LA MADRE DE TODOS, MARÍA

Consolacion.pngMADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA : La cristiandad entera dedica el mes de mayo para agasajar a María, Madre de Dios y Madre nuestra. Y lo más importante es, sin duda, el reconocimiento de que María es el ser humano más afortunado de entre toda la estirpe surgida de Adán y Eva. Tuvo la enorme ventura de ser elegida por Dios como santuario y tabernáculo para que se desarrollase la Encarnación del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Fue madre solicita y cariñosa –como todas las madres—del Niño que iba a cambiar la historia de la Humanidad. Y, también, dentro de la sorprendente –desde el punto de vista humano— acción del Mesías para llegar a la Redacción, tuvo que sufrir las espadas que rasgaban su corazón. La Iglesia, enseguida, desde el mismísimo siglo primero, entendió la importancia de María Virgen, la Madre de Jesús, en la construcción de la nueva Asamblea de hermanos. Y es que, según acredita el Evangelio de Juan, cuando, al pie de la Cruz, Jesús moribundo, convierte a María en madre de toda la humanidad y San Juan recibe, en nombre de todos, el título de hijo. Con ello, el Salvador había institucionalizado una posición notabilísima de María en la construcción permanente de la Iglesia. No es extraño, pues, esa presencia jubilosa de Nuestra Señora a lo largo de toda la historia del Pueblo de Dios.

LA VIRGEN Y LA REFORMA : Ya hemos comentado otras veces lo sorprendente del abandono de la consideración y culto a Santa María por parte de la Reforma Protestante. Esa especie de búsqueda de pureza “argumental”, basada exclusivamente en la lectura de la Biblia y que despreciaba por desconfianza los 15 siglos de tradición de la Iglesia, trajo un arrinconamiento del culto a María. También –y es muy sorprendente—el abandono de la Eucaristía y la negación de la presencia real de Cristo en el pan y vino transubstanciados. Y así, los protestantes perdían dos de los más grandes pilares de la religiosidad cristiana. La Eucaristía es alimento para el alma. La Virgen María es nuestra mejor intercesora ante Dios. Una especie de gélida frialdad se adentró en la práctica religiosa de los “reformados” que, desde luego, continua.

La santa de origen judío, Edith Stein, cuenta su experiencia infantil de admirarse que los templos católicos estuvieran abiertos todos los días y a todas las horas. Y que las iglesias protestantes y las sinagogas solo se abrieran para los oficios. Asimismo, narra la emoción que sintió un día en ver a una mujer, con su bolsa de la compra, que había entrado en una catedral católica a rezar y a descansar. En fin, la tradición que negaban eran las aportaciones de cientos y miles santos escritores y exégetas que habían creado un “corpus” doctrinal de extraordinaria importancia. Y si no, ahí están los Padres primitivos, el mismo San Agustín, San Bernardo, San Francisco, etc., muchos de los cuales fueron grandes reformadores en el seno de la Iglesia.

SÓLO LA LETRA: Es posible que aquella reforma buscara beber y vivir solo de la letra –de lo literal—de las Escrituras, del Evangelio. El gran conflicto con Martin Lutero fue, en definitiva, el antagonismo creado entre la salvación sólo por la fe y esa misma salvación avalada por la fe y las obras. San Pablo habla de la salvación por la fe y el Apóstol Santiago, en su Carta, recuerda que la fe sin obras no es nada. Pero ambas posiciones no son contrarias. Porque si, por un lado, no proclamamos que Jesús es el Hijo de Dios, el enviado del Padre, que confirma nuestra fe, ¿de qué sirven las obras? Es posible que en la Iglesia de hoy se esté dando un deseo de servir a los demás olvidando la fe y no es ocioso hacerlo notar aquí y ahora. Pero si, asimismo, nos pasamos todo el día contemplando la misión de Jesús y acercados a su Eucaristía, pero dejamos morir de hambre a nuestros hermanos, ¿no es cierto que nuestra fe parece una burla? Lutero, en fin, se levantó contra el carril fijo que significaban las indulgencias, tan instrumentadas que parecían más bien una cuestión burocrática que espiritual. Pero, asimismo, Lutero no esperó la solución desde dentro de la Iglesia. Aunque habrá que admitir que existía un clima de gran exageración en el seno de la Iglesia respecto a reliquias, bulas, devociones, etc.

