NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO – 7 de Octubre

rosario5b.jpgEn este día se pide la ayuda de la santa Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquélla que estuvo especialmente unida a la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios.

Cuenta la leyenda que la Virgen se apareció en 1208 a Santo Domingo de Guzmán en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, le enseñó a rezarlo y le dijo que lo predicara entre los hombres; además, le ofreció diferentes promesas referentes al rosario. El santo se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen. Por ello, Montfort erigió la primera capilla dedicada a la imagen.

En el siglo XV su devoción había decaído, por lo que nuevamente la imagen se apareció al beato Alano de la Rupe, le pidió que la reviviera, que recogiera en un libro todos los milagros llevados a cabo por el rosario y le recordó las promesas que siglos atrás dio a Santo Domingo.

El rezo del Santo Rosario es una de las devociones más firmemente arraigada en el pueblo cristiano. Popularizó y extendió esta devoción el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla de Lepanto (1571), victoria atribuída a la Madre de Dios, invocada por la oración del Rosario. Más hoy la Iglesia no nos invita tanto a rememorar un suceso lejano cuanto a descubrir la importancia de María dentro del misterio de la salvación y a saludarla como Madre de Dios, repitiendo sin cesar: Ave María. La celebración de este día es una invitación a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especial a la vida salvífica del Hijo de Dios.

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TESTIMONIO DE UNA VIDA CONTEMPLATIVA CONSAGRADA

Son ya 1.544 los mártires españoles beatificados hasta ahora. Lo últimos 18 fueron beatificados el sábado 3 de octubre, en la Catedral de Santander.

Los nuevos beatos son 16 religiosos cistercienses del monasterio cisterciense de Cóbreces en Cantabria (Diócesis de Santander): Pío Heredia (Álava), Amadeo García (León), Valeriano Rodríguez (León), Álvaro González (León), Antonio Delgado (Burgos), Eustaquio García (Palencia), Ángel de la Vega (León), Ezequiel Álvaro de la Fuente (Palencia), Eulogio Álvarez (León), Bienvenido Mata (Burgos), Marcelino Martín (Palencia), Leandro Gómez (Burgos), Eugenio García (Burgos), Vicente Pastor (Valencia), José Camí (Lérida),  y de 2 monjas más cistercienses:  Micaela Baldoví (Valencia) y Natividad Medes (Valencia) del monasterio de Fons Salutis de Algemesí, en Valencia.

Los nuevos mártires «eran unos sencillos monjes trabajadores del campo y de la quesería del monasterio y que nunca se inmiscuyeron en actividades políticas». «El 22 de julio de 1936, un grupo de milicianos entró en el monasterio de Cóbreces», relató el prefecto, «pusieron contra un muro a algunos religiosos, los insultaron y simularon su fusilamiento. Entre el 3 y 4 de diciembre de 1936 el grupo más numerosos de religiosos fue tirado al mar con las manos atadas y la boca cosida con hilo de hierro porque continuaban orando. Pero ellos no guardaron rencor, perdonaron a sus verdugos». El cardenal Amato significó que «el único pecado que cometieron estos monjes fue el testimonio de una vida contemplativa consagrada, toda ella, al Señor y a la ayuda del prójimo necesitado». «En la dulce y amable tierra española había llegado la hora del anticristo». Por ello, calificó de «injustas» las muertes de estos monjes y monjas que «murieron sin odio y perdonando a sus agresores».

Estos religiosos españoles son «de la misma talla de los primeros mártires, pues llegada la hora de la verdad prefirieron morir antes que traicionar su fe, el amor fue mas fuerte que la muerte»  «estos mártires no se avergonzaron de Cristo» porque tenían la certeza de que «nadie les separaría del amor del Señor, y con su fe firme salieron victoriosos de sus enemigos».

El cardenal Amato indicó que, hoy, estos nuevos mártires nos enseñan al resto de sus hermanos religiosos a «perseverar en la fidelidad» a su vocación, en la oración, y en la alabanza al Señor. Ellos sostienen así a la Iglesia con su sacrificio cotidiano en favor de la redención del mundo y de la edificación de la propia Iglesia».  «Estos mártires nos exhortan a mantener siempre abierta la puerta del monasterio a los que llaman en busca de consuelo o ayuda», continuó el prefecto. «Son recuerdo de la generosidad y se unen desde el cielo para cantar la Salve a la Virgen María. Que esta alabanza mariana siga difundiéndose en la Iglesia, meta gozosa de todo bautizado»

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XXVII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – 4 de Octubre

«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»

SAN MARCOS 10,2-16

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:  ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?

Él les replicó:  ¿Qué os ha mandado Moisés?

Contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.

Jesús les dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no estará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

El Domingo del Amor

Jesús de Nazaret, como siempre, nos habla de Amor. Y hoy se refiere al amor de la pareja, al matrimonio entre hombre y mujer, que proclama indisoluble. También se refiere a los niños, dentro de esa escena tan querida del evangelio cuando expresa “dejad que los niños de acerquen a mi…” Y nos pide que la infancia espiritual llene nuestras vidas. Es un domingo –el primero de octubre—para meditar con las escrituras propuestas y dar forma de amor y perfección a nuestras vidas. Se inicia además en Roma la Asamblea General del Sínodo de los Obispos que tratará de la familia.

