Los novísimos

¿Qué son los novísimos?

Los novísimos son la rama de la teología que trata de lo que sucede tras la muerte. ¿Qué dice el Magisterio de la Iglesia sobre el juicio, el cielo, el purgatorio y el infierno? Se habla poco de estos temas, pero son asuntos que nos incumben a todos y que conviene tener presentes. Benedicto XVI ha hablado de la necesidad de evangelizar sobre la vida eterna.

En 2006, el Papa animaba a meditar sobre la muerte, «aunque la así llamada civilización del bienestar trata a menudo de borrar la conciencia de la gente, totalmente inmersa en las preocupaciones de la vida diaria».

En 2008 dijo: «También hoy es necesario evangelizar sobre la muerte y la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de diferentes tipos».

El juicio particular

El Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» (n. 1021). «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de la purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre».

San Juan de la Cruz escribió que, «a la tarde, te examinarán en el amor». Y Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, afirma que «el Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia; una pregunta decisiva para nosotros ante la Historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros».

El cielo: una relación viva y personal con la Santísima Trinidad

La Iglesia nos enseña que, después del juicio particular, las almas van al cielo, al purgatorio o al infierno. «Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1023). «Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama el cielo», que es «el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024). San Pablo escribe: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman» (1Cor 2, 9).

Benedicto XVI, en una homilía pronunciada el 15 de agosto de 2010, afirmó:

«Hoy, todos somos bien conscientes de que, con el término cielo, no nos referimos a un lugar cualquiera del universo, a una estrella, o a algo parecido. No. Nos referimos a algo mucho mayor y difícil de definir con nuestros limitados conceptos humanos. Con este término cielo, queremos afirmar que Dios, el Dios que se ha hecho cercano a nosotros, no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para nosotros. […] Nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios».

El purgatorio: purificación necesaria antes del encuentro con Dios

El purgatorio ha sido calificado por algunos santos como laantesala del cielo. El Catecismo afirma: «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados» (nn. 1030-1031).

En Spe salvi, Benedicto XVI deja entender que la mayoría de las almas pasan por el purgatorio: «Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. […] Puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo. […] No obstante, según nuestra experiencia, ni lo uno ni lo otro son el caso normal de la existencia humana. En gran parte de los hombres -eso podemos suponer-, queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal. Hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma» (nn. 45-46).

El infierno: rechazo definitivo de Dios

La tercera opción que uno puede fraguarse en esta vida es el infierno. «Morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033 del Catecismo).
«Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde

se puede perder a la vez el alma y el cuerpo» (n. 1034). La pena principal del infierno es «la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (n. 1035). «¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!», leían los condenados al llegar al infierno, según narra Dante Alighieri en la Divina Comedia, un clásico de la literatura que hace un recorrido alegórico por el infierno, el purgatorio y el cielo.

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