El ayuno una vez a la semana mejora la salud

Pasar hambre de vez en cuando mejora la potencia cerebral, retrasa el envejecimiento, adelgaza y alarga la vida. Además, puede funcionar tan bien como la quimioterapia para evitar el avance de los tumores y también evita enfermedades como el Alzheimer y la diabetes.

Distintos estudios norteamericanos confirman esta teoría. Un estudio realizado en ratones sostiene que unos pocos días de ayuno puede retrasar la progresión del tumor y mejorar la quimioterapia. Los resultados indican que el ayuno antes de la quimioterapia protege a los animales y, posiblemente, a los seres humanos contra los efectos secundarios del tratamiento. Un grupo de investigadores de la Universidad del Sur de California (EE.UU.) demostraron que el ayuno en ratones durante 2 días en ausencia de otros tratamientos pueden retrasar la progresión de los diferentes tipos de cáncer, y en algunos casos, puede ser tan eficaz como los medicamentos tóxicos de la quimioterapia.

Según los investigadores del Instituto del Corazón del Centro Médico Intermountain, en Utah, Estados Unidos, el ayuno no sólo reduce el riesgo de enfermedades del corazón y diabetes, sino también provoca cambios positivos importantes en los niveles de colesterol de una persona.

Por otra parte, científicos del Instituto Nacional del Envejecimiento han realizado una dieta experimental basada en el hecho de que los animales que consumen sólo la cantidad mínima de calorías necesarias para mantener la vida pueden vivir hasta el doble de tiempo.

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«¡Hojalá escuchéis hoy su voz!» Ante la Cuaresma 2.012

Queridos diocesanos:
Cada día la oración de la Iglesia que llamamos Oficio Divino o liturgia de las horas inaugura la jornada con el salmo 95 (Vg 94), un himno invitatorio de alabanza a Dios y de proclamación gozosa de sus obras en la creación y en la historia de Israel. Al comienzo de la segunda parte, antes de evocar el episodio de Meribá cuando el pueblo se rebeló contra el Señor en el desierto, el salmista advierte: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!” (v. 7), para que no se repita aquella amarga experiencia del endurecimiento del corazón olvidando las obras de Dios y desoyendo su palabra.
He querido recoger este mensaje de la liturgia cuando estamos a punto de entrar, un año más, en el desierto de la Cuaresma, tiempo simbólico que representa esta vida para poner a prueba nuestra propia fidelidad a Dios y nuestra capacidad de dedicarnos a lo verdaderamente fundamental, nuestra salvación. Para darnos ejemplo de cómo hemos de comportarnos, Jesucristo mismo, el Hijo de Dios hecho hombre, superó esta misma prueba tal y como se describe en el evangelio del domingo I de Cuaresma. La clave está en “escuchar la voz de Dios”, su palabra de vida y salvación, aunque para ello sea imprescindible desoír otras voces y palabras, más halagadoras y gratas, quizás, pero no las que de veras pueden fortalecer nuestra voluntad débil y ayudarnos a vencer el pecado que anida en nosotros en forma de pensamientos torcidos y deseos deshonestos.
En el presente curso pastoral estamos comprometidos como Iglesia diocesana a seguir al Buen Pastor reconociendo su voz (cf. Jn 10, 4b), dentro del plan 2009-2014 centrado en la escucha de la palabra de Dios para dar fruto (cf. Mt 13, 23). Por eso permitidme exhortaros a vivir la Cuaresma en profundidad, participando más intensamente en la vida parroquial y comunitaria, en la misa dominical y en la diaria, si podéis, en una más provechosa lectura de la Palabra divina, en una oración personal más prolongada e intensa, en los actos de piedad de este tiempo y, muy especialmente hoy dadas las presentes circunstancias de crisis económica, mediante una vida austera para poder ayudar a quienes lo necesitan. La penitencia cuaresmal, es decir, el ayuno y la abstinencia, debe tener esta función social añadida, hoy ineludible.
os lo ha recordado el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la Cuaresma de este año, titulada: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24).La limosna ha caracterizado siempre este tiempo litúrgico junto con la oración y la penitencia señalada antes. El texto bíblico citado por el Papa nos exhorta a mirar al que está a nuestro lado, los unos a los otros, como expresión del amor al prójimo y de la responsabilidad respecto a quienes son también criaturas de Dios, máxime si padecen necesidad. Se trata de la mirada del buen samaritano que no pasó de largo ante la desgracia ajena (cf. Lc 10, 30-37). La ayuda que debemos prestar será económica en unos casos, pero espiritual en otros. El mensaje pontificio señala también que la ayuda ha de ser recíproca, para edificación de la caridad y de la santidad de todos. En consecuencia, os pido que toméis muy en serio la Cuaresma de este año, para que la situación de tantas familias y de tantos jóvenes no sea insoportable. La cruz llevada entre muchos se hace menos pesada.
Con mi cordial saludo y bendición:
+ Julián, Obispo de León

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Domingo I de Cuaresma

El Domingo de las Tentaciones

El Primer Domingo de Cuaresma nos muestra como el  Espíritu Santo impulsó a Jesús de Nazaret a retirarse al desierto antes de iniciar su predicación.

