Encuentros: Irena Sendler «Jolanta – Ángel del Gueto de Varsovia»

Irena Sendler«La madre de los niños del Holocausto»

La historia de Irena Sendler (15 de febrero de 1910 – 12 de mayo 2008) está repleta de heroísmo con proporciones casi míticas. Sin embargo, ha estado extraviada entre los pliegues del tiempo durante más de medio siglo. Desconocida y oculta de manera inexplicable para la mayoría de la gente, como un tesoro antiguo esperando a ser descubierto.

En 2007 el «Ángel del Gueto de Varsovia» fue candidata al Nobel de la Paz —que finalmente fue otorgado al norteamericano Al Gore—, avalada por la Organización de Supervivientes del Holocausto residentes en Israel, con el apoyo oficial del Estado de Israel a través de su Primer Ministro, Ehud Olmert; el Gobierno de Polonia a propuesta de su presidente Lech Kaczynski y las autoridades de Auschwitz.  El motivo de la candidatura  de Irena Sendler era reconocer con este galardón a uno de los últimos héroes de la generación de nuestros padres y abuelos, una generación que ha demostrado una fuerza, una convicción y un valor extraordinarios frente a un mal de una naturaleza extraordinaria.

Su historia empezó a conocerse en 1999, gracias a un grupo de alumnos americanos, procedentes de un instituto de Pittsburg (Kansas) y a su trabajo de final de curso sobre los héroes del Holocausto. En su investigación dieron con algunas referencias sobre Irena Sendler en revistas especializadas y con un dato asombroso: había salvado la vida de 2.500 niños. «¿Cómo es posible que apenas haya información sobre una persona así?», se preguntaron entonces los estudiantes, cuya curiosidad crecía según encontraban más datos y testimonios.

Pero la gran sorpresa llegó cuando, tras buscar el emplazamiento de la tumba de Irena, descubrieron que no existía porque ella todavía vivía. Era una anciana de 97 años que residía en un asilo del centro de Varsovia, en una habitación luminosa donde nunca faltaban los ramos de flores y las tarjetas de agradecimiento, que llegaban diariamente desde todo el mundo.

Irena fue una mujer de gran coraje, muy influida por su padre, un médico rural que murió cuando ella tenía sólo 7 años. De él siempre recordaría dos reglas que siguió a rajatabla a lo largo de toda su vida.

  • «Que a la gente se la divide entre buenos y malos sólo por sus actos, no por sus posesiones materiales»
  • «A ayudar siempre a quien lo necesitase»

Así la pequeña Irena se hizo mayor y comenzó a trabajar en los servicios sociales del ayuntamiento de Varsovia, al tiempo que se unía al Partido Socialista Polaco. Corrían los años 30 y destacaba en los proyectos de ayuda a pobres, huérfanos y ancianos. «Ella era de izquierdas, sí, pero de una izquierda que ya no existe, preocupada por las personas y por su bienestar», más a pesar de ello siempre se situó bastante lejos de la política activa.

En 1939 Alemania invadió Polonia y el trabajo de Irena se hizo más necesario en los comedores sociales, donde también se entregaban ropas y dinero a las familias judías, inscribiéndolas con nombres católicos falsos para evitar las suspicacias de los soldados alemanes.

Pero todo cambió en 1942, cuando las deportaciones se hicieron más frecuentes y los nazis encerraron a todos los judíos de Varsovia, unos 400.000, en un área acotada de la ciudad y rodeada por un muro. El gueto fue la tumba para miles y miles de personas, que morían diariamente por inanición o enfermedades. Irena estaba horrorizada y, como muchos polacos, decidió que había que actuar para evitar la barbarie que asolaba las calles de la capital. Consiguió un pase del departamento de Control Epidemiológico de Varsovia para poder acceder al gueto de forma legal.

Ella misma lo contó: «Conseguí, para mí y mi compañera Irena Schultz, identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas. Más tarde tuve éxito en conseguir pases para otras colaboradoras. Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controláramos el recinto.»

