Amar y dejarse amar

El ser humano es un ser social por naturaleza. Al estar en contacto con los demás y relacionarse con ellos a diferentes niveles, y es un ser religioso-espiritual por su relación con Dios. Todos estamos vocacionados, todos somos llamados a ser algo o alguien en la vida, ya que Dios nos ha concedido unos dones para desarrollarlos y ponerlos al servicio de los demás. Otra cosa bien distinta es que dediquemos la vida a nuestra vocación o sólo sintamos el trabajo como una actividad más a ejercer sin poner en ellos nuestro corazón.

Como seres espirituales, Dios nos concede la gracia de la fe, y aunque todos somos llamados, no todos respondemos a esa llamada con un compromiso total de entrega de la vida a Él, que es dador de todo. No obstante, el hombre siempre ha sentido la inquietud de una búsqueda que le llene y le colme ante los sinsabores del vivir diario. Esa búsqueda interior puede favorecerla, en este caso, una convivencia como la que ha tenido lugar en mayo, en el Monasterio de las Benedictinas en Sahagún.

Necesitamos orar, aprender a incluir la oración en nuestro quehacer diario y que nuestra existencia cotidiana se transforme en oración.

Las charlas, lecturas y reflexiones llevadas a cabo han contribuido a crear un clima de disposición y apertura a lo que Dios pide de nosotros, siempre dentro del marco de nuestra libertad.

En cuanto a lo que este encuentro ha significado para mí he de decir que me ha ayudado a:

    1- Profundizar más en mi fe, una fe que a decir verdad   está   sólo en estado latente  y que si no se ejercita, no crece.
    2- Cuestionar mi opción de vida reconociendo, muy a pesar mío, que necesito decelerar el tirmo de vida estresante que estoy acostumbrada a llevar.
    3- Interiorizar mi ralación personal con Dios, dado que el clima de oración es propicio para escuchar y percibir con atención las señales y los gestos con los que Dios se expresa.

Mi opción de fe se ha visto fortalecida, empiezo a confiar más, sin embargo no me abandonan las dudas, no me abandono por completo en Dios, no me dejo amar porque tampoco sé amar, y a pesar de saber que Él es Amor, que todo lo puede, que no falla, a pesar de creer en sus palabras, no confío lo suficiente, me resulta árduo fiarme del todo y aceptar el riesto. Mi fe es como esa llama de una vela que agitada vuelve a resplandecer con brío. Se mueve a impulsos, y es cierto que en horas bajas parece que se hubiera apagado por completo, pero si uno se fija bien, se puede ver un pequeño rescoldo, es imperceptible la llama, pero ahí está, sigue resistiendo y luchando para seguir adelante, para seguir brillando.

Reconozco que sigo acomodada a una vida cuyas seguridades persoanles son simplemente básicas. Y como ser humano contradictorio, así yo confieso que esa seguridad me deja interiormente insatisfecha, busco algo más, pero ese «más» no acabo de identificarlo en mi corazón.

Si los pasos a seguir, son: escuchar, pensar, decidir y finalmente expresar escuchando lo que se dice, aún me queda mucha labor interior que realizar.

Si cada uno tenemos una «Misión» que cumplir y el camino es el «Servicio» y el «Amor», pido fuerza al Espíritu para que me ayude a vivir el Evangelio de Jesús en plenitud y me ofrezco con humildad para la misión que Dios disponga.

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