Allí fue tentado por el diablo. Él, como nosotros, sufrió el acoso del tentador y de sus mentiras. Jesús venció la tentación y nosotros, con su cercanía, también venceremos.

Citas para Reflexionar

  • «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras». S.S. Benedicto XVI
  • «El cristianismo prohíbe buscar soluciones por caminos de odio y de muerte». Juan Pablo II
  • «Vivamos sencillamente, para que otros sencillamente puedan vivir». Secretario de Cáritas Sebastian Mora
  • «Al dar cultura y principios religiosos prevenimos a los delincuentes». Don Bosco
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Dar limosna

La limosna es una práctica que la Iglesia propone durante todo el año, especialmente en Cuaresma. Lejos de potenciar la mendicidad, enriquece a quien la da y auxilia a quien la recibe, sobre todo en tiempos de crisis. Porque limosna no es sólo dar dinero.

Que la crisis ha incrementado la pobreza y la mendicidad no es solo un dato económico: es una obviedad para quien ande por las calles de una ciudad y que tenga capacidad de mirar más allá de sí mismo. La invitación de la Iglesia a practicar la limosna es una llamada especial en este tiempo de Cuaresma.

Esta práctica, tan propia de los cristianos desde los primeros siglos, no escapa de críticas y suspicacias con que el mundo acoge la misión caritativa y evangelizadora de los católicos, jalean los tópicos: -Dar limosna perpetua la pobreza. -Solo lo haces para lavar la conciencia. -Das de lo que te sobra y eso no tiene mérito. -La limosna y la caridad minusvaloran al pobre, porque te sitúas en un plano superior a él. -No se puede dar a todos. -Muchos lo gastan en vino, etc.

Los tópicos, sin embargo, no resisten a la realidad «la limosna es un gesto con el que imitamos a Dios. Él, siendo rico, se hizo pobre, y no nos dió un talón bancario para asistir nuestras pobrezas, sino que se dió a Sí mismo para existir con nosotros y redimir nuestras pobrezas. Por eso, la limosna cruza la tradición cristiana, no desde la superioridad frente al pobre, sino como una entrega a él». La limosna no solo es dar dinero, es la donación de mí tiempo, de mis talentos y capacidades. No se trata solo de paliar la falta de pan, sino también de la pobreza de afecto, de cultura, de fe, o de contacto con Dios que sufren tantas personas.

Recordemos que siempre hay un pobre cercano, con rostro concreto, al que podemos ayudar. ¿Qué nos puede engañar? Claro, como cualquiera. Pero un cristiano no puede ni debe hacer pagar a justos por pecadores.

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Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2012 (II)

El día 22,  Miércoles de Ceniza, comenzó la Cuaresma, y Benedicto XVI anima a los fieles al ejercicio de la caridad, la corrección fraterna y la santidad personal.

Completamos su mensaje de Cuaresma: abre los ojos al otro

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2011

BENEDICTUS PP. XVI

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Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2012 (I)

«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)
Este mensaje de su Santidad Benedicto XVI, especial para la Cuaresma, fue publicado por la Santa Sede en noviembre de 2011. Lo recomendamos a nuestros lectores para su lectura y reflexión, así como su conservación (este texto se publicará por partes) para poder consultarlo a lo largo de los días de este tiempo fuerte.

Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

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Miércoles de ceniza

Este miércoles 22 de Febrero comienza la Cuaresma.

Salimos del tiempo ordinario e iniciamos lo que se llama un tiempo litúrgico fuerte. La Cuaresma como el Adviento, litúrgicamente son tiempos importantes pero no tanto como la Pascua y la Navidad. Estas son centrales en el año litúrgico, y vienen precedidas cada una de su tiempo que las prepara: la Cuaresma es a la Pascua algo parecido a lo que es el Adviento a la Navidad.

Cuaresma es un tiempo de preparación para la gran celebración de los misterios más importantes de nuestra fe: La Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo Es también un tiempo litúrgico penitencial. Se asocia a la disciplina interior: el ayuno, la abstinencia, el sacrificio y las obras de caridad. Tiempo de austeridad para que resalte el gozo cuando llegue la pascua.

Justo los días anteriores a dicho miércoles, los fieles apuraban los días para disfrutar de todas aquellas cosas que luego debían dejar a un lado y de ahí nació la fiesta pagana de los carnavales. Posiblemente la palabra tenga relación con la prohibición de comer carne en distintos momentos de la Cuaresma y así en esos días, quien podía, pues aumentaba la ración de esta vianda en las comidas.

El carnaval actual ha cambiado de concepto, hay un gran abismo con su verdadero sentido, es una forma de diversión alocada, desenfrenada, concupiscente, favorecedora del libertinaje, chirigotera- es la manifestación graciosa de sacar las faltas de todo el mundo, aunque muchas veces se pasan con el respeto y el honor ajeno; auspiciada por el consumismo –hay un mercado que engrosa sus arcas con él-y con el visto bueno de los mandatarios.

