Tiempo de adviento

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Es verdad que la época que estamos viviendo no tiene nada de fácil, podemos detectar a nuestro alrededor una cierta tristeza en mucha gente, como un abatimiento interior que ha paralizado muchas iniciativas; que vemos temblar muchos valores humanos, el de la vida, la familia, el derecho a la educación de los hijos, un secularismo galopante que pretende alejarnos de Dios, las crisis económicas… pero no salimos ganando cuando nos acercamos a las noticias de los medios de comunicación, que son incansablemente repetitivas y, desgraciadamente, prefieren mostrar siempre la parte más triste de la condición humana… Ved cómo ocupan demasiado espacio las historias de los secuestros, las violencias, abusos de poder, las infidelidades, las mentiras y calumnias, el cada uno a lo suyo… ¿Será que estas historias, poco ejemplares, son la realidad?.

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Estas cosas son los signos de los tiempos, lo que causa angustia, desaliento y ansiedad a muchas gentes.En medio de esta tormenta, se nos dice que alcemos la cabeza, que viene nuestra redención…, que no nos dejemos embotar la mente con los agobios de la vida, abandonados en el pecado…

El tiempo de Adviento, que comenzamos el domingo 28, señala el principio del año eclesiástico, nos sitúa en esa perspectiva de esperanza, que impulsa fuertemente la vida del hombre proyectándolo al futuro. El cristiano vive a la espera de conmemorar la primera venida de Jesús como salvador de los hombres -Navidad-, su manifestación en la Epifanía y también a la espera de su última venida, al final de los tiempos. Vendrá lleno de gloria, no ya humillado, como vino hace dos mil años. Vendrá como Juez para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. El Papa, sin embargo, nos descubre que podemos caminar llenos de confianza al encuentro con el Juez, que es también nuestro Abogado. Y que es un Rey. Un Rey que nos ama extraordinariamente, pero siempre con un amor muy exigente.Tenemos que arrancar de nuestros corazones la tibieza, anunciar la segunda venida, aun a riesgo incluso de nuestra propia vida, o de un martirio que quizá no nos llegue por el plomo, sino en forma de difamación o de escarnio…

Por otra parte, la Iglesia no se cansa de proponernos, en este tiempo de Adviento, la esperanza, como valor y como solución, que la justicia y el derecho vienen de Dios. Dios cumple siempre sus promesas. Vale la pena poner en Él nuestra esperanza. «Los que esperan en Él, no quedarán defraudados».

La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a esperar a Jesucristo en actitud vigilante y amorosa. Salgamos a su encuentro encendidas nuestras lámparas de la fe y del amor.

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