Martes de la Semana de Pasión

Las procesiones Dios en la calle.

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No es tolerable esa tendencia a no valorar suficientemente, por ejemplo, las hermosas procesiones públicas que tiene lugar en toda la geografía española y en Iberoamérica. Son un conjunto de arte, devoción y religiosidad. No se olvide además que las cofradías y congregaciones que mantienen dichas manifestaciones son focos de conversión y centros de espiritualidad. En este sentido opinamos en igual forma que ante las manifestaciones de luz y color en las fiestas navideñas. Esas presencias públicas recuerdan el nombre y la vida de Jesús. No llevarlas a cabo alejaría de la conciencia popular –y de la realidad pública– el mensaje de Cristo.

Junto a todo lo anterior, queremos recomendar humildad. El mensaje que ofrece la Iglesia en las celebraciones de estos días es de una dimensión tan grande que, sin duda, nos supera. El sufrimiento de Jesús, la muerte de Dios en la Cruz y su Resurrección es de una enormidad tal que solo con el reconocimiento de nuestra poquedad puede comenzar a entenderse. Nuestra humildad nos ayudará a entrar en ese desvalimiento de Dios y en la apoteosis final de su glorificación.

Existe una tendencia, incluso entre los propios católicos, a considerar las procesiones como un algo pasado o, incluso, poco apartado de la verdadera religiosidad y no es cierto. La realidad es que algunas zonas de la sociedad española –y las de otros países—desearían que no hubiera manifestaciones públicas religiosas y que todo quedara en el interior de los templos y de las sacristías. Y eso no puede ser así. Por eso hemos de respetar y amplificar la enorme audiencia popular que tienen las procesiones y actos religiosos públicos de Semana Santa.

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