VIERNES SANTO

REFLEXIÓN ANTE LA CRUZ Oración

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Agonía de Nuestro Señor Jesucristo y                                         amargura de su Madre Santísima

Texto de la revelación de Nuestra Señora a Santa Brígida:

«Era mi Hijo de milagrosa complexión, y así batallaba en Él la muerte con la vida. Subía el dolor de los pies y manos clavados, de la cabeza traspasado y de los nervios y venas rotas, al corazón tiernísimo, y lo atormentaban con increíble angustia. Resistía la valentía del corazón la violencia del dolor; así volvía a difundirse por los miembros, y se prolongaba la muerte con indecible amargura. Estando en esta batalla de infinitas agonías, volvió hacia mí la vista, y conociendo la grandeza del tormento que padecía mi alma, fue tanta la amargura y tribulación de su amabilísimo corazón, que rendido a la inefable angustia de la muerte, según la humanidad, clamó a su eterno Padre, diciendo: «¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu!»

Para que conozcas, cristiano, que la aflicción, amargura y dolor de María Santísima llenó de tanta compasión al piadosísimo corazón de su Hijo, que le quitó la vida. Prosigue Nuestra Señora y dice: «Como yo, la más triste y afligida de todas las criaturas, oyese el clamor de mi Hijo y conociese que era señal de su muerte, tuve tanta tristeza y dolor en mi alma y cuerpo, que empecé a temblar con tanta fuerza, que las entrañas se me estremecían y todos los miembros y huesos de mi cuerpo temblando se daban unos con otros con tanto pavor y espanto, con tan amargo dolor de mi corazón, que faltan palabras para explicarlo.»

Volví a mi Hijo Santísimo la vista y conocí que su corazón se le partía por medio de dolor. Vi que todos los miembros de su divino cuerpo horrorosamente se estremecían y temblaban. Vi que levantó un poco su santísima cabeza, y luego la inclinaba a mí, su afligida y dolorosa madre. Vi que la boca se le abría, que la lengua se le divisaba toda cubierta de sangre helada. Vi que sus manos sacratísimas se retiraron un poco de los clavos y se alargaron las heridas, y todo el peso del cuerpo se dejaba venir sobre los divinos pies. Vi que los dedos de las manos y los brazos se estiraban y ponían yertos, las espaldas se le apretaban fuertemente contra la cruz, y entonces expiró con inefables angustias y amarguras, la vida de mi alma, mi Jesús».

NOTA: El bloc ha tenido un fallo técnico este Viernes Santo. Perdonen las molestias.

Esta entrada ha sido publicada en Comunidad, Reflexiones y etiquetada como . Guarda el enlace permanente.