BENEDICTA, SU TESTIMONIO

El libro “Aventureros del Eterno” escrito por el periodista italiano Antonio Socci presenta a los lectores la increíble historia de Katja Giammona, ex actriz alemana de origen italiano, que os llegará hasta lo más profundo del alma.
Nació el 11 de junio de 1975 en una familia de Testigos de Jehová. En los años noventa trabajó en la televisión y en el cine llegando a realizar su sueño: convertirse en una actriz conocida en Alemania y en Italia. Pero su carrera se interrumpió definitivamente porqué, como cuenta la misma Katja, “Cristo me quería para Él, y quería que viviera y trabajara solo para Él y no para tener fama, para la tele y para el infierno”.
En febrero de 2002 mientras se encontraba en Berlín para el Festival Internacional de Cine, sucedió algo que le cambió radicalmente la vida.

Una noche regresando a casa de unos amigos después de acudir a las fiestas y los eventos del Festival, cayó en un sueño profundo, quizás por el cansancio o por un desmayo, y se encontró en una habitación oscura rodeada de llamas que se elevaban mientras ella corría desesperadamente para encontrar una salida.

Fue una verdadera experiencia del infierno, donde se encontró con un misterioso personaje, un joven que se le reía en la cara mientras ella se desesperaba: “¡Corre, corre, que de aquí no sales!” le decía.  Descubrió que sus pecados contra la castidad la habían hecho merecer esa  pena.

De repente, a través de una rendija que se “abrió” en la habitación, Katja pudo ver a su madre que, de noche, se levantaba para rezar, como hacía habitualmente, el Rosario de Santa Brígida de Suecia. Eran las tres de la mañana (Katja lo leyó en un reloj del salón de la casa de sus padres), pidió inútilmente ayuda su madre pero ella no podía escucharla. Desesperada, Katja imploró fuertemente a su madre que rezara por ella (porqué – explica – “yo no podía rezar a Dios por mí en esa situación”): “¡Mamá, reza por mi! Te lo suplico!”.

La madre de Katja no la escuchó pero no obstante rezó por su hija como solía hacer con devoción y amor maternal. Una oración que a menudo la hija había rechazado porqué “para mi eran oraciones de beatos que, en lugar de hacer el bien, traían mala suerte”. Katja comprendió que “este es un verdadero castigo: no tener a nadie que rece por ti”.

Más adelante la madre de Katja confirmó que aquella noche, a las tres de  mañana, estaba despierta para interceder por su hija.

De repente Katja despertó y se encontró en la cama, inmóvil, pálida, fría, con los labios “ligeramente azulados”. Todo pareció ser una horrible pesadilla, pero desde esa noche la vida de Katja cambió de rumbo. La experiencia del infierno mostró a Katja la contradicción en la cual vivía: mientras se consideraba una persona católica, vivía sumergida en el pecado. Había creído que pecar no era algo grave y vivía sin tener conciencia de ello: “Yo era una pecadora que ni siquiera se daba cuenta de serlo. Porque el mundo te repite que el pecado no existe”. Descubrió que “el adulterio es el enemigo del alma” y es “el motivo por el cual muchos se queman en el fuego”.

Desde ese momento sintió la necesidad de darle un giro radical a su vida: dejó a su novio y se fue de peregrinación a Medjugorje junto con su madre, con la sincera determinación de ofrecer su vida, consagrándose al servicio del Señor.

Katja abandonó entonces definitivamente su vida anterior para ponerse a los pies de Jesús, como lo hicieron san Benito, san Anselmo, san Francisco, san Antonio que “tienen una cosa en común: confían en Cristo y se encomiendan completamente a Él”, sin pretensiones, sin buscar títulos, ganancia o fama, sin hacer muchos proyectos y razonamientos sino viviendo “día tras día la divina voluntad”. Decidió retirarse, “como María Magdalena a los pies de Jesús”, abrazando la vida eremítica-anacoreta y tomando el nombre de Benedicta.
“Hay que estar preparados para dejarlo todo si Cristo llama como llamó al joven rico”.

Ponerse en camino, partir con confianza, dispuestos a “dejar atrás lo viejo para enfrentar lo nuevo”. “Dios nos conoce y conoce nuestra vocación, por tanto la vocación no es cuestión de razonamiento ni de gusto personal, sino más bien es algo sobrenatural”.

Es el Espíritu Santo que nos guía, no la razón, no el cálculo, por eso “nunca pretendemos tener que entenderlo todo sobre Dios. No tenemos que entender, sino amar”

Hace un llamamiento final: “Aventurarse con Cristo, creedme, vale la pena. Abre las puertas de tu corazón a Cristo y Él se mostrará a ti en todo su esplendor”.

 

 

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