XXV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – 20 de Septiembre

«…por el camino habían discutido quién era el más importante»

SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: De que discutíais por el camino

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quien era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser le primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

Jesús nos pide que seamos como niños

Jesús nos pide ser como niños. Y parece que nos extraña. Un niño, una niña, son proyectos de hombre y de mujer. Parece algo incompleto. Y sin embargo, si observamos con atención a los pequeños veremos auténticas llamaradas de paz y de alegría, de bondad e inteligencia. La vida no les ha amargado y tienen muchas expectativas por delante. Jesús nos va a decir, asimismo, que sirvamos y que busquemos ser servidos. Servir es ofrecer solución a los problemas o necesidades de nuestros hermanos. Servir es entregarse. Jesús de Nazaret siempre nos propondrá algo paradójico, de difícil explicación de acuerdo con nuestros criterios y, sin embargo, bello y lleno de amor. Sed como niños, nos lo pide Jesús de Nazaret.

REFLEXIÓN:

En aquel que sirve bien y con generosidad es donde se hace visible el Reino de Dios. En aquella persona que, sin ruido, hace bien (como afirmaba San Vicente de Paul), es donde se hace manifiesta la mano de Jesús. En aquella persona que, sintiéndose pequeña por lo que hace, es donde emerge con verdad y evidencia el evangelio en vivo. Y es que, aunque nos parezca difícil de entender, la grandeza de la vida cristiana está precisamente en eso: en multiplicarnos en pequeños detalles allá donde se nos requiera.

ORACIÓN: AYÚDAME, SEÑOR

A servir,

aunque no sea recompensado.

A no ser envidioso

y conformarme con lo que tengo.

A no ser rival de nada

y ser hacedor de paz.

A no buscar sólo mi interés

y también el de los demás.

A ser fuerte

cuando las dificultades salgan a mi encuentro.

A luchar

por lo que de verdad merezca la pena.

A no apartarme de Ti

cuando algunos intenten hacerlo.

AYUDAME, SEÑOR

EFEMÉRIDES: El viaje del Papa Francisco a Cuba y a Estados Unidos

El sábado, día 19, el papa Francisco emprendió su viaje a Cuba y a Estados Unidos. Tenemos el convencimiento de que estamos ante una enorme ocasión para las Iglesias de esos dos países y, en general, para todo el orbe católico. En Cuba las visitas de los antecesores de Francisco –San Juan Pablo II y Benedicto XVI—han ido cambiando el clima contrario a la Iglesia. Pero ahora llega un papa americano, hispanohablante, y buen conocedor de la realidad cubana. Añadamos que la Santa Sede ha colaborado, de manera decisiva, en el deshielo y apertura de relaciones entre La Habana y Washington. Estados Unidos es un gran país donde el catolicismo convive en un ambiente muy religioso –los norteamericanos en su gran mayoría lo son—con una amplia muestra de iglesias y confesiones. Visita también de enorme transcendencia.

 

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EL PECADO – II

CRITERIOS PARA EVALUAR EL PECADO

A la hora de evaluar en concreto la gravedad de ciertos pecados cometidos, surgen a veces en las conciencias problemas no pequeños. Señalemos, pues, algunos criterios en orden al discernimiento.

1.–Aunque somos personas humanas, hacemos pocos «actos humanos», si entendemos por éstos los que proceden de razón y libertad  (ST I-II, 1,1; ib. ad 3m). Los hombres espirituales tienen una vida muy consciente y deliberada, pero son pocos. La mayoría de los hombres son carnales, y el sector consciente y libre de sus vidas es bastante reducido. Obran muchas veces movidos por su costumbre, por la moda, por las circunstancias, por lo que le apetece, por lo que le piden. En gran medida, pues, «no saben lo que hacen» (Lc 23,34; cf. Rm 7,15). Más aún, los que pecan mucho ponen sus almas tan oscuras, que acaban confundiendo vicio y virtud, mal y bien. Todos, más o menos, sufrimos estas oscuridades, y todos hemos de decir ante el Señor: «¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta» (Sal 18,13).