UN NUEVO CURSO

Llegado el mes de octubre siempre se habla de las novedades que puede traer el nuevo curso  a la Iglesia,  convocado por el Papa Francisco, aparece el Año Santo de la Misericordia,  y que está movilizando a la institución eclesial de manera importante. Y como todo Año Santo comporta un Jubileo que es la celebración propiamente dicha. Normalmente, los Años Santos tenían una cierta regularidad en su celebración como, por ejemplo, bien puede aplicarse al Año Santo Jacobeo. Pero el Papa Francisco ha querido iniciar esa dedicación a la misericordia con todo el notable funcionamiento de los años santos. El Año Santo Extraordinario  se inicia el 8 de diciembre de 2015 y terminará el 20 de noviembre de 2016, para celebrar el 50 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, para profundizar en su implantación y tener como lugar central la Divina Misericordia, con el fortalecimiento del sacramente de la Penitencia con la confesión. El 8 de diciembre es la festividad de la Inmaculada Concepción de María.

CONMEMORACIONES

El mismo 1 de octubre era la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús. Y el viernes, 2, los Ángeles Custodios. El día 3, se conmemoraba a San Francisco de Borja, segundo general de los Jesuitas. El domingo 4 es la festividad de San Francisco de Asís, uno de los más grandes santos de la historia cristiana y fundador de los franciscanos, Y aunque, lógicamente, se solapa la fiesta por el domingo, San Francisco estará muy presente en muchos y, sobre todo, desde que el actual Papa tomó su nombre. El lunes conmemoráremos, las Témporas de Acción de Gracias y Petición, que es una fiesta litúrgica de gran tradición y destinada a pedir apoyo por los proyectos del nuevo curso y de agradecimiento por los bienes recibidos. Y así llegamos al miércoles 7, gran fiesta mariana para honrar a Nuestra Señora del Rosario. Como se sabe el mes de octubre está dedicado, precisamente, al Rosario y a su extensión como práctica oracional excelsa.

También se celebra la citada XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, del 4 al 25 de este mes de octubre de 2015, pero el 17 de este mismo mes se conmemora el 50 Aniversario del Sínodo de los Obispos; será un acto que bajo la presidencia del papa Francisco se celebrará en el aula Pablo VI del Vaticano. Pero el Sínodo está abrazado por la celebración familiar. Tomo un texto del Pontificium Consilium pro Familia titulado “El camino sinodal de la familia. Dice:

“La familia vista como un abrazo ideal, entre el Sínodo extraordinario de octubre 2014 y el Sínodo general del 2015. Un recorrido original que ve implicados e interpelados a todos los componentes eclesiales y más aún. En la elección de la familia, con sus desafíos inéditos y grandes recursos, la Iglesia respira a pleno pulmón, por sí misma y por toda la humanidad. El evangelio de la familia es la buena noticia del amor divino que es proclamada a todos los que viven esta fundamental experiencia humana personal, de pareja y de comunión abierta al don de los hijos, que es la comunidad familiar. El magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio es presentado y ofrecido de forma comunicativa y eficaz, para que toque los corazones y los transforme según la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús”.

ORACIÓN: ¿ME AYUDARÁS, SEÑOR?

A dar amor y perdonar

A buscar en Ti mí fuerza

A encontrar en Ti mi  felicidad

¿ME  AYUDARAS, SEÑOR?

A no romper y sí a construir

A no derribar, y sí a  levantar

A no hablar, y si a callar

A no dudar, y sí a creer

¿ME  AYUDARÁS, SEÑOR?

A darte amor, con mi pobre  amor

A darte gloria, con mi débil  alabanza

A buscarte, aunque esté  perdido

A volver a Ti, aunque sea  egoísta

¿ME  AYUDARÁS, SEÑOR?

 

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CONTRA LA TRISTEZA 5 REMEDIOS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

Cada uno de nosotros ha atravesado días tristes, días en los cuales no se logra superar una cierta pesadez interior que contamina el ánimo y dificulta las relaciones con los demás.

¿Existe algún truco para superar el malhumor y recuperar la sonrisa? Santo Tomás de Aquino propone cinco remedios de sorprendente eficacia contra la tristeza

1. El primer remedio es concederse un placer. 
Es como si el famoso teólogo hubiese intuido ya hace siete siglos la idea, tan difundida hoy, de que el chocolate es antidepresivo. Quizá parezca una idea materialista, pero es evidente que una jornada llena de amarguras puede terminar bien con una buena cerveza.

Que algo así sea contrario al Evangelio es difícilmente demostrable: sabemos que el Señor participaba con gusto en banquetes y fiestas, y tanto antes como después de la Resurrección disfrutó con gusto de las cosas bellas de la vida.

Incluso un Salmo afirma que el vino alegra el corazón del hombre (aunque es preciso aclarar que la Biblia condena claramente las borracheras).

2. El segundo remedio es el llanto. 
A menudo, un momento de melancolía es más duro si no se logra encontrar una vía de escape, y parece como si la amargura se acumulase hasta impedir llevar a cabo la tarea más pequeña. El llanto es un lenguaje, un modo de expresar y deshacer el nudo de un dolor que a veces nos puede asfixiar. También Jesús lloró.

El Papa Francisco señala que «ciertas realidades de la vida se ven solamente con ojos que han sido limpiados por las lágrimas. Invito a cada uno de vosotros a preguntarse: ¿Yo he aprendido a llorar?»

3. El tercer remedio es la compasión de los amigos. Me viene a la cabeza el personaje del amigo de Renzo, en el famoso libro Los novios, que en una gran casa deshabitada a causa de la peste va desgranando las grandes desgracias que han sacudido a su familia.

