Lunes de la Semana de Pasión

La Pureza, fruto de la meditación de la Dolorosa Pasión del Salvador.

“La Pasión y muerte del divino Redentor, presentadas a nuestro espíritu en el momento propio, son un remedio casi seguro contra la sensualidad. Jesús suda sangre, Jesús es maltratado ante los tribunales, Jesús es azotado cruelmente, coronado de espinas; Jesús arrastra la pesada cruz al Gólgota y es clavado allí en el patíbulo infame; Jesús está suspendido allí entre el cielo y la tierra padeciendo durante tres largas horas dolores indecibles; ¡qué imágenes! ¡qué espectáculos tan dolorosos! Y ¡qué contraste: los tormentos del Cordero de Dios y la delicadeza del hombre sensual!

¡Oh joven! has de saber bien esto: si Jesucristo dio en víctima su divina persona, si padeció en su carne tan indecibles tormentos, fue principalmente para expiar esos delitos de los esclavos de la carne, esos delitos que claman venganza.

¿Quieres renovar sus dolores? No; antes bien, la contemplación de tu Salvador crucificado sea para ti un medio eficaz para ganar la palma de la victoria en toda tentación contra la pureza.

Mi Jesús padece, y yo, ¿aumentaré sus padecimientos por una debilidad pecaminosa?

Mi Jesús padece, y yo, en vez de padecer con Él y de clavarme con Él en la cruz por una completa mortificación, ¿extenderé yo la mano a un placer vedado, al fruto venenoso de la sensualidad?

Un día, cuando David hacía la guerra a los filisteos, fue atormentado por una sed violenta. Encerrado entre dos montañas, no lejos de Belén, deseaba con ansia un trago fresco de la fuente que cerca de la puerta de la ciudad brotaba de la tierra.

Tres valientes guerreros se abrieron camino por medio del ejército enemigo, sacaron agua de la fuente de Belén, y la llevaron a David.

Éste, empero, no la quiso beber; en vez de refrescarse con ella, la derramó sobre la tierra “en sacrificio al Señor, diciendo: ¡Lejos de mí que yo en la presencia de mi Dios bebiera la sangre de estos hombres! Pues con peligro de su vida han sacado esta agua de la fuente.”

Joven, cuando el fuego de la tentación te haga sentir la sed de lo prohibido, di: “Lejos de mí que yo satisfaga a un gusto vergonzoso mientras mi divino Redentor, derramando sangre de todas sus llagas, se muere de sed en la cruz!” Vierte tú también, en sacrificio al Señor, el vino de la sensualidad; sé mortificado, y por amor de tu Dios crucificado niégate a consentir en el vicio.”                                                                                                    (Salutarishostia)

 

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