XIX DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – 7 de Agosto

«ESTAD PREPARADOS»

(Lucas 12, 32-48)

SANTO EVANGELIO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes, y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas: vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entre la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.

Pedro le preguntó: Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?

El Señor respondió: ¿Quién es el administrador fiel y solicito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: ‘Mi amo tarda en llegar’, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá: al que mucho se le confió, más se le exigirá.

Palabra del Señor

¿QUÉ VIENE EL SEÑOR?

Viene el Señor. De muchas maneras y en muchas circunstancias. Otra cosa es que (ajenos a la vigilancia) estemos tan distraídos que no sepamos mirar en la dirección por donde Dios sopla, viene y habla.

En este domingo mi pensamiento se va a la orilla de cualquier costa sembrada por los legendarios faros. Siempre encendidos y con su importante cometido: vigilando para que los barcos lleguen a buen puerto.

La vigilancia cristiana puede estar perfectamente representada por ese faro que espera a que su Señor llegue en cualquier momento. ¿Por qué? Para que, si el Señor se acerca, no encuentre obstáculos para entrar en la vida de los que creemos en El. Para que, si el Señor se decide presentarse definitivamente, nos encuentre oteando el horizonte con los prismáticos de la oración, de la escucha y meditación de su Palabra, de la riqueza de corazón, intentando cumplir su voluntad y comprometidos en el mundo con los esquemas de su reino.

Existe una vieja leyenda en mi anterior parroquia sobre un escultor de un Cristo penitente del siglo XVII. Había tallado y finalizado su obra cuando, de una forma imprevisible, la imagen le habló: “¿dónde me has visto que tan bien me has tallado? El artista le contestó: “en mi corazón Señor”.

En el corazón es donde hemos de guardar un lugar privilegiado para que Dios siga hablando y nos siga diciendo algo. Es donde valoramos profundamente la verdad de las cosas y la esterilidad de lo aparentemente bonito. Es donde orientamos la veleta de nuestra existencia y donde se disparan también las luces de alarma cuando nos alejamos del Señor. Es donde nos vamos haciendo idea de un Dios que, lejos de amenazar, nos dice que viene y que por lo tanto hemos de estar vigilantes.

Puede ser que el momento coyuntural que estamos viviendo nos invite y nos empuje a soplar e ir apagando esos destellos de vigilancia, que pueden ser:

-La Eucaristía para esperar bien alimentados

-La comunión con la iglesia, para esperar bien sintonizados con Dios

La escucha de la Palabra, para esperar distinguiendo lo bueno de lo malo

-Las buenas obras, para esperar con el testimonio de la fe

Puede ser que el mundo se empeñe en pontificar que es de día cuando, en realidad, bastantes almas y bastantes contemporáneos nuestros viven en una interminable e insoportable noche.

Frente a ello seguiremos subiendo hasta la azotea de nuestra vida para encaminarnos con fe y con esperanza hacia el futuro.

Necesitamos despertar de tanta pesadilla que nos amordaza y nos mantiene presos del pasado.

Necesitamos ser “guardas jurados” de nuestra vida cristiana para que, cuando el Señor arribe, nos encuentre creyendo, amando, cantando y pregonando sus alabanzas.

Ojalá que, cuando el Señor venga, no pase de largo al ver las luces de nuestros corazones apagadas

¿TE CONOCEMOS, SEÑOR?

Hijo del pobre José,

pero rico y expresivo en tu lenguaje

Hijo de la sencilla María,

y complicado en tu vida

Hermano de tus hermanos,

y defensor de la verdad sin distinción

¿Te conocemos, Señor?

Decimos quererte, y no entramos en Ti

Decimos amarte, y no vivimos con el impulso de tu amor

Decimos alabarte, y lo hacemos despegando los labios

pero, tal vez, sin abrir el corazón.

Decimos honrarte, y olvidamos que en el obrar,

es donde te damos gloria y comprometida alabanza.

¿Te conocemos, Señor?

¿Sentimos al que te envió?

¿Acogemos al que te hizo nacer pobre y niño en Belén?

¿Obedecemos al que te hizo obedecer subiendo a la cruz?

¡Creemos, Señor, pero aumenta nuestra fe!

Fe para verte como Hijo de Dios

Fe para recibirte como el enviado del Padre

Fe para dejarte compartir nuestra existencia

Fe para transformarnos con el pan de la vida

Fe para llenarnos de felicidad con el pan de la Eucaristía

Amén.

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