«Son hechos horribles, que jamás hubiera creído que llegaría a ver; cosas que quitan la alegría para toda la vida; pero hablarlas entre amigos es un alivio».

Es algo que hay que experimentar para creerlo. Cuando uno se siente triste, tiende a ver todo de color gris. En esas ocasiones es muy eficaz abrir el alma con algún amigo. A veces basta un mensaje o una llamada de teléfono breve y el panorama se ilumina de nuevo.

  1. El cuarto remedio contra la tristeza es la contemplación de la verdad. Es el fulgor veritatis del que habla san Agustín. Contemplar el esplendor de las cosas, en la naturaleza o una obra de arte, escuchar música, sorprenderse con la belleza de un paisaje… puede ser un eficaz bálsamo contra la tristeza.
    Un critico literario, pocos días después del fallecimiento de un querido amigo, tenía que hablar sobre el tema de la aventura en Tolkien. Inició así: «Hablar de cosas bellas ante personas interesadas es para mí un verdadero consuelo…»

    5. Dormir y darse un baño.
    El quinto remedio propuesto por santo Tomás es el que quizá uno menos podría esperar de un maestro medieval. El teólogo afirma que un remedio fantástico contra la tristeza es dormir y darse un baño. La eficacia del consejo es evidente. Es profundamente cristiano comprender que para remediar un mal espiritual a veces resulta necesario un alivio corporal. Desde que Dios se ha hecho Hombre, y por tanto ha asumido un cuerpo, el mundo material ha superado la separación entre materia y espíritu.

    Un prejuicio muy difundido es que la visión cristiana del hombre se basa sobre la oposición entre alma y cuerpo, y este último sería siempre visto como una carga u obstáculo para la vida espiritual. En realidad, el humanismo cristiano considera que la persona (alma y cuerpo) resulta completamente espiritualizada cuando busca la unión con Dios.

    Usando palabras de san Pablo, existe un cuerpo animal y un cuerpo espiritual, y nosotros no moriremos, sino que seremos transformados, porque es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, que este cuerpo mortal se vista de inmortalidad.

    «Nadie considere extraño tomar un médico del cuerpo como guía para una enfermedad espiritual», afirma santo Tomás Moro, reafirmando el pensamiento de su homónimo medieval.

    «El cuerpo y el alma están tan estrechamente unidos que juntos forman una sola persona, y así el malestar de uno de los dos genera en ocasiones el malestar de ambos. Por tanto, aconsejaría a todos que, ante cualquier enfermedad del cuerpo, se confiesen, y que busquen un buen médico espiritual para la salud del alma; asimismo, aconsejo que para algunas enfermedades del alma, además del médico espiritual, se busque el consejo del médico del cuerpo».

    A través de estos cinco remedios se realiza la promesa divina y humana de Jesús: «Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se transformará en alegría». (M.R)

 

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¿CUÁNTOS ARCÁNGELES HAY?

En el libro de Tobías, tenemos la confirmación revelada de que los Arcángeles son siete: “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que tiene entrada a la gloria del Señor” (Tb 12:15).

San Miguel significa  ¿Quién como Dios? La tradición de la Iglesia le nombra como “príncipe de los espíritus celestiales” y “jefe de la milicia celestial”, por lo que se le suele representar vestido de guerrero o de centurión romano, poniendo su talón sobre la cabeza de Lucifer, a quien expulsó del Paraíso con su espada de fuego.

San Gabriel significa “El Señor es mi Fortaleza”. Este arcángel ha cumplido las funciones de mensajero del Señor, llevando algunos de los anuncios más importantes tanto a los profetas como a la Virgen María. La misión de anunciar a la Santísima Virgen el nacimiento del Salvador ha sido considerado el honor más alto de este embajador celestial. La representación de San Gabriel suele acompañar una azucena blanca, en recuerdo de aquella que regaló a la Madre de Dios simbolizando su pureza.

San Rafael significa “Sanación de Dios”. Como revela su nombre, a San Rafael se le vincula tradicionalmente con la curación del cuerpo y de las almas, por lo que se ha ganado el patronazgo de muchos hospitales, pero también de los que alejados de la Fe se reconcilian con el Señor. Esta función de sanador se revela en el libro de Tobías, del Antiguo Testamento, en donde sana de un demonio a Sara con la hiel de un pescado. Debido a ésto, se suele representar en compañía de un pescado, así como con atuendo y bastón de peregrino.

Los otro cuatro arcángeles, de los siete que nos hablan varios libros de la Biblia, entre ellos el Apocalipsis, y cuyos nombres se encuentran en los libros apócrifos de Esdras, son los siguientes:

San Uriel significa “Fuego de Dios”. Su representación suele ir acompañada de una espada o antorcha de fuego, simbolizando el Fuego del Espíritu y la pasión por Nuestro Señor. Es quien expulsó a Adán y Eva del Paraíso por órdenes de Dios Padre.

San Baraquiel, cuyo nombre significa “Bendición de Dios”, es tradicionalmente el arcángel que envía Nuestro Señor a los sacerdotes y matrimonios que batallan con su vocación. Por tanto el “santo de la vocación cumplida”, ayudándonos a todos a mantenernos en la Fe y en el cumplimiento de la Voluntad de Dios. Por ello se le suele representar con una canasta de frutos, aludiendo a los frutos de la vocación y de la Fe.

