Milagros de San Benito

He aquí algunos de los muchos milagros relatados por San Gregorio, en su biografía de San Benito.

El muchacho que no sabía nadar.  El joven Plácido cayó en un profundo lago y se estaba ahogando. San Benito mandó a su discípulo preferido Mauro: «Láncese al agua y sálvelo».  Mauro se lanzó enseguida y logró sacarlo sano y salvo hasta la orilla.  Y al salir del profundo lago se acordó de que había logrado atravesar esas aguas sin saber nadar. La obediencia al santo le había permitido hacer aquel salvamento milagroso.

El edificio que se cae.  Estando construyendo el monasterio, se vino abajo una enorme pared y sepultó a uno de los discípulos de San Benito.  Este se puso a rezar y mandó a los otros monjes que removieran los escombros, y debajo de todo apareció el monje sepultado, sano y sin heridas, como si hubiera simplemente despertado de un sueño.

La piedra que no se movía.  Estaban sus religiosos constructores tratando de quitar una inmensa piedra, pero esta no se dejaba ni siquiera mover un centímetro.  Entonces el santo le envió una bendición, y enseguida la pudieron remover de allí como si no pesara nada.  Por eso desde hace siglos cuando la gente tiene algún grave problema en su casa que no logra alejar, consigue una medalla de San Benito y le reza con fe, y obtiene prodigios.  Es que este varó de Dios tiene mucho influjo ante Nuestro Señor.

Panes que se multiplican.

Muertes anunciadas.  Un día exclamó: «Se murió mi amigo el obispo de Cápua, porque vi que subía al cielo un bello globo luminoso».  Al día siguiente vinieron a traer la noticia de la muerte del obispo.  Otro día vió que salía volando hacia el cielo una blanquísima paloma y exclamó: «Seguramente se murió mi hermana Escolástica».  Los monjes fueron a averiguar, y sí, en efecto acababa de morir tan santa mujer.  Él, que había anunciado la muerte de otros, supo también que se aproximaba su propia muerte y mandó a unos religiosos a excavar.

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Amar y dejarse amar

El ser humano es un ser social por naturaleza. Al estar en contacto con los demás y relacionarse con ellos a diferentes niveles, y es un ser religioso-espiritual por su relación con Dios. Todos estamos vocacionados, todos somos llamados a ser algo o alguien en la vida, ya que Dios nos ha concedido unos dones para desarrollarlos y ponerlos al servicio de los demás. Otra cosa bien distinta es que dediquemos la vida a nuestra vocación o sólo sintamos el trabajo como una actividad más a ejercer sin poner en ellos nuestro corazón.

Como seres espirituales, Dios nos concede la gracia de la fe, y aunque todos somos llamados, no todos respondemos a esa llamada con un compromiso total de entrega de la vida a Él, que es dador de todo. No obstante, el hombre siempre ha sentido la inquietud de una búsqueda que le llene y le colme ante los sinsabores del vivir diario. Esa búsqueda interior puede favorecerla, en este caso, una convivencia como la que ha tenido lugar en mayo, en el Monasterio de las Benedictinas en Sahagún.

Necesitamos orar, aprender a incluir la oración en nuestro quehacer diario y que nuestra existencia cotidiana se transforme en oración.

Las charlas, lecturas y reflexiones llevadas a cabo han contribuido a crear un clima de disposición y apertura a lo que Dios pide de nosotros, siempre dentro del marco de nuestra libertad.

En cuanto a lo que este encuentro ha significado para mí he de decir que me ha ayudado a:

    1- Profundizar más en mi fe, una fe que a decir verdad   está   sólo en estado latente  y que si no se ejercita, no crece.
    2- Cuestionar mi opción de vida reconociendo, muy a pesar mío, que necesito decelerar el tirmo de vida estresante que estoy acostumbrada a llevar.
    3- Interiorizar mi ralación personal con Dios, dado que el clima de oración es propicio para escuchar y percibir con atención las señales y los gestos con los que Dios se expresa.

Mi opción de fe se ha visto fortalecida, empiezo a confiar más, sin embargo no me abandonan las dudas, no me abandono por completo en Dios, no me dejo amar porque tampoco sé amar, y a pesar de saber que Él es Amor, que todo lo puede, que no falla, a pesar de creer en sus palabras, no confío lo suficiente, me resulta árduo fiarme del todo y aceptar el riesto. Mi fe es como esa llama de una vela que agitada vuelve a resplandecer con brío. Se mueve a impulsos, y es cierto que en horas bajas parece que se hubiera apagado por completo, pero si uno se fija bien, se puede ver un pequeño rescoldo, es imperceptible la llama, pero ahí está, sigue resistiendo y luchando para seguir adelante, para seguir brillando.

