30 de marzo SÁBADO SANTO

Jesús ha muerto

Todo el día de hoy, su Cuerpo reposa en el sepulcro, frío y sin vida. Ahora nos damos cuenta de lo que pesan nuestros pecados. Jesús ha muerto para redimirnos.

Estamos tristes. La Virgen María también está triste, pero contenta porque sabe que resucitará. Los Apóstoles van llegando a su lado, y Ella les consuela.

«Durante el sábado santo de la sepultura del Señor, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte y su descenso a los infiernos; y esperando en la oración y el ayunosu resurrección» (PFP 73)

Pasa el día unido a la Virgen, y con Ella acompáñale a Jesús en el sepulcro. Haz el propósito de correr al regazo de la Virgen cuando te hayas separado de Él.

Personajes de la Pasión  (IV) G. Vélez

Juan

En verdad fui el más allegado a Jesús, pero yo no me las daba. Cuando se trataba de mi persona, escribía: “Aquel otro discípulo”.

De mi parte, hubo correspondencia a esa predilección del Maestro. Cuando los demás se escondieron, yo estuve cerca a Él durante toda su pasión, hasta la muerte.

Por todo esto recibí el regalo de su santa Madre, cuando ya para expirar, Jesús me dijo: “He aquí a tu madre”. La recibí en mi casa y la cuidé hasta el final de sus días, allá en Éfeso.

De todo ellos me quedó en el alma, una honda experiencia del amor que Dios tiene para todos los mortales: “Tanto amó Dios al mundo, le dijo el Maestro a Nicodemo, que le entregó a su único Hijo, para que el mundo se salve”.

Pero no se trataba sólo de sentir ese amor infinito de Dios, sino también de comunicarlo. Por esto escribí en una de mis cartas: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca del Verbo de la vida, esto os lo anunciamos”.

Después de la ascensión de Jesús, acompañé las comunidades creyentes en muchos lugares. Sufrí además por el Evangelio persecuciones y destierros. Pero al final pude resumir toda enseñanza del Señor en una sola palabra: El amor.

José de Arimatea y Nicodemo

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Mi compañero, Nicodemo, hacía parte del Consejo Supremo en Jerusalén, e integraba el grupo de los fariseos. Yo, nacido en una aldea del sur, también pertenecía al sanedrín. Tuvimos la oportunidad de conocer a Jesús, pero no fuimos sus discípulos.

El evangelio sin embargo destaca nuestro compromiso con el Maestro, cuando pedimos a Pilatos su cadáver y lo preparamos para guardarlo en un sepulcro nuevo. Nicodemo aportó más 30 kilos de una mezcla perfumada de mirra y áloe.

Pero a pesar de todo muchos nos critican. Dicen que fuimos amigos clandestinos de Jesús y solamente lo tuvimos en cuenta después de muerto. Quiero dar una explicación: Asuntos del gobierno y negocios personales nos copaban el tiempo. Y además no era fácil seguir a este profeta por ciudades y aldeas, exponiéndonos además ante la sociedad judía. Ello hubiera perjudicado nuestro prestigio.

De otro lado, éramos muy exactos en el cumplimiento de la ley y en el culto del tempo. Aunque mi compañero, luego de haber tenido una entrevista personal con Jesús, una noche de luna, empezó a desviarse del judaísmo. – Te es necesario nacer de nuevo le había dicho el Maestro. Y este hombre comenzó a transformase notablemente.

Dimas

Bockstorfer Altar Mitte.jpgMuchas cosas se han dicho sobre mi persona: Que era hijo de otro malhechor. Que venía de Egipto. Que me llamaba Dimas.

Lo único cierto es que aquel día, las autoridades judías nos crucificaron. Éramos tres: Otro ladrón que murió renegando y maldiciendo. Aquel crucificado que demostró ser alguien superior, por su serenidad y mansedumbre. Y yo, que descubrí en él algo misterioso. Invocaba a su Padre del Cielo y por eso, luego de reprender a mi compañero de martirio, me encomendé con el alma a este reo bondadoso.

Decían que era un rey fracasado. Pero quise pedirle que cuando recobrara su reino, se acordara de mí. Y él ya agonizante, prometió acogerme aquella misma tarde. Me habló de un paraíso, algo que para nosotros los judíos suena a felicidad. A plenitud.

Nos pasamos la vida persiguiendo tantos paraísos. Y mire usted que, de repente, alguien a quien no conocía, me lo entregó de balde. Bastó un deseo. Una humilde petición, cuando la vida me lanzaba trágicamente a la frontera.

Después yo me perdí en las tinieblas del dolor y de la muerte. Pero en la oscuridad pude encontrar, como lo alcanzan tantos arrepentidos, al Dios que nunca falla. El que guarda las llaves del Reino de los Cielos.

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