San Jehudiel significa “Alabanza de Dios”. Tradicionalmente se le vincula a la lucha contra los celos y la envidia. La corona con la que se le representa a este arcángel es el símbolo del premio que recibiremos al alcanzar la Salvación, y el cual empequeñece cualquier bien o riqueza que podamos desear en la tierra.

A San Saeltiel se le representa con las manos unidas en oración, y su nombre significa “Plegaria a Dios”. Su intervención está vinculada a combatir el pecado y las debilidades, como la falta de continencia, la gula y demás excesos, tanto la bebida como las drogas u otros vicios. Suele estar representado con un canasto del cual recoge flores que va tirando, simbolizando la esperanza y la vida colmada de virtudes.

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ARCÁNGELES: MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL – 29 de Septiembre

Actualmente, se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden «angelitos» de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres.

Hay que tener cuidado, pues se puede caer en dar a los ángeles atribuciones que no les corresponden y elevarlos a un lugar de semidioses, convertirlos en «amuletos» que hacen caer en la idolatría, o crear confusiones entre lo que son las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.

Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses.

A pesar de que están de moda, por otro lado, es muy fácil que nos olvidemos de su existencia, por el ajetreo de la vida y principalmente, porque no los vemos.

Este olvido puede hacernos desaprovechar muchas gracias que Dios ha destinado para nosotros a través de los ángeles.

Por esta razón, la Iglesia ha fijado dos festividades para que, al menos dos días del año, nos acordemos de los ángeles y los arcángeles, nos alegremos y agradezcamos a Dios el que nos haya asignado un ángel custodio y aprovechemos estos días para pedir su ayuda.

Misión de los ángeles

Los ángeles son seres espirituales creados por Dios por una libre decisión de su Voluntad divina. Son seres inmortales, dotados de inteligencia y voluntad.

Debido a su naturaleza espiritual, los ángeles no pueden ser vistos ni captados por los sentidos.

En algunas ocasiones muy especiales, con la intervención de Dios, se han visto y oído materialmente. La reacción de las personas al verlos u oírlos ha sido de asombro y de respeto. Por ejemplo, los profetas Daniel y Zacarías.

En el siglo IV, el arte religioso representó a los ángeles con forma de figura humana. En el siglo V, se le añadieron las alas, como símbolo de su prontitud en realizar la Voluntad divina y en trasladarse de un lugar a otro sin la menor dificultad.

En la Biblia encontramos algunos motivos para que los ángeles sean representados como seres brillantes, de aspecto humano y alados. Por ejemplo, el profeta Daniel escribe que un «ser que parecía varón» -se refería al arcángel Gabriel- volando rápidamente, vino a él (Daniel 8, 15-16; 9,21). Y, en el libro del Apocalipsis, son frecuente las apariciones de ángeles que claman, tocan las trompetas, llevan mensajes o son portadores de copas e incensarios; otros que suben, bajan o vuelan; otros que están de pie en cada uno de los cuatro puntos cardinales de la tierra o junto al trono del Cordero, Cristo.

La misión de los ángeles es amar, servir y dar gloria a Dios, ser mensajeros y cuidar y ayudar a los hombres. Ellos están constantemente en la presencia de Dios, atentos a sus órdenes, orando, adorando, vigilando, cantando y alabando a Dios y pregonando sus perfecciones. Se puede decir que son mediadores, custodios, guardianes, protectores y ministros de la justicia divina.

La presencia y la acción de los ángeles aparece a lo largo del Antiguo Testamento, en muchos de sus libros sagrados. Aparece frecuentemente, también, en la vida y enseñanzas de Nuestro Señor, Jesucristo, en la Carta de san Pablo, en los Hechos de los Apóstoles y, principalmente, en el Apocalipsis.

Con la lectura de estos textos, podemos descubrir algo más acerca de los ángeles:

  • Nos protegen, nos defienden físicamente y nos fortalecen al combatir las fuerzas del mal.
  • Luchan con todo su poder por y con nosotros.

Como ejemplo, está la milagrosa liberación de San Pedro que pudo huir de la prisión ayudado por un ángel (Hechos 12, 7 y siguientes). También, aparece un ángel deteniendo el brazo de Abraham, para que no sacrificara a su hijo, Isaac.

Los ángeles nos comunican mensajes importantes del Señor en determinadas circunstancias de la vida. En momentos de dificultad, se les puede pedir luz para tomar una decisión, para solucionar un problema, actuar acertadamente y para descubrir la verdad.

Por ejemplo, tenemos las apariciones a la Virgen María, a San José y a Zacarías. Todos ellos recibieron mensajes de los ángeles.

Los ángeles cumplen, también, las sentencias de castigo del Señor, como el castigo a Herodes Agripa (Hechos de los Apóstoles) y la muerte de los primogénitos egipcios (Exódo 12, 29).

Los ángeles presentan nuestras oraciones al Señor y nos conducen a Él. Nos acompañan a lo largo de nuestra vida y nos conducirán, con toda bondad, después de nuestra muerte, hasta el trono de Dios para nuestro encuentro definitivo con Él. Este será el último servicio que nos presten pero el más importante. El arcángel Rafael dice a Tobías: «Cuando ustedes oraban, yo presentaba sus oraciones al Señor», (Tob 12, 12 – 16).

Ellos nos animan a ser buenos pues ven continuamente el rostro de Dios y también ven el nuestro. Debemos tener presentes las inspiraciones de los ángeles para saber obrar correctamente en todas las circunstancias de la vida. «Los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente», (Lucas 15, 10).

