Ciclo A: Evangelista San Mateo

El Ciclo Litúrgico  A

Que iniciamos en este Adviento, nos introduce en la lectura del evangelio según S. Mateo. Se trata, sin duda, del escrito evangélico con un mayor protagonismo en la historia de la Iglesia, tanto por el amplio número de comentarios sobre el mismo, como por su mayor utilización en la vida litúrgica de la comunidad cristiana.

Su autor, probablemente un cristiano de la segunda o tercera generación, conoce ya la agudización de los conflictos con el judaísmo que trajo consigo la asamblea de Yamnia. En medio de esa situación, el evangelista intenta hacer memoria de la persona y del mensaje de Jesús y convertirla en enseñanza concreta para una comunidad mixta, que recoge en su seno judeo-cristianos y seguidores de Jesús procedentes de la gentilidad y que posiblemente estuviese ubicada en la zona de la actual Siria (quizás en la ciudad de Antioquia).

La obra constituye un esfuerzo de síntesis de las tradiciones de corte más judío (fuente Q) y de perfil más gentil-cristiano (evangelio de Marcos). Según tal síntesis, Jesús es el Mesías judío esperado, pero también el Señor ético universal para todos los pueblos.

Esta imagen de Jesús intenta dar respuesta a las esperanzas de Israel y también a las expectativas paganas de un soberano universal, que se encontraban difundidas por el Oriente de aquella época.

Mateo, eliminando toda posible interpretación del Mesías con connotaciones guerreras o belicosas, nos presenta a un Jesús como rey sabio, que somete al mundo a los mandamientos éticos de la no-violencia, entrando así en polémica con la religión israelita de su tiempo.

Sin embargo, aunque las comunidades mateanas se han separado organizativamente del judaísmo, siguen en diálogo con él. Comparten una misma historia de la salvación. La pretensión fundamental de Mateo es la de realizar una delimitación ética con respecto al pueblo de Israel, que también lo separa del paganismo, mediante el espíritu de una «justicia superior». No hay lugar para ninguna clase de orgullo histórico por haber sustituido al pueblo de Abrahán y de Moisés, porque hasta el juicio final sigue abierta la cuestión sobre quién pertenece de verdad al número de los justos.

Pero con su programa de una «justicia mejor», Mateo tropieza con una dificultad inevitable al intentar integrar a todos los grupos en su comunidad: no todo el mundo es capaz de vivir en la práctica un espíritu tan estricto. Si las deficiencias éticas de cada uno se pueden tolerar es porque la noción de perdón se encuentra en el centro de la ética de Mateo.

En esto el evangelista se separa de los radicales itinerantes que se movían por las comunidades. De hecho, no quiere subrayar para nada la autoridad de los mismos. Tampoco la de aquellos cargos locales recientemente creados. Lo que se pone de relieve es la autoridad del único Maestro, Jesús.

Mateo tiene la esperanza de que este Maestro hable por medio de su evangelio. Todas las demás autoridades pierden fuerza donde Jesús se convierte en el Señor.

La comunidad es, sobre todo, una comunidad de hermanos y hermanas. El sueño de Mateo: una iglesia que evidencie el único señorío de Jesús, no deja de ser el sueño de muchos cristianos y cristianas hoy

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