Reconozco que sigo acomodada a una vida cuyas seguridades persoanles son simplemente básicas. Y como ser humano contradictorio, así yo confieso que esa seguridad me deja interiormente insatisfecha, busco algo más, pero ese «más» no acabo de identificarlo en mi corazón.

Si los pasos a seguir, son: escuchar, pensar, decidir y finalmente expresar escuchando lo que se dice, aún me queda mucha labor interior que realizar.

Si cada uno tenemos una «Misión» que cumplir y el camino es el «Servicio» y el «Amor», pido fuerza al Espíritu para que me ayude a vivir el Evangelio de Jesús en plenitud y me ofrezco con humildad para la misión que Dios disponga.

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Juan Pablo II en Nursia, año 1980

Juan Pablo II en 1993

Palabras pronunciadas por Juan Pablo II, en Nursia, el 23 de marzo 1980.

El ejemplo de San Benito: «Ora et labora». San Benito supo interpretar con perspicacia y de modo certero los signos de los tiempos de su época, cuando escribió su Regla en la que la unión de la oración y del trabajo llega a ser para los que la aceptan el principio de la aspiración a la eternidad: «Ora et labora, ora y trabaja» […] Interpretando los signos de los tiempos, Benito vio que era necesario realizar el programa radical de la santidad evangélica […] de una forma ordinaria, en las dimensiones de la vida cotidiana de todos los hombres. Era necesario que lo heroico llegara a ser lo normal, lo cotidiano, y que lo normal y lo cotidiano llegase a ser heroico. De este modo, como padre de los monjes, legislador de la vida monástica en Occidente, llegó a ser también pionero de una nueva civilización. Por todas partes donde el trabajo humano condicionaba el desarrollo de la cultura, de la economía, de la vida social, añadía Benito el programa benedictino de la evangelización que unía el trabajo a la oración y la oración al trabajo […]

En nuestra época, San Benito es el patrón de Europa. No lo es únicamente por sus méritos particulares de cara a este continente, su historia y su civilización. Lo es también en consideración a la nueva actualidad de su figura de cara a la Europa contemporánea. Se puede desligar el trabajo de la oración y hacer de él la única dimensión de la existencia humana. La época actual tiene esta tendencia. […] Se tiene la impresión de una prioridad de la economía sobre la moral, de una prioridad de lo material sobre lo espiritual. Por una parte, la orientación casi exclusiva hacia el consumo de bienes materiales quita a la vida humana su sentido más profundo. Por otra parte, en muchos casos, el trabajo ha llegado a ser un peso alienante para el hombre […] y casi contra su propia voluntad, el trabajo se ha separado de la oración, quitando a la vida humana su dimensión trascendente. [..]

No se puede vivir de cara al futuro sin comprender que el sentido de la vida es más grande que lo material y pasajero, que este sentido está por encima de este mundo. Si la sociedad y las personas de nuestro continente han perdido el interés por este sentido, tienen que recobrarlo. […] Si mi predecesor Pablo VI llamó a San Benito de Nursia patrón de
Europa, es porque podía ayudar a este respecto a la Iglesia y a las naciones de Europa

A  pesar de desear pasar lo más inadvertidamente posible, su fama de santidad se extendió y algunos monjes que moraban en los alrededores le piden con insistencia que sea su superior y maestro. Benito no deseaba aceptar porque la vida en ese monasterio era relajada y veía que en realidad muchos monjes no deseaban cambiar por una vida más austera. Ante la insistencia de los monjes Benito acepta. En cuanto trata de establecer una disciplina más acorde a la vida monástica, un monje que estaba desconforme con las reformas le sirve una copa de vino envenenada. Ante la sorpresa de quienes estaban compartiendo la mesa, al pronunciar la bendición y realizar el signo de la cruz, la copa se rompe.

Junto con varios seguidores, San Mauro, San Plácido y otros, se dirigió hacia un monte escarpado llamado Monte Cassino que se encuentra a unos 150 km de Roma. Luego de ayunar y rezar por cuarenta días, empezó la construcción del monasterio, en la cima del monte. Allí había un bosquecito pagano con un templo dedicado al dios Apolo. Convierte el templo pagano en oratorio de la comunidad en honor a San Juan Bautista, y utiliza los restantes edificios como habitaciones de monjes, peregrinos y también como áreas para las diferentes actividades de trabajo.
A la obra de la fundación monástica, San Benito une el anuncio del Evangelio entre los pobladores de la llanura.
Esta misión aún hoy día es encomendada a la comunidad monástica, por lo cual la ciudad de Cassino y las veinte
comunidades aledañas forman parte de la jurisdicción pastoral del abad de Monte Cassino.

