Solemnidad de la Ascensión

Después de la Resurrección, Jesús resucitado se dejó ver por los apóstoles, por las mujeres, por los discípulos. No por todo el pueblo, sino por los que Él eligió para ser sus testigos.

En la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos, Cristo resucitado, con su cuerpo glorioso, asciende al cielo para sentarse a la derecha del Padre, hasta que venga con majestad y gloria al final de la Historia para juzgar a vivos y muertos.

Cristo asciende a los cielos para estar más cerca de cada uno de nosotros. Ascender no es alejarse, es vivir en las entrañas del mundo: del sufrimiento, de las tragedias, de las profundas contradicciones que a veces vive el corazón humano. Cristo resucitado con su humanidad, con su corazón palpitante, vuelve a la derecha del Padre, pero ahora el Verbo lo hace con su humanidad; es decir, en la Trinidad para siempre se habla lenguaje humano, por el hombre Cristo Jesús, que asciende a los cielos como el único Mediador entre Dios y los hombres.

Siempre tenemos el peligro de creer que Dios está demasiado lejos para entendernos. A veces nuestra blasfemia más grande es creer que a Dios no le interesa mi vida, ni la de nadie. Pensamos que Dios está cómodamente en una bola de cristal y que no se acuerda para nada de nosotros, de nuestros conflictos, de nuestras crisis.

Jesús asciende a los cielos para estar más cerca y convertirse en el Amigo inseparable del corazón humano. Nos pide que vayamos por el mundo a proclamar la Buena Noticia. Él no tiene más que nuestros ojos para mirar, nuestros oídos para oír, nuestras manos para bendecir, nuestros pies para caminar. Cuenta con nosotros para llevar la Buena Noticia. Quiere que, con nuestra vida, proclamemos el Evangelio de la felicidad. Viviendo en medio de problemas tremendos, nunca nos deja en la estacada. Él siempre está a nuestro lado, dentro de nosotros, si le dejamos ser el Dios de nuestra vida.

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La Ascensión consuma el triunfo de Cristo en la Resurrección. Triunfo humilde, porque no ha venido a aplastar a nadie, sino a salvar, a redimir, a liberar de todo lo que no nos deja vivir en paz, y en su Paz, que es el fruto de la Pascua. Asciende porque me ama y porque va a prepararme un lugar, donde poder encontrar el Paraíso perdido. Asciende para que yo eleve mi vida con Él y descubra yo aquí, en la tierra, el gozo de su Amor resucitado y resucitador.

Ascender a los cielos nos habla de nuestra verdadera y definitiva patria. Nos lanza a vivir aquí, en la tierra, sembrando claridades. Nos empuja a ir por el mundo llevando la alegría del Evangelio: Buscad los bienes de arriba, no los de la tierra. No tenemos aquí en la tierra morada permanente. Nuestra patria es el cielo. La esperanza del cielo es la fuerza motora más importante para transformar el mundo presente, adelantando los cielos nuevos y la tierra nueva. Sólo con un horizonte tan amplio, la eternidad y el gozo del cielo con Jesús, podemos afrontar todas las dificultades de la vida, incluida la muerte. La Ascensión del Señor es una fiesta que nos llena de esperanza, porque nos indica cuál es la salida de este mundo que se acaba.

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