La mayoría de los que lo celebran una vez pasados los carnavales, vuelven a su apática vida de ateísmo encubierto. O los que alardean de  creyentes pero no son nada practicantes, ellos no suelen ser los más fieles de la Iglesia Católica, ni por casualidad se plantean los tiempos cuaresmales como tiempos de reflexión, oración y preparación para la Semana Santa, y por tanto afrontan ésta como un tiempo de “vacaciones entre trimestres”.

Bien, pues todos aquellos que nos sabemos pecadores, podemos vivir estos días con la misma alegría cotidiana, sin hacer más excesos que los justos y esperar con espíritu de conversión aquellos días en que la Iglesia entera se vuelve al Padre, pidiendo la gracia del perdón y la misericordia, para que esos actos cuaresmales (ayunos, oraciones, caridad) nos ayuden a ser más fieles a Cristo y a su Iglesia. Al menos una vez al año deberíamos caer en la cuenta de que somos polvo y actuar con más humildad y mansedumbre.

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Domingo VII del Tiempo Ordinario

El domingo de la fe  
Mucha fe en Jesús de Nazaret tenían los que rompieron el techo de la casa en que estaba Jesús para hacer descender la camilla de un paralitico. Fe del enfermo. Pero mucha fe también tenían los que le llevaban. Es una enseñanza grande porque muchos enfermos sobreviven y mejoran gracias al empuje y la fe de los familiares o amigos que los atienden. La escena evangélica que hoy nos narra San Marcos en impresionante… no solo debemos pararnos en el milagro en si, sino en las minusvalias que tambien nosotros tenemos en el corazón: egoismo, prepotencia, desprecio, autosuficiencia, autoritarismo, marginación … y que nos impiden dar pasos hacia los demás, en busca de paz y concordia. Estamos a poco más de un par de días de la Cuaresma, se inicia con el Miércoles de Ceniza. La Cuaresma es un Tiempo Fuerte de amor y conversión. Seguiremos a Jesús es su camino hacia la Pasión y Resurrección, hacia su camino redentor.

Citas para reflexionar
-«Toda nuestra gente es consciente de que hemos perdido casas, propiedades, incluso a miembros de nuestra familia, pero lo más importante de todo es que no hemos perdido la fe en Dios » Monseñor John Barwa arzobispo de Cuttack-Bhubaneswar en India
-«Es misión de la Iglesia luchar contra la idea inaceptable de que algunas personas, porque son ricas, pueden controlar a
otras que son pobres». Steven Mosher,
-«Leer a Chesterton no es como leer a cualquier otro autor; te cambia la vida». Dale Ahlquist

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Sacramento de la reconciliación o confesión

Hubo un tiempo en que, al igual que la lepra, lo pecados de los hombres no tenían curación y sólo un milagro de Dios podía limpiar al pecador. Muchos criticaban a Jesús por atribuirse el poder de perdonar los pecados. Pero hoy en día también contamos con un remedio a ese mal que azota nuestra sociedad, Cristo dejó este poder a la Iglesia que a través de sus sacerdotes dispensa el perdón de los pecados.

El problema es que hoy nadie se ve en la necesidad de acercarse a limpiar su interior para volver a entrar en el campamento que es la Iglesia, y deberíamos los que estamos dentro dar mayor importancia a este hecho.

La confesión como medicina contra nuestra debilidad, y como vacuna para fortalecer nuestra vida interior. Esta premisa de acondicionar lo más posible nuestro interior para recibir a Cristo, debe ser fundamental en nuestra vida, cuanto más abramos el corazón a Dios más fácilmente llegará a nosotros y la confesión es una manera de abrirse a Dios a través de un sacerdote.

Sería bueno que nos acostumbráramos a confesar a menudo, a limpiar nuestra alma, ello nos ayudaría también a cuidarla de no mancharla y regresar más pronto al Camino cuando nos distraemos.

No olvidemos que la gracia que se recibe en la confesión ayuda a asimilar mejor el misterio de cada una de nuestras Eucaristías.

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Domingo VI del Tiempo ordinario

Jesús nos cura y nos da alegría

Hemos de meditar muy especialmente sobre la capacidad curativa de Jesús de Nazaret. Su amor y misericordia le lleva a recorrer toda Palestina haciendo el bien y curando a los enfermos. Este domingo el Evangelio de Marcos nos muestra la curación de un leproso, y ello se produce, como todo lo que ocurre en torno a Jesús, en un contexto muy difícil. Por un lado, el leproso rompe el precepto de no acercarse a lo sanos. Lo hace para pedir a Jesús que le cure. Pero el Rabí de Galilea toca al enfermo que también estaba prohibido por la dureza de la Ley oficial judía. La felicidad y la alegría llegarían, tras contemplar el bien producido, inmediatamente después y para todos.

Citas para reflexionar

«Prestemos atención los unos a los otros, para impulsarnos recíprocamente en la caridad y en las obras buenas».  Mensaje de S.S. Benedicto XVI para la Cuaresma

«Lo  que hace falta es enseñar de nuevo a los hombres  a amarse».   Papa Pio XII

«El secreto de la vida consiste  en aceptarla simplemente, tal cual es».  San Juan de la Cruz

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