29 de marzo VIERNES SANTO

Hoy muere Jesús.

DSCN0629Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, desesperado, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él. Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro.DSCN0622

ORACIÓN: Cristo Jesús tu pasión y tu muerte son la prueba más palpable del inmenso amor que me tienes. No quiero acostumbrarme a los relatos evangélicos: quiero leerlos con ojos nuevos. Déjame que me quede contemplándote con tu Madre al pie de la cruz, desde la que has vencido a mis enemigos: el pecado, la muerte, y puedes fortalecer mi débil fe.

MUNDO: Los enemigos  de la Vida pudieron matar solo el Cuerpo de Cristo, que luego resucitó. ¿Qué tiene este Muerto que a tantos vivos inquieta ?  ¡Qué vive!

FE: Adoramos a Jesús, traicionado, condenado, escarnecido y crucificado: es Dios, su amor es infinito.  ¡Dame, Señor dolor de amor! Ojalá lleves en el bolsillo un crucifijo y lo beses con frecuencia.

Personajes de la Pasión  (III) G. Vélez

  • Los soldados

Éramos un grupo numeroso, quienes pagábamos servicio militar por las provincias de Palestina.

Algo tuvimos que ver con la muerte de un galileo llamado Jesús, a quien algunos señalaban como “hombre poderoso en obras y en palabras”.

Muchos veníamos de Grecia, de Asia Menor y otras regiones, pero todos ganábamos lo mismo. Servíamos a los ideales del imperio, algo que por cierto no entendíamos, ni tampoco nos interesaba entender.

En muchas ocasiones éramos crueles, es verdad. Porque nuestros superiores decían: -Haz esto y lo hacíamos de inmediato. Cuando juzgaban al Galileo, un compañero le dio una bofetada tan feroz, allá en el palacio de Anás, que casi lo derriba por tierra. Los demás no aprobamos esa conducta, pues hay que tener medida en las cosas. Luego llevamos al reo hasta el Calvario y custodiamos su agonía hasta la tarde, aquella víspera de Pascua.

Tedioso y amargo este oficio. Pero había que cumplirlo, con la esperanza de regresar a nuestra tierra con algunos dineros ahorrados.

Es cierto que aquel condenado nos pareció distinto a los demás. Allá en la cruz no blasfemaba. Sus palabras fueron todas de bondad y mansedumbre. Era un crucificado extraño. Luego sus amigos dijeron que había resucitado de entre los muertos. Cosa no comprobada y que al fin y al cabo, ni nos va, ni nos viene.

  • El Cirineo

El evangelista Marcos tuvo el detalle de citar en su escrito a mis dos hijos: Alejandro y Rufo.

Nací en el actual territorio de Libia y me llamaron Simón. Con numerosos paisanos, formábamos una abundante colonia judía en Jerusalén, con sinagoga propia.

Aquel día, víspera de la Pascua, regresaba de mi parcela en las afueras de la capital. De improviso me encontré con quienes empujaban tres reos hacia la colina de la Calavera. Los soldados me obligaron a ayudar con la cruz a uno de ellos, cuyas fuerzas fallaban.

Después supe que se llamaba Jesús y era de Nazaret. Al fin, pude llegar a mi casa, molesto y enojado.

No volví a saber más de ese Jesús. Pero a la semana siguiente, salieron en Jerusalén con la historia de que ese hombre era un gran profeta. Algunos lo tenían por el Mesías y aseguraban que había resucitado. Yo no quise meterme en tales asuntos. No eran del todo claros y además despertaban sospecha entre los dirigentes de la ciudad.

Mis hijos sí tuvieron buena amistad con los de aquella secta que se llamó de los cristianos. Y más tarde, Pablo de Tarso mencionará a Rufo en una de sus cartas. Le llamará “cristiano eminente”.

Pero a pesar de haber visto a Jesús, yo seguiré siendo judío hasta mi muerte.

  • El Centurión

Uno había crecido en la religión del imperio, en otra cultura, en otras condiciones. Teníamos muchos dioses, pero igualmente y valga la verdad, muchos miedos.

A este Jesús lo conocí solamente de lejos. Pero pude entender que el dios del cielo puede manifestarse de la manera más sencilla, en los humildes. No me interesó mucho la religión de los judíos. Eran un pueblo inculto, resentido y fanático. Llenaban su vida con presentar ofrendas en el templo, sin preocuparse mucho de la propia conducta y de los más necesitados. Sin embargo este profeta era distinto. Desde aquel día, cuando curó al criado de otro centurión, queriendo ir hasta su casa allá en Caná, comprobé que era un rabino amable, pero a la vez misterioso.

Me tocó por fortuna o infortunio, comandar la cohorte que tuvo a cargo su ejecución, la víspera de Pascua. Con él crucificamos también dos malhechores.

Vi en Jesús a un judío diferente. Cuando agonizaba en la cruz, pronunció algunas frases en hebreo que yo alcancé a comprender. Todas ellas me tocaron el corazón. Y cuando expiró, tuvo lugar un fenómeno extraño. Se opacó el sol y toda la colina del Calvario se estremeció.

Yo estaba apoyado en mi lanza, vigilando todo esto, y no pude menos de exclamar: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”.

  • María Magdalena

Todo fue una mezcla lastimosa de amor y de tragedia. Pero allí estábamos junto a la cruz, la Madre del Señor, María la de Cleofás y mi persona.

Aquel dolor sin límites me enmudeció. Sin embargo, estuve presente cuando José y Nicodemo desclavaron el cuerpo de la cruz, lo embalsamaron y lo condujeron al sepulcro.

Sin embargo mi corazón me iba diciendo cosas desconocidas, que yo misma no podía comprender. Por esto madrugamos al tercer día, a ungir nuevamente el cadáver con perfumes. Pero la piedra estaba corrida y allí junto al sepulcro nos hablaron unos ángeles.

Corrí enseguida a avisar a Pedro. Él y Juan llegaron corriendo. El cadáver de Jesús no estaba. Solamente las vendas dobladas y aparte, el sudario. Entonces todos empezamos a creer y un gozo inmenso nos inundó el alma.

Los escritores me dan el crédito de haber sido la primera que descubrí al Señor resucitado. Es cierto, pero tan enorme noticia no me la guardé para mi sola. Salí a contar por todo Jerusalén.

Avanza la historia y en todos los rincones del mundo, hombres y mujeres de todas las razas confiesan hoy con el alma en los labios: Verdaderamente ha resucitado. Luego es Dios. Luego en Él podemos depositar serenamente toda nuestra confianza.

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