Ahora bien, si en aquello que en nuestra conciencia hay de consciente y libre nos empeñamos sinceramente en no ofender a Dios, llegaremos a no ofenderle tampoco en aquellas cosas de las que hoy todavía apenas somos conscientes. Es decir, la reducción de los pecados formales, amplía e ilumina cada vez más nuestra conciencia, y nos va librando incluso de aquellos que llamamos pecados materiales, que no son realmente culpables, por faltar en ellos el conocimiento o la voluntariedad. Por el contrario, en los cristianos plenamente crecidos en la gracia casi todos los actos son humanos, pues en ellos la voluntad obra según la razón y según «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6).

2.–La gravedad o levedad de un pecado concreto ha de ser juzgada según el pensamiento de la fe, esto es, a la luz de la sagrada Escritura y de la enseñanza de la Iglesia; y no según el temperamento personal o el ambiente en que se vive. De otro modo, los errores en la evaluación pueden ser enormes.

Las personas juzgan frecuentemente la gravedad de un pecado según su temperamento y modo de ser. Tal caballero antiguo no hace casi problema de conciencia si mata a otro en un duelo de pura vanidad; pero si dijera una mentira grave sentiría terriblemente manchado su honor y su conciencia. Esta señora rezadora es incapaz de faltar contra la castidad en los más mínimo, pero maltrata a su empleada, y no ve en ello nada de malo; ve en ello, más bien, una muestra noble de energía y autoridad.

Influye también mucho el ambiente, y también, por supuesto, el mismo medio eclesial concreto. Faltas, por ejemplo, contra la abstinencia penitencial que son muy tenidas en cuenta en tal época o Iglesia particular, en otro tiempo y lugar apenas se consideran. Se dan, pues, en esto errores de época, graves errores colectivos, de los cuales, por supuesto, no se libran los cristianos carnales de nuestro tiempo. Tantos de ellos, por ejemplo, no consideran pecado mortal la inasistencia a la Misa dominical durante años. Su conciencia está deformada, quizá a causa de predicaciones falsas.

3.–A todo pecado, sea mortal o venial, hay que darle mucha importancia. El dolor por la culpa ha de ser siempre máximo, y en este sentido no tiene mayor interés llegar a saber si tal pecado fue mortal o venial, venial leve o grave. Por lo demás, insistimos en que un pecado, aunque no sea mortal, puede ser muy grave. En pecados, por ejemplo, contra la caridad al prójimo, desde una antipatía apenas consentida, pasando por murmuraciones y juicios temerarios, hasta llegar al insulto, a la calumnia o al homicidio, hay una escala muy amplia, en la que no se puede señalar fácilmente cuándo un pecado deja de ser venial para hacerse mortal.

4.–EI pecado de los cristianos tiene una gravedad especial. «Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad» ¿qué castigo mereceremos? Si era condenado a muerte el que violaba la ley de Moisés, «¿de qué castigo más severo pensáis que será juzgado digno el que haya pisoteado al Hijo de Dios, y haya profanado la sangre de su Alianza, en la que fue santificado, y haya ultrajado al Espíritu de la gracia?» (Heb 10,26. 29). A éstos «más les valía no haber conocido el camino de la justificación, que, después de haberlo conocido, echarse atrás del santo mandamiento que se les ha transmitido. Les ha pasado lo del acertado proverbio: “El perro ha vuelto a su propio vómito”, y “el cerdo, recién lavado, se revuelca en el lodo”» (2Pe 2,21-22).

