos hoy conservados. La tradición musical también fue objeto de sus actividades. Salterios, antifonarios, secuenciales, graduales y todo tipo de códices litúrgicos —breviarios, leccionarios, martirologios, misales…— dan testimonio de la gran formación cultural de los monjes, que también realzaban el valor literario del texto con bellas caligrafías  y ornamentación artística.

En el monasterio de San Galo surgió un sistema de notación de neumas para el canto gregoriano que permitía conservar de forma escrita la tradición melódica. Este sistema conservado en el Codex Sangallensis 359, escrito entre 922-925, aún es referencia para la interpretación de la semiología del canto gregoriano.

Si no hubiera sido por el esfuerzo incansable de los monjes copistas, la literatura griega y latina hubiera desaparecido tan completamente como la literatura de Babilonia y Fenicia. Ellos nos dieron ejemplo de sabiduría, perseverancia y ascesis, al legar a los siglos siguientes la tradición cultural cristiana y clásica. Lo cierto es que el destino de la Civilización Occidental pasó por sus manos.

Sirva este texto  de homenaje a los transmisores del legado cristiano y cultural.

Recopilado de Diác. F. Azevedo Ramos
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