ES JUEVES SANTO

Archivo:Última Cena - Da Vinci 5.jpgEN UNA MESA

“Si quieres decirle algo importante a quien más tú quieres, díselo en una mesa”. Adagio que, en Jueves Santo, toma cuerpo y forma en Jesús: alrededor de una mesa les dijo que eran hermanos; debajo de una mesa, con sus manos, les indicó que el servicio era carnet de identidad para los hermanos cristianos y, sobre la mesa, les inmortalizó en Sacramento algo que en principio no llegaron a entender: esto es mi Cuerpo y mi Sangre derramada por vosotros.

Hoy, en esta mesa, Jesús también nos dice –a nosotros cristianos del siglo XXI- algo esencial y tan importante como entonces: sigue estando presente, vivo, fraterno y sacerdotalmente entregado en nosotros. ¿Llegaremos a entender la belleza (incluso estética) que guarda este cenáculo del Jueves Santo?

1.- Hoy, porque el Señor nos lo dice en una mesa, comienza a dejarnos etapas apasionantes y sangrientas de su existencia, de su paso entre nosotros. Aquí, con los colores de la Eucaristía, la fraternidad o el sacerdocio, el Señor nos marca un camino: no podremos vivir sin este Misterio que es manjar pero, tampoco, sin buscarnos los unos a los otros con un objetivo: ayudarnos sin límite. Aunque a veces pese y, ese servicio, se nos haga pesado.

Ahora, en torno a una mesa, el Señor se nos hace confidente. Nos anuncia horas amargas. Sabe que, los que estamos participando de su Cuerpo y de su Sangre, le daremos la espalda al salir de este momento de intimidad y de sacramento. Sabe, entre otras cosas, que aun diciéndole que compartimos con él todo lo que nos trae y es, resquebrajaremos la comunión cuando, por mil motivos, rompemos con algo y con alguien que nos rodea. Hoy, en Jueves Santo, el Pan del Cielo nos hace valientes y decididos. Hoy, Jesús que se nos queda en la Eucaristía, garantiza y promueve en nosotros un amor sin farsa (aunque a veces nos cueste darlo), una fraternidad sin límites (aunque otras veces la dosifiquemos), un amor humilde (aunque lo disfracemos).

2. Todos guardamos en las retinas de nuestros ojos aquel famoso abrazo del Papa Francisco con una persona totalmente deformada. Ese gesto, aunque sea llamativo, ha sido repetido en otros tantos miles de rostros por gente que puso sus ojos en Cristo y, sus manos, en los otros cristos que salieron a su encuentro. Ese gesto, el del Papa Francisco, tiene su raíz aquí, en Jueves Santo. Produce sonrojo, siglos después, contemplar al Señor postrado y tirado literalmente a los pies de los apóstoles. Dios, una vez más, se rebaja (ya lo hizo en la noche de Navidad) para buscar, no ahora los labios que le besen y adoren, sino los pies de los suyos para enjuagarlos, limpiarlos y besarlos. Es ahora, en Jueves Santo, cuando vemos los quilates del amor divino: desciende Dios para que, nosotros, no olvidemos de buscar, cuidar y dignificar las periferias de lo que ocurre debajo de tantas mesas opulentas, indiferentes, frías o interesadas. ¿Seremos capaces? ¿No correremos el riesgo de anhelar ser servidos antes que servir? Examen de conciencia para todos: para nosotros los sacerdotes y, por qué no, también para vosotros cristianos de a pie. Que, el servir, no es algo exclusivo de los consagrados sino algo esencial en todo cristiano.

3.- Por ello mismo, porque hoy es Jueves Santo, también os pedimos una oración por nosotros los sacerdotes. Somos gente de carne y hueso. Consagrados pero, a veces, ungidos por otros óleos que mancillan nuestra vida sacerdotal. Entregados a Jesús pero no siempre al cien por cien. Enamorados de su causa pero, de cuando en cuando, seducidos por los pequeños y rancios amores que el mundo nos ofrece. Os pedimos, por todo eso, perdón y oración. Muchas son nuestras virtudes y otras tantas nuestras debilidades. Que seamos capaces de prolongar en el tiempo y en el espacio todo lo que, esta Pascua, logró sembrar en aquellos primeros cristianos que la consideraron como el centro y el punto álgido de su vida cristiana.

¡LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR! 

¿Lavarme Tú a mí los pies?

Y si es necesario, Señor, todo mi pobre ser.

¡Lávame y purifícame!

Hazme comprender que,

el camino del servicio es una llave

que abre la puerta del cielo

Que el servir,

aún sin ser recompensado,

es garantía de que soy de los tuyos.

Por eso, Señor, ¡lávame!

Pero, te pido Señor,

que no te inclines demasiado

Soy yo quien, en este Jueves de tanto amor,

necesito plegarme en mi orgullo

Soy yo quien en estas horas memorables,

estoy llamado a conquistar tu corazón

ofrendándome a los hombres.

¡Lávame, mi Señor!

Para que, mis manos,

puedan acariciar rostros doloridos

Para que, mis pies,

puedan acompañar hermanos perdidos.

LO QUE QUIERAS, MI SEÑOR

Me has amado y, al amarme,

brota en mí lo que Tú sembraste:

amor por los que me rodean,

amor hacia los que me piden,

pasión por los más débiles

Sí, mi Señor; haré lo que Tú quieras

Porque, si algo tiene el Jueves Santo,

es Misterio de amor y de ternura

Misterio de Sacerdocio y aroma de Eucaristía

Misterio de tu presencia

que siempre permanecerá y estallará en el altar.

 LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR

Porque, cada vez que comamos de este pan,

Porque, cada vez que bebamos de este vino,

recordaremos tu querer y tu deseo

nos llenaremos con tu Memorial y tu Palabra

con tu gesto de siervo arrodillado.

LO QUE TU QUIERAS, MI SEÑOR

Sólo te pedimos una cosa:

que nunca nos falte la Eucaristía

para estar eternamente a Ti unidos

Amén

Javier Leoz

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