5.–El cristiano que habitualmente vive en gracia de Dios, en la duda, debe presumir que su pecado no fue mortal. Y la presunción será tanto más firme cuanto más intensa y firme sea su vida espiritual. Recordemos que gracia, virtudes y dones son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en el hombre. Y el hábito es «qualitas difficile mobilis»: implica permanencia y estabilidad, como dice Santo Tomás (STh I-II, 49,2 ad 3 m). La gracia da al hombre una habitual inclinación al bien, así como una habitual tendencia a evitar el pecado (De veritate 24,13). Por eso tanto la vida en pecado como la vida en gracia poseen estabilidad, y la persona no pasa de un estado al otro con facilidad y frecuencia. Por eso aquellos buenos cristianos que con excesiva facilidad piensan que tal pecado suyo fue mortal suelen estar equivocados, quizá porque recibieron una mala formación o porque son escrupulosos. Estiman que puede perderse la gracia de Dios como quien pierde un paraguas, por puro olvido o despiste.

Tengamos en cuenta ante todo que cuando el Señor agarra al hombre fuertemente por su gracia, no consiente tan fácilmente que por el pecado mortal se le escape. Viviendo normalmente en gracia, caminamos fuertemente tomados de la mano de Dios. Y como dice Jesús, «lo que me dio mi Padre es mejor que todo, y nadie podrá arrancar nada de la mano de mi Padre» (Jn 10,29). Y San Pablo: «¿Quién podrá arrancarnos al amor de Cristo?… [Nada] podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,35.39).

–No conviene cavilar en exceso tratando de evaluar exactamente la gravedad de un pecado. Lo que hay que hacer es arrepentirse de él con todo el corazón. Y aunque el pecado fuere pequeño, sea muy grande el arrepentimiento.

Los que atormentan su alma intentando evaluar su culpa, dándole vueltas y más vueltas, no sacan nada en limpio. Muchas veces son escrupulosos. Imaginemos que un niño, desobedeciendo a su madre, ha dado un portazo –por prisa, por enfado, por negligencia, por lo que sea–. Triste sería que luego el niño, encogido en un rincón, se viera corroído por interminables dudas: «¿Fue un portazo muy fuerte?… No tanto. ¿Quizá trato de quitarme culpa? Muy suave no fue, ciertamente. ¿Pero hasta qué punto me di cuenta de lo que hacía?» etc. … Poco tiene eso que ver con la sencillez de los hijos de Dios, que viven apoyados siempre en el amor del «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2 Cor 1,3). En no pocos casos, estas cavilaciones morbosas proceden en el fondo de un insano deseo de controlar humanamente la vida de la gracia y cada una de sus vicisitudes. Pero muchas veces la evaluación del pecado concreto es moralmente imposible: «Ni a mí mismo me juzgo –decía San Pablo–. Quien me juzga es el Señor» (1 Cor 4,3-4).

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EL PECADO – I

Hay que dar mucha importancia a todo pecado, sea mortal o venial.

Pecado mortal y pecado venial. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et pænitentia (1984, 17), expone los fundamentos bíblicos y doctrinales de la distinción real entre pecados mortales, que llevan a la muerte (1Jn 5,16; Rm 1,32), pues quienes persisten en ellos no poseerán el reino de Dios (1Cor 6,10; Gal 5,21), y pecados veniales, leves o cotidianos (Sant 3,2), que ofenden a Dios, pero que no cortan la relación de amistad con Él. Ésta es, en efecto, la doctrina tradicional, que Santo Tomás enseña (STh I-II,72,5), como también el concilio de Trento (Dz 1573, 1575, 1577).

–El pecado mortal es una ofensa a Dios tan terrible, y trae consigo unas consecuencias tan espantosas, que no puede producirse sin que se den estas tres condiciones: –materia grave, o al menos apreciada subjetivamente como tal; –plena advertencia, es decir, conocimiento suficiente de la malicia del acto; y –pleno consentimiento de la voluntad. Un solo acto, si reune tales condiciones, puede verdaderamente separar de Dios, es decir, puede causar la muerte del alma. En este sentido, dice Juan Pablo II, se debe «evitar reducir el pecado mortal a un acto de “opción fundamental” contra Dios –como hoy se suele decir–, entendiendo con ello un desprecio explícito y formal de Dios o del prójimo» (Reconciliatio 17).