Es allí, en Montecassino, que San Benito completa la Regla de los monjes. Bossuet la definió como «pequeño compendio del Evangelio». Poco antes de su muerte (alrededor de los 60 años), sintiendo flaquear sus fuerzas, pide ser conducido   al oratorio y allí, con los brazos tendidos hacia el cielo, después de haber recibido el Cuerpo de Nuestro Señor, muere. La fecha de su muerte ha sido fijada por la tradición en el día 21 de marzo del 547. Los restos de San Benito y de su hermana Santa Escolástica se encuentran debajo del altar mayor de la Basílica de Cassino. Su fiesta se celebra el 11 de julio.

Escudo pontificio de Juan Pablo II

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Monasterio de Monte Cassino, un poco de historia

El 24 de octubre de 1964, es declarado por el papa Pablo VI, en el mismo Monte Cassino Patrón Principal de Europa: «Mensajero de paz, operador unidad, maestro de civilización y sobre todo heraldo de la fe e iniciador de la vida  monástica en Occidente». (Breve Apostólico, Paci Nuntius).
El edificio de la Abadía en Montecassino, tuvo que ser reconstruido en varias oportunidades. Fue destruido hacia el año 577 por los Longobardos, el monasterio renace en los inicios del siglo VIII por obra del Bresciano Petronace sobre mandato del papa Gregorio II. En el año 883 los Sarracenos invaden el monasterio, lo saquean y lo incendian. Encontrarán la muerte en esta circunstancia numerosos monjes y el santo abad Bertario, fundador de la ciudad de Cassino medioeval.
Solo hacia la mitad del siglo X la vida monástica renacerá plenamente, gracias al abad Aligerno. Durante el siglo XI se suceden grandes abades: Teobaldo, Richelio, Federico de Lorena, quien será más tarde papa con el nombre de Esteban IX. Todos ellos elevan Monte Cassino a niveles de gran prestigio en el campo eclesiástico y político, alcanzando el momento de mayor esplendor bajo la excepcional personalidad del abad Desiderio.
En el 1349 ocurre la tercera destrucción a causa de un terremoto. Del estupendo edificio mandado a erigir por el abad Desiderio, no quedaron sino unos cuantos muros.
Varias adiciones y embellecimientos llevadas a cabo en la sucesiva reconstrucción fueron reducidas a cenizas el 15 febrero de 1944, cuando en la fase final de la segunda guerra mundial, Monte Cassino vino a encontrarse precisamente en el frente de batalla de los ejércitos. El sitio de oración y estudio, convertido en
circunstancias excepcionales también en asilo pacífico de indefensos civiles fue, en el espacio de tres horas, reducido a un cúmulo de ruinas, bajo las cuales encontraron la muerte muchos de los refugiados.
Todo lo que hoy se ve, ha sido reconstruido, con fe y tesón, sobre el antiguo módulo arquitectónico, según el programa del benemérito abad Rea: «donde estaba, como estaba».

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Libro «Los diálogos» de San Gregorio Magno

        El prólogo

Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad, no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozar libremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito.

Nació en el seno de una familia libre, en la región de Nursia, y fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. Pero al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible precipicio.  Despreció, pues, el estudio de las letras y abandonó la casa y los bienes de su padre. Y deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la vida monástica. Retirose, pues, sabiamente ignorante y prudentemente indocto.

No conozco todos los hechos de su vida, pero los que voy a narrar aquí los sé por referencias de cuatro de sus discípulos, a saber: Constantino, varón venerabilísimo, que le sucedió en el gobierno del monasterio; Valentiniano, que gobernó durante muchos años el monasterio de Letrán; Simplicio, que fue el tercer superior de su comunidad, después de él; y Honorato, que todavía hoy gobierna el cenobio donde vivió primero.

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Regla de San Benito

Como la misma palabra lo indica, la Regla es una norma de vida para el monje, es decir regula toda su existencia San Benito la escribe y la dirige a los monjes que forman una comunidad y viven en un monasterio, sirviendo bajo una regla y un abad.

