Nuestra Señora del Buen Socorro

En la pasada fiesta de la Inmaculada Concepción se dio la aprobación diocesana oficial, por parte del obispo Ricken -después de casi dos años de investigación por tres expertos marianos- sobre las apariciones de la Virgen María a Adele Brise en 1859, leyéndose el decreto en una misa especial en el santuario de Nuestra Señora del Buen Socorro, lugar de las apariciones: «declaro con certeza moral y de acuerdo con las normas de la Iglesia que los acontecimientos, apariciones y locuciones dadas a Adele Brise en octubre de 1859 presentan la sustancia de carácter sobrenatural, y yo por la presente apruebo estas apariciones como dignas de fe -aunque no obligatorias- para los fieles cristianos».

Corría el año 1859, un año después de lo acontecido en Lourdes (Francia), cuando en el pueblo de Champion (Wisconsin) en Estados Unidos, sucede una serie de sucesivas apariciones atribuidas a la Virgen María.

Adele Brise llegó a Estados Unidos en 1855 con sus padres y sus tres hermanos. Ella tenía 24 años. En Bélgica había querido ser religiosa, pero la pobreza e inmigración lo habían impedido. Se establecieron en Wisconsin, una zona boscosa a la que llegaban muchos pioneros belgas para las áreas rurales, pero casi sin atención religiosa, pues durante mucho tiempo hubo un solo sacerdote para medio estado.

Un día Adela vio una dama vestida con una brillantísima túnica blanca, con una corona de estrellas en la cabeza. Al cabo de unos minutos, la imagen desapareció dejando una nube blanca. Unos días después Adela acudía a misa con su hermana Isabel, recorriendo la misma ruta. Al llegar a unos árboles, volvió a ver la dama de blanco entre ellos. Pero siguió su camino, en la iglesia habló con el sacerdote, y él le dijo que si se trataba de un mensajero celestial volvería a verlo, y podría preguntarle quién era. Cuando volvían a casa por el mismo camino, la dama de blanco volvió a aparecer y le dio a Adela un mensaje muy especial. No pidió que se construyera una iglesia en aquel lugar, ni llamó a la conversión, solo le pidió a la joven Adela Brise lo siguiente: «reúne a los niños de este país y enséñales lo que deben saber para la salvación». Y más concreto aún: «enséñales con sus catecismos, cómo hacer la señal de la Cruz y cómo acercarse a los sacramentos; eso es lo que deseo que hagas. Vete y no tengas miedo, yo te ayudaré».

Su padre construyó una pequeña capilla en el lugar de la aparición a la que empezaron a acudir muchas personas en peregrinación. Adela tenía 28 años y recorría las casas y caminos poniendo en práctica el mensaje de la «Señora» con los emigrantes franco-hablantes y animando a los niños a conocer el catecismo.

En 1865, el capellán de la colonia belga, convencido por sus palabras, le animó a crear una escuela. Un grupo de mujeres se le unieron y abrieron un colegio gratuito para niños pobres de emigrantes. Adela enseñaba el catecismo, y otras compañeras diversas materias. Formaron una comunidad de terciarias franciscanas, con hábito, pero sin ingresar plenamente en la vida religiosa.

Lo trascendente de este reconocimiento a la aparición de la Virgen María en un estado americano estriba en que es la primera aparición que acontece y se comprueba su autenticidad.

Sea motivo de alegría y de gozo para todos sus hijos especialmente los pertenecientes al pueblo americano.

Ofrendemos y testimoniemos nuestro amor a Nuestra Señora que como Madre amorosa siempre está dispuesta a socorrer a cualquier hijo necesitado.

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La situación actual de la vida consagrada

¿Cómo va la vida consagrada? ¿Cuál es la situación de las religiosas, de los religiosos, de quienes han decidido entregar su vida a Dios viviendo en pobreza, castidad y obediencia, en una comunidad, congregación u Orden religiosa? Las respuestas a esta pregunta son muy numerosas, en general muy categóricas, y casi siempre parciales.

Genera muchas sorpresas el análisis actual de la situación de la vida consagrada en la segunda década del tercer milenio.