La maldad del pecado mortal consiste en que rechaza un gran don de Dios, una gracia que era necesaria para la vida sobrenatural. Mata, por tanto, ésta; separa al hombre de Dios, de su amistad vivificante; desvía gravemente al hombre de su fin verdadero, Dios, orientándolo hacia bienes creados. En este último sentido ha de entenderse la expresión «actos desordenados», que hoy –desafortunadamente– vienen a ser un eufemismo frecuente para evitar la palabra «pecado».

–El pecado venial rechaza un don menor de Dios, algo no imprescindible para mantenerse en vida sobrenatural. No produce la muerte del alma, sino enfermedad y debilitamiento; no separa al hombre de Dios completamente; no excluye de su gracia y amistad (Trento 1551, Errores Bayo 1567: Dz 1680, 1920); no desvía al hombre totalmente de su fin, sino que implica un culpable desvío en el camino hacia él. Un pecado puede ser venial (de venia, perdón, venial, perdonable) por la misma levedad de la materia, o bien por la imperfección del acto, cuando la advertencia o la deliberación no fueron perfectos.

No siempre el pecado venial es sinónimo de pecado leve, apenas culpable, sin mayor importancia. Conviene saber esto y recordarlo. Así como la enfermedad admite una amplia gama de diversas gravedades, teniendo al límite la muerte, de modo semejante el pecado venial puede ser leve o grave, casi mortal. Imaginen este diálogo: –¿Esa enfermedad es mortal? –No, gracias a Dios. –Bueno, entonces es leve. –No, es bastante o muy grave, y si no se sana a tiempo, puede llegar a ser una enfermedad mortal.

Juan Pablo II, en el lugar citado, recuerda que «el pecado grave se identifica prácticamente, en la doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia, con el pecado mortal». Sin embargo, ya se comprende que también el pecado venial puede tener modalidades realmente graves. Cayetano usa la calificación de «gravia peccata venialia», y Francisco de Vitoria, con otros, usa expresiones equivalentes (M. Sánchez, Sobre la división del pecado, «Studium» 1974, 120-123). Pero, como es lógico, son particularmente los santos, quienes más aman  a Dios, los que más insisten en la posible gravedad de ciertos pecados veniales.

 «Pecado por chico que sea, que se entiende muy de advertencia que se hace, Dios nos libre de él. Yo no sé cómo tenemos tanto atrevimiento como es ir contra un tan gran Señor, aunque sea en muy poca cosa, cuanto más que no hay poco siendo contra una tan gran Majestad, viendo que nos está mirando. Que esto me parece a mí que es pecado sobrepensado, como quien dijera: “Señor, aunque os pese, haré esto; que ya veo que lo véis y sé que no lo queréis y lo entiendo, pero quiero yo más seguir mi antojo que vuestra voluntad”. Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece, sino mucho y muy mucho» (Camino Perf. 71,3). La reincidencia desvergonzada agrava aún más la culpa: «que si ponemos un arbolillo y cada día le regamos, se hará tan grande que para arrancarle después es menester pala y azadón; así me parece es hacer cada día una falta –por pequeña que sea– si no nos enmendamos de ella» (Medit. Cantares2,20).                                      Santa Teresa de Jesús

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BENEDICTA, SU TESTIMONIO

El libro “Aventureros del Eterno” escrito por el periodista italiano Antonio Socci presenta a los lectores la increíble historia de Katja Giammona, ex actriz alemana de origen italiano, que os llegará hasta lo más profundo del alma.
Nació el 11 de junio de 1975 en una familia de Testigos de Jehová. En los años noventa trabajó en la televisión y en el cine llegando a realizar su sueño: convertirse en una actriz conocida en Alemania y en Italia. Pero su carrera se interrumpió definitivamente porqué, como cuenta la misma Katja, “Cristo me quería para Él, y quería que viviera y trabajara solo para Él y no para tener fama, para la tele y para el infierno”.
En febrero de 2002 mientras se encontraba en Berlín para el Festival Internacional de Cine, sucedió algo que le cambió radicalmente la vida.