Jerarquía de los ángeles

Se suelen enumerar nueve coros u órdenes angélicos. Esta jerarquía se basa en los distintos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. Dentro de esta jerarquía, los superiores hacen participar a los inferiores de sus conocimientos.
Cada tres coros de ángeles constituyen una jerarquía y todos ellos forman la corte celestial.

  1. Jerarquía Suprema:
    serafines
    querubines
    tronos
  2. Jerarquía Media:
    dominaciones
    virtudes
    potestades
  3. Jerarquía Inferior:
    principados
    arcángeles
    ángeles

Serafines: Son los «alabadores» de Dios. Serafín significa «amor ardiente». Los serafines alaban constantemente al Señor y proclaman su santidad.
(Isaías 6, 17)

Querubines: Son los «guardianes» de las cosas de Dios. Aparecen como encargados de guardar el arca de la alianza y el camino que lleva al árbol de la vida. Entre dos querubines comunica Yahvé sus revelaciones. «Se sienta sobre querubines».
(Génesis, Éxodo, en la visión de Ezequiel, 1, 4 y Carta a los Hebreos, 9,5).

Potestades, Virtudes, Tronos, Principados y Dominaciones:

En la Biblia encontramos estos diversos nombres cuando se habla del mundo angélico. Hay quien interpreta los nombres de los ángeles como correspondientes a su grado de perfección. Para San Gregorio, los nombres de los ángeles se refieren a su ministerio:

  1. los principados son los encargados de la repartición de los bienes espirituales
  2. las virtudes son los encargados de hacer los milagros
  3. las potestades son los que luchan contra las fuerzas adversas
  4. las dominaciones son los que participarán en el gobierno de las sociedades
  5. los tronos son los que están atentos a las razones del obrar divino.

A los arcángeles les podríamos llamar los «asistentes de Dios». Son ángeles que están al servicio directo del Señor para cumplir misiones especiales.

  1. Arcángel San Miguel: es el que arrojó del Cielo a Lucifer y a los ángeles que le seguían y quien mantiene la batalla contra Satanás y demás demonios para destruir su poder y ayudar a la Iglesia militante a obtener la victoria final. El nombre de Miguel significa «quien como Dios». Su conducta y fidelidad nos debe invitar a reconocer siempre el señoría e Jesús y buscar en todo momento la gloria de Dios.
  2. Arcángel San Gabriel: en hebreo significa «Dios es fuerte», «Fortaleza de Dios». Aparece siempre como el mensajero de Yahvé para cumplir misiones especiales y como portador de buenas noticias. Anunció a Zacarías el nacimiento de Juan, el Bautista y a la Virgen María, la Encarnación del Hijo de Dios.
  3. Arcángel San Rafael: su nombre quiere decir «medicina de Dios». Tiene un papel muy importante en la vida del profeta Tobías, al mostrarle el camino a seguir y lo que tenía que hacer. Tobías obedeció en todo al arcángel San Rafael, sin saber que era un mensajero de Dios. Él se encargó de presentar sus oraciones y obras buenas a Dios, dejándole como mensaje bendecir y alabar al Señor, hacer siempre el bien y no dejar de orar. Se le considera patrono de los viajeros por haber guiado a Tobías en sus viajes. Es patrono, también, de los médicos (de cuerpo y alma) por las curaciones que realizó en Tobit y Sara, el padre y la esposa de Tobías.

¿Qué nos enseñan los ángeles?

Nos enseñan a:

  1. glorificar al Señor, proclamar su santidad y rendirle sus homenajes de adoración, de amor y de ininterrumpida alabanza.
  2. cumplir con exactitud y prontamente todas las órdenes que recibimos del señor y a cumplir su Voluntad sin discutir sus mandatos ni aplazando el cumplimiento de éstas.
  3. servir al prójimo, pues ellos están preocupados por nosotros y quieren ayudarnos en las diversas circunstancias que se nos presentan en la vida. Esto nos anima a compartir con nuestros hermanos penas y alegrías.

HIMNO

Miguel, Gabriel y Rafael, los espíritus señeros y arcángeles mensajeros de Dios, que estáis junto a El.  A vuestro lado se siente alas de fiel protección, incienso en la oración y el corazón obediente. ¿Quién cómo Dios? es la enseña, es el grito de Miguel, y el orgullo de Luzbel al abismo se despeña. Gabriel trae la embajada divina, y le lleva al Padre el «Sí» de la Virgen Madre, del Sol de Cristo alborada. Por la ruta verdadera Rafael nos encamina y nos da la medicina que cura nuestra ceguera. Dios que nos diste a los ángeles por guías y mensajeros, danos el ser compañeros del cielo de tus arcángeles.      Amén.

ORACIÓN:

Oh Dios, que con admirable sabiduría distribuyes los ministerios de los ángeles y los hombres, te pedimos que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleva a la vida eterna.         Amén.

