DÍA DE LA VIDA CONSAGRADA – 2 de Febrero

El próximo día 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor, celebramos esta jornada mundial en la Iglesia, al tiempo que clausuramos el AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA, inmerso en el Jubileo extraordinario de la Misericordia.

Cuarenta días después del Nacimiento del Niño Dios en Belén, la Virgen María y su esposo san José acudieron al Templo de Jerusalén para presentarle a Jesús y ofrecérselo al Dios Altísimo.

También los fieles consagrados renovarán ese día la ofrenda total de sus vidas al Señor con súplicas de acción de gracias que brotan en su interior, al tiempo que solicitaremos en las celebraciones de la Jornada nuevas vocaciones específicas de consagración masculinas y femeninas.

La vida Consagrada, es PROFECÍA DE MISERICORDIA: Anuncian, en efecto, con una fuerza especial el amor misericordioso de Dios a todos los hombres. Su vida es un canto continuado a las misericordias del Señor. Nos marcan el camino de nuestra salvación.

La persona consagrada experimenta de una forma especial esa misericordia y gusta de ella, no sólo en sí misma, sino también en sus hermanos y hermanas, pues llevan en el corazón sus angustias y esperanzas. El consagrado, unido a los sufrimientos y pruebas de los demás, los acogen en sus manos y los ofrecen diariamente al Señor. Sus manos son para otros.

La vida consagrada es importante precisamente, entre otros valores, por ser Profetas de la gratuidad y amor misericordioso, de quien es capaz de “perder” la propia vida, como respuesta a la sobreabundante misericordia del Hijo de Dios, que entregó su vida en la Cruz por la humanidad. Siguen así se cerca a su Esposo, a quien conocen y aman intensamente.

Al celebrar en esa Jornada la clausura del Año de la Vida consagrada, que hemos celebrado con tanta ilusión en las Iglesias particulares, recordemos  que los consagrados son un DON PRECIOSO para la comunidad eclesial y para el mundo sediento de Dios.

La llamada de seguir sólo a Cristo, consagrándole la vida por completo, ciertamente es un gran regalo para todo el Pueblo de Dios. Su vocación, de imitar en todo a Cristo pobre, obediente y casto, es un canto continuado a la primacía de Dios y de los bienes futuros, que tanto necesitamos.

Por eso, en la clausura de este Año de Gracia, pediremos por vosotros al Señor para que vuestro estilo de vida se manifieste siempre con transparencia ante los demás. Que sepamos lo que os hace vivir así para el Señor y que vuestra actividad no oculte nunca vuestra identidad y riqueza interior. Que nunca os venza el miedo de vivir en plenitud y “a lo grande” vuestra consagración. Necesita la Iglesia lo que Dios puso en vuestras manos.

Pensemos, finalmente, con agradecimiento en quienes fueron por delante de nosotros sembrando estas semillas en la Iglesia. A tantos padres generosos que apoyaron y cuidaron plantas tan especiales. A sacerdotes celosos por el Reino de Dios. Tantas oraciones desde el silencio de monasterios y conventos de clausura… Estos son los caminos del Señor. Así florecen estas plantas.

Gracias de corazón. Un recuerdo y saludo muy especial para las personas enfermas y mayores consagradas que, como velas encendidas ante el Señor, iluminan nuestros pasos. Una palabra de ánimo y apoyo, también, a los jóvenes que sientan inquietud por una entrega total al Señor. Que no pierdan “su mejor parte”, que el Señor les ofrece. Puedo asegurarles que serán muy felices junto a la cruz victoriosa y redentora del Señor. Estropearán su futuro si no respondieran. Que vuestra luz nos alumbre. Felicidades.

C.P. Mons. del Hoyo López

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