¿Jesús me llamas?

Yo te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. (Isaías 43, 1)

Desde hace dos mil años son miles y miles los cristianos que, de manera voluntaria y libre se entregan a Dios, ¿qué es lo que les impulsa a elegir esa trayectoria para encontrar la felicidad en el amor a Dios?, ese deseo no es otro que la vocación o llamada.

En nuestro tiempo oímos: ¡No hay vocaciones!. Dios sigue llamando pero son pocos los que responden a esa llamada, bien porque no quieren comprometerse o porque desconocen qué es eso de ser llamados.

Dialoga con Dios, solo Dios y tú.

Pueden orientarte estas pinceladas:

I) Poner oído a la voz del Señor. No puedo oírlo si yo le pongo mis condiciones para seguirle; si lo que me dice no es lo que yo quiero oír. Reflexionar cual es mi tarea, interés, vocación, lo que da sentido a mi existencia.

II) Vislumbrar nuestra vocación. Los jóvenes ven la vida como un proyecto entusiasmante y confunden la vocación como una tendencia a un compromiso con la Iglesia. Aunque esta etapa juvenil es un momento adecuado para saber y tomar conciencia de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. También se denota la confluencia educación-vocación, la educación como buena base para que cuaje la vocación. Los que siguen a Dios no son pobres hombres o mujeres embaucados, son seguidores de Dios con total libertad, ellos han colaborado con su vida e historia.

III) Dios me manifiesta su amor. Mi existencia ha sido designio de Dios, las circunstancias que me rodean no son pura coincidencia. Jesús dijo a sus apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, yo os he elegido». No nos lo dice directamente, nos lo indica con las circunstancias que nos rodean. Él llama a nuestra puerta, desea entrar en nuestra vida, hablar con cada uno, en fecundo diálogo de amor.

IV) Los acontecimientos de mi vida no los causo yo. Mi vida es mía pero a la vez, en cierto sentido no es mía, pues muchas cosas o hechos que nos ocurren no los buscamos, ni provocamos, ni somos los causantes; alguien manipula mi vida y me pone a mí de protagonista. ¿Quién ha elegido el año de mi nacimiento, los padres, el país, las cualidades personales, mi manera de ser… Dios ha decidido todos estos detalles, no por capricho sino en función de o al servicio de, es la misteriosa iniciativa de Dios. Es como el escultor que ante un bloque de mármol idea la escultura a tallar y la ejecuta con toda belleza. Nosotros somos la idea de Dios realizada con belleza. La belleza está en nuestro interior.

V) ¿Qué hace Dios para que yo viva esa vocación? En el amor hace falta libertad, no se impone nada. El amor necesita más de buenos cebos de pesca que de ajustados visores de caza. Juan Pablo II expresa lo que es la vocación: «Dios os invita a dejaros pescar por Él completamente». Entonces, ¿en la vocación es cuestión de que yo quiera?, no, hay dos pasos: el primero Dios me muestra sus deseos, me invita, y segundo, si quiero me doy por enterado. «Si alguno quiere ser mi discípulo que me siga».

VI) Porqués interesantes: El porqué de la exigencia de la llamada no es el contenido de la llamada, sino la respuesta mía dada con total libertad. ¿Por qué en tantas ocasiones cuesta tanto?, porque no me obligan a la fuerza, porque libremente me complico la vida por amor a Dios, que me invita, y por amor a los demás -como rostros visibles suyos en la tierra-, por amor a la humanidad entera -aunque no la conozca-, por amor a la Iglesia. Tomo la decisión de entregarme por fe y por amor, si yo no estoy dispuesto, Dios no tiene nada que hacer. Me fio de Dios y le otorgo mi sí, aunque mi fe y mi amor sea pequeño.

VII) Ante la posible vocación siento miedo o inquietud. Es el síntoma de que Dios anda dentro de mí hablándome o queriéndome hablar. Ya lo decía Santo Tomás «El espíritu Santo usa la lengua del hombre como instrumento, pero es Él mismo quien acaba la obra en el interior de las almas». La palabra de Dios es como una espada de doble filo que penetra en el alma -según la escrituras-. Cuando es Dios quien toca por dentro es difícil quitártelo de la cabeza, estás tocado y solo puede tocar Dios.

VIII) El misterio de seguir a Dios. Generalmente los que entregan su vida a Dios si se les preguntan el por qué de su vocación, no saben que contestar, es como un misterio incluso para ellos mismos, pero siempre hay un algo que acaba por convencerles, que detrás de aquello (no saben bien que es aquello) está Dios. La Iglesia enseña que para tener una vocación concreta existen algunos indicios: 1º- Se entiende el fin de la vocación a la que Dios llama. 2º- Se tienen las condiciones personales -humanas y sobrenaturales-, al menos en potencia, para seguir ese camino, es decir se idóneo. 3º- Captar ese camino o vocación como algo bueno para uno, descubrir un motivo recto. 4º- La dirección espiritual, es una ayuda porque ayuda a superar el peligro de la arbitrariedad a la hora de conocer y decidir la propia vocación a la luz de Dios. Debiendo manifestar nuestras inquietudes y miedos. También podemos darnos cuenta de que ese camino es el acertado, es bueno para mí, me viene muy bien, de que Dios necesita de mí y puedo corresponderle. Dios me está ofreciendo esa forma de vida concreta.

IX) Fuerza para querer. Mi vida es un tú en yo: es de Dios y mía a la hora de hacerla y disfrutarla. El de mi vida lo hace Dios. El yo de mi vida lo hago yo, el yo que se da cuenta de que la vida es un tú en yo. Es necesario pedir al Espíritu Santo luz para ver la propia vocación y sobre todo pedirle fuerza para querer. Dios da la vocación, si uno no quiere, la vocación no se encuentra. Es fundamental la libertad y podemos usarla bien para la generosidad, cuando vas dejándose llevar por Dios y no pone dificultades a encontrarse con ella. O mal para el egoísmo, cuando uno huye de Dios, abandona la oración o los medios que le pueden llevar a encontrarla.

La seguridad de la vocación se diluye con planteamientos como:

  • «Si no me quedase más remedio, me entregaría a Dios». Es claro que no quiere y por lo tanto no va a colaborar con Dios a que se configure esa vocación, y es claro que encontrará otros remedios y no se verá obligado a entregarse. Pero es claro también que fue porque no quiso.
  • «Si estuviese totalmente seguro de que tengo esa vocación, sí, pero ¿y si me equivoco?». Una persona con este planteamiento nunca estuvo segura de su vocación porque no quiso.
  • «Pero, ¿es necesario?, ¿si veo que tengo vocación, es necesaria seguirla para ir al cielo?». En principio no es necesario, en cada caso concreto Dios lo sabrá. No se usa la libertad para la generosidad, se da lo mínimo posible. Y, entonces, ¿dónde está el amor?, ¿quién podrá hacer lo que Dios quiso entregarte a ti?. Nadie te puede sustituir.

La fuerza para dar tu SI te la da el querer servir a Dios, saber que Dios es tu Padre y mi disponibilidad hacia los demás, entregando mi amor y mi vida.

¡Ánimo, jóvenes!, dice Juan Pablo II. ¡Cristo os llama y el mundo os espera!. Recordad que el Reino de Dios necesita vuestra generosa y total entrega. No seáis como el joven rico, que invitado por Cristo, no supo decidirse, permaneciendo con sus bienes y su tristeza, él, que había sido preguntado con una mirada de amor. Sed como aquellos pescadores que llamados por Jesús, dejaron todo inmediatamente y llegaron a ser pescadores de hombres.

Sentid la grandeza de esta misión, dejaos arrastrar del todo por el torbellino en cuyo centro actúa Dios mismo, tened plena conciencia de realizar una misión insustituible. No permitáis que la insidia de la duda, del cansancio o de la desilusión empañe el frescor de la entrega.

Reflexiones de La Llamada, J.P. Manglano
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