La Cuaresma es camino de conversión y nuestra conversión durará toda la vida. Ese camino de convergencia hacia Cristo es labor de toda la existencia y por eso –en la medida de lo posible—debemos aprovechar el tiempo. Es posible que algunos propósitos trazados el Miércoles de Ceniza, cuando la cuaresma iniciaba su tiempo, hayan quedado desdibujados e incumplidos. Es lógico que esto ocurra. Nuestra vida cotidiana no está todo lo cerca del camino de Jesús, que nosotros quisiéramos. Pero siempre es útil pararse y reflexionar. Como en la navegación marítima siempre hay que estar enmendando el rumbo porque corrientes y vientos contrarios nos afectan y perdemos la buena dirección. No se trata, pues, de preocuparse por la falta de avances. Lo que tenemos que hacer es empezar de nuevo y situarnos en el rumbo prefijado.
La Cuaresma conmemora los cuarenta días que el Señor Jesús pasó en el desierto. Y allí fue tentado. Hemos de analizar nuestras propias tentaciones o todo lo que nos entorpece y nos engaña. El Tentador es un mentiroso. Nunca ofrece a cambio nada real. Todos son engaños. Y hemos de tener cuidado en no hacer nuestros los engaños sugeridos por el Malo y vivir completamente tentados como si no lo estuviéramos o fueran “nuestras desgracias” y “nuestros desaciertos” lo que nos afectan.
SIN ALEGRÍA
Un primer índice de que estamos fuertemente tentados en la ausencia de alegría. La tristeza sin motivo es un arma demoníaca muy habitual. Pero si profundizamos en las causas de esta tristeza veremos, casi seguro, que no hay razón para la misma. No está entristeciendo algo que nos puede salir mal, pero que todavía no ha ocurrido y que puede llegarnos de cualquier forma, y no necesariamente de la peor. San Ignacio de Loyola que realizó un trabajo muy especial en los Ejercicios Espirituales, descubría esa tristeza –falsa o falseada—en el momento que él llamaba como Desolación. Si además la tristeza nos lleva a ser negligentes en nuestra oración o en las prácticas religiosas que habitualmente hacemos es que, en efecto, estamos siendo manipulados por el Tentador.
LA CARRERA CUARESMAL
La Cuaresma es una carrera y si a mitad de ella queremos abandonar, sin razón aparente, es que alguien pretende que no lleguemos a nuestra meta. Puede parecer un poco fantástico todo este discurso de acciones “exteriores” que influyen negativamente sobre nuestro carácter y nuestra alegría. Tendemos, ahora, a dar explicaciones más psicológicas y psicosomáticas. Y bien puede ser. Pero sin olvidar las otras. Porque si nuestra tristeza nos dirige, fundamentalmente, a dejar de frecuentar los sacramentos, a no hacer nuestro rato cotidiano de oración o a sentir una extraña –y nueva e inaudita—agresividad contraria a las cosas de la Fe, es que alguien quiere sacarnos de ahí. No es que hayamos encontrado una “iluminación” contraria a la Religión de manera inmediata.
La mejor forma de descubrir a un enemigo sutil es saber que persigue y cuáles son sus armas. No nos dejemos atacar por una tristeza inesperada, ni tampoco aceptemos, aunque nos cueste más, cambiar de prácticas religiosas y sacramentales. Cuando San Ignacio de Loyola escribió su famosa frase de “en tiempo de desolación, no hacer mudanza”, acaba de acertar con el diagnóstico. Cuando esos efluvios de tristeza, de desinterés, nos inunden. En ese momento, en esos días, deberemos cumplir lo que teníamos proyectado en materia de devociones y en todo lo demás. Nada de abandonar trabajos u oraciones, porque nos sentimos tristes. Bien al contrario.
INTENSIFICAR LA LUCHA
Es muy posible que a lo largo de estos días de cuaresma hayamos experimentado esa tristeza inmovilizadora o una invitación para dejar las cosas para mañana. Será el momento de intensificar nuestro camino y nuestro cumplimiento, aunque nos cueste más. Mientras que no permitamos el desajuste o debilitamiento de nuestros propósitos, todo irá por donde queremos. Cuando nos abandonemos las cosas marcharan por donde quiere otro, el eterno engañador.