VENID CONMIGO (Mt. 4, 18-21)

Caminando por la ribera del mar de Galilea vió a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice «venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron.

Caminando adelante, vió a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando las redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

La vocación a la vida consagrada es una llamada por parte de Dios al corazón de una persona que Él elige por una cuestión de Amor (1 Sam. 3:1-21).

«Aquí estoy, Señor, hágase en mí según tu palabra (voluntad)» (Lc. 1, 26-38). Como dice María en su Magnificat «porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc. 1, 46-55). Por eso debe alegrarse el elegido, María nuestra Madre es el ejemplo más fiel de toda vida consagrada, que pasando por muchas pruebas, siempre le fue fiel al Señor.

El consagrado tiene que ser una bendición de Dios (1 Pedro) para sus hermanos porque, de lo contrario, en vez de dar uvas dará agrazones (Isaías, 5, 1-7) en vez de ser Fruto de Vida, se convierte en un fruto amargo y repelente.

El consagrado debe identificarse con Cristo, debe mirar en la misma dirección que Él mira, es tener sus mismos intereses, ayudarle a salvar almas, echar la red con Él. Le dijo a Pedro, yo te haré pescador de hombres (Mc. 1, 16-20).

Si el que se siente llamado no tiene estos deseos, aunque sea en embrión (que con el tiempo deben fructificar), entonces diré no es una llamada por parte de Dios, sino un sentimentalismo, o tiene otras razones que oculta.

Dijo Jesús: «por sus frutos los conoceréis, no hay árbol bueno que dé frutos malos ni árbol malo que dé frutos buenos» (Mt. 7. 16-20).

La vocación es sacrificio pero también alegría íntima en el corazón. Es ser otros Cristos entregados a la voluntad del Padre, es ser Redención de muchos otros, si vivimos la vocación unidos a los méritos infinitos de Cristo.

La vocación consagrada es ser parcela de Dios, es ser huerto cerrado (C.C. 4.12) que Él cultiva. Como María, que fue la mejor discípula que tuvo y tendrá el Señor. El consagrado ha de darse a Dios y a los demás, y todo por su Amor único, Dios. Es ser caridad y servicio.

El consagrado ha de ser humilde porque Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes (1 Pedro, 5-6).

Porque la soberbia tiene su raíz directa en Satanás «non serviam» (Génesis).

«Heme aquí Señor, para hacer tu voluntad» (Heb. 10,4-10).

Vivir la humildad de Jesús es el ideal «aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11,29).

«Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios, porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes» (Eclo. 3, 19-20).

Es tiempo de sembrar, sembremos, que el Señor hará crecer, nuestra cosecha la veremos en la Vida Eterna.

María del Carmen de Jesús
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