En el siglo XX surgió una auténtica primavera (término acuñado por Juan Pablo II) de nuevas realidades eclesiales, que van desde la Institución Teresiana hasta el Opus Dei, desde el Movimiento de los Focolares hasta Comunión y Liberación, desde la Comunidad del Emmanuel hasta el Sodalicio de Vida Cristiana, que han dado lugar a nuevas formas de vida consagrada.
Son miles y miles de nuevos consagrados, si contamos todas estas familias religiosas, que viven su entrega a Dios en la castidad célibe, casi siempre en comunidad, entregándose totalmente a la evangelización en los ambientes profesionales, o en nuevos apostolados educativos, asistenciales…

Ahora bien, es indudable que la obra misionera que en los últimos siglos han asegurado las Congregaciones y Órdenes religiosas quedará condicionada por su descenso numérico. Benedicto XVI hizo un análisis de la situación el 26 de noviembre, al recibir en audiencia a la Asamblea General de la Unión de los Superiores Generales de los religiosos.

Según la última edición del Anuario Pontificio Estadístico de la Iglesia, en estos momentos hay 739.000 religiosas (las que han pronunciado votos temporales o perpetuos) en el mundo. A inicios de los años ochenta, eran casi un millón. Al leer el dato muchos piensan en una debacle. Pero mientras su número desciende fuertemente en Europa, América y Oceanía, en Asia y África ha aumentado en los últimos diez años un 16% y un 21% respectivamente.
En el caso de los religiosos, los números también descienden, aunque en un porcentaje menor. Los sacerdotes religiosos son 135.000, mientras que en 1985 eran 151.000. Los religiosos no sacerdotes son hoy casi 55.000, mientras que hace 25 años eran 65.000.

En general, estas cifras junto con las estadísticas de vocaciones y de edades parecen ser bastante preocupantes, algunos dicen alarmantes. Reconocía el Papa: «El momento actual presenta, para no pocos institutos, el dato de la disminución numérica, especialmente en Europa». Añadía: «Las dificultades, sin embargo, no deben hacernos olvidar que la vida consagrada tiene su origen en el Señor: es querida por Él para la edificación y la santidad de su Iglesia, y por eso la misma Iglesia nunca estará privada de ella».
Por este motivo, el Pontífice presentó en la Asamblea de la Unión de Superiores Generales de religiosos la brújula que puede mostrar el camino para lograr una nueva primavera también en las congregaciones religiosas: «buscar a Dios», ser, «por vocación, buscadores de Dios».

El Papa también pedía a los religiosos: «Consagrad a esta búsqueda las mejores energías de vuestra vida. Pasad de las cosas secundarias a las esenciales, es decir, a lo que es verdaderamente importante; buscad lo definitivo, buscad a Dios, mantened la mirada puesta en Él». Y añadía: «Buscad a Dios en los hermanos que os ha dado, con los que compartís la vida y misión. Buscadlo en los hombres y en las mujeres de nuestro tiempo, a los que estáis invitados a ofrecer, con la vida y la palabra, el don del Evangelio. Buscadlo especialmente en los pobres, primeros destinatarios de la Buena Noticia. Buscadlo en la Iglesia, donde el Señor se hace presente, sobre todo en la Eucaristía y en los demás sacramentos; y en su Palabra, que es vía maestra para la búsqueda de Dios, nos introduce en el coloquio con Él y nos revela su verdadero rostro. ¡Sed siempre buscadores apasionados y testigos de Dios!».

El Pontífice les explicó cuál es el gran peligro que hoy viven los religiosos: «La vida consagrada corre el peligro de acomodarse a los criterios de este mundo: el individualismo, el consumismo, el materialismo; criterios que hacen disminuir la fraternidad y hacen perder fascinación y penetración a la misma vida consagrada». Por eso, como palabra clave para que los religiosos superen la crisis de años precedentes, el Papa les propuso el reto de la nueva evangelización: «La misión es el modo de ser de la Iglesia y, en ella, de la vida consagrada; forma parte de vuestra identidad; os empuja a llevar el Evangelio a todos, sin límites». Al despedirse de los Superiores de los religiosos, insistió con un consejo: «Id, por tanto, y en fidelidad creativa haced vuestro el desafío de la nueva evangelización. Renovad vuestra presencia en los areópagos de hoy para anunciar, como hizo san Pablo en Atenas, al Dios desconocido».

El Presidente de la Unión de Superiores Generales, don Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor de los salesianos, con motivo de esta Asamblea, presentó su radiografía de la vida consagrada: «Hemos visto que la solución al problema de la vida consagrada consiste en vivir su identidad profética, volviendo a ser significativa, valorando como un don también la minoridad, la pérdida de relevancia social».

De hecho, añadió que, «en la Europa de hoy, somos poco conocidos y menos apreciados, pero no importa». Al contrario, «lo que importa es ser lo que somos hasta el fondo: transmitir a los hermanos la experiencia cotidiana que hacemos de Cristo. Volver a Jesús y a su seguimiento radical: esto es para nosotros lo esencial». El Presidente también presentó, en nombre de la Asamblea de Superiores religiosos, tres desafíos: «Volver a encontrar la profundidad de la experiencia espiritual; construir comunidades en las que se viva con alegría el don de la fraternidad; y recuperar el carácter central de la misión y servirla con más transparencia».


Leído de la crónica de Jesús Colina.

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25 de Diciembre y las fiestas paganas

El día de Navidad es el 25 de diciembre, cuando se conmemora el Nacimiento de Jesucristo en Belén según los evangelios de San Mateo y San Lucas. Después de la Pascua de Resurrección es la fiesta más importante del año eclesiástico.

Como los evangelios no mencionan fechas, no es seguro que Jesús naciera ese día. De hecho, el día de Navidad no fue oficialmente reconocido hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianzeno se proclamó el 25 de diciembre como fecha de la Natividad.

De esta manera seguía la política de la Iglesia primitiva de absorber en lugar de reprimir los ritos paganos existentes, que desde los primeros tiempos habían celebrado el solsticio de invierno y la llegada de la primavera.

La fiesta pagana más estrechamente asociada con la nueva Navidad era el Saturnal romano, el 19 de diciembre, en honor de Saturno, dios de la agricultura, que se celebraba durante siete días de bulliciosas diversiones y banquetes.

Al mismo tiempo, se celebraba en el Norte de Europa una fiesta de invierno similar, conocida como Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses para conseguir que el Sol brillara con más fuerza.


Edad Media, nacimientos y villancicos

Una vez incorporados estos elementos, la Iglesia añadió posteriormente en la Edad Media el nacimiento y los villancicos a sus costumbres. En esta época, los banquetes eran el punto culminante de las celebraciones. Todo esto tuvo un abrupto final en Gran Bretaña cuando, en 1552, los puritanos prohibieron la Navidad. Aunque la Navidad volvió a Inglaterra en 1660 con Carlos II, los rituales desaparecieron hasta la época victoriana.


Siglo XIX, el árbol y postales de Navidad

La Navidad, tal como la conocemos hoy, es una creación del siglo XIX. El árbol de navidad, originario de zonas germanas, se extendió por otras áreas de Europa y América. Los villancicos fueron recuperados y se compusieron muchos nuevos (la costumbre de cantar villancicos, aunque de antiguos orígenes, procede fundamentalmente del siglo XIX). Las tarjetas de navidad no empezaron a utilizarse hasta la década de 1870, aunque la primera de ellas se imprimió en Londres en 1846.


Santa Claus y el Espíritu de Navidad

La familiar imagen de Santa Claus, con el trineo, los renos y las bolsas con juguetes, es una invención estadounidense de estos años, aunque la leyenda de Papá Noel sea antigua y compleja, y proceda en parte de San Nicolás y una jovial figura medieval, el espíritu de navidad. En Rusia lleva tradicionalmente un cochinillo rosa bajo el brazo.


Navidad hoy día

Actualmente, la Navidad es tiempo de gran actividad comercial e intercambio de regalos, reuniones y comidas familiares.

En Occidente se celebra la Misa del gallo en iglesias y catedrales. En los países de América Latina, de arraigada tradición católica, se celebra especialmente la Nochebuena (24 de diciembre) con una cena familiar para la que se elaboran una diversidad de platos, postres y bebidas tradicionales. También se acostumbra asistir a la Misa del gallo y celebra con cohetes y fuegos artificiales.

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Navidad 2010

Las monjas benedictinas del Monasterio de Santa Cruz, hemos celebrado con gozo la Misa de Medianoche, el 24 de Diciembre, esperando la llegada del Salvador. Como los pastores, ante el Niño Dios,  imploramos todas las gracias necesarias para la comunidad y nuestro mundo, tan necesitado de paz y amor. Los fieles han respondido  con su grata presencia en la celebración, con su participación activa en los cantos y sus muestras de cariño y felicitación, a cada hermana de comunidad.
El 25, por la mañana, celebramos la Misa del día de Navidad , no sin menos alegría, y Adoramos al Niño con villancicos, al término de la Eucaristía, cada uno, depositando en su beso, los deseos y anhelos de su corazón.  Damos gracias a Dios y en todo sea Él glorificado.
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Felices navidades

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Mi cita con Dios

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En primer lugar, tengo que decir que cuando escuché este relato vocacional, algo hizo que mi vida cambiase. ¿Podría llamar Dios a ese algo? Hoy, puedo darle nombre, pero cuando aquella contemplativa me estaba narrando la historia de su conversión, su llamada a vivir en un monasterio, el resto de su vida, con sus 19 años recién cumplidos, con su bachillerato terminado, con la oportunidad de ir a la universidad, con ofertas de trabajo, pensé que me estaba remontando a la edad media, cuando ser monja, era verdaderamente, un privilegio. Yo, miraba a aquella joven, como si se tratase de algo sobrenatural, que mi mente racional, no podía entender, ni abarcar.

Tenía 9 años, -me dice- cuando experimenté un cambio grande interiormente en mi vida. De niña caprichosa y juguetona, pasé a ser más responsable, introvertida y reflexiva. Todo, a raíz de un hecho incomprensible en la mente de una niña. De simples aprobados, pasé a sacar sobresalientes. Yo, creía en un Dios que había conocido, a través de mi familia, mis profesores y por algún que otro misionero que venía a predicar la Semana Santa, al pueblo. Me quedaba mirando su hábito mucho tiempo, y pensaba en ese ser divino, que le había concedido tal gracia. A su lado, me sentía desafortunada. Me veía muy pobre, muy poca cosa. ¿Cómo podía Dios quererme a mí, de tal manera, que pusiese en mi corazón de niña, el deseo de seguir a Jesucristo? Era absurdo, no entraba dentro de mis planes. Fui creciendo en el seno de una familia campesina, pero creyente. A los 16 años, sentí otra llamada de Dios, en mi vida. Yo, oraba como sabía, leía la Biblia en casa, a escondidas casi, por miedo a que mis hermanos se rieran de mi.

Tenía la costumbre de escaparme al campo, sola, para hablar con ese «Alguien» que llevaba dentro de mí, y que yo, sabía me amaba y comprendía. Me desahogaba con Él cuando tenía algún problema y me invitaba a guardar silencio, como María, en lo profundo de mi corazón, resolviérase o no, el problema. Todo se resumía en un constante fiat. A los 17 años, fui víctima de una grave enfermedad, que me mantuvo hospitalizada una semana. Como me sentía morir, ofrecí mi vida al Señor, si sanaba, y buscaría conocer más, a su Hijo Jesucristo. Dios, no se hizo esperar. Me recuperé totalmente, y me olvidé por completo de la palabra dada a Dios. Pero Él, no se olvidó de mi, no. A los 19 años , sentí ya la última llamada de Dios, en mi vida de juventud: era cuando Él, me instaba interiormente, a salir de mi casa, de mi familia, a alejarme de todos y de todo, para partir, no sabía a dónde, -como nuestro padre Abrahán-, cuando Él, inscribió en mi pecho una palabra: «monja». Esta idea, o llamada, no me dejó nunca en paz. Había una gran fuerza dentro de mi, que me poseía y me instaba a dejarlo todo, todo. Ya no podía retrasar más mi cita con Dios, que había concertado a los 17 años. O me iba de monja o el Señor vendría a por mi, muy pronto. Él, tenía mucha prisa y yo, no entendía nada, como María, en la Encarnación. Tan solo me quedaba, consentir. No conocía ninguna monja, no había oído hablar de ellas, no sabía a dónde, ni a quien dirigirme y de pronto, una luz, una chispita destellante, impregnó mi mente, haciéndome llegar a casa del párroco de mi pueblo. En la primera entrevista que tuve con él, yo le dije que quería ser monja, que tenía vocación. «Bueno, eso habrá que verlo. -me dijo sigilosamente-. Te llevaré a conocer unas monjas y a ver si te gusta su vida .Yo, te dejaré con ellas y lo habláis». Claro que se fue el Señor cura, para no dar señales de vida, hasta después de varios años de haber entrado yo, en el Monasterio.

Cuando por primera vez, vi aquel monasterio, -el que pasados unos años, sería mi hogar-, tan grande, tan frío, tan falto de vida por fuera, una gran mole de piedra, pensé «¿dónde me voy a meter yo? Uf, ¡Dios me valga!» Al entrar en el locutorio, mis impresiones primeras cambiaron, y conocí a dos monjas, las que después de unos años serían mis superioras, ¡tan amables, tan llenas de vida!, en aquel hogar donde se respiraba paz y armonía, donde había plantas por los largos pasillos de madera, donde las hermanas te sonreían a su paso, y donde la luz del sol, entraba por las enormes vidrieras de sus ventanas, que todo me parecía un sueño. Quiero ser monja, -decía yo- ¿Por qué? -me preguntaban. Pues no lo sé, -contestaba- solo sé que debo ser monja para conocer más a Jesucristo, a quien amo, y estar siempre con Él. Las dos hermanas se miraban una a la otra, extrañadas por tanta prisa y decisión rápida en ponerla en práctica. Entré en clausura, y poco a poco fui configurándome con la comunidad que Dios me había regalado, sin merito propio, pero recibiéndolo todo de Él. Me presenté con las manos vacías material y espiritualmente, pero con la gran ilusión de querer ser santa. Siempre Dios tuvo prisa conmigo, y ratifiqué mi sí, a los 26 años, en una ceremonia presidida por el Obispo de la ciudad, y acompañada por mi comunidad, mi familia y los fieles conocidos y no tan conocidos, que quisieron unirse a mi alegría y a la de toda la Iglesia. Hoy, sigo ilusionada, me abandono a la voluntad de Dios, y confío en su infinita misericordia, que quien comenzó tan sublime obra, cuando Él quiera, la llevará a término. Hay dos palabras clave en el lenguaje de Dios, en mi trayectoria humana: generosidad y desprendimiento. Cada nueva y decisiva llamada de Dios en mi vida, me invita a eso, «ser generosa y desprendida». Yo, le digo muchas veces: «Señor, es tu obra, y confío que tu mismo la lleves a término, porque eres el más interesado en ello».

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Cuando me despedía de aquella sensible y sencilla criatura, que había estado escuchando, un buen rato, mis esquemas mentales se quebraron, me sentía como un tonto, al lado de tanta sabiduría y profunda experiencia acumulada, en una vida, no exenta de sufrimientos, pero… si, siempre agradecida. Hoy, el gran agradecido a Dios, soy yo, por haber podido compartir tan bella experiencia, íntima y sobrehumana, que un tiempo me hizo tambalear, pero que ahora, agradezco infinitamente a esta sencilla mujer de pueblo y sin carrera, que ha encontrado esa perla preciosa que durante años, la había estado buscando a ella. Una imagen, vale más que mil palabras.

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¿Jesús me llamas?

Yo te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. (Isaías 43, 1)

Desde hace dos mil años son miles y miles los cristianos que, de manera voluntaria y libre se entregan a Dios, ¿qué es lo que les impulsa a elegir esa trayectoria para encontrar la felicidad en el amor a Dios?, ese deseo no es otro que la vocación o llamada.

En nuestro tiempo oímos: ¡No hay vocaciones!. Dios sigue llamando pero son pocos los que responden a esa llamada, bien porque no quieren comprometerse o porque desconocen qué es eso de ser llamados.

Dialoga con Dios, solo Dios y tú.

Pueden orientarte estas pinceladas:

I) Poner oído a la voz del Señor. No puedo oírlo si yo le pongo mis condiciones para seguirle; si lo que me dice no es lo que yo quiero oír. Reflexionar cual es mi tarea, interés, vocación, lo que da sentido a mi existencia.

II) Vislumbrar nuestra vocación. Los jóvenes ven la vida como un proyecto entusiasmante y confunden la vocación como una tendencia a un compromiso con la Iglesia. Aunque esta etapa juvenil es un momento adecuado para saber y tomar conciencia de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. También se denota la confluencia educación-vocación, la educación como buena base para que cuaje la vocación. Los que siguen a Dios no son pobres hombres o mujeres embaucados, son seguidores de Dios con total libertad, ellos han colaborado con su vida e historia.

III) Dios me manifiesta su amor. Mi existencia ha sido designio de Dios, las circunstancias que me rodean no son pura coincidencia. Jesús dijo a sus apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, yo os he elegido». No nos lo dice directamente, nos lo indica con las circunstancias que nos rodean. Él llama a nuestra puerta, desea entrar en nuestra vida, hablar con cada uno, en fecundo diálogo de amor.

IV) Los acontecimientos de mi vida no los causo yo. Mi vida es mía pero a la vez, en cierto sentido no es mía, pues muchas cosas o hechos que nos ocurren no los buscamos, ni provocamos, ni somos los causantes; alguien manipula mi vida y me pone a mí de protagonista. ¿Quién ha elegido el año de mi nacimiento, los padres, el país, las cualidades personales, mi manera de ser… Dios ha decidido todos estos detalles, no por capricho sino en función de o al servicio de, es la misteriosa iniciativa de Dios. Es como el escultor que ante un bloque de mármol idea la escultura a tallar y la ejecuta con toda belleza. Nosotros somos la idea de Dios realizada con belleza. La belleza está en nuestro interior.

V) ¿Qué hace Dios para que yo viva esa vocación? En el amor hace falta libertad, no se impone nada. El amor necesita más de buenos cebos de pesca que de ajustados visores de caza. Juan Pablo II expresa lo que es la vocación: «Dios os invita a dejaros pescar por Él completamente». Entonces, ¿en la vocación es cuestión de que yo quiera?, no, hay dos pasos: el primero Dios me muestra sus deseos, me invita, y segundo, si quiero me doy por enterado. «Si alguno quiere ser mi discípulo que me siga».

VI) Porqués interesantes: El porqué de la exigencia de la llamada no es el contenido de la llamada, sino la respuesta mía dada con total libertad. ¿Por qué en tantas ocasiones cuesta tanto?, porque no me obligan a la fuerza, porque libremente me complico la vida por amor a Dios, que me invita, y por amor a los demás -como rostros visibles suyos en la tierra-, por amor a la humanidad entera -aunque no la conozca-, por amor a la Iglesia. Tomo la decisión de entregarme por fe y por amor, si yo no estoy dispuesto, Dios no tiene nada que hacer. Me fio de Dios y le otorgo mi sí, aunque mi fe y mi amor sea pequeño.

VII) Ante la posible vocación siento miedo o inquietud. Es el síntoma de que Dios anda dentro de mí hablándome o queriéndome hablar. Ya lo decía Santo Tomás «El espíritu Santo usa la lengua del hombre como instrumento, pero es Él mismo quien acaba la obra en el interior de las almas». La palabra de Dios es como una espada de doble filo que penetra en el alma -según la escrituras-. Cuando es Dios quien toca por dentro es difícil quitártelo de la cabeza, estás tocado y solo puede tocar Dios.

VIII) El misterio de seguir a Dios. Generalmente los que entregan su vida a Dios si se les preguntan el por qué de su vocación, no saben que contestar, es como un misterio incluso para ellos mismos, pero siempre hay un algo que acaba por convencerles, que detrás de aquello (no saben bien que es aquello) está Dios. La Iglesia enseña que para tener una vocación concreta existen algunos indicios: 1º- Se entiende el fin de la vocación a la que Dios llama. 2º- Se tienen las condiciones personales -humanas y sobrenaturales-, al menos en potencia, para seguir ese camino, es decir se idóneo. 3º- Captar ese camino o vocación como algo bueno para uno, descubrir un motivo recto. 4º- La dirección espiritual, es una ayuda porque ayuda a superar el peligro de la arbitrariedad a la hora de conocer y decidir la propia vocación a la luz de Dios. Debiendo manifestar nuestras inquietudes y miedos. También podemos darnos cuenta de que ese camino es el acertado, es bueno para mí, me viene muy bien, de que Dios necesita de mí y puedo corresponderle. Dios me está ofreciendo esa forma de vida concreta.

IX) Fuerza para querer. Mi vida es un tú en yo: es de Dios y mía a la hora de hacerla y disfrutarla. El de mi vida lo hace Dios. El yo de mi vida lo hago yo, el yo que se da cuenta de que la vida es un tú en yo. Es necesario pedir al Espíritu Santo luz para ver la propia vocación y sobre todo pedirle fuerza para querer. Dios da la vocación, si uno no quiere, la vocación no se encuentra. Es fundamental la libertad y podemos usarla bien para la generosidad, cuando vas dejándose llevar por Dios y no pone dificultades a encontrarse con ella. O mal para el egoísmo, cuando uno huye de Dios, abandona la oración o los medios que le pueden llevar a encontrarla.

La seguridad de la vocación se diluye con planteamientos como:

  • «Si no me quedase más remedio, me entregaría a Dios». Es claro que no quiere y por lo tanto no va a colaborar con Dios a que se configure esa vocación, y es claro que encontrará otros remedios y no se verá obligado a entregarse. Pero es claro también que fue porque no quiso.
  • «Si estuviese totalmente seguro de que tengo esa vocación, sí, pero ¿y si me equivoco?». Una persona con este planteamiento nunca estuvo segura de su vocación porque no quiso.
  • «Pero, ¿es necesario?, ¿si veo que tengo vocación, es necesaria seguirla para ir al cielo?». En principio no es necesario, en cada caso concreto Dios lo sabrá. No se usa la libertad para la generosidad, se da lo mínimo posible. Y, entonces, ¿dónde está el amor?, ¿quién podrá hacer lo que Dios quiso entregarte a ti?. Nadie te puede sustituir.

La fuerza para dar tu SI te la da el querer servir a Dios, saber que Dios es tu Padre y mi disponibilidad hacia los demás, entregando mi amor y mi vida.

¡Ánimo, jóvenes!, dice Juan Pablo II. ¡Cristo os llama y el mundo os espera!. Recordad que el Reino de Dios necesita vuestra generosa y total entrega. No seáis como el joven rico, que invitado por Cristo, no supo decidirse, permaneciendo con sus bienes y su tristeza, él, que había sido preguntado con una mirada de amor. Sed como aquellos pescadores que llamados por Jesús, dejaron todo inmediatamente y llegaron a ser pescadores de hombres.

Sentid la grandeza de esta misión, dejaos arrastrar del todo por el torbellino en cuyo centro actúa Dios mismo, tened plena conciencia de realizar una misión insustituible. No permitáis que la insidia de la duda, del cansancio o de la desilusión empañe el frescor de la entrega.

Reflexiones de La Llamada, J.P. Manglano
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¿Será proclamado beato Gaudí?

«La Sagrada Familia se convirtió en su vida. Deja los encargos de los clientes ricos, y en adelante, se dedicará hacer «La Obra de Dios»»

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Además de idear el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, que Benedicto XVI dedicó el pasado 7 de noviembre, el arquitecto Antonio Gaudí ha unido familias rotas, ha curado enfermedades, ha propiciado profundas conversiones al catolicismo, ha logrado puestos de trabajo. Lo aseguran numerosos testimonios de los cinco continentes en primera persona, recogidos por la Asociación Pro Beatificación de Antonio Gaudí, que hoy presentó el estado actual del proceso de canonización del arquitecto catalán.

En una rueda de prensa celebrada ante su tumba, en la cripta de la Sagrada Familia de Barcelona, los representantes de la asociación mostraron su confianza en que Gaudí pueda ser beatificado el 10 de junio de 2016, fecha del 90º aniversario de su muerte. Los impulsores de este proceso de beatificación reconocieron que ello depende de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, en consonancia con la devoción que suscite el arquitecto y, en último término, con la voluntad de Dios.

Sin embargo, uno de los fundadores de la asociación, Josep Maria Tarragona, explicó que se han fijado ese «horizonte de trabajo» porque ya existe un «milagro solvente» y porque están finalizando la positio. El posible milagro hace referencia a la curación inexplicable de una enfermedad en la retina testimoniada por Montserrat Barenys, de la ciudad de Reus, en la que Gaudí fue bautizado al día siguiente de su nacimiento. Esta presunta curación milagrosa de la vista se tramitará al arzobispado de Tarragona, al que pertenece Reus. La Asociación también destacó el testimonio de Ramón Amargant, que asegura haber sido curado milagrosamente de una úlcera en la cadera por intercesión de Gaudí.

La Asociación Pro Beatificación de Antonio Gaudí nació en 1992 por el entusiasmo de cinco laicos convencidos de la santidad del artista y con un presupuesto inicial de 300 euros. La fase diocesana de la causa se llevó a cabo en Barcelona entre los años 2000 y 2003, y en julio de ese año, se abrió en Roma el proceso para la beatificación. La postuladora es Silvia Correale, el vicepostulador, el sacerdote Lluís Bonet y el relator, el padre Vincenzo Criscuolo, OFM Cap.

Bonet explicó en una rueda de prensa, que ahora la asociación espera que la Congregación para las Causas de los Santos confirme que Gaudí vivió las virtudes cristianas de manera heroica y que su intercesión ha propiciado un milagro, y el Papa lo declare Venerable. Para ello, entregará, a la Congregación para las Causas de los Santos a principios del año 2012, una biografía documentada de Gaudí de entre 1.200 y 1.444 páginas. El autor de esta biografía, Josep Maria Tarragona, opinó en la rueda de prensa que el hecho de que sea el Papa quien dedique la Sagrada Familia «acelera la fama de santidad de Gaudí y por tanto la presión que los cardenales amigos puedan hacer en el Vaticano para que se aceleren los trámites que hacen los funcionarios de la Congregación».

Por su parte, el presidente de la asociación, el arquitecto Josep Manuel Almuzara, afirmó, en referencia a la Sagrada Familia, que: «detrás de este templo maravilloso hay un arquitecto maravilloso por su arte y también por su cristiandad».

Monseñor Lombardi ha comunicado que el Papa respeta el proceso y los tiempos de las causas de beatificación y de canonización. No es él quien debe influir en ellas, han de proceder de forma correcta y seria. Pero ciertamente el hecho de dar visibilidad en el pueblo cristiano a esta obra y a la figura de su autor aumentará la devoción hacia esta persona, lo que puede animar el procedimiento de la causa. Sin embargo, no se trata de un impulso directo, estos procesos se desarrollan con sus dinámicas. En cualquier caso, el hecho de que haya una devoción y una valorización del significado de la obra de Gaudí, hará que muchas más personas lo conozcan, recuerden su intercesión y así la causa se vea apoyada por un consenso popular. El consenso del pueblo cristiano es algo esencial para el procedimiento de las causas de beatificación o canonización. La Iglesia reconoce el valor de modelo de una vida cristiana cuando es el mismo pueblo cristiano el que se la propone y le hace entender que es una figura importante, hacia la que se dirige en la oración para encontrarse con Dios.

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La Cruz de la redención

Solo se yergue desnudo el madero
del ignominioso y cruento suplicio
que callado y sumiso, sufrió el Hijo
del omnipotente Padre Supremo.

Pero contemplando la Cruz no gimo
de jubilosa alegría es mi llanto
ya que de este sencillo palo santo
la salvadora redención nos vino.

¡Llevad jóvenes por el orbe entero
la Cruz del perdón y la reconciliación
emblema del gran amor verdadero!.

¡Tocadla, meditad con gran devoción
y con arrepentimiento sincero
elevad a Jesucristo una oración!.

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Esperanza en el domingo III Adviento

Liturgia en el III Domingo de Adviento.

La liturgia del tercer domingo de Adviento subraya de modo particular la alegría por la llegada de la época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la salvación se ha hecho presente en Cristo Jesús. El profeta Isaías, en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. El salmo 145 canta la fidelidad del Señor a sus promesas y su cuidado por todos aquellos que sufren. Santiago, constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener paciencia: así como el labrador espera la lluvia, el alma espera al Señor que no tardará. El Evangelio, finalmente, pone de relieve la paciencia de Juan el Bautista quien en las oscuridades de la prisión es invitado por Jesús a permanecer fiel a su misión hasta el fin.

Primera:  Is 35, 1-6.8.10
Salmo 146
Segunda:  Sant 5, 7-10
Evangelio: Mt 11, 2-11

Publicado en Reflexiones | Etiquetado | Comentarios desactivados en Esperanza en el domingo III Adviento