CARTA ABIERTA A JESÚS EN EL INICIO DE LA CUARESMA

Jesús, Amigo y Maestro

Siempre, en el inicio de la Cuaresma, se abre el corazón y el intelecto pensando en las conmemoraciones de lo que nosotros llamamos el Triduo Pascual. Y no se puede negar –ya lo he dicho varias veces—la aparición de un claro vértigo ante la importancia sobrehumana de todo lo que se nos presenta.

Sabemos que la muerte en Cruz es un tormento terrible, de una crueldad casi infinita, sabemos, asimismo, que era un sistema de ejecución destinado a los peores criminales, o a las venganzas políticas más abyectas.

Nos damos cuenta que tu sufriste el efecto de una conspiración larga, cobarde, hipócrita, de la que una gran parte del pueblo llano no supo nada hasta el final.

Y sabemos que, en todo el mundo y en todas las épocas, han habido –y siguen existiendo—conspiraciones para terminar con aquellos que, llenos de bondad, se oponen a los planes de los opresores y de los hipócritas.

Un día, Señor, quedaste solo. Abandonado por todos. Incluso sufriste el aparente abandono de tu amado Abba, de tu Papaíto querido.

Cuando miraste a Pedro, en la lejanía, desde el interior del palacio del Sumo Pontífice, se adivinaba tu disposición voluntaria a morir por él y por todos…

Y ese es el vértigo que nos alcanza ante tu sacrificio, porque nosotros hemos sido criados y hemos crecido sin creer en el sacrificio ante una gran causa y huyendo del dolor a cualquier precio.

Por eso, cuando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo les llega el dolor, la cruel enfermedad sentimos tu amparo porque Tú nos enseñaste para que servía el dolor y el sacrificio.

Es verdad, Señor Jesús, que el Viernes Santo alma y corazón de los que te aman se quedan helados, como en suspenso para sus latidos y sentimientos.

Y aunque sabemos que ha pasado mucho tiempo de los sucesos terribles de Jerusalén, del Huerto de los Olivos y del Gólgota, no podemos evitar un profundo desamparo, una tristeza más cercana a la rebeldía que al conformismo y que, asimismo, miramos alrededor de nuestro mundo buscando a tantas victimas inocentes que, como Tú, mueren por el desamor y egoísmo de unos pocos.

El Sábado Santo es un tiempo de espera, donde la tristeza se enclaustra un poco en nuestra vida. Esperamos, esperamos, pero cuesta…

Cuando ya con la noche muy cerrada, nos afanamos por la preparación de la Fiesta más bella que la cristiandad tiene…

Hay que encender la pequeña hoguera de la que se alimentará el Cirio Pascual. Hay que preparar las velitas para los que van a acudir a tu encuentro. Hay muchas cosas que hacer…

Pero la preparación a tu llegada no termina del todo con la inseguridad y un sufrimiento contenido. No.

Y es cuando, de golpe – ¡Luz de Cristo!… ¡Demos gracias a Dios!—se encienden todas las luces del templo y sabemos que has llegado. Y nos miramos todos con alegría manifiesta. Y mientras el sacerdote entona el Pregón Pascual ya la tristeza ha desaparecido porque sabemos que, triunfante, estas entre nosotros.

Señor Jesús, Amigo y Maestro, guíanos en este largo tiempo de Cuaresma. No nos desampares, porque el Enemigo es cuando más arrecia en sus ataques, como te ocurrió a Ti en el desierto. Acompáñanos en esta Cuaresma, para que nosotros no nos separemos de Ti después.

Qué no huyamos despavoridos como Pedro y, sobre todo, que no te traicionemos como Judas.

Ángel Gómez Escorial

Esta entrada ha sido publicada en Reflexiones y etiquetada como . Guarda el enlace permanente.