El inicio de la libertad

El edicto de Milán

Hace 17 siglos, gracias al Edicto de Milán, cuyo aniversario celebramos este 2013, comenzaron a arraigarse en Europa los valores del respeto a la dignidad humana, la cooperación entre religión y Estado y la defensa de la libertad de conciencia, un patrimonio que ya forma parte de nuestra herencia común cristiana. Los primeros años del siglo IV no pintaban bien para los cristianos. Apenas había comenzado el 301 cuando el emperador Diocleciano desató una de las mayores persecuciones contra los que consideraba enemigos del Imperio. Casi todas las iglesias fueron demolidas, se quemaron textos sagrados, miles de cristianos fueron asesinados por negarse a hacer sacrificios a los dioses, y los que sobrevivieron quedaron privados de cargos públicos y derechos civiles. Nuestro santoral está cuajado de historias de esos valientes, como los 40 de Sebaste, legionarios romanos que prefirieron morir congelados a renunciar a su fe cristiana. Cuando uno de ellos cedió, un encargado de su custodia bajó al hielo para ocupar su lugar en el martirio. La Historia nos cuenta que el sucesor de Diocleciano, Constantino, tras derrotar a Majencio en la batalla de Ponte Milvio, decidió poner fin a la persecución. En febrero de 313, el emperador de Oriente, Licinio, se encontraba en Milán para casarse con la hermana de Constantino, Constanza. Allí se forjó el Edicto de Milán. El paganismo dejó de ser la religión oficial del Imperio y el Edicto permitió que los cristianos gozaran de los mismos derechos que otros ciudadanos. Desde ese momento, con la excepción de un nuevo período de persecución decretado en Oriente por el propio Licinio, la Iglesia pasó a recibir reconocimiento jurídico por parte del Imperio, lo que permitió un rápido florecimiento.

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