Una noche regresando a casa de unos amigos después de acudir a las fiestas y los eventos del Festival, cayó en un sueño profundo, quizás por el cansancio o por un desmayo, y se encontró en una habitación oscura rodeada de llamas que se elevaban mientras ella corría desesperadamente para encontrar una salida.

Fue una verdadera experiencia del infierno, donde se encontró con un misterioso personaje, un joven que se le reía en la cara mientras ella se desesperaba: “¡Corre, corre, que de aquí no sales!” le decía.  Descubrió que sus pecados contra la castidad la habían hecho merecer esa  pena.

De repente, a través de una rendija que se “abrió” en la habitación, Katja pudo ver a su madre que, de noche, se levantaba para rezar, como hacía habitualmente, el Rosario de Santa Brígida de Suecia. Eran las tres de la mañana (Katja lo leyó en un reloj del salón de la casa de sus padres), pidió inútilmente ayuda su madre pero ella no podía escucharla. Desesperada, Katja imploró fuertemente a su madre que rezara por ella (porqué – explica – “yo no podía rezar a Dios por mí en esa situación”): “¡Mamá, reza por mi! Te lo suplico!”.

La madre de Katja no la escuchó pero no obstante rezó por su hija como solía hacer con devoción y amor maternal. Una oración que a menudo la hija había rechazado porqué “para mi eran oraciones de beatos que, en lugar de hacer el bien, traían mala suerte”. Katja comprendió que “este es un verdadero castigo: no tener a nadie que rece por ti”.

Más adelante la madre de Katja confirmó que aquella noche, a las tres de  mañana, estaba despierta para interceder por su hija.

De repente Katja despertó y se encontró en la cama, inmóvil, pálida, fría, con los labios “ligeramente azulados”. Todo pareció ser una horrible pesadilla, pero desde esa noche la vida de Katja cambió de rumbo. La experiencia del infierno mostró a Katja la contradicción en la cual vivía: mientras se consideraba una persona católica, vivía sumergida en el pecado. Había creído que pecar no era algo grave y vivía sin tener conciencia de ello: “Yo era una pecadora que ni siquiera se daba cuenta de serlo. Porque el mundo te repite que el pecado no existe”. Descubrió que “el adulterio es el enemigo del alma” y es “el motivo por el cual muchos se queman en el fuego”.

Desde ese momento sintió la necesidad de darle un giro radical a su vida: dejó a su novio y se fue de peregrinación a Medjugorje junto con su madre, con la sincera determinación de ofrecer su vida, consagrándose al servicio del Señor.

Katja abandonó entonces definitivamente su vida anterior para ponerse a los pies de Jesús, como lo hicieron san Benito, san Anselmo, san Francisco, san Antonio que “tienen una cosa en común: confían en Cristo y se encomiendan completamente a Él”, sin pretensiones, sin buscar títulos, ganancia o fama, sin hacer muchos proyectos y razonamientos sino viviendo “día tras día la divina voluntad”. Decidió retirarse, “como María Magdalena a los pies de Jesús”, abrazando la vida eremítica-anacoreta y tomando el nombre de Benedicta.
“Hay que estar preparados para dejarlo todo si Cristo llama como llamó al joven rico”.

Ponerse en camino, partir con confianza, dispuestos a “dejar atrás lo viejo para enfrentar lo nuevo”. “Dios nos conoce y conoce nuestra vocación, por tanto la vocación no es cuestión de razonamiento ni de gusto personal, sino más bien es algo sobrenatural”.

Es el Espíritu Santo que nos guía, no la razón, no el cálculo, por eso “nunca pretendemos tener que entenderlo todo sobre Dios. No tenemos que entender, sino amar”

Hace un llamamiento final: “Aventurarse con Cristo, creedme, vale la pena. Abre las puertas de tu corazón a Cristo y Él se mostrará a ti en todo su esplendor”.

 

 

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NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES – 15 de Septiembre

Los Evangelios muestrDSCN0770an a la Virgen Santísima presente, con inmenso amor y dolor de Madre, junto a la cruz en el momento de la muerte redentora de su Hijo, uniéndose a sus padecimientos y mereciendo por ello el título de Corredentora.

