Cordialidad

Es una manifestación de la amabilidad y a la postre, de la Caridad. Pero esta última palabra nos suena a beneficencia o a un amor trascendente y estoy hablando de la actitud interior referida al trato con los hombres. Aunque parezca que es una diminuta manifestación de la virtud teologal, es muy importante. Pondré un ejemplo paralelo para que se me entienda mejor. La Fe es una virtud teologal, un don generoso de Dios, pero nos preparamos para recibirlo instruyéndonos en la doctrina de Jesucristo. Nosotros mismos para conservarla, debemos continuar ejercitándonos en ello. La cordialidad, la amabilidad, la ternura, son soportes del gran Amor, que difícilmente enraizará en nuestro interior, si nuestro trato con los demás es antipático o indiferente. El valor de las antiguas monedas estaba en el metal precioso con que estaban acuñadas, pero se expresaba en el sello identificativo para certificar su precio. Espero que el ejemplo sirva para que se entienda la urgencia, en nuestros tiempos, del rostro de la Caridad, que es la cordialidad.

Quisiera, por un momento, advertir que cordialidad no es lo mismo que simpatía. Hay personas que están dotadas de esta cualidad natural, de la que se sirven para ser bien aceptadas con facilidad en cualquier ambiente, sin ningún coste, sin ningún esfuerzo, sin ninguna generosidad. Cuando topo con uno de tales individuos, y si para colmo son atractivos y lo que hoy llaman jóvenes, que pueden tener 45 años y creérselo, me invade el pánico. Van por el mundo exhibiendo su atractivo y huyendo de cualquier servicio, sin prestar ninguna ayuda generosa y gratuita. Al principio se ganan la confianza de la gente, caen siempre bien, para decepcionarlas no mucho más tarde. Y ya se sabe «el gato escaldado del agua tibia huye». La cordialidad, que quede claro, no es nada de esto. ¡La cordialidad es el rostro de la Caridad!.

 

Esta entrada fue publicada en Reflexiones. Guarda el enlace permanente.