LA INMACULADA CONCEPCIÓN

MADRE DE MISERICORDIA: INMACULADA CONCEPCIÓN

En este día en el que aclamamos a María como Inmaculada y Virgen, nos unimos al Papa Francisco que en esta jornada mariana abre e inicia oficialmente el Año Santo Jubilar de la Misericordia. Una llamada a trabajar, redescubrir y llevar en todas nuestras líneas cristianas ese gran amor que, porque de Dios viene, se ha de hace efectivo, afectivo y constante allá donde nos encontramos. Podemos empezar hoy invocando a la Virgen Inmaculada como Madre de Misericordia. Que Ella, en este Año Santo Jubilar, nos ayude a descubrir el rostro de Cristo, el Niño de Belén en tantas situaciones que reclaman nuestra atención, nuestra mirada o nuestro compromiso.

Es lógico. La mujer que iba a llevar en su seno al Salvador, en todo igual a los humanos salvo en el pecado, no podía tener pecado. Por eso es del todo lógico pensar que la herencia del pecado original no podía estar en ella. En Oriente, de especial devoción por la Virgen, ya tenía presente la inmaculada concepción de María desde, por lo menos, el siglo VIII. Y en Occidente fue el pueblo llano el que comenzó a tenerlo presente, sin que, oficialmente se asimilara rápidamente. España fue adelantada de esa devoción porque ya en el siglo XVI y XVII estaba muy presente en el pueblo. La jaculatoria con respuesta de “Ave María Purísima- Sin Pecado Concebida”, es de esos tiempos. Por fin el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, declaró dogma de fe que –como dice el Misal—“María por especial privilegio, fue preservada de toda mancha de pecado original”. Y, en fin, esto es lo que celebramos hoy. Es una fiesta mariana entrañable, situada en medio del Adviento y que, es sin duda, una forma de agasajar a la Virgen que espera la llegada del Salvador, su Hijo.

San Bernardo, el último de los santos padres de la Iglesia latina, describe bellamente el saludo del arcángel san Gabriel así:

(San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia. Homilía 4 sobre «Missus est », §8-9)

-Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida…

-No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven…déjame oír tu voz» (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna…

-Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

 «Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38)

Festejamos y honramos a María en medio del Adviento. Y nuestra veneración es un buen ejercicio para mejor construir nuestro tiempo de espera. En la gruta de Belén, María dio a luz la salvación del mundo. Y en la espera a los días del Nacimiento del Hijo de Dios, hemos de dar una especial relevancia a la figura de la Madre Virgen. Relevancia interior y exterior, pero ambas, siempre, dotadas de la humildad y entrega sin condiciones que María imprimió a todos los actos de su vida.

La Virgen Inmaculada sigue siendo la Patrona de España, un motivo más, en estos tiempos de desajuste de la unidad española, como bien moral común, para que ella interceda por todos los españoles a que busquemos todo lo que nos une y olvidemos lo que nos separa.

 

 

 

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