Cuando Jesús comenzó su predicación la gente lo aclamó Profeta, Varón de Dios y lo quisieron hacer Rey.
María permanecía oculta no traía sobre sí la fama ni la gloria como Madre de tal Hijo.
Así debemos ser nosotros, solo dispuestos a procurarle Gloria a Dios, porque todo lo bueno, aunque provenga a través nuestro, viene de Dios.
Por ello no son nuestras victorias, sino sólo victorias del Señor.
Recordemos: «… vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Eclesiástico 1, 2-3)
¡Oh María Madre de la Modestia!
Haz que nuestra alma no permanezca ciega por nuestras vanidades y miserias que rindan solo alabanza al Buen Dios que todo lo alcanza y que seamos a Su semejanza. Amén.