Allí entraba diariamente a llevar comida y medicinas, «siempre portando un brazalete con una estrella de David como símbolo de solidaridad y para no llamar la atención de los nazis».

Una vez dentro, la joven trabajadora social entendió que el objetivo del gueto era la muerte de todos los judíos y que era urgente sacar al menos a los niños más pequeños para que tuviesen la oportunidad de sobrevivir.  Pronto se puso en contacto con familias a las que les ofreció llevar a sus hijos fuera del Gueto, pero no les podía dar garantías de éxito.Fue así como comenzó a evacuarlos de todas las formas imaginables: en ambulancias como víctimas de tifus, pero pronto se valió de todo tipo de subterfugios que sirvieran para esconderlos, sacos, cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, bolsas de patatas, ataúdes… en sus manos cualquier elemento se transformaba en una vía de escape válida si conseguía sacar a los pequeños del infierno. Otra manera era a través de una iglesia con dos accesos, uno al gueto y otro secreto al exterior. Los niños entraban como judíos y salían al otro lado bendecidos como nuevos católicos.

La actividad de Irena era frenética, igual que el riesgo diario a ser descubierta por los soldados alemanes.  Era un momento horroroso, cuando debía convencer a los padres, las madres y las abuelas eran muy reticentes a entregar a sus hijos y ellos le preguntaban: «Por favor, asegúrame que vivirá, que tendrá un buen hogar», insistían presos de la desesperación entre los llantos de sus hijos.

«Ella también era madre y sentía ese dolor tan profundo como si fuese suyos». ¿Qué se podía prometer cuándo ni siquiera se sabía si lograrían salir del gueto?. Lo único cierto era que los niños morirían si permanecían en él. Algunas veces, cuando Irena o sus chicas volvían a visitar a las familias para intentar hacerles cambiar de opinión, se encontraban con que todos habían sido llevados al tren que los conduciría a los campos de la muerte.

Pero, ¿qué impulsaba a una joven madre como Irena a arriesgarse de esa manera?. ¿Por qué lo hacía?.  «Ella simplemente lo hacía porque tenía un corazón inmenso, impulsado por el amor de Dios, no descubierto por ella, hasta que encontró la estampa de Jesús Misericordioso».

Una vez fuera del horror, era necesario elaborar documentos falsos para los niños, darles nombres católicos y trasladarlos a un lugar seguro, normalmente monasterios y conventos, donde los religiosos siempre tenían las puertas abiertas para los niños del gueto.

Irena hasta la evacuación del Gueto de Varsovia en el verano del 42, vivió el tiempo de guerra pensando en los tiempos de paz. Por eso no solo había que mantener con vida a los niños también quiso que supieran sus identidades, sus historias, sus familias; entonces ideó un archivo en el que registraba en pedazos de papel, los nombres de los niños las verdaderas identidades de los pequeños y sus nuevas ubicaciones, y luego enterraba las notas dentro de botes y frascos de conserva bajo un gran manzano en el jardín de su vecino, frente a los barracones de los soldados alemanes. Allí aguardó, sin que nadie lo sospechase, el pasado de los 2.500 niños de Gueto hasta que los nazis se marcharon.

Los nazis supieron de sus actividades. El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la gestapo y llevada a la infame prisión de Pawlak donde fue brutalmente torturada. En un colchón de paja encontró una estampita ajada de Jesús Misericordioso con la leyenda: «Jesús, en vos confío», la guardó siempre junto a ella  hasta el año 1979, momento en que se la obsequió a Juan Pablo II, pues era lo mejor que tenía.

Tampoco los meses que pasó en la terrorífica prisión de Pawlak, bajo el atento cuidado de los carceleros alemanes, quebraron su silencio. Aunque era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban y ocultaban a los niños judíos, soportó las torturas de la Gestapo y se negó a traicionar a sus colaboradores o a cualquiera de los niños ocultos. Le quebraron los pies y las piernas. Pero nadie pudo quebrar su voluntad. Fue sentenciada a muerte. Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un “interrogatorio adicional”. Al salir, le gritó en polaco “¡Corra!” Al día siguiente halló su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Los miembros de Zegota habían logrado detener la ejecución sobornando a los alemanes. No podían permitir que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños Así fue como pasó a la clandestinidad y, aunque oficialmente figuraba como ejecutada, en realidad permaneció escondida hasta el final de la guerra participando activamente en la resistencia con una identidad falsa.

