LA INFANCIA DE JESÚS

Fragmentos de La Infancia de Jesús (III), libro de Benedicto XVI                publicado en España por editorial Planeta.

La plenitud de los tiempos
«En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero». Lucas introduce con estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús. Es importante el contexto histórico universal. Por primera vez, se empadrona al mundo entero. Por primera vez, hay un Gobierno y un reino que abarca el orbe. Y por vez primera hay una gran área pacificada, donde se registran los bienes de todos y se ponen al servicio de la comunidad. Sólo en este momento, en el que se da una comunión de derecho y bienes en gran escala, y hay una lengua universal que permite a una comunidad cultural entenderse en el modo de pensar y actuar, puede entrar en el mundo un mensaje universal de salvación, un portador universal de salvación: es, en efecto, la plenitud de los tiempos.
Jesús no ha nacido y comparecido en público en un tiempo indeterminado, en la intemporalidad del mito. Él pertenece a un tiempo que se puede determinar con precisión y a un entorno geográfico indicado con exactitud: lo universal y lo concreto se tocan recíprocamente. En Él, el Logos, la Razón creadora de todas las cosas, ha entrado en el mundo.
El decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos los ciudadanos de la ecumene lleva a José, junto con su esposa María, a Belén, la ciudad de David, y así sirve para que se cumpliera la promesa del profeta Miqueas. La historia del Imperio romano y la historia de salvación, iniciadas por Dios con Israel, se compenetran recíprocamente. La historia de la elección de Dios, limitada hasta entonces a Israel, entra en toda la amplitud del mundo, de la historia universal. Dios, que es el Dios de Israel y de todos los pueblos, se demuestra como el verdadero guía de toda la Historia.

Nacimiento de Jesús en Belén                                                                                              «Y mientras estaba allí (en Belén) le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada». Para el Salvador del mundo, para aquel en vista del cual todo fue creado, no hay sitio. Esto debe hacernos pensar y remitirnos al cambio de valores que hay en la figura de Jesucristo, en su mensaje. Ya desde su nacimiento, Él no pertenece a ese ambiente que, según el mundo, es importante y poderoso. Y, sin embargo, precisamente este hombre irrelevante y sin poder se revela como el realmente Poderoso, como aquel de quien a fin de cuentas todo depende. Así pues, el ser cristiano implica salir del ámbito de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, para entrar en la luz de la verdad sobre nuestro ser y, con esta luz, llegar a la vía justa.

María puso a su niño recién nacido en un pesebre. De aquí se ha deducido con razón que Jesús nació en un establo, en un ambiente poco acogedor, pero que ofrecía en todo caso la discreción necesaria para el santo evento. En la región en torno a Belén se usan desde siempre grutas como establo. Ya en san Justino mártir (+165) y en Orígenes (+ca. 254) encontramos la tradición según la cual el lugar del nacimiento de Jesús había sido una gruta. El hecho de que, tras la expulsión de los judíos de Tierra Santa en el siglo II, Roma transformara la gruta en lugar de culto a Tammuz-Adonis, queriendo evidentemente borrar con ello la memoria cultural de los cristianos, confirma la antigüedad de dicho culto. Las tradiciones locales son, con frecuencia, una fuente más fiable que las noticias escritas. Se puede, por tanto, reconocer un notable grado de credibilidad a la tradición local betlemita, con la que enlaza también la basílica de la Natividad.

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