JUEVES SANTO

LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS

Después de la Última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú». En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.

Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas… y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.

¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.

Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: «solo me condeno; con Dios me salvo» decía San Agustín.

Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: «vigilad y orad para que no caigáis en tentación…» Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad.

Los santos han sacado mucho provecho para su alma y para la Iglesia de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a la fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria y aprovecharlas para reparar por nuestras faltas y ofrecer por la Iglesia. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida personal y en los de la historia de la Iglesia que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria:

«Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI)».

Reflexiones para acompañar a Jesús en Getsemaní

«¡Así que en el alma de Cristo se daba, en un momento presente, el Infierno y el Cielo, todos los amores de todos los tiempos y todas las tristezas y desamores de todos los siglos! ¡Qué riqueza encierra en sí Jesús…! Parece que la mente se rompe ante la perfección de su naturaleza creada, que fue capaz de vivir, en una intensidad tan trascendente y en un mismo instante, todo el gozo que le proporcionaba la comunicación familiar que vivía con las divinas Personas, y por otra parte, el dolor del desamor de los hombres que Él representaba ante Dios. ¿Cómo podremos nosotros comprender el amor de Dios que tan incomprensiblemente, para nuestra mente humana, nos ama…? ¡De cuántas maneras…! ¡En cuánta intensidad…!

Para que no dudemos nunca del Amor infinito que, al amarnos, no se perdonó nada por nosotros. ¿Cómo podría Cristo, a un mismo tiempo, contener en sí todo el ímpetu infinito de la Divinidad que lo impulsaba irresistiblemente a comunicarse a los hombres, y todo el ímpetu escalofriante, en fuerza de rechazo, de la humanidad que le dice que «no»…? ¡Y Él en medio, como prensado, entre la donación de Dios y el rechazo de los hombres! Todo el vivir de Cristo en sus treinta y tres años fue una expresión amorosa de la vivencia y tragedia que tenía en su alma en deseos incontenibles de comunicarse. Y por eso la Eucaristía, la crucifixión y la muerte de Cristo con su resurrección gloriosa son la expresión deletreada del amor de Dios al hombre, que, llegando en su necesidad incontenible hasta el extremo, ardiendo en deseos, como Palabra infinita, de expresarnos y comunicarnos su misión, todo su ser de hombre reventó en sangre por todos sus poros en Getsemaní, explicándonos por todo su ser hasta dónde y cómo ama Dios cuando ama, y hasta dónde y cómo es capaz de expresarse el Amor Infinito cuando habla.

Así se te ha dado Dios en su amor infinito, a través de Cristo, en romance de amor. ¿Qué hará tu amor ante la Donación infinita que se hizo palabra para que tú le recibieras, le escucharas y fueras capaz de amarle y vivirle?»
Aunque Jesús siempre necesita nuestra compañía, cuanto más la noche del Jueves al Viernes Santo:
«María y José consolaron, en la medida de su capacidad, al Cristo del Padre. Pero ¿quién podrá penetrar la hondura, casi infinita, de la tragedia desamparadora y solitaria de la Luz no recibida…? Jesús, que, en su divinidad, como Verbo, sigue siendo el Eterno Acompañado en unión trinitaria -ya que donde mora una divina Persona moran las otras dos-, bajo el peso de la terribilidad espantosa de todos los pecados cayendo sobre Él, se sentía en la tierra el Solitario, el Desamparado, el Incomprendido. ¡Mi divino Solitario…! ¡El Solo…! ¡El que pasa su destierro en la soledad más terrible y espantosa por la ingratitud y el desamor de los suyos…! «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron».
El Solo, con la terrible responsabilidad de la carga de todos los pecados que, al oponerse contra la santidad infinita del serse del Ser, han cerrado la puerta del Hogar divino, el cual será, por Cristo, nuestro solaz y nuestra mansión eterna. Si penetráramos en la hondura profunda de Cristo veríamos su escalofriante soledad. Jesús, ¡Tú sí que eres el Solo en país extraño… Te veo caminar, rodeado de las muchedumbres, en la amargura triste de tu alma solitaria…¡Oh, Jesús!, ante la vista de todos, pasaste por la tierra siendo el acompañado. Pero ante la mirada penetrante y purísima de tu Madre Inmaculada, que intuía en tu profundidad, eres vislumbrado en la soledad solitaria de tu alma santísima.»

 

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