Impresiones de mi convivencia

«Sintió un inmenso deseo de ir hasta allí, para ver si el silencio conseguía responder a sus preguntas»

EL ALQUIMISTA, Paulo Coelho                                                                                

Ya han pasado unos meses desde el primer encuentro que tuve con las Rvdas. Madres Benedictinas del Monasterio Santa Cruz, en Sahagún y de nuevo me veía otra vez en este lugar. Ahora volvía con el corazón lleno de anhelo, sentía que el Señor me pedía algo más…

Las puertas de la Comunidad se abrieron, una vez más,  de par en par para acogerme de nuevo, me encontré con esa Paz que tanto ansío y que me está ayudando en este, “mi camino”. Compartí con la Comunidad los dones que el Señor me había dado gratis y que gratis yo daba a diariamente a las actividades del Monasterio.

San Benito quiso esta vez probar mi paciencia y perseverancia, haciendo pastas. Me costó a veces no perderlas, pero con su ayuda lo llegué a conseguir. La mochila de nuevo empezaba a vaciarse de ese Yo que me impedía entregarme del todo al Señor.

Deje en sus manos mi voluntad, para que Él hiciera la suya, como así se reza en una parte del Padrenuestro. Tanto fue así, que dos tardes me dormí en sus brazos  (en la Oración). Era tanta la tranquilidad que sentía, que el silencio me arropaba para que descansara de la lucha que libraba en mi interior.

Uno de los días que hacía oración delante de Él, me derrumbé y como una niña pequeña me puse a llorar; estaba demasiado cansada y exhausta de batallar, mí camino fragoso se volvía cada vez más difícil, me abandoné a su Misericordia.

Una buena samaritana que por ahí pasaba al verme me abrazo, me tendió su mano, me levantó del suelo, curó parte de mis heridas y me ayudó a retomar el camino de nuevo. Me sentí como aquel hombre que bajaba por el camino de Jerusalén… en la parábola del buen Samaritano (Lc 10, 25-37), fui socorrida y ayudada con el Amor que me tiene el Padre, en la persona de mi querida hermana benedictina.

El camino de vuelta a mi ciudad se me hizo muy largo, más que la primera vez, me costaba separarme de ese lugar en el que había encontrado lo que iba buscando. Ahora ya de vuelta a lo cotidiano, me embarga la nostalgia, pues sé que esos días pasados de silencio, de oración, de Eucaristía, de soledad mundana y de verdadera fraternidad en Comunidad —a través de cada gesto hacia mi persona por parte de las hermanas—, me encontraba con Él.

Ahora sé que la semilla que Él plantó en mi corazón, como tierra fecunda, espera que nazca, crezca y dé el fruto esperado junto a la Comunidad Benedictina.

ANA BELÉN
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