Peregrinación a Santiago de Compostela

Con motivo del año jubilar compostelano 2010 he tenido la dicha de seguir la senda trazada por tantos peregrinos a lo largo de los siglos que lleva al sepulcro del primer martirizado entre los apóstoles, Santiago el hijo del Zebedeo. Como Sahagún es una parada obligada del camino en tierras leonesas nos pareció un tema apropiado para tratar.

Realmente mi camino hacia el campo de la estrella empieza en mi infancia. Cuando por primera vez mi profesora me habló de esa ruta que vertebró Europa durante la Edad Media, algo me llamó y soñaba con imitar a esos valientes peregrinos que cargando con sus motivaciones emprendían un viaje incierto que a veces no podían culminar en Compostela, Lógicamente en esa época no era posible cumplir ese sueño y lo dejé a un lado. Años más tarde, el sueño se convirtió en inquietud y por fin en abril de este año jubilar 2010, la parroquia de Cerceda me ofreció la oportunidad de convertirme por unos días en peregrina, empezando el camino en Sarria.

Desde el momento que acepté la invitación empecé a prepararme de múltiples maneras: leyendo guías para conocer la ruta, consiguiendo el material que me faltaba, saliendo a andar diariamente y orando. Pero este proceso no estuvo exento de espinas, ya que, tuve mi primera tentación. Dos semanas antes de salir quise olvidarme del proyecto porque pensaba que no era la persona idónea para organizar la peregrinación y me sentía incapaz de llegar caminando hasta el destino. Afortunadamente, me rodeaban personas que me animaron y seguí adelante.

Una vez en Sarria, estaba muy nerviosa porque me preguntaba: ¿cómo podré cumplir mi objetivo? O ¿habrá algún problema o peligro en alguna etapa? Afloraban en mi mente. Pero había algo ajeno a mi persona que me impulsaba a caminar y sobreponerme. Me sentí transformada y agradecida por cualquier gesto de solidaridad que recibía de la gente con la que me cruzaba. Como ejemplo, puedo decir que me comí dos higos que me ofreció una señora de su higuera, como el mayor de los majares, sin gustarme los higos.

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Pasando los días aprendí porqué se dice que «El camino de Santiago» se compara con el camino de la vida. Este estado inicial tan confortable se tornó pronto en angustia porque durante la oración, que se hace inevitablemente al caminar, se me presentaron todas las sombras de mi vida, coincidiendo con el tramo en el que el camino se hacía tan angosto que me fallaban las fuerzas para continuar. En ese momento tuve la fuerte tentación de abandonar porque me preguntaba insistentemente si tenía que soportar la lluvia y la dureza del recorrido, en pos de un Dios que no sentía. Logré superar este bache cuando, al darle la mano al Cristo de Furelos, que me tendía la suya, vino a mi mente la pasión de nuestro Señor y que lo mío era una pequeñísima cruz.

La noche anterior a nuestra llegada a Santiago, en el Monte del Gozo, me resultaba difícil conciliar el sueño al coger la afición de quedarme sentada en una atalaya, mirando las torres de la catedral, donde está enterrado el Apóstol. En ese momento me embargaba una alegría indescriptible porque había sido capaz de cumplir mi sueño, llegando a la meta. Ayudada por el silencio que reinaba, me sorprendí valorando lo que había sido mi caminar; llegué a la conclusión de que en cada etapa, se me había presentado un aspecto de mi existencia, pero siempre estuve acompañada por nuestro Señor, que me ayudó a darme cuenta de mis errores y a curar heridas que me han ido dejando los años.

Debo admitir que la profunda emoción, como habréis deducido de mis palabras, se dio en el monte del gozo y no en Santiago. Eso sí, al reclinarme delante del sepulcro del Apóstol me di cuenta de que mi vida no iba a ser la misma, que había encontrado a Jesucristo y que tenía un compromiso con él. Creo que he madurado como persona y en mi fe. No es un estado de consolación permanente, es más bien el convencimiento íntimo de que Dios está conmigo, aunque no lo sienta siempre, y eso me hace saber que puedo superar cualquier tentación que me separe de la voluntad divina. El verdadero camino hacía la unión con Dios en el cielo, simbolizado en el camino a Compostela, empieza «ahora» y tengo el firme propósito de seguirlo.

Como conclusión debo expresar mi deseo de volverme a poner en camino pronto y volver a experimentar que hace falta muy poco para sobrevivir.

BUEN CAMINO

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