LAS TRES ESES PARA ORAR

vocacion.pngEn la oración debemos guardar las tres eses:

1.-Silencio. Sin ruido alguno que nos rompa nuestra concentración en el amor al Señor, incluido en el término ruido la música, aunque se trate de una música sacra, pues en una contemplación, a Dios más le agrada el silencio de un alma que se le entrega por amor, y las palabras que salen del ama de esa persona que se le entrega.

2.-Soledad. Se busca la intimidad, y esta no existe en el bullicio. La intimidad es algo muy especial, porque  en ella se genera el amor. Y si es importante la soledad en el orden material, también lo es en el orden espiritual. En los evangelios tenemos una clara demostración de la necesidad que tenía el Señor para orar:

San Lucas 5, 15-16 nos dice  “15 Cada vez se extendía más su fama y concurrían numerosas muchedumbres para oírle y ser curados de sus enfermedades. 16 pero Él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración”.

 San Mateo 14, 13. también nos dice: “13 A esta noticia, Jesús se alejó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado. y habiéndolo oído las muchedumbres, le siguieron a pie desde las ciudades”.

San marcos 1, 35. también escribe diciéndonos: “35 A la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”.

El mismo Espíritu Santo, nos recuerda la necesidad de la soledad y recogimiento interior: “La llevaré a la soledad, y allí le hablaré al corazón”. (Os. 2, 14)

Jean Lafrance, dice: “Cuando Dios elige a un hombre para confiarle una misión, comienza por hacer de él su amigo y confidente. Muy naturalmente lo lleva aparte, para murmurarle sus secretos, pues Dios no habla en el ruido…. En la Biblia, todo envío en misión va generalmente precedido de una retirada al Desierto”.

No cabe duda, escribía Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, de que la soledad es una de las raíces esenciales de las que surge en encuentro del hombre con Dios. Cuando el hombre siente su soledad, se da cuenta de que su existencia es un grito lanzado a un tú, y de que él no está hecho para ser solamente un yo en su mismo. El hombre puede experimentar la soledad de diversas maneras. Puede apagarse la soledad cuando el hombre encuentra a un tú humano…. La gracia de la soledad es uno de los dones más preciosos que Dios nos da en el camino a la santidad.

3.-Sosiego. Para orar es indispensable el sosiego, que nos dará pie al recogimiento. Si  queremos conseguir la iluminación de Dios, en nuestras almas, nunca la alcanzaremos en medio de la excitación. La comparación del lago lo ilustra magníficamente; solo una superficie tersa, como un espejo, puede reflejar el sol; la agitación del agua altera la nitidez de la imagen; e, igualmente, la agitación mental nos impide tener la experiencia de Dios. Dice Juan Clímaco: «Que una simple preocupación es suficiente para destruir la soledad, pues la soledad es el despojamiento de todos los pensamientos y renuncia a todas las preocupaciones sean o no razonables. Aquel que posee verdaderamente la paz no se preocupa ya de su propio cuerpo».

El Señor, nos dijo en relación a nuestra forma de orar: “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar de pie en las sinagogas y en los ángulos de las plazas, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto: y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara. Y orando, no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar. No os asemejéis pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis” (Mt 6,5-8).

A lo largo de la oración, cuando esta es,  o nosotros hacemos lo posible para que se acerque a la perfección, ocurre que surgen impulsos de amor, murmullos inefables; no tenemos más que dejarnos guiar porque en estos momentos, ya no somos nosotros los que oramos sino el Espíritu de Dios el que ora en nosotros…. Estos murmullos del espíritu se nos dan a veces desde el comienzo de la práctica de la oración, y otras mucho más tarde…. Estos momentos de efusión son generalmente cortos; nuestra práctica no consiste en volver a encontrarlos, en suscitarlos, ni siquiera en alentarlos, en cuanto dejen de invadirnos, volveremos a nuestra tarea  de amar, amar y amar.

En el libro de los salmos podemos leer: “Cuando pienso en ti sobre mi lecho, en ti medito en mis vigilias, porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene”. (Sal 63,7-9). Tratemos siempre de aprovechar esos momentos en que acudimos a nuestro lecho para conciliar el sueño. Antes de alcanzarlo, tenemos unos preciosos, momentos de silencio, soledad, y sosiego si abandonamos nuestras preocupaciones materiales, y nos entregamos a conversar con el Señor.

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