SECTARIOS: Por otro lado, y en los últimos tiempos, hay un renacido movimiento contrario a María desde otras confesiones cristianas y, sobre todo, desde movimientos que están considerados como extremos y, en algún caso, sectarios. El planteamiento usado es que la Iglesia católica plantea “deificar” a la Virgen María situándola al mismo rango que a Dios. Y eso revela una ignorancia supina porque siempre la Iglesia Católica ha considerado como a María como una mediadora, no como un poder autónomo o equiparable a Dios. Cuando alguna de esta gente habla del intento de los católicos de crear una cuarta persona de la Trinidad, están en realidad dirigiendo un solo tiro hacía dos blancos. La totalidad de estos grupos no creen en la Santísima Trinidad, y ni siquiera en la divinidad de Jesucristo, por tanto la fábula de la “cuarta persona” es una auténtica conspiración.

LA EXAGERACIÓN: No obstante podrían encontrarse entre algunos fieles de la Iglesia una tendencia a la exageración, aun dentro del mejor sentido. Siempre llamó mucho la atención leer en la monumental biografía de Cristo –“Vida y Misterio de Jesús de Nazaret—que escribió el sacerdote y periodista, José Luis Martín Descalzo, la “polémica” secular sobre si la primera aparición de Jesús Resucitado fue ante su Madre, la Virgen María. Los evangelios no se refieren a ello y resulta lógico que María fuese la primera que recibiese consuelo de su Hijo en esos malos momentos mostrándola la realidad gozosa de su Hijo Glorificado. ¿Hace falta hablar mucho de esto? ¿Es necesario construir un amplio relato apócrifo al respecto? No, creemos que no. Las relaciones de Jesús con su Madre nunca podrán parecerse a las que mantenía con los discípulos más queridos. Y no sólo porque María fuese la Madre de Jesús. El Espíritu Santo que estuvo presente en la Encarnación, no la iba a abandonar jamás. ¿Puede dudarse de ese primer encuentro tras la Resurrección? No –claro que no—pero tal vez no deberíamos de hablar de “primero”, sino de encuentro diferente, en otra dimensión, de otra forma, auspiciada por el Espíritu. Por tanto, no parece que merezca la pena polemizar sobre esa primera aparición. Claro que negar dicha posibilidad también es una exageración, porque hemos de partir de esa cercanía constante del Espíritu Santo en María. Los Apóstoles y el resto de los discípulos tuvieron que recibir el Espíritu. Ella ya lo poseía.

LA HUMILDAD DE LA VIRGEN: La Virgen fue humilde. Guardaba muchas cosas en su corazón. No las expresaba. No saquemos a María de su humildad gozosa. Y no caigamos en ninguna trampa auspiciada por el enemigo de siempre. Es posible que nuestro amor y nuestro agradecimiento por la intercesión amable, amorosa y humilde María nos lleve a quererla sacar de su auténtico ámbito. El mismo Concilio Vaticano II lo definió esta realidad de manera magistral dice: “En la Santa Iglesia María ocupa el lugar más alto después de Cristo y el más cercano a nosotros” (LG, 54).

Si más de una vez muchos han querido borrar la humanidad de Cristo de su conjunto de Hombre Dios, por un enloquecido desprecio hacia la materia, hacia la condición humana, no sería de extrañar que algunos “espiritualistas” quieran desdibujar la humanidad de María, su maternidad de mujer, su capacidad intercesora y su puesto humilde –porque ella lo quiere así—en el muy especial y gozoso misterio de la Redención.

Valgan todos estos argumentos –tal vez muchos y largos—para reivindicar el especial culto a María en el Mes de Mayo. Acerquémonos a María con humildad y confianza. Ella, muy especialmente, nos ayudará a ir a Jesús, a comprenderle más y a desear mucho más que sea el Rey de nuestras vidas. Porque ya sabe: siempre a Jesús por María.

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