En 1944, durante el Levantamiento de Varsovia, colocó sus listas en dos frascos de vidrio y los enterró en el jardín de su vecina para asegurarse que de llegarían a las manos indicadas si ella moría. Al finalizar la guerra, Irena misma los desenterró y le entregó las notas al doctor Adolfo Berman, el primer presidente del Comité de salvamento de los judíos sobrevivientes. Lamentablemente la mayor parte de las familias de los niños había muerto en los campos de concentración nazis. En un principio muchos chicos  fueron enviados con otros familiares o se quedaron con familias polacas, los que no tenían una familia adoptiva fueron cuidados en diferentes orfanatos y poco a poco se les envió a Palestina.

Tras los nazis llegó el comunismo y la aventura de Irena quedó olvidada entre las nuevas doctrinas. Ella, que ya tenía dos hijos, volvió a ser trabajadora social y a su vida tranquila, sólo truncada por las pintadas, en la puerta de su apartamento, en las que le acusaban con necedad de ser «amiga de los judíos» o la llamaban la «madre de judíos». Ella callaba y nunca contaba nada de su pasado «por una mezcla de modestia y de temor a que le pudiera acarrear algún problema. Su hija, Janina, ha asegurado que mantuvo secretos y vivió como si estuviese en medio de una oscura conspiración.

Los niños sólo conocían a Irena sólo por su nombre clave “Jolanta”. Pero años más tarde cuando su foto salió en un periódico luego de ser premiada por sus acciones humanitarias durante la guerra, un hombre, un pintor, la llamó por teléfono y le dijo: «Recuerdo su cara, usted es quien me sacó del Gueto». Y  así comenzó a recibir muchos llamados y reconocimientos. Todos conservaron a lo largo de su vida un agradecimiento infinito a Irena Sendler.

Si tomamos como referencia, la vida de Oscar Schindler, el industrial alemán que evitó la muerte de 1.000 judíos en los campos de concentración, donde Steven Spielberg conto la historia en el filme “La lista de Schindler”  siendo aclamado por la crítica, consiguió siete Oscar en 1993. Mientras la figura de  Schindler era aclamada por medio mundo, Irena Sendler seguía siendo una heroína desconocida fuera de Polonia y apenas reconocida en su país por algunos historiadores, ya que los años de oscurantismo comunista habían borrado su hazaña de los libros de historia oficiales.

Irena Sendler al final de sus díasCuando en 1999 los estudiantes de Kansas se toparon con su historia, se quedaron estupefactos. Estaban frente a una auténtica heroína prácticamente desconocida, así que decidieron escribir una obra de teatro sobre ella. Se escenificó en iglesias y salones sociales de la comarca, asombrando y emocionando a todos los que tuvieron la oportunidad de verla. Uno de estos asistentes fue un profesor judío quien, impresionado, ayudó a los escolares a cumplir su deseo: ir a verla a Varsovia y agradecerle lo que había hecho por la Humanidad. Les dio un cheque de 7.000 dólares y les hizo una petición: «Contadme todo con pelos y señales a vuestra vuelta».

Irena paso gran parte de su vida encadenada a su silla de ruedas, culpa de ello se debió a las lesiones que arrastraba tras las torturas a las que fue sometida por la Gestapo. En 1965 la organización Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de “Justa entre las naciones” y se la nombró ciudadana honoraria de Israel.

Irena en el asilo de Varsovia. Falleció en Varsovia, el 12 de mayo de 2008 a los 98 años de edad.

«No hice todo lo que pude, podría haber hecho más, mucho más y haber salvado así a más  niños» (Irena)

Sobre los premios del mundo planea la sombra de la injusticia. ¡Solo hay unos premios justos, los de Dios!

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