LA DIVINA MISERICORDIA

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO

En la Fiesta de la Divina Misericordia, este II Domingo de Pascua, tras la solemne vigilia de oración del primer sábado 2 de abril, en que también se recordó a San Juan Pablo II, en el día en que se cumplían once años de su fallecimiento.

El Papa Francisco recordó en su homilía que el Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para leer y releer, porque todo lo que Jesús ha dicho y hecho es expresión de la misericordia del Padre. Y añadió que este texto sagrado sigue siendo un libro abierto, en el que se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia. De ahí su exhortación a ser, todos nosotros, “escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy”. Afirmó que las obras de misericordia, corporales y espirituales, son el estilo de vida del cristiano, puesto que mediante estos gestos sencillos y fuertes, y a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios, haciendo de este modo lo que hizo Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría.

Además puso de manifiesto el contraste entre el miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa y el mandato misionero de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón. Contraste que – dijo – puede manifestarse también en nosotros como una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos.

Tras recordar que Cristo entró a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, y que desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón, que el Señor resucitado nos indica una sola vía que va en una única dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha conquistado.

En cuanto al saludo de Cristo a sus discípulos, “paz a vosotros”, no se trata de “una paz negociada”, no es la suspensión de algo malo: es su paz, la paz que procede del corazón del Resucitado, la paz que venció el pecado, la muerte y el miedo. Es la paz que no divide, sino que une; es la paz que no nos deja solos; es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza.

Por esta razón el Papa concluyó su homilía agradeciendo el amor inmenso que el Señor nos tiene e invitando a pedir la gracia de no cansarnos nunca de acudir a la misericordia del Padre y de llevarla al mundo siendo nosotros mismos misericordiosos, para difundir por doquier la fuerza del Evangelio

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