Apreciado lector:
A ti, quien quiera que seas: profesional o inexperto, trabajador, empleado, sano o enfermo, joven o mayor. No importa que seas creyente o no. A ti, quiero felicitarte por atreverte a mirar, leer, escuchar… estas páginas, no como un mero espectador, atraído por la curiosidad, sino como alguien que desea hallar respuesta a sus interrogantes más profundos, adentrándose en el “misterio” de unas vidas, escondidas con Cristo en Dios. Todo, a la sombra de un edificio: el recinto monacal, cuyas paredes, transparentes como el fino cristal, rezuman paz, amor, plegaria, oración. Ellas nos invitan a cantar ese cántico nuevo, con el salmista y todo el Pueblo de Dios.