28 de marzo JUEVES SANTO

La última Cena.

La mañana del Jueves, Pedro y Juan se adelantan para preparar la cena en Jerusalén. A la tarde llegaron al Cenáculo. Allí Jesús lavó los pies uno a uno. Luego, sentados a la mesa celebra la primera Misa: les da a comer su Cuerpo y su Sangre y les ordena sacerdotes a los Apóstoles para que, en adelante, ellos celebren la Misa. Judas salió del Cenáculo antes, para entregarle. Jesús se despidió de su Madre y se fue al huerto de los Olivos. Allí sudó sangre, viendo lo que le esperaba. Los discípulos se durmieron. Llegó Judas con todos los de la sinagoga y le da un beso. Entonces, le cogieron preso y todos los Apóstoles huyeron. Lo llevan al Palacio de Caifás, el Sumo Sacerdote. Le interrogan durante toda la noche: no duerme nada.

Oración

Cristo Jesús, gracias por tu gesto de amor y de humildad, lavando los pies de tus discípulos; gracias, por tu amor hasta el extremo y por el mandamiento nuevo del amor fraterno; gracias por el sacramento de la Eucaristía, que te hace realmente presente, vivo y vivificante en mi vida; gracias, por el sacramento del sacerdocio ministerial, al que llamas al que tú eliges ¡Santifícalos en la verdad, hazlos firmes en la Fe! (Continua con tu oración personal)

MUNDO: El mundo se ríe del amor cristiano, desprecia a los sacerdotes y profana la Eucaristía. Puede reflexionar y reconocer su error.

FE: Día de regalos del Señor: Mandamiento del amor, institución del sacerdocio y de la Eucaristía.

Personajes de la Pasión (II) G. Vélez

Poncio Pilatos

Luego de la muerte en cruz de aquel Galileo, la historia me ha convertido en el símbolo de la cobardía. Pudiera ser. Pero yo, como les sucede a muchos, aún amigos de Jesús, andaba en otro cuento.

Fui el tercer gobernante de Judea, en nombre del emperador, desde el año 26 al 36 de la era cristiana.

Me enviaron a Judea reprimir el descontento de esos hebreos, a quienes desprecié de corazón. A Jesús apenas lo conocí de paso.

No lo condené directamente. Sólo permití que los judíos aplicaran sus leyes. Aunque en verdad ese predicador ambulante a quien llamaban el Nazareno, me llamó la atención. Vi en él un hombre interesante y sincero. Que fuera Dios, no lo sé. Los romanos profesamos una religión poblada de dioses.

Que tuve miedo durante el proceso de Jesús, no puedo negarlo. Además ese sueño de mi esposa me hizo lavarme las manos, dejando que las cosas ocurrieran a gusto de los enemigos del profeta. Que nadie vaya pues a culparme.

Con razón, años después, allá en Las Galias, alguien me preguntó durante una fiesta social: – Poncio ¿y qué nos cuentas de Jesús de Nazaret, cuando fuiste procurador de Judea? Le respondí vacilando: Jesús, Jesús de Nazaret…Yo no me acuerdo.

Herodes Antipas

¿Quién remodeló el templo de Jerusalén con toda magnificencia? Ninguno otro sino mi padre. A él achacan ciertos pecadillos. Lo mismo que a mí me ocurre. Como el vivir con la mujer de mi hermano. Pero ¿qué se hace ante las circunstancia de la vida?

En Palestina goberné las provincias de Galilea y Perea, con mano fuerte. Aunque me han pintado astuto y soberbio, con ciertos rasgos de sentimentalismo religioso. Algo me quedaba de la religión de mis mayores.

En la pasión de Cristo apenas fue un personaje decorativo. Quise burlarme del Galileo y le mandé vestir de loco, pero luego tuve miedo de él. Quizás era Juan Bautista que había resucitado.

Asco me da de todo esto: El sanedrín judío. Esa turba de indigentes que seguían al profeta. Su doctrina romántica que nada pudo arreglar entre sus compatriotas.

Sin embargo, yo fui víctima de de mi propia conciencia. Ni la crueldad ni las riquezas pudieron remediar mis temores.

Por todo ello me refugié en mi palacio, no lejos del templo de Jerusalén.

– Cada cual en lo suyo y que se hunda la tierra.

Sólo que al final de mis días, atormentado por terribles dolores, recordé con frecuencia a aquel Jesús, un hombre de rostro manso y compasivo. Alguna vez intenté invocarlo como a un Dios benévolo, rogarle que viniera hasta mi lecho.

Caifás

Tal vez no necesito presentación. ¿Quién no me conoce en Jerusalén y sus alrededores? Sin embargo, ignoran que mi verdadero nombre es José. Caifás es un apodo. Algo así como el Cefas, de algún otro.

Durante dieciocho años me he mantenido como sumo sacerdote. Esto trae sus ventajas, pero exige de continuo aceitar la maquinaria. Y para esto se necesita astucia y mucho dinero.

De mi suegro, Anás, aprendí cómo mantener el favor de los romanos y también de los judíos. No es tarea fácil. Pero él es un maestro.

Son buenas las entradas por el culto el templo, pero en cambio hay que tener habilidad para que todo funcione.

Hemos tenido un engorroso asunto con Jesús de Nazaret. A ratos se me hacía un ingenuo. Otras veces parecía un hombre honrado. Se logró que Pilatos lo dejara en nuestras manos y a petición del pueblo, lo enviamos a la cruz.

Espero que las cosas no se compliquen demasiado en adelante. Pero si asoma una revuelta, buenos oficios tengo con las tropas romanas y todo volverá a ser normal. Lástima que estas fiestas de pascua hayan sido empañadas por este proceso.

Tal vez con la muerte de su líder sus seguidores se calmen y la fama del templo y sus ofrendas no sufran perjuicio.

Barrabás

 San Mateo, al contar la pasión de Jesús, me llama “preso famoso”. Y en verdad mi prontuario no fue escaso. Me acusaban de ladrón, extorsionista, asesino y otras bellezas más. Al fin, como sucede siempre, caí en manos de la justicia.

Era costumbre judía, con motivo de la Pascua, liberar a un detenido. Y Pilatos continuaba esta práctica. Ese día ofreció a los judíos indultar a Jesús, pues no encontraba en él causa de muerte. Pero el pueblo, azuzado por los escribas y fariseos, pidió más bien mi libertad. No sé bien si gané o perdí. Salí rápidamente de Jerusalén hacia el norte, donde me esperaban mis compinches, para seguir en la violencia y la rapiña.

¿Qué podría decir yo? Que aquel judío llamado Jesús me salvó la vida. Más sin embargo fue una salvación muy extraña: Para vivir muriendo.

Años más tarde, frente a las tropas romanas, se llegó mi momento final. Entonces recordé a aquel condenado de rostro manso, que atado ante Pilatos, esperaba su sentencia. Le encomendé de todo corazón mi suerte.

Todos nuestros caminos se entrecruzan, se apartan y vuelven a encontrarse. Pienso, sin embargo, que lo importante es tropezar por alguno de ellos, con Jesús de Nazaret, que es el Hijo de Dios, el Salvador.

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