FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

«ESTOS SON LOS QUE BUSCAN AL SEÑOR»                                                            Mateo 5, 1-12a

Desde el siglo IV la iglesia de Siria consagraba un día a honrar a «Todos los mártires», hasta que tres siglos más tarde, el Papa Bonifacio IV transformó el panteón romano, dedicado a todos los dioses, en un templo cristiano, que dedicó a «Todos los Santos», cuya fiesta se celebraba ya el 13 de mayo; y Gregorio III la cambió al 1° de noviembre. En 840, Gregorio IV ordenó que la fiesta de «Todos los Santos» se celebrara en toda la Iglesia. Con toda claridad ha dicho el Concilio Vaticano II: «Todos los cristianos de cualquier condición y estado…son llamados por el Señor a la santidad» (LG 11), plenitud de la vida cristiana, perfecta unión con Cristo, fuente de toda gracia y santificación, e iniciador y consumador de la santidad, que nos ha dicho: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Sed limpios de corazón, sin doblez, sinceros, veraces y leales, sin mentiras ni trampas. Sed agradecidos, como el Padre que agradecerá hasta un vaso de agua.

CITAS PARA REFLEXIONAR

  • «Anunciar nuevamente a Cristo allá donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor a toda la casa» S.S. Benedicto XVI

¿SANTOS Y DIFUNTOS O HALLOWEEN?

La admiración de los Santos y el recuerdo de los difuntos es tan antiguo como el ser humano. Por eso, en este mes de noviembre, entrado el otoño, la Iglesia nos invita a levantar nuestra mirada hacia el “más allá”: ¿qué nos espera tras la muerte? ¿dónde están nuestros seres queridos fallecidos?  ¿de verdad viviremos eternamente?…

En estos días, la Iglesia celebra dos memorias muy unidas y, a la vez, diferentes: la Solemnidad de todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos. La primera, 1 de noviembre, es una fiesta solemne, llena de luz, donde alzamos la mirada hacia esa multitud de héroes, amigos de Jesús, entre los que seguramente hay algún familiar nuestro. La segunda celebración, 2 de noviembre, es un recuerdo de todos nuestros seres queridos que, aun estando en el cielo, se purifican en el estado de “purgatorio” o purificación. Los primeros gozan ya del triunfo de Cristo con la Virgen y los demás Santos. Los segundos gozan solamente “en esperanza”, sufriendo como el corredor que ve cercana la meta, o el trabajador que ve acercarse el final de una dura jornada, ansiando el descanso y el salario.

El hecho de que el día 1 sea festivo a nivel nacional y el día 2  sea día laborable ha hecho que  muchos confundan ambas celebraciones, pues aprovechan el día festivo de Todos los Santos para visitar en el cementerio a sus seres queridos difuntos.

No obstante, el reto que la fe nos lanza es serio: ¿hacia dónde va nuestra vida? ¿dónde está nuestra esperanza? ¿qué es la vida y cómo la vivimos? ¿nos preocupa nuestro destino? ¿preparamos desde ahora nuestro futuro eterno? –Esta es la verdadera cuestión.

Lo que sí está claro es que los cristianos contemplamos la muerte con respeto y esperanza: respeto porque hemos de presentarnos ante el Juez eterno y definitivo y esperanza porque conocemos de sobra la misericordia del Juez y hemos intentado vivir según sus enseñanzas, amando al prójimo.

Algo, por cierto, muy lejano de la bufonada de “Halloween” o “Noche de Brujas” que sólo ve tras la muerte vampiros, hombres lobo, zombis y toda clase de monstruos. Esta fiesta que surgió en EE.UU. como reacción anti-católica (el mundo protestante no cree que podamos ayudar en nada a nuestros difuntos) se ha convertido en un gran aliado de los sectores laicistas en su afán de erradicar la “cultura cristiana” de nuestra sociedad. Para ellos tras la muerte, solo hay vacío, oscuridad y horror. ¡Qué triste!.

PURGATORIO o PURIFICACIÓN

El Concilio de Trento, afirma que el purgatorio existe y la Iglesia puede ayudar con su intercesión a cuantos se encuentran en él (D 1580). Y el Vaticano II: «La Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos, guardó con gran piedad la memoria de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, porque «santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2 Ma 12,46).

La fe nos ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros hermanos queridos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que posean ya en Dios la vida verdadera. Sigue el Vaticano II: «Este Concilio recibe la venerable fe de nuestros antepasados sobre el consorcio vital con nuestros hermanos de la gloria celeste, o de los que se purifican después de la muerte y confirma los decretos de los Concilios Niceno II, Florentino y Tridentino». «Nuestra debilidad queda más socorrida por su fraterna solicitud. La iglesia peregrinante, reunida en Concilio, sintió la necesidad de manifestar su conciencia de estar ontológicamente unida a la Iglesia celeste». «Algunos de los discípulos del Señor peregrinan en la tierra, otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados contemplando claramente el mismo Dios, Uno y Trino, tal cual es; mas todos estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el mismo himno de gloria a nuestro Dios (LG 49).

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