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XXVI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – 27 de Septiembre

LOS MANDATOS DEL SEÑOR SON RECTOS Y ALEGRAN EL CORAZÓN                                                                              Salmo 18

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9,38-43.45.47-48

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.                                                          Palabra del Señor

Jesús nos avisa sobre el escándalo

Importante el texto evangélico de Marcos que nos trae, hoy, el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús de Nazaret termina refiriéndose al escándalo sobre los más pequeños. Difícil asunto que siempre está en siniestra actualidad. Jesús, además, pide a sus discípulos que no creen una comunidad cerrada, apta solamente “para los nuestros” o para unos pocos. Jesús pide que nos abramos a todos los que predican y hacen milagros invocando su nombre. Y recuerda a aquellos que den un vaso de agua a los que siguen el Mesías que no quedaran sin recompensa. Consejos de una enorme actualidad que a todos nos afectan…

ORACIÓN: SOY DE LOS TUYOS, SEÑOR

Soy de los tuyos, Señor

Si no desprecio a los demás

Si trabajo por la verdad y la paz

Si me dejo llevar por tu Espíritu

SOY DE LOS TUYOS, SEÑOR

Si respondo a tu llamada

Si dejo que, los demás,

también sigan tus huellas

Si, lejos de quererte sólo para mí,

abro las puertas de tu Evangelio

a cuantos me rodean.

SOY DE LOS TUYOS, SEÑOR

Si sigo tu criterio y no el mío

Si te miro a Ti y no a los demás

Si pienso como Tú

Y no como yo pretendo

SOY DE LOS TUYOS, SEÑOR

 

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NOS UNIMOS A CRISTO EN LA EUCARISTÍA

DSCN0043FRUTOS DE LA UNIÓN EUCARÍSTICA

Durante la consagración nos podemos unir íntimamente a Cristo que se está ofreciendo en el altar. ¿Qué valor tiene esta unión? ¿cuál es el fin de la misma? ¿qué frutos da?

Podemos decir que la unión con Jesús Eucaristía es un don en sí mismo. No necesitamos nada más. Ese es el fin. Si toda nuestra vida cristiana no nos lleva al encuentro profundo con Dios, no vale para nada.

Podrás ser un catedrático en teología pero si no te relacionas con el Dios que conoces no sirve de nada. Podrás donar tu tiempo a los pobres y enfermos, pero si no descubres a Dios en ellos, caes en la filantropía. Podrás cumplir a la perfección los mandamientos, pero si mediante ellos no te encuentras con tu Dios están vacíos de sentido. Podrás recibir una y otra vez los sacramentos, pero si no te unes a Dios a través de ellos se convierten en rituales sin valor alguno (1Cor. 13, 1-3).

El cielo, fin de nuestra vida terrena, es un profundo abrazo con Dios que dura eternamente. Tú, hoy tienes la posibilidad de abrazarte a Él y abandonarte en sus brazos durante la consagración a través de la unión con Él dejando que te conceda su intimidad en el silencio. No pretendas nada maravilloso. Acepta que tu Dios es sencillo y pequeño. Desde tu banca en la Iglesia, por tu fe sencilla, puedes recibir el don de los grandes místicos: el don de la unión de corazones. El tuyo y el de Él en silencio.

Escucha las palabras que pronuncia el sacerdote: Tomad y comed todos de él porque éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Es necesario que aceptes al Dios que se humilla y se abaja y se hace alimento por ti (Jn. 6, 35). Quiere vivir en ti y hacer de tu corazón su morada (Jn. 14, 23). Acepta su entrega y ofrécete a Él, tu también.

En el momento en que el sacerdote eleva la hostia en el altar di: Espíritu Santo ven a mi alma. Deseo profundamente unirme en intimidad con el Sagrado Corazón de Jesús que se encuentra en la Eucaristía. Realiza la unión de nuestros corazones y permíteme vivir así mi día ofreciéndome y acogiéndolo.

Dios, en su infinita bondad, concede tres dones que se derivan de la unión con Él:

1º.- Nos santifica.

2º.- Nos fecunda.

3º.- Nos hace ofrenda de alabanza agradable al Padre.

En primer lugar, de la unión con Dios, da como fruto nuestra santificación. Necesitamos vivir en nuestra verdad de hombres pecadores, pequeños y limitados. Hay que vaciarnos de nosotros mismos y presentarnos ante Dios desnudos, sin nada, deseosos de acogerlo como don.

LA UNIÓN CON DIOS COMO ALCANZARLA

Dios no pide que vivamos en nuestra pobreza para dejarnos ahí, en el fango. No hubiera mandado a su Hijo solo para hacernos ver qué bajo había caído su más alta creación. Fue alto el precio que pagó y no está dispuesto a desperdiciar la sangre derramada por Cristo, su Hijo (1Pe. 1, 17-19). Dios nos quiere elevar, enriquecer, llenar. Nos quiere llevar a la plenitud de su diseño de salvación (Jn. 1, 16). Nos quiere crear de nuevo en Cristo Hijo, por la acción de su Espíritu. En definitiva nos quiere santificar. “Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor.” Ef. 1, 4.

El Corazón de Cristo está herido por la lanza de la que brota sangre y agua (Jn. 19, 34). La sangre y agua del costado es esa gracia sacramental que progresivamente nos santifica. Ahora bien, para poder acoger esa sangre y que se convierta en la nuestra, el corazón tiene que estar abierto. Nuestro corazón también tiene que ser herido por la espada que atravesó el corazón de María (Lc. 2, 35). Morir a nosotros mismos es lo que permite que la sangre fluya del Corazón de Jesús al nuestro y viceversa.

Dios va transformando nuestro corazón. Arranca nuestro corazón de piedra y nos da un corazón de carne (Ez. 11, 19-20). La acción de Dios no es inmediata. El Espíritu Santo actúa en el tiempo y realiza su obra progresivamente. A veces lo más fácil de cambiar es lo externo y si nos quedamos en un nivel superficial podría bastar esta transformación por fuera que es lo que el mundo ve. Sin embargo, la unión con Cristo Eucaristía nos va asemejando a Él desde dentro (Mc. 7, 15). Aquello que solo Dios conoce. Lo más ruin de nuestro interior. Dios quiere tocar ahí, lo más profundo, lo más arraigado y lo más difícil de cambiar.

