Gilbert Keith Cherterton, un converso para nuestro tiempo

Gilbert Keith Chesterton nació en Londres el 29 de mayo de 1874, sus padres pertenecían a la típica clase media de entonces, el padre con elevados gustos artísticos, su madre de firmes convicciones gobernaba el hogar. Con su hermano Cecil, cinco años más joven que él, y con sus muchos primos, Gilbert vivió feliz hasta que llegó la hora de independizarse.

Se casó joven con Frances, una mujer austera, dos caracteres completamente distintos pero su amor fue mutuo, él la consideraba “Un regalo de Dios”, no tuvieron hijos pero su casa estaba siempre abierta a todos.

Era un gran hombre, un genio trabajador, aparte de ser un gran escritor. Su grandeza era intrínseca, y él mismo era total y sinceramente inconsciente de ella. No tenía interés en escribir para la posteridad, y nunca se le ocurrió que su obra y su pensamiento permanecieran vivos después del final de su vida.

Era imposible conocerle, aunque fuera a un nivel muy superficial, y no encariñarse con él. Según el mismo confesó unos de los motivos hondos por los que entro en la Iglesia católica romana fue el “perdón de los pecados”, decía: «Para desembarazarme de mis pecados. Pues no existe ningún otro sistema religioso que haga realmente desaparecer los pecados de las personas. El arrepentimiento, confesión y reparación hacen que el pecado sea perdonado». Otra razón muy íntima fue la del descubrimiento del papel que María, la Madre de Jesús, tiene en el camino de todo cristiano: algo que la Iglesia católica romana siempre ha puesto de relieve. «Hay pruebas de su reverencia por María, mucho antes de descubrir el catolicismo. Después, siempre llevaba su rosario en el bolsillo».

Fue en el puerto de Brindisi ante una pequeña imagen dorada y abigarrada de María donde hizo su promesa decisoria de lo que haría cuando regresara a su país, la conversión. Cuando fue recibido en la Iglesia católica, el vicario anglicano de Beaconsfield se mostró complacido: «No era muy bueno como anglicano, pero será muy buen católico».

Visitó España donde disfrutó de la vivacidad y espontaneidad de sus gentes. En el 1936 su salud es precaria, muriendo el 14 de junio.. Sus últimas palabras fueron: «Todo está entre la luz y la oscuridad y cada uno debe escoger».

75 años después de su muerte cuando las nuevas generaciones descubren su inteligencia y su sutileza espiritual, y su sencillez casi franciscana, los deja estupefactos. Es lo opuesto a la pedantería, leerlo se parece más a conversar con alguien con una cerveza delante».

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