La representación pictórica e iconográfica de la Virgen Dolorosa mueve el corazón de los creyentes a justipreciar el valor de la redención y a descubrir mejor la malicia del pecado.

Bajo el título de la Virgen de la Soledad o de los Dolores se venera a María en muchos lugares.

La fiesta de nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre y recordamos en ella los sufrimientos por los que pasó María a lo largo de su vida, por haber aceptado ser la Madre del Salvador.

Este día se acompaña a María en su experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no la comprendamos.

Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios. Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad.

¿Que nos enseña la Virgen de los Dolores?

La imagen de la Virgen Dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimien
tos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufri-mientos.

Cuida tu fe:

Algunos te dirán que Dios no es bueno porque permite el dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento humano es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable en la vida, y Jesús nos ha enseñado, con su propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de salvación. Lo importante es el sentido que nosotros le demos.

Debemos ser fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas. De este modo podremos convertir el sufrimiento en sacrificio (sacrum-facere = hacer algo sagrado). Esto nos ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a muchas almas al Cielo, uniendo nuestro sacrificio al de Cristo.

Oración:

María, tú que has pasado por un dolor tan grande y un sufrimiento tan profundo, ayúdanos a seguir tu ejemplo ante las dificultades de nuestra propia vida.

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EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


Lectura de Viernes Santo
HOY NUESTRO MONASTERIO CELEBRA SU ONOMÁSTICA

Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fuellevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.

El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.

Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: «En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero» (Himno de Laudes).

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: «El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.

«No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado» (León Bloy). «Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía» (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.

La Exaltación de la Santa Cruz 

Himno (laudes)  cruz exaltación

Brille la cruz del Verbo luminosa,
Brille como la carne sacratísima
De aquel Jesús nacido de la Virgen
Que en la gloria del Padre vive y brilla.

Gemía Adán, doliente y conturbado,
Lágrimas Eva junto a Adán vertía;
Brillen sus rostros por la cruz gloriosa,
Cruz que se enciende cuándo el Verbo expira.

¡ Salve cruz de los montes y caminos,
junto al enfermo suave medicina,
regio trono de Cristo en las familias,
cruz de nuestra fe, salve, cruz bendita!

Reine el señor crucificado,
Levantando la cruz donde moría;
Nuestros enfermos ojos buscan luz,
Nuestros labios, el río de la vida.

Te adoramos, oh cruz que fabricamos,
Pecadores, con manos deicidas;
Te adoramos, ornato del Señor,
Sacramento de nuestra eterna dicha. Amén

ORACIÓN

Señor, Dios nuestro, que has querido salvar a los hombres por medio de tu Hijo muerto en la cruz, te pedimos, ya que nos has dado a conocer en la tierra la fuerza misteriosa de la Cruz de Cristo, que podamos alcanzar en el cielo los frutos de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-

Himno (vísperas)

Las banderas reales se adelantan
Y las cruz misteriosa en ellas brilla:
La cruz en que la vida sufrió muerte
Y en que, sufriendo muerte, nos dio vida.

Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo
Que, al ser herido por la lanza dura,
Derramó sangre y agua en abundancia
Para lavar con ellas nuestras culpas.

En ella se cumplió perfectamente
Lo que David profetizó en su verso,
Cuándo dijo a los pueblos de la tierra:
“ Nuestro Dios reinará desde un madero”.

¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
árbol hornado con la regia púrpura
y destinado a que su tronco digno
sintiera el roce de la carne pura!

¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes,
en que estuvo colgado nuestro precio,
fuiste balanza para el cuerpo santo
que arrebató su presa a los infiernos!

A ti, que eres la única esperanza,
Te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos
Que acrecientes la gracia de los justos
Y borres los delitos de los malos.

Recibe, oh Trinidad, fuente salubre
La alabanza de todos los espíritus,
Y tú que con tu cruz nos das el triunfo,
Añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén

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¿COMULGAR SIN CONFESARSE?

Quien come y bebe el cuerpo y la sangre del Señor sin discernir,                    come y bebe su propia perdición (1 Cor 11,29)

Cualquier observador atento de las celebraciones litúrgicas habrá constatado un fenómeno generalizado que se está convirtiendo en algo normal. A saber:

Ha disminuido alarmantemente, el número de fieles que acceden al sacramento del perdón.
Ha aumentado considerablemente, el número de fieles que se acercan a comulgar.
Bastantes celebraciones sacramentales (bautizos, bodas, funerales… ), para muchos asistentes, son meros actos sociales.

La enseñanza de la Iglesia, basada en la Palabra de Dios, ha sido constante a lo largo de los siglos. Siempre ha enseñado que para comulgar, se precisa estar en gracia de Dios -sin pecado grave en la conciencia- y guardar el ayuno pertinente.

En la preciosa encíclica del Papa San Juan Pablo II sobre la Iglesia y la Eucaristía en su nº 36c, el Papa ha dejado clara la enseñanza oficial de la Iglesia expuesta en el Catecismo, en el Código de Derecho canónico y “la vigencia de la norma del Concilio de Trento concretando la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal”.

No es exagerado afirmar que muchos de los que se acercan a comulgar no reúnen las condiciones necesarias para ello; sea por ignorancia, por falta de fe, por rutina o mimetismo (¿dónde va Vicente?…) o por estar en pecado grave, incluso años sin confesarse etc…

Esta praxis está llevando a una trivialización del sacramento principal de la Iglesia y a un falseamiento de la conciencia de muchos bautizados. Los responsables directos de cada celebración eucarística (abusos, sacrilegios etc …) son los ministros ordenados, obispos y sacerdotes, que presiden las mismas.

A falta de una catequesis adecuada y previa ¿No cabría una advertencia hecha con todo respeto a los presentes, antes de dar la comunión?. Verbi gratia. No hay obligación de acercarse a comulgar… Los que vayan a hacerlo, examinen su conciencia ante Dios y vean si están en su santa gracia. El tomar conciencia de este fenómeno es urgente, muy grave y de la máxima responsabilidad.

Actúese en consecuencia.

PildorasDeFe.net

 

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XXIV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – 13 de Septiembre

¿Quién dice la gente que soy yo?

SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:  ¿Quién dice la gente que soy yo?

Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista: otros, Elías, y otros, uno de los profetas.

Él les preguntó:  Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Pedro le contestó:  Tú eres el Mesías.

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirles: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días.

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se le llevó aparte y se puso a increparle. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.

Palabra del Señor

Y vosotros, ¿quién decís que soy?”

Es lógico trasponer esta frase a lo individual y decir “Para ti, qué dices que soy”. Con ello, se busca una mayor cercanía y convertir la pregunta en motivación muy personal. Y, sin embargo, el empleo de la frase literal nos sitúa en la necesidad de una respuesta colectiva, de hermanos que forman toda la Iglesia. Y ese parece que es el deseo de Jesús de Nazaret cuando preguntó a sus discípulos por los caminos de Cesarea de Filipo. Pero sea como fuere, colectiva o individualmente, Jesús nos pregunta a todos y espera respuesta. Y hemos de abrir nuestro corazón y nuestra inteligencia para darle lo mejor que de Él tenemos nosotros.

ORACIÓN: TÚ  ERES EL HIJO DE DIOS

Y nosotros hermanos en la fe

Caminando por tus senderos

Escuchando tus Palabras

Viviendo en el Espíritu  Santo

TÚ  ERES EL MESÍAS

El que nos salva cuando nos  perdemos

El que nos levanta cuando  caemos

El que nos fortalece cuando  nos debilitamos

TÚ  ERES EL HIJO DE DIOS

El que envía el Padre para  que le veamos

El que envía el Padre para  que le amemos

El que envía el Padre para  que le adoremos

El que envía el Padre para  que te sigamos

TÚ  ERES EL MESÍAS

Amén

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NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA – 8 de Septiembre

Cada año, la Iglesia celebra la fiesta de la Natividad de María, el 8 de septiembre día del nacimiento de la Virgen, madre de Nuestro Señor Jesucristo.

Desde el momento de su Concepción, Dios Nuestro Señor ya tenía encomendada la misión de la Virgen en la tierra, de ser la portadora de Jesucristo, el Salvador. El nacimiento de la Virgen es una alegría para todos los católicos, pues gracias a María Santísima recibimos la Salvación.

La tradición sitúa el nacimiento de la Virgen en Jerusalén, junto a la piscina probática, donde testimonios del siglo V ubicaban una antigua basílica en su honor. La Virgen María fue hija de San Joaquín y Santa Ana, un matrimonio dedicado al servicio a Dios, bendecido por ser los progenitores de la portadora del Salvador. Aunque los Evangelios no desarrollan la genealogía de la Virgen, como sí lo hacen la de San José, no dejan de darnos ciertas pistas que indican la ascendencia de la familia de la Virgen en la Casa Real de David, al igual que su esposo. La identificación de su prima Isabel como descendiente de Aarón (Lucas 1,5), ha dado lugar a numerosas tradiciones y documentos acerca de la ascendencia regia de la Virgen María. San Juan Damasceno, así como otros Padres de la Iglesia, defendieron la tradición oral del nacimiento de la Virgen María dentro de la familia formada por San Joaquín y Santa Ana, siendo Joaquín primo de San José, y por lo tanto descendiente de David por medio de Natán (De fid. Orth, IV, 14).

En las comunidades cristianas de oriente, la fiesta de la Natividad de María se celebraba por lo menos desde el siglo VI, mientras que en occidente llegó a partir del siglo VIII.  En Roma, cada año se hacía una peregrinación a la Basílica Papal de Santa María la Mayor. En la actualidad, la festividad de la Natividad de la Virgen está vinculada a la solemnidad de la Inmaculada Concepción, por estar ambos hechos intrínsecamente relacionados.

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¿QUÉ VAS A PERDER?

¡APÚNTATE!

No necesitas tener vocación Benedictina…

Es totalmente gratis.

«Solo necesitas» unas deportivas (para peregrinación) y mucha ilusión.

Estamos en la Avda. Doctores Bermejo y Calderón en Sahagún, León

Podeis ir llegando entre las 11 y las 13 horas (horario flexible) y la presentación de la convivencia será a las 17,00 horas, después de haber comido y habernos instalado.

¿SABES QUÉ?

LOS PLANETAS FORMARON UN CRUCIFIJO

EL DÍA DE LA MUERTE DE JESÚS

Un historiador ha observado que el 3 de abril del año 33 —fecha en que, según muchos investigadores, tuvo lugar la crucifixión de Cristo— los planetas Saturno, Urano, Júpiter, la Tierra y Venus se alinearon formando una figura similar a un hombre crucificado. «No son pocos los estudios que indican con precisión la fecha [de la muerte de Jesús]: la Biblia, los calendarios, las condiciones astronómicas, incluso la geología», señaló en un comunicado el historiador de la Universidad de Wisconsin-Madison Miguel Antonio Fiol.

Ahora, y tomando como referencia la fecha que señalan muchos historiadores, el 3 de abril del año 33, el historiador explica cómo los anillos de Saturno tenían el aspecto de un halo o de una corona de espinas colocada sobre la cabeza de Jesús. Urano y Júpiter parecen representar las manos, mientras que la Tierra y Venus forman los pies. «Incluso a primera vista, yo sabía que se parecía a la crucifixión», agregó Fiol en una entrevista al Ghospel Herald. «Pero me tomé tiempo para descubrir todos los paralelismos posibles». El investigador dice que la alineación planetaria se inició a mediados de marzo y se prolongó hasta mediados de abril del año 33. La misma alineación se produce una vez cada 333 años, por lo que fue observada seis veces entre el año 0 y el 2000.

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