En la pasada fiesta de la Inmaculada Concepción se dio la aprobación diocesana oficial, por parte del obispo Ricken -después de casi dos años de investigación por tres expertos marianos- sobre las apariciones de la Virgen María a Adele Brise en 1859, leyéndose el decreto en una misa especial en el santuario de Nuestra Señora del Buen Socorro, lugar de las apariciones: «declaro con certeza moral y de acuerdo con las normas de la Iglesia que los acontecimientos, apariciones y locuciones dadas a Adele Brise en octubre de 1859 presentan la sustancia de carácter sobrenatural, y yo por la presente apruebo estas apariciones como dignas de fe -aunque no obligatorias- para los fieles cristianos».
Corría el año 1859, un año después de lo acontecido en Lourdes (Francia), cuando en el pueblo de Champion (Wisconsin) en Estados Unidos, sucede una serie de sucesivas apariciones atribuidas a la Virgen María.
A
dele Brise llegó a Estados Unidos en 1855 con sus padres y sus tres hermanos. Ella tenía 24 años. En Bélgica había querido ser religiosa, pero la pobreza e inmigración lo habían impedido. Se establecieron en Wisconsin, una zona boscosa a la que llegaban muchos pioneros belgas para las áreas rurales, pero casi sin atención religiosa, pues durante mucho tiempo hubo un solo sacerdote para medio estado.
Un día Adela vio una dama vestida con una brillantísima túnica blanca, con una corona de estrellas en la cabeza. Al cabo de unos minutos, la imagen desapareció dejando una nube blanca. Unos días después Adela acudía a misa con su hermana Isabel, recorriendo la misma ruta. Al llegar a unos árboles, volvió a ver la dama de blanco entre ellos. Pero siguió su camino, en la iglesia habló con el sacerdote, y él le dijo que si se trataba de un mensajero celestial volvería a verlo, y podría preguntarle quién era. Cuando volvían a casa por el mismo camino, la dama de blanco volvió a aparecer y le dio a Adela un mensaje muy especial. No pidió que se construyera una iglesia en aquel lugar, ni llamó a la conversión, solo le pidió a la joven Adela Brise lo siguiente: «reúne a los niños de este país y enséñales lo que deben saber para la salvación». Y más concreto aún: «enséñales con sus catecismos, cómo hacer la señal de la Cruz y cómo acercarse a los sacramentos; eso es lo que deseo que hagas. Vete y no tengas miedo, yo te ayudaré».
Su padre construyó una pequeña capilla en el lugar de la aparición a la que empezaron a acudir muchas personas en peregrinación. Adela tenía 28 años y recorría las casas y caminos poniendo en práctica el mensaje de la «Señora» con los emigrantes franco-hablantes y animando a los niños a conocer el catecismo.
En 1865, el capellán de la colonia belga, convencido por sus palabras, le animó a crear una escuela. Un grupo de mujeres se le unieron y abrieron un colegio gratuito para niños pobres de emigrantes. Adela enseñaba el catecismo, y otras compañeras diversas materias. Formaron una comunidad de terciarias franciscanas, con hábito, pero sin ingresar plenamente en la vida religiosa.
Lo trascendente de este reconocimiento a la aparición de la Virgen María en un estado americano estriba en que es la primera aparición que acontece y se comprueba su autenticidad.
Sea motivo de alegría y de gozo para todos sus hijos especialmente los pertenecientes al pueblo americano.
Ofrendemos y testimoniemos nuestro amor a Nuestra Señora que como Madre amorosa siempre está dispuesta a socorrer a cualquier hijo necesitado.
Las monjas benedictinas del Monasterio de Santa Cruz, hemos celebrado con gozo la Misa de Medianoche, el 24 de Diciembre, esperando la llegada del Salvador. Como los pastores, ante el Niño Dios, imploramos todas las gracias necesarias para la comunidad y nuestro mundo, tan necesitado de paz y amor. Los fieles han respondido con su grata presencia en la celebración, con su participación activa en los cantos y sus muestras de cariño y felicitación, a cada hermana de comunidad.





La liturgia del tercer domingo de Adviento subraya de modo particular la alegría por la llegada de la época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la salvación se ha hecho presente en Cristo Jesús. El profeta Isaías, en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. El salmo 145 canta la fidelidad del Señor a sus promesas y su cuidado por todos aquellos que sufren. Santiago, constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener paciencia: así como el labrador espera la lluvia, el alma espera al Señor que no tardará. El Evangelio, finalmente, pone de relieve la paciencia de Juan el Bautista quien en las oscuridades de la prisión es invitado por Jesús a permanecer fiel a su misión hasta el fin.