LA INFANCIA DE JESÚS

Fragmentos de La Infabotticelli_madonna_with_book.jpgncia de Jesús (II),                                                                  libro de Benedicto XVI                                    

publicado en España por editorial Planeta.

  Una desconcertante promesa

Mientras que el ángel entra donde se encuentra María, a José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra, una vez más, un rasgo esencial de la figura de san José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera. Y la capacidad de discernimiento era necesaria para reconocer si se trataba sólo de un sueño o si verdaderamente había venido el mensajero de Dios y le había hablado. El mensaje que se le consigna es impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente. ¿Es posible que Dios haya realmente hablado? Podemos, por tanto, imaginar cómo luche ahora en lo más íntimo con este mensaje inaudito de su sueño: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo».
José recibe la orden de dar un nombre al niño, adoptándolo legalmente como hijo suyo. Es el mismo nombre que el ángel había indicado también a María para que se lo pusiera al niño: el nombre Jesús (Jeshua) significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esta salvación: «Él salvará a su pueblo de los pecados». Con esto se asigna al niño un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Pero, por otro lado, esta definición de la misión del Mesías podría también aparecer decepcionante. La expectación común de la salvación estaba orientada, sobre todo, a la situación penosa de Israel: a la restauración del reino davídico, a la libertad e independencia de Israel. La promesa del perdón de los pecados parece demasiado poco y, a la vez, excesivo. En el fondo, en estas palabras, se anticipa ya toda la controversia sobre el mesianismo de Jesús: ¿ha redimido verdaderamente a Israel? ¿Acaso no ha quedado todo como antes?
El nacimiento virginal
Karl Barth ha hecho notar que hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro. Estos dos puntos son un escándalo para el espíritu moderno. A Dios se le permite actuar en las ideas y los pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba. No es ése su lugar. Pero se trata precisamente de eso, a saber, de que Dios es Dios, y no se mueve sólo en el mundo de las ideas.
Naturalmente, no se pueden atribuir a Dios cosas absurdas o insensatas, o en contraste con su creación. Pero aquí no se trata de algo irracional e incoherente, sino precisamente de algo positivo: del poder creador de Dios, que abraza a todo ser. Por eso, estos dos puntos son piedras de toque de la fe. Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios. Pero sí que tiene ese poder, y con la concepción y la resurrección de Jesucristo ha inaugurado una nueva creación. Así, como Creador, es también nuestro Redentor. Por eso la concepción y el nacimiento de Jesús de la Virgen María son un elemento fundamental de nuestra fe y un signo luminoso de esperanza.

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