Fray Leopoldo de Alpandeire: «Una página evangélica hecha carne»

La historia de lo que hizo en vida Francisco Tomás ocupa apenas unos renglones.

En Alpandeire, en el corazón de la serranía rondeña, en el año 1864, Francisco Tomás nació campesino y eso fue hasta los treinta y cinco años. Fueron sus padres Diego Márquez y Jerónima Sánchez. Tuvo otros hermanos: Juan Miguel, Diego y María Teresa; Juan Miguel moriría en la guerra de Cuba. Durante esos treinta y cinco años pasó sus días en aquel pequeño pueblecito, cerca de Ronda, capital de la serranía que lleva su nombre, escenario de numerosas historias de bandoleros que robaban a los ricos para ayudar a los pobres. Su vida estaba regulada por las labores del campo, de sol a sol, y a las modestísimas condiciones económicas de la familia; pero de adolescente no olvidaba su misa y sus rezos diarios. En su vida no hizo nada de extraordinario, si por «hacer» entendemos las actividades productivas las cuales, solo son valoradas por el hombre corriente Francisco Tomás «produjo» poco.

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Así vivió hasta que a los 35 años, abandonó Alpandeire y llegó a la metrópoli sevillana siendo acogido en el convento de Capuchinos, haciéndose capuchino, siguiendo las huellas de San Francisco. A partir de ese momento un nuevo hombre y una nueva vida nacían, desde entonces dejó atrás el nombre de Francisco Tomás y recibió el nombre de «Fray Leopoldo de Alpandeire», como si de un nuevo bautismo se hubiese tratado,y así lo recordamos hasta el día de hoy.

Aquel joven y vigoroso labrador seguiría trabajando en el campo, en la huerta conventual, pero ya todo sería diferente, aceptó la tarea que le fue encomendada con el mismo entusiasmo de un apasionado al que le viene la responsabilidad plena del objeto de su pasión. Durante 35 años Leopoldo se habría preparado para vivir la pobreza más absoluta , no había hecho otra cosa que obedecer, había soñado con tocar el límite extremo de la humildad: ¿cómo no embriagarse, sabiendo que lo que él pretendía lo tenía al alcance de la mano «vivir la pobreza, la obediencia y la humildad?» .

Tras breves periodos de estancia en los conventos de Antequera y de Sevilla, pasaría 50 años en el convento de Granada como limosnero, destinado a pedir limosna, ¡qué alegría! Pedir significa ante todo obedecer ; por consiguiente, se trataba de vivir la pobreza en concreto, ¡hay alguien más pobre que el que pide por que no tiene!. Finalmente, comprobar día a día, minuto tras minuto, el grado de la propia humildad: ¿conseguía ser feliz incluso cuando se desalentaba? ¿no perdía la alegría incluso cuando se burlaban de él? ¡qué felicidad, pues, que paraíso en la tierra, para Leopoldo cumplir una misión en la tierra tan satisfactoria!.

Esto se veía día tras día, con la alforja al hombro, recorrer las calles de Granada, callejear rincones y plazas, meter la nariz en los cafés: una gran sonrisa impresa en ele rostro, la mirada sonriente que penetraba en lo más profundo de los corazones, la mano tendida, no solo para sí y para sus hermanos, sino para aquellos que tenían aún menos que él y a los cuales acompañaba, alegre, elevando sus corazones y distribuyendo alegría y caridad conjuntamente. La alegría que lo animaba hería a los demás, desarmándoles; la paz que lo llenaba recaía sobre el que se relacionaba con él, como el agua que corre. Por donde pasaba Fray Leopoldo florecía el optimismo, la confianza, el perdón, la alegría y la paz.

Así fue Fray Leopoldo: «Una página evangélica hecha carne» . Fray Leopoldo es garantía de que el Evangelio se puede vivir sólo si se guarda en el corazón la alegría concreta del encuentro con Jesús Resucitado . La vida de Fray Leopoldo es la credibilidad en el amor de Dios . Una vida que ha encarnado las palabras del Evangelio. El hombre evangélico vive eternamente en el Misterio de Dios y en el corazón de la Humanidad . Fray Leopoldo ha vivido el evangelio encarnándolo en su historia hasta convertir su historia en una parábola que los hombres aún hoy continúan leyendo. Podríamos decir que Fray Leopoldo no solo ha observado sencillamente la Regla franciscana del Santo Evangelio , sino que ha vivido la forma del santo Evangelio con la libertad del corazón.

Y cuando murió un 9 de febrero de 1956, habiendo alcanzado los 92 años de edad «fue como si la ciudad de Granada y con ella toda Andalucía se oscureciese improvisadamente:se había apagado una LUZ». Y no era poco, porque, como decía Gandhi: «La lámpara del corazón, si está encendida, ilumina el mundo».

(Recopilado de Fr. Alfonso Ramirez, Peralbo, OFMPCap. Vicepostulador de la causa)

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