San Gegorio, el gran monje y papa, dice en su libro Diálogos:

«El varón de Dios, entre tantos milagros con que resplandeció en el mundo, brilló también de una manera no menos admirable por su doctrina; porque escribió una regla para monjes, notable por su discreción y clara en su lenguaje. Si alguien quiere conocer más profundamente su vida y sus costumbres, podrá encontrar en la misma enseñanza de regla todas las acciones de su magisterio, porque el santo varón en modo  alguno pudo enseñar otra cosa que lo que él mismo vivió»

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La bendición de la medalla

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Las medallas de San Benito pueden ser bendecidas por cualquier sacerdote, no necesariamente un benedictino; así se desprende de la instrucción dictada en tal sentido por la Iglesia de Roma el 26 de Septiembre de 1964. Si el sacerdote al que ustedes acudan con la medalla para que se la bendiga no conoce  —es raro suceda— la siguiente fórmula específica para dicha bendición, basta con que la impriman y se la lleven ustedes mismos, porque de ninguna manera tal sacerdote puede negarse.

Bendición y Exorcismo de la medalla de San Benito

Exorcismo
Oficiante: Nuestra ayuda nos viene del Señor.
Portador de la medalla: Que hizo el cielo y la tierra.
O: El Señor esté contigo.
P: Y con tu espíritu.
O: Yo exorcizo esta medalla por Dios Padre + Todopoderoso, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos se contiene.
Que todo el poder del enemigo, todas las fuerzas y asaltos del demonio, toda tentación diabólica, sean destruidos y expulsados de esta medalla.
Que aquellos que la usen gocen de salud del alma y del cuerpo. En nombre de Dios Padre omnipotente y de Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro y del Espíritu Santo paráclito y en el amor del mismo nuestro Señor Jesucristo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos por medio del fuego.
P: Amén.

Bendición

O: Señor, escucha mi oración.
P: Y llegue a tí mi clamor.
O: El Señor esté contigo.
P: Y con tu espíritu.

Oración

O: Oremos. Dios Todopoderoso, dispensador de todos los bienes, te suplicamos que, por la intercesión de san Benito, bendigas esta medalla a fin de que el que la use y practique buenas obras, merezca obtener la salud del alma y del cuerpo, la gracia de santificarse y las indulgencias que nos son concedidas. Que pueda, con el auxilio de tu misericordia, rechazar todas las acechanzas y engaños del demonio y presentarse, un día, santo e inmaculado ante tu presencia.
P: Amén.

Seguidamente, el oficiante rocía la medalla con agua bendita.

Indulgencias concedidas a la medalla

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El 12 de marzo de 1742, el Papa Benedicto XIV, otorgó indulgencia plenaria a la medalla de San Benito si el cristiano o cristiana que la lleva consigo se confiesa, recibe la Eucaristía, ora por el Santo Padre en las grandes fiestas y durante esa semana reza el santo rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres, enseña la Fe o participa en la Santa Misa.  Las grandes fiestas son Navidad, Epifanía, Pascua de Resurrección, Ascensión, Pentecostés, la Santísima Trinidad, Corpus Christi, La Asunción, La Inmaculada Concepción, el nacimiento de María, todos los Santos y fiesta de San Benito.

Ejemplos de indulgencias parciales.

  • 200 días de indulgencia, si uno visita una semana a los enfermos o visita la Iglesia o enseña a los niños la Fe.
  • 7 años de indulgencia , si uno celebra la Santa Misa o está presente, y ora por el bienestar de los cristianos, o reza por sus gobernantes.
  • 7 años si uno acompaña a los enfermos en el día de todos los Santos.
  • 100 días si uno hace una oración antes de la Santa Misa o antes de recibir la sagrada Comunión.
  • Cualquiera que por cuenta propia por su consejo o ejemplo convierta a un pecador, obtiene la remisión de la tercera parte de sus pecados.
  • Cualquiera que el Jueves Santo o el día de Resurrección, después de una buena confesión y de recibir la Eucaristía, rece por la exaltación de la Iglesia, por las necesidades del Santo Padre, ganará las indulgencias que necesita.
  • Cualquiera que rece por la exaltación de la Orden Benedictina, recibirá una porción de todas la buenas obras que realiza esta Orden.

Quienes lleven la medalla de San Benito, como un sacramental que es, a la hora de la muerte serán protegidos de todo mal siempre que se encomienden al Padre Celestial, se confiesen y reciban la comunión o al menos invoquen el nombre de Jesús con profundo arrepentimiento.

El Crucifijo con medalla de San Benito

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Tanto el Crucifijo de la buena muerte como la medalla de San Benito han sido reconocidos por la Iglesia como una ayuda para el cristiano en la hora de tentación, peligro, o mal, principalmente en la hora de la muerte. La Iglesia le ha dado al Crucifijo con la medalla indulgencia plenaria. Esto significa que quien realmente crea en la santa Cruz, no será apartado de Cristo y ganará indulgencia plenaria en la hora de la muerte. De manera especial, si éste se confiesa, recibe la Comunión o por lo menos manifiesta el arrepentimiento previo de sus pecados, llamando el Santo nombre de Jesús con devoción y aceptando resignadamente la muerte como venida de las manos de Dios. Para la indulgencia no basta la Cruz, debe representarse a Cristo crucificado. Esta cruz o crucifijo especial, que lleva incrustada la medalla de San Benito y es asimismo objeto de gran devoción en muchos lugares del mundo, también sirve de gran ayuda y conforta a los enfermos, para unir sus sufrimientos a los de Nuestro Salvador.

Un exorcismo convertido en poema-oración

Con la traducción al castellano de las letras y palabras que componen el exorcismo que figura en la Cruz de San Benito, un autor anónimo ha compuesto el pequeño y hermoso poema-oración siguiente:

El sol de la Santa Cruz
sea mi faro y mi luz,
y el demonio tentador
no sea mi conductor.
¡Retírate, Satanás
y pompas y vanidades
no me aconsejes jamás,
porque sólo son maldades
y venenos los que das!

¡Bébetelos tú, si te place!

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Difusión de la Medalla de San Benito

Dada la gran difusión que tiene la medalla de San Benito hay que explicar su simbolismo e historia.

La medalla presenta, por un lado, la imagen del Santo Patriarca, y por el otro, una cruz, y en ella y a su alrededor unas letras que son las letras iniciales de una oración, que dice así:

Crux Sacra Sit Mihi Lux
Non Draco Sit Mihi Dux
Vade Retro Satana
Numquam Suade Mihi Van
Sunt Mala Quae Libas
Ipse Venena Bibas

Mi luz sea la cruz santa,
no sea el demonio mi guía
¡apártate, Satanás!
No sugieras cosas vanas,
pues maldad es lo que brindas
bebe tú mismo el veneno.

La difusión de esta medalla comenzó a raíz de un proceso por brujería en Baviera, en 1647. En Natternberg, unas mujeres fueron juzgadas por hechiceras, y en el proceso declararon que no habían podido dañar a la abadía benedictina de Metten, porque estaba protegida por el signo de la Santa Cruz. Se buscó entonces en el monasterio y se encontraron pintadas antiguas representaciones de esta cruz, con la inscripción antes explicada, la que siempre acompaña a la medalla. Pero esas iniciales misteriosas no pudieron ser interpretadas, hasta que, en un manuscrito de la biblioteca, iluminado en el mismo monasterio de Metten en 1414 y conservado hoy en la Biblioteca Estatal de Munich, se vio una imagen de San Benito, con esas mismas palabras. Un manuscrito anterior, del siglo XIV y procedente de Austria, que se encuentra en la biblioteca de Wolfenbüttel, parece haber sido el origen de la imagen y del texto. En el siglo XVII J. B. Thiers, erudito francés, la juzgó supersticiosa, por los enigmáticos caracteres que la acompañan, pero el Papa Benedicto XIV la aprobó en 1742 y la fórmula de su bendición se incorporó al Ritual Romano.

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Celebración del XIV aniversario de la consagración de la iglesia de las MM benedictinas de Sta Cruz

Hoy sábado 6 de Febrero, se celebra en el monasterio benedictino de las monjas de Santa Cruz (Sahagún) el 14 aniversario de la consagración de su iglesia. Los invitamos a participar en los actos de dicha celebración .

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Obras de San Gregorio Magno

La herencia literaria de San Gregorio comprende una abundante selección de cartas y comentarios de textos bíblicos, además de los Diálogos y el libro de la Regla Pastoral. Sus obras fueron escritas en un espacio de diez años: la primera de ellas, el Comentario al libro de Job, se inició durante la legación en Constantinopla; las Homilías sobre Ezequiel, comenzadas en el otoño del a. 593, son —según el testimonio de Juan Diácono— su última obra literaria. Se han conservado también bajo su nombre algunos escritos de exégesis bíblica cuya autenticidad no está totalmente probada.

Cartas.

La costumbre de registrar por orden cronológico las cartas de los Papas es un uso que procede de las antiguas costumbres romanas y se introdujo en la Santa Sede en el s. IV. El Registrum de San Gregorio constituye por sí solo un testimonio fehaciente de su preocupación por el gobierno de la Iglesia, su prudencia y su celo apostólico. No se conserva el primitivo registro epistolar, pero sí tres colecciones: la iniciada por Adriano I (772-795), que recoge 686 epístolas; una colección anterior, que comprendía 200, y una tercera, copiada por Pablo Diácono, que contenía algo más de 50. Descartando del conjunto las que se repiten, dan un total de 848. El estilo de las epístolas es correcto, aunque el mundo cultural que reflejan es pobre, como corresponde a la situación de Italia en aquel momento; su valor literario es discutido y muy desigual.

Escritos sobre la Biblia

a) Comentarios al libro de Job; son lo más valioso de su obra. Comprende 35 libros en seis volúmenes. El mayor interés de la obra está en las observaciones de tipo filosófico, dogmático y moral que contiene, reflexiones que ponen de manifiesto un profundo conocimiento del hombre y a las que se debe el título de Moralia con que la tradición la conoce. Más que un libro de exégesis bíblica, es un manual de espiritualidad escrito para un público de minorías. De la gran difusión alcanzada por la obra en los siglos sucesivos es prueba el abundante número de manuscritos medievales que la contienen.

b) Las 22 Homilías sobre Ezequiel están escritas en cambio para el gran público. Aunque al parecer la intención de San Gregorio fue en un principio comentar todo el libro, no llegó a hacerlo. Su redacción, interrumpida en el otoño del año 593 por la invasión de Agilulfo, se continuó inmediatamente después.

c) Las 40 Homilías sobre el Evangelio fueron pronunciadas seguramente durante los domingos y días festivos del comienzo de su pontificado.

Según sus propias referencias, escribió Comentarios al Cantar de los Cantares, al Libro de los Reyes y a otros escritos sagrados, pero no es segura la autenticidad de todos los que se le atribuyen.

Diálogos.

En el verano del año 593, San Gregorio estaba ocupado en la redacción de esta obra, que seguramente terminó al año siguiente. Los cuatro libros de los Diálogos están escritos sin una finalidad literaria y dirigidos a un público sencillo; adoptan una forma semejante a la de la Historia Lausiaca de Palladio o la Vida de San Martín de Tours escrita por Sulpicio Severo: a petición de su amigo el diácono Pedro, va exponiendo hechos y ejemplos de multitud de santos, a los que se mezclan leyendas y noticias sobre las costumbres de su tiempo. El libro segundo es la biografía de San Benito, escrita seguramente sobre los relatos de los monjes fugitivos de Montecassino, incendiado por los lombardos. Los Diálogos trasmitieron a la posteridad un acervo de conocimientos acerca de la cultura antigua, al tiempo que favorecieron en el pueblo la afición por lo legendario, tan propia de la mentalidad medieval. Tuvieron por otra parte un influjo extraordinario en las concepciones religiosas de la Edad Media; Gustav Krüger ha puesto en relación las visiones del libro cuarto con las de la Divina Comedia; los Diálogos fueron traducidos al griego por el papa Zacarías (741-752), al anglosajón en tiempo de Alfredo el Grande por el obispo de Worcester, al antiguo francés, al italiano e incluso al árabe.

La Regla Pastoral. Escrita en el a. 591, es una manifestación más de la preocupación pastoral de G., que describe su contenido del siguiente modo: «con qué cualidades debe uno llegar a la dignidad de la prelatura, y cómo debe vivir el que a ella ha llegado debidamente, y cómo debe enseñar el que vive bien; y el que enseña bien reconozca de continuo, con la mayor reflexión posible, su flaqueza; para que ni la humildad rehúya el acceso, ni la vida impida el arribo, ni la enseñanza contradiga a la vida, ni la presunción ensoberbezca a la enseñanza» (Prol. trad. de P. Gallardo, o. c. en bibl., 107). La aptitud para el cargo, la ejemplaridad de quienes lo ejercen, la pureza de la doctrina y la humildad personal son, pues, los puntos capitales de la Regla. Pronto se extendió por Italia, Hispania y Galia y entre los anglosajones y en el oriente griego fue conocida a través de la traducción del patriarca Anastasio de Antioquía (n. 609). Desde época carolingia se recomienda su lectura a los obispos antes de su consagración y ha sido apreciadísima hasta nuestros días.

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