Él nos quiere conceder los mismos sentimientos del Hijo (Fil. 2, 5). Sentimientos que son internos y que tienen un reflejo en el comportamiento externo. Nos quiere conceder la humildad, la compasión y la misericordia de su mismo Hijo. Tengamos paciencia y confiemos en la obra de Dios que es fiel a su promesa y no defrauda. Él es el primer interesado en nuestra santificación.

OREMOS: Cuando te veas unido a Cristo

Espíritu santificador, hazme capaz de morir a mí mismo para poder recibir de Cristo su sangre que me santifica. Deseo ser uno con Él; identificarme con Él. Te pido que me unas a su Corazón Eucarístico, que es la fuente de donde mana el agua que me purifica y la sangre que hace blancas mis vestiduras. Mantenme unido a Él siempre.

 

 

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¿PUEDO COMULGAR?

PARA COMULGAR ES NECESARIO ESTAR EN GRACIA DE DIOS Y HABER GUARDADO EL AYUNO EUCARÍSTICO.

El ayuno eucarístico, hoy día, se ha reducido a una hora para sólidos y líquidos (incluso bebidas alcohólicas).

Este mismo margen hay que dejar para las comuniones de media noche (Misa de Nochebuena).

La hora se entiende aproximadamente. Si faltan cinco o diez minutos, no importa.

El agua y las medicinas no rompen el ayuno. No importa haberlas tomado incluso un momento antes de comulgar.

El ayuno eucarístico queda suprimido para los enfermos, aunque no guarden cama, para los fieles de edad avanzada, y para las personas que cuidan enfermos y ancianos o familiares de éstos que desean recibir con ellos la Sagrada Eucaristía.

A los enfermos se les puede llevar la comunión a cualquier hora del día o de la noche.

En caso de necesidad se puede recibir la comunión bajo la sola especie de vino, si les cuesta tragar.

Normalmente se suele recibir la comunión una vez al día.
Se puede comulgar de nuevo, por segunda vez, cualquier día con tal de que sea oyendo misa entera.

Pero para comulgar la primera vez del día, no es necesario oír misa.

También pueden comulgar por segunda vez en el día los que acompañan al que recibe el viático.

Se puede comulgar sin haber guardado ayuno eucarístico, en peligro de muerte y para evitar una irreverencia al Santísimo Sacramento, por ejemplo, en un incendio, en una inundación, en una persecución religiosa, etc. En estos casos, si no hay sacerdote, podrá administrar la comunión, a otros y a sí mismo, cualquier seglar que esté en estado de gracia. Si uno no está en gracia, que haga un acto de contrición.

Para comulgar hay que estar en gracia de Dios.

Cuando tenemos la desgracia de cometer un pecado grave, ya no estamos en gracia de Dios; por lo tanto, así no podemos comulgar; y si comulgamos sabiendo que estamos en pecado grave, cometemos un pecado tremendo que se llama sacrilegio. Dice San Pablo que quien comulga indignamente «se traga su propia condenación».

Aunque con un acto de contrición perfecta -como luego diremos- se perdonan los pecados, con todo, quien tiene conciencia de estar en pecado grave no puede comulgar sin antes confesarse, a no ser «por causa grave». Así lo manda la Santa Iglesia, en el Código de Derecho Canónico.

Causa grave es aquella necesidad moral que, si no se atiende, nos produce un grave perjuicio; como sería el que los demás adviertan que estamos en pecado mortal.

Por eso, si después de acercarte a comulgar te das cuenta que estás en pecado grave, no es necesario que retrocedas: puedes comulgar haciendo antes un acto de contrición, con propósito de confesarte después.

Si tienes duda de estar en gracia, puedes comulgar haciendo antes un acto de contrición.

Puedes hacer un acto de contrición en tres palabras: «Dios mío, perdóname».

Juan Pablo II afirmó que la confesión es imprescindible para quien tiene conciencia de pecado grave y quiere acercarse a la comunión.

El Papa dijo que la preparación penitencial del comienzo de la Santa Misa no es suficiente para que pueda comulgar el que tenga conciencia de pecado grave.

No es necesario confesarse cada vez que uno comulga, a no ser que se tenga sobre la conciencia algún pecado grave. Dijo Juan Pablo II el 30 de enero de 1981: «Está y estará vigente siempre en la Iglesia la norma, establecida por San Pablo y por el mismo Concilio de Trento, por la cual a la digna recepción de la Eucaristía se debe anteponer la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado grave».

Los que creen estar en gracia de Dios, pueden acercarse a comulgar sin confesarse previamente. Sin embargo, es muy recomendable hacer siempre un acto de contrición perfecta antes de acercarse a comulgar.

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EL PECADO – III

Pecados de omisión.

Todos los días pedimos al Señor en la Misa que perdone nuestros pecados de «pensamiento, palabra, obra u omisión». Estos pecados de omisión pueden ser muy graves: vivir habitualmente desvinculado de la santa Misa, ignorar más o menos conscientemente la situación de un familiar que necesita una ayuda con urgencia, no prestar suficiente atención de amor al cónyuge, centrándose durante los tiempos libres en alguna de las tantísimas aficiones que pueden cautivar a la persona; etc. Muchas veces los pecados de omisión van unidos a pecados de obra. En todo caso, al ser omisiones, con frecuencia no son advertidos por la conciencia, que capta con más facilidad los pecados de obra positiva.

Cristo señala y reprueba en varias ocasiones pecados que son de omisión. Condena la higuera infructuosa (Mc 11,12-14, 20-21). Las vírgenes imprudentes de la parábola no se ven privadas del banquete por pecado de comisión, sino de omisión (Mt 25,11-13). Igualmente es castigado el siervo que no empleó debidamente su talento (Mt 25, 27-29). En el Juicio final el Señor castiga por los muchos bienes que, pudiendo hacerlos, no fueron hechos (Mt 25, 41-46). El rico de la parábola es condenado no por haber causado algún mal al pobre Lázaro, sino por haberlo ignorado, teniéndolo en la misma puerta de su casa, sin prestarle nunca ayuda (Lc 16,19-3 l). La omisión de aquellas buenas obras debidas en justicia o en caridad, que son posibles, ciertamente constituyen un pecado, un pecado de omisión. Esta verdad nos lleva a reafirmar otra verdad fundamental que le precede.

Las buenas obras son necesarias para la salvación. Dice Jesús: «Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). «En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos» (Jn 15,8). Nosotros,  pues, como hijos de Dios, hemos de «andar de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena» (Col 1,10). Por lo demás, al final de los tiempos vendrá el Señor «para dar a cada uno según sus obras» (Ap 22,12; cf. Mt 25,19-46; Rm 14,10-12; 2Cor 5,10). Y entonces «saldrán los que han obrado el bienpara la resurrección de vida, y los que han obrado el mal para la resurrección de condena» (Jn 5,29).

El cristiano está destinado a la perfección (per-fectus, de per-facere). En efecto, «la operación es el fin de las cosas creadas» (SThI,105,5), pues las potencias se perfeccionan actualizándose en sus obras propias. Por eso los cristianos, cooperando con la acción de la gracia divina –que es la que actúa en la persona «el querer y el obrar» (Flp 2,13)–, alcanzamos la perfección actuando las virtudes y dones en sus propias obras. Es fácil de entenderlo: si no nos ejercitáramos en las obras buenas, resistiríamos la gracia de Dios, pues Él quiere fecundar nuestra libertad dándole una operosidad abundante, de modo que por ella lleguemos nosotros a la perfección, y al mismo tiempo ocasionemos la de otros. «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).

Advirtamos, en todo caso, que cuando hablamos de obras nos referimos igualmente a las obras externas, que tienen expresión física, como a la realización de obras internas, de condición predominantemente espiritual –como, por ejemplo, orar, perdonar una ofensa, renunciar a una reclamación justa, acordarse de Dios al paso de las horas, etc.–.

El peligro de tener muchas palabras, y pocas obras siempre ha sido denunciado por los maestros espirituales, comenzando por los mismos Apóstoles. San Pedro nos dice que Jesús «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Y San Pablo: «Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa» (1 Cor 4,20). Y San Juan: «No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y de verdad» (1Jn 3,18). Los pecados de omisión van directamente en contra de esa operosidad benéfica, que no es sino docilidad a la gracia de Dios.

San Juan de la Cruz advierte que «para hallar a Dios de veras no basta sólo orar con el corazón y la lengua, sino que también, con eso, es menester obrar de su parte lo que es en sí. Muchos no querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por El no quieren hacer casi nada que les cueste algo» (Cántico3,2). Santa Teresa insiste siempre: «Vosotras, hijas, diciendo y haciendo, palabras y obras» (Camino Perf. 32,8). El amor que tenemos al Señor ha de ser «probado por obras» (3 Moradas 1,7; cf. Cuenta conc. 51). «Obras quiere el Señor» (5 Moradas 3,11). Y en la más alta perfección cristiana no queda el cristiano inerte y quieto, sino que, por el contrario, es entonces cuando florece en cuantiosas y preciosas obras buenas: «De esto sirve este matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras» (7 Moradas 4,6). Y lo mismo dice Santa Teresa del Niño Jesús: «los más bellos pensamientos nada son sin las obras» (Manuscritos autobiog. X,5).

Así pues, la fe fiducial luterana, sin obras, es una fe muerta, sin caridad, pues si estuviera vivificada por la caridad, florecería necesariamente en obras buenas. No es, por tanto, una fe salvífica: «la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta» (Sant 2,17).

La fe fiducial presuntamente salvífica es, pues, una caricatura de la fe vivacristiana, que es, bajo la acción de la gracia de Dios, «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6) . En efecto, «no son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los que cumplen la Ley: ésos serán declarados justos» (Rm 2,13). Tampoco basta con clamar al Señor, abandonándose pasivamente a su misericordia, pues «no todo el que dice “¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).

Pues bien, el campo católico de trigo no está hoy libre de la cizaña luterana. Cuando un cristiano deja de ir a Misa, cuando la comunión frecuente no va acompañada de la confesión frecuente, cuando la absolución sacramental se imparte y se recibe sin esperanza real de conversión, como una imputación extrínseca de justicia, cuando tantos creyentes viven tranquilamente en el pecado mortal habitual –adulterio o lo que sea–, confiados a la misericordia de Dios, que es tan bueno, ¿no estamos con Lutero ante una vivencia fiducial de la fe? ¿No se da, aunque sea calladamente, una instalación pacífica en el simul peccator et iustus?.

sacerdote: don J Mª Iraburu

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