Mi cita con Dios

la vida....jpg

En primer lugar, tengo que decir que cuando escuché este relato vocacional, algo hizo que mi vida cambiase. ¿Podría llamar Dios a ese algo? Hoy, puedo darle nombre, pero cuando aquella contemplativa me estaba narrando la historia de su conversión, su llamada a vivir en un monasterio, el resto de su vida, con sus 19 años recién cumplidos, con su bachillerato terminado, con la oportunidad de ir a la universidad, con ofertas de trabajo, pensé que me estaba remontando a la edad media, cuando ser monja, era verdaderamente, un privilegio. Yo, miraba a aquella joven, como si se tratase de algo sobrenatural, que mi mente racional, no podía entender, ni abarcar.

Tenía 9 años, -me dice- cuando experimenté un cambio grande interiormente en mi vida. De niña caprichosa y juguetona, pasé a ser más responsable, introvertida y reflexiva. Todo, a raíz de un hecho incomprensible en la mente de una niña. De simples aprobados, pasé a sacar sobresalientes. Yo, creía en un Dios que había conocido, a través de mi familia, mis profesores y por algún que otro misionero que venía a predicar la Semana Santa, al pueblo. Me quedaba mirando su hábito mucho tiempo, y pensaba en ese ser divino, que le había concedido tal gracia. A su lado, me sentía desafortunada. Me veía muy pobre, muy poca cosa. ¿Cómo podía Dios quererme a mí, de tal manera, que pusiese en mi corazón de niña, el deseo de seguir a Jesucristo? Era absurdo, no entraba dentro de mis planes. Fui creciendo en el seno de una familia campesina, pero creyente. A los 16 años, sentí otra llamada de Dios, en mi vida. Yo, oraba como sabía, leía la Biblia en casa, a escondidas casi, por miedo a que mis hermanos se rieran de mi.

Tenía la costumbre de escaparme al campo, sola, para hablar con ese «Alguien» que llevaba dentro de mí, y que yo, sabía me amaba y comprendía. Me desahogaba con Él cuando tenía algún problema y me invitaba a guardar silencio, como María, en lo profundo de mi corazón, resolviérase o no, el problema. Todo se resumía en un constante fiat. A los 17 años, fui víctima de una grave enfermedad, que me mantuvo hospitalizada una semana. Como me sentía morir, ofrecí mi vida al Señor, si sanaba, y buscaría conocer más, a su Hijo Jesucristo. Dios, no se hizo esperar. Me recuperé totalmente, y me olvidé por completo de la palabra dada a Dios. Pero Él, no se olvidó de mi, no. A los 19 años , sentí ya la última llamada de Dios, en mi vida de juventud: era cuando Él, me instaba interiormente, a salir de mi casa, de mi familia, a alejarme de todos y de todo, para partir, no sabía a dónde, -como nuestro padre Abrahán-, cuando Él, inscribió en mi pecho una palabra: «monja». Esta idea, o llamada, no me dejó nunca en paz. Había una gran fuerza dentro de mi, que me poseía y me instaba a dejarlo todo, todo. Ya no podía retrasar más mi cita con Dios, que había concertado a los 17 años. O me iba de monja o el Señor vendría a por mi, muy pronto. Él, tenía mucha prisa y yo, no entendía nada, como María, en la Encarnación. Tan solo me quedaba, consentir. No conocía ninguna monja, no había oído hablar de ellas, no sabía a dónde, ni a quien dirigirme y de pronto, una luz, una chispita destellante, impregnó mi mente, haciéndome llegar a casa del párroco de mi pueblo. En la primera entrevista que tuve con él, yo le dije que quería ser monja, que tenía vocación. «Bueno, eso habrá que verlo. -me dijo sigilosamente-. Te llevaré a conocer unas monjas y a ver si te gusta su vida .Yo, te dejaré con ellas y lo habláis». Claro que se fue el Señor cura, para no dar señales de vida, hasta después de varios años de haber entrado yo, en el Monasterio.

Cuando por primera vez, vi aquel monasterio, -el que pasados unos años, sería mi hogar-, tan grande, tan frío, tan falto de vida por fuera, una gran mole de piedra, pensé «¿dónde me voy a meter yo? Uf, ¡Dios me valga!» Al entrar en el locutorio, mis impresiones primeras cambiaron, y conocí a dos monjas, las que después de unos años serían mis superioras, ¡tan amables, tan llenas de vida!, en aquel hogar donde se respiraba paz y armonía, donde había plantas por los largos pasillos de madera, donde las hermanas te sonreían a su paso, y donde la luz del sol, entraba por las enormes vidrieras de sus ventanas, que todo me parecía un sueño. Quiero ser monja, -decía yo- ¿Por qué? -me preguntaban. Pues no lo sé, -contestaba- solo sé que debo ser monja para conocer más a Jesucristo, a quien amo, y estar siempre con Él. Las dos hermanas se miraban una a la otra, extrañadas por tanta prisa y decisión rápida en ponerla en práctica. Entré en clausura, y poco a poco fui configurándome con la comunidad que Dios me había regalado, sin merito propio, pero recibiéndolo todo de Él. Me presenté con las manos vacías material y espiritualmente, pero con la gran ilusión de querer ser santa. Siempre Dios tuvo prisa conmigo, y ratifiqué mi sí, a los 26 años, en una ceremonia presidida por el Obispo de la ciudad, y acompañada por mi comunidad, mi familia y los fieles conocidos y no tan conocidos, que quisieron unirse a mi alegría y a la de toda la Iglesia. Hoy, sigo ilusionada, me abandono a la voluntad de Dios, y confío en su infinita misericordia, que quien comenzó tan sublime obra, cuando Él quiera, la llevará a término. Hay dos palabras clave en el lenguaje de Dios, en mi trayectoria humana: generosidad y desprendimiento. Cada nueva y decisiva llamada de Dios en mi vida, me invita a eso, «ser generosa y desprendida». Yo, le digo muchas veces: «Señor, es tu obra, y confío que tu mismo la lleves a término, porque eres el más interesado en ello».

TODO LO PUEDO EN CRISTO.gif

Cuando me despedía de aquella sensible y sencilla criatura, que había estado escuchando, un buen rato, mis esquemas mentales se quebraron, me sentía como un tonto, al lado de tanta sabiduría y profunda experiencia acumulada, en una vida, no exenta de sufrimientos, pero… si, siempre agradecida. Hoy, el gran agradecido a Dios, soy yo, por haber podido compartir tan bella experiencia, íntima y sobrehumana, que un tiempo me hizo tambalear, pero que ahora, agradezco infinitamente a esta sencilla mujer de pueblo y sin carrera, que ha encontrado esa perla preciosa que durante años, la había estado buscando a ella. Una imagen, vale más que mil palabras.

Esta entrada ha sido publicada en Testimonios y etiquetada como , , , , . Guarda el enlace permanente.