PSICOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN

Estamos ya en los umbrales de la Semana Santa. La Cuaresma termina y es lógico que hayamos pensado muy insistentemente sobre nuestra conversión, sobre nuestro encuentro renovado con el Señor Jesús. Se ha dicho que la conversión dura toda la vida y, también, que es un camino discontinuo. Hay muchas cosas que impiden la rectitud de ese camino. Y entre ellas no debemos olvidar las tentaciones. El Señor las tuvo en el desierto y, sin duda, tenían un fondo de mayor sutileza que su propia enunciación primera podría parecer. El Malo intentaba, sobre todo, separar a Jesús de Nazaret de la misión marcada por el Padre. Los reinos de la tierra, las caídas del pináculo del templo o la transformación de las piedras en pan eran planteamientos de una cierta normalidad, aunque engañosa. El Diablo quería que Jesús usase su poder para sí mismo, para su beneficio. Y en la misión encargada por el Padre Dios aparecía “abajarse” hasta la desaparición, como bien muestra la profecía de Isaías referente al Varón de Dolores.

EL ANÁLISIS DE SAN IGNACIO

En nuestra vida cotidiana, las tentaciones son también sutiles y nunca enseñan, desde el principio, el resultado final de las mismas. El Tentador es fundamentalmente mentiroso y siempre promete, pero jamás da nada, ni siquiera a Fausto. Pero, en fin, muchas de nuestras dificultades en el camino de seguimiento a Cristo nos pueden parecer problemas psicológicos y `parece útil analizar esto. Y el camino de Ignacio de Loyola, al respecto de dichas variaciones psicológicas, es formidable.

Hay situaciones de inesperada tristeza, o de pereza, o de inseguridad; la confusión nos llega y comenzamos a no estar seguros de nada, o de casi nada. Cuando nuestro estado de ánimo está así y no hay un problema objetivo –una desgracia real o un asunto difícil que hemos analizado suficientemente—que lo provoque es que el Tentador ha mordido en carne y nos tiene sujetos. Estas incidencias en el cambio de carácter o reacciones sobre los estados de ánimo ya los vio con maestría excepcional, Ignacio de Loyola, en el siglo XVI, trescientos años antes de naciera Freud, el psicoanálisis y las modernas técnicas de examen de la mente.

San Ignacio en su Autobiografía narra cómo descubrió esos cambios de estado de ánimo en plena conversión. Y así experimentaba paz y alegría si sus pensamientos iban dirigidos hacia futuras acciones religiosas, de seguimiento de Jesús o de los santos. Por el contrario, tras dedicarse a pensar sobre cuestiones mundanas o de galanteos –y tener momentáneamente unas emociones fuertes—luego quedaba postrado en la más absoluta tristeza. Asimismo, Ignacio sufrió fuertemente de escrúpulos sobre los pecados anteriores, que le acercaron a situaciones límites. Bueno, él, sobre todo al principio, se maravillaba de esos cambios interiores. De ese acceso a la alegría o a la tristeza, en función de otear solo su futuro comportamiento, sacó las figuras de consolación o desolación, que resultan concepciones magistrales de la psicología humana en función de la religión.

CAMBIO PROFUNDO

Por otro lado, la lectura de la Autobiografía de Ignacio es importante para todo aquel que este iniciando un camino de cambio profundo, de vuelta a la Iglesia desde fuera y tras mucho tiempo de alejamiento. ¿Y por qué decimos eso? Pues porque el Fundador de la Compañía de Jesús relata con una gran minuciosidad ese propio camino y es posible que muchos, en algún momento, nos veamos –en mayor o menor medida—retratados por la peripecia de Ignacio. Por otro lado, la Autobiografía se lee como un auténtico libro de aventuras. Sería, finalmente, en el librito llamado Ejercicios Espirituales donde más se condensó esa experiencia psicológica de Ignacio. Dicho libro ha servido para impartir tandas de Ejercicios a millones de personas a lo largo de los últimos cuatrocientos años, pero también su lectura es muy gratificante, incluso para quienes no han tenido la experiencia de recibir la enseñanza de